600 horas
La huella mayor que se ha quedado en la vida del juez Ricardo Gil Lavedra viene de las horas de estupor y justicia frente a Videla
Ricardo Gil Lavedra tiene 64 a?os y parece la imagen de la paciencia. El 22 de abril de 1985 era un joven juez que afront¨®, con otros m¨¢s viejos que ¨¦l, el peso de ver cada d¨ªa los rostros de criminales. Jorge Videla y otros facciosos de la Junta Militar argentina fueron su panorama durante 600 horas.
Dos a?os antes (este octubre hace 30) hab¨ªa acabado aquel horror. El presidente Alfons¨ªn asumi¨® el poder y decidi¨® juzgar a aquellos matarifes. Del tribunal elegido destacaba esta figura ahora pausada de Gil Lavedra. ?l era hijo de militar; su padre, un aviador, hab¨ªa muerto en accidente cuando ¨¦l ten¨ªa cuatro a?os. En la familia quisieron ocultarle esa muerte, ¨¦l simul¨® no saber, pero en realidad escuch¨® la noticia cuando un soldado fue a darla en casa. Su abuelo materno, Rodolfo Lavedra, fue su tutor, y el nieto sali¨® al abuelo, juez.
Le pregunt¨¦ qu¨¦ sinti¨® aquel 22 de abril. Miedo no sinti¨®, sinti¨® nervios. Era algo que hab¨ªa que hacer, y lo hicimos. Era la primera vez, y de momento es la ¨²ltima, que un pa¨ªs decide asumir su pasado terrible juzg¨¢ndolo; a¨²n estaban los militares afectos a Videla y a los suyos campando en los cuarteles. Hubo que tomar decisiones muy duras, para que el juicio fuera ejemplar. Las normas fueron estrictas: no se permit¨ªan uniformes, de ning¨²n lado, ni pancartas. A Hebe, la madre de la Plaza de Mayo, tuvo que convencerla el fiscal Julio Strassera de que ella tampoco pod¨ªa asistir con su pa?uelo blanco.
Le ped¨ª que me dijera qu¨¦ imagen vio de Videla. El dictador le¨ªa en la sala un libro religioso, portaba un crucifijo. ¡°Probablemente quer¨ªa que Dios lo aliviara de la culpa de semejante atrocidad¡±. El juicio era ¡°un salto a lo desconocido¡±. Cinco de aquellos seis jueces (uno falleci¨®) se re¨²nen a¨²n, y siguen hablando de aquel atrevimiento, ¡°??c¨®mo pudimos sacarlo adelante?!¡±. La sociedad estaba en carne viva. Ese clima fue aprovechado por facinerosos que amenazaban con bombas o con francotiradores. ?l ten¨ªa sobre s¨ª el peso del asombro: c¨®mo estos hombres, de la estirpe militar de su padre, pod¨ªan haber hecho esas atrocidades. ¡°Muchas veces, despu¨¦s de escuchar los testimonios, llor¨¦, lloramos¡±.
Me cont¨® algunos horrores. Agarran a un comunista y buscan a su mujer, que se escapa con su hijo de 15 a?os. Los detienen. Al chico lo torturan de tal manera que su madre oiga sus gritos. Alg¨²n tiempo despu¨¦s, el muchacho aparece ¡°muerto por empalamiento¡± en la costa de Uruguay. Un m¨¦dico explic¨® ante el tribunal c¨®mo fue su tortura: le hac¨ªan escuchar los lamentos de su mujer mientras la torturaban; para hacer m¨¢s evidente lo que pasaba en el otro cuarto, los torturadores le tra¨ªan ¡°las bombachas de las nenas¡±.
El ser humano, dice Gil Lavedra, ¡°es capaz de todo si el sistema te lo permite. Un hombre normal asume cualquier atrocidad. Estos cre¨ªan que cometiendo esas barbaridades estaban defendiendo a la patria¡±. Y a Dios, representado por el crucifijo de Videla.
Despu¨¦s Gil Lavedra ha sido ministro y hasta ahora ha sido el principal parlamentario del partido de Alfons¨ªn. Pero la huella mayor que se ha quedado en su vida viene de aquellas 600 horas de estupor y justicia. Por cierto, me dijo, esas 600 horas est¨¢n ahora digitalizadas en el archivo de la Universidad de Salamanca, donde Mill¨¢n Astray (me lo recuerda ¨¦l) dijo preferir la muerte a la inteligencia.?
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