La legislaci¨®n y el pueblo
Resulta parad¨®jico que los gobernantes del Estado espa?ol hagan referencia continua al marco de la legalidad establecida en la legislaci¨®n de mayor rango. Es decir, la Carta Magna o Constituci¨®n, cuando hacen referencia al soberano deseo de todo un pueblo, Catalu?a, de poder expresar democr¨¢ticamente su determinaci¨®n a mantenerse como ciudadanos espa?oles o bien a ser reconocidos como identidad propia e independiente.
Y me parece parad¨®jico porque no muestran la misma determinaci¨®n cuando ellos han violado y violan sistem¨¢ticamente los art¨ªculos 35 y 47 de la misma Carta Magna sin que nadie les reclame las responsabilidades derivadas de su incompetencia y mala praxis. Esto nos ha conducido a que m¨¢s del 35% de la poblaci¨®n, a la que deber¨ªan gobernar, por la que deber¨ªan velar y a la que deber¨ªan representar, viva en una situaci¨®n cr¨ªtica. Sin trabajo y en muchos casos sin hogar o con serias dificultades para poder soportarlo.
Seg¨²n defini¨® Gaius, ¡°la ley es lo que el pueblo manda y establece¡± y seg¨²n Santo Tom¨¢s, ¡°es la ordenaci¨®n de la raz¨®n dirigida al bien com¨²n¡±. Por tanto, ambos supeditan la existencia y aplicaci¨®n de la legislaci¨®n a la voluntad soberana del pueblo y a la simple aplicaci¨®n de la l¨®gica y la raz¨®n.
Siendo as¨ª, cuando se produce una muestra de tama?a envergadura como la que tuvo lugar el pasado d¨ªa 11, el poder legislativo tiene la obligaci¨®n de utilizar las herramientas de las que dispone, en este caso la abrogaci¨®n, subrogaci¨®n o derogaci¨®n con el prop¨®sito de permitir al pueblo (a quien sirven las leyes y nunca al rev¨¦s) por lo menos a expresar libremente su voluntad. Otra cosa ser¨¢ que una vez conseguido ese derecho el resultado se tenga en consideraci¨®n¡ pero esa ya ser¨¢ otra historia.¡ª Sergio Torres Gim¨¦nez. Barcelona.
El art¨ªculo La otra responsabilidad de los intelectuales, de F¨¦lix Ovejero, ha tenido en m¨ª dos reacciones, una negativa y otra positiva. No me gust¨® nada c¨®mo habl¨® Ovejero sobre el sentimiento de los otros (en este caso, personificado en las palabras del conseller Mas Colell). Igual que hay catalanes que nos sentimos c¨®modos dentro de Espa?a, los hay (ahora mayor¨ªa) que no lo est¨¢n. Una de las razones de esta incomodidad es la desconfianza que han alimentado agravios no solo pasados, sino tambi¨¦n muy recientes.
Lo que s¨ª en cambio me pareci¨® atinada es su tesis principal. El intento descarado (por decirlo suavemente) de los que se sienten agraviados de convencernos de sus argumentos, pero, sobre todo, el simplismo de estos argumentos ¡ª¡°han sido 300 a?os de dominaci¨®n no de convivencia¡±, ¡°solo hay dos caminos: la libertad del pueblo o continuar bajo dominaci¨®n¡±, ¡°Espa?a nos roba¡±, ¡°Espa?a no es una democracia¡±, ¡°La lengua est¨¢ amenazada¡±¡ª me parece un aut¨¦ntico insulto a la inteligencia. Y s¨ª, resulta sorprendente que haya tantos que miran hacia otro lado.¡ª Ana Sof¨ªa Cardenal. Barcelona.
A priori suena bien, pero no logro entender qui¨¦n se arroga el derecho a delimitar qui¨¦nes pueden o no decidir. Si se defiende ese derecho de forma tan reduccionista, sin contar con el resto del pa¨ªs, deber¨ªa entonces ser con todas las consecuencias. Es decir, si llegara el caso tendr¨ªan que aceptar la decisi¨®n de aquellas regiones ¡ªde las cuatro que<TH>conforman la comunidad aut¨®noma¡ª que querr¨ªan seguir perteneciendo a Espa?a, de las poblaciones que desear¨ªan permanecer como hasta ahora e, incluso, de los barrios que no querr¨ªan formar parte de una Catalu?a independiente.¡ª Pilar Santillana. Madrid.
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