Ellas nos mantienen vivos
Las novelas, ya lo ha dicho Ian McEwan, sobreviven gracias a la pasi¨®n femenina por la psicolog¨ªa humana
Por razones de corte estrictamente familiar, me he visto esta semana inmersa en la celebraci¨®n de los Premios Pr¨ªncipe de Asturias. Adem¨¢s de disfrutar de pase¨ªllos pl¨¢cidos por las calles que albergaron la pasi¨®n de Ana Ozores y de dar cuenta de su extensa y excelsa gastronom¨ªa, he asistido a alg¨²n que otro acto cultural, para que no se dijera. En uno de esos eventos, el p¨²blico llen¨® un auditorio del actualmente pol¨¦mico arquitecto Calatrava. Llenar un auditorio de Calatrava tiene un m¨¦rito enorme porque ya se sabe que los arquitectos estrella tienden a dise?ar palacios de congresos en los que cabe m¨¢s gente que habitantes tiene la propia ciudad en la que se construyen.
Este en cuesti¨®n tiene una estructura que a alguien no avisado como yo le provoc¨® un escalofr¨ªo. Por suerte, una paisana me sac¨® de la estupefacci¨®n dici¨¦ndome que es que para percibir que el edificio tiene forma de cangrejo hay que subirse al Naranco y entonces ya. Ah. Para llenar un auditorio de Calatrava, digo, hace falta mucho personal, pero para llenarlo de lectores se necesita un milagro. El milagro se hizo. Mil lectores, perd¨®n, lectoras, de los clubes de lectura de Asturias consiguieron humanizar lo que sin p¨²blico es como una nave espacial que de un momento a otro emprender¨¢ el regreso a su planeta. Mil lectoras, porque m¨¢s de un 80% eran mujeres, acudieron a preguntarle curiosidades y dudas al novelista, despu¨¦s de haber le¨ªdo sus libros y haber formado parte de intensas puestas en com¨²n sobre sus personajes.
?D¨®nde estaban los hombres? ?D¨®nde los compa?eros, maridos o padres de todo ese batall¨®n de aficionadas a la literatura? Las novelas, ya lo ha dicho Ian McEwan, sobreviven gracias a la pasi¨®n femenina por la psicolog¨ªa humana. De este puesto del mercado ellas son las principales clientas. No creo que haya que responderles con halagos, m¨¢s bien con respeto intelectual, que deber¨ªa comenzar por los propios novelistas que, en ocasiones, se averg¨¹enzan, he dicho bien, se averg¨¹enzan, de cultivar un p¨²blico casi exclusivamente femenino. Me enternecieron algunas ancianas de m¨¢s de noventa a?os, que sin pereza y con aquel esp¨ªritu del viejo de Goya del ¡°todav¨ªa aprendo¡± acuden puntuales a sus citas con el club de lectura, y estaban all¨ª esa tarde, en tan calatravesco lugar, para hacer ver que en el tercer acto de la vida la lectura puede provocar emociones que el tiempo dej¨® atr¨¢s.
Por razones de corte estrictamente familiar, mi suegra ha pasado un mes en casa. Me gusta m¨¢s el t¨¦rmino mother-in-law que utilizan los anglosajones, suena m¨¢s neutro y parece que tiene menos connotaciones referidas al sainete familiar; aunque tal vez mother-in-law tambi¨¦n suena a suegra para un angloparlante. El caso es que esta anciana a la que la guerra expuls¨® de la escuela regres¨® a los libros despu¨¦s de haberlo hecho casi todo en la vida: trabajar sin descanso (en la casa, en el campo, en las preciosas labores de ganchillo y bordado), parir hijos y no pensar en s¨ª misma.
Para llenar un auditorio de Calatrava hace falta mucha gente. Y para llenarlo de lectores, un milagro
El cuerpo pasa factura y las mujeres que lo dieron todo padecen hoy dolores que, aun denominados por la medicina como artritis reumatoide o artrosis, habr¨ªa que completar en su ficha m¨¦dica con la narraci¨®n de esas vidas: cuidar la casa, lavar a mano en aguas fr¨ªas, cocinar, atender a los animales, recoger aceituna, parir hijos, hacer preciosas labores de ganchillo o bordado en los ratos libres. Nunca estar sin hacer nada. Cuidarse poco. Hoy, los huesos, las venas de esas madres han dicho hasta aqu¨ª hemos llegado. Pero sus mentes se resisten a la jubilaci¨®n.
Todas las tardes, despu¨¦s de la ¡°novela¡± televisiva, ella se ha sentado a la mesa del comedor, con un aire algo escolar, como queriendo regresar a la escuela que le fue arrebatada, y ha tomado un libro apoyando los codos sobre la mesa, en la posici¨®n de quien quiere cumplir con sus deberes. Por sus manos han ca¨ªdo: Cinco horas con Mario, de Delibes; Patrimonio, de Philip Roth; Recuerdos de una mujer de la generaci¨®n del 98, de Carmen Baroja y Nessi, y Juan Belmonte: matador de toros, de Chaves Nogales. Tras las dos o tres horas de entrega a un libro en las que se pod¨ªa escuchar el tenue sonido seseante que surg¨ªa de su boca leyendo en voz baja para ayudarse en la comprensi¨®n lectora, inici¨¢bamos nuestro ¨ªntimo club literario a la hora de la cena. C¨®mo consegu¨ªa que la vida de los personajes o de los autores tuviera alg¨²n grado de identificaci¨®n con la suya propia es un ejemplo del poder simb¨®lico de la narraci¨®n: la mujer que queda viuda y monologa sobre el muerto; el hombre que se entrega al cuidado del padre (si Philip Roth escuchara la descripci¨®n que hace mi suegra de ¨¦l no se reconocer¨ªa); la necesidad de ser escuchada de la hermana de don P¨ªo o el mundo de ayer del torero Belmonte. Todas esas experiencias amoldadas a la lectura de una mujer que goza hoy en la vejez de lo que hubiera deseado disfrutar de joven: tiempo para el esparcimiento, conversaci¨®n y, sobre todo, personas que dan valor a lo que dice y a lo que hace.
Una vez escuch¨¦ a un escritor, al que no he de nombrar para no avergonzarlo, que quer¨ªa tener lectores a su altura. Qu¨¦ pena ser escritor y no saber nada de la vida; ni estar agradecido a quien de verdad te mantiene.
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