El bot¨®n del p¨¢nico 'beat'
Cada vez que las industrias culturales se encuentran en crisis, terminan pidiendo el comod¨ªn de los autores de los cincuenta
La primera vez que el mundo de la cultura recurri¨® a los beatniks para reformularse fue a mediados de los sesenta, cuando varios grandes estudios de Hollywood acababan de quebrar y el cine parec¨ªa, simplemente, un arte caro. El influjo beat, junto a los restos del neorrealismo italiano y la m¨ªstica de la nueva ola francesa invent¨® el nuevo Hollywood y consigui¨® que, durante una d¨¦cada, pudiera gustar una pel¨ªcula que costaba entender. Diez a?os despu¨¦s, era el mundo de la m¨²sica en el que admit¨ªa haber equivocado la forma de afrontar el p¨¢nico nuclear, la crisis del petr¨®leo¡ el fin de los sesenta, en fin. Encabezados por Patti Smith, todos los actores que levantaron el punk a escupitajos pagaron gustosos la cuenta a los beats. Sobraba escapismo y faltaban poes¨ªa y realismo.
Los noventa est¨¢n de moda, y con ellos los 'beats'
El tercer advenimiento tuvo lugar en los noventa, cuando el grunge explot¨® la apat¨ªa de una generaci¨®n que parec¨ªa tenerlo todo, pero que no estaba satisfecha con casi nada. En 1991 se estrenaba El almuerzo desnudo, una desasosegante adaptaci¨®n de la obra de William Burroughs dirigida por David Cronenberg. Dos a?os despu¨¦s, el Chicago Tribune publicaba un art¨ªculo sobre las conexiones entre beats y grunges que arrancaba con dos citas: una de Allen Ginsberg, otra de un anuncio de Gap. Fin del romance.
En 1993, un art¨ªculo vinculando 'beats' y 'grunges'. Arrancaba con dos citas: una de Ginsberg, otra de un anuncio de Gap
Ahora los noventa est¨¢n de moda, y con ellos los beats. La diferencia es que hoy la crisis de las industrias culturales es tan profunda que las reivindicaciones solo pueden ser est¨¦ticas. Este a?o hemos visto a Walter Salles firmar una adaptaci¨®n de En el camino que, en vez de celebrar la falta de argumento, parece pedir perd¨®n por ello. Y llegar¨¢ un Big Sur, inspirado en otra obra de Kerouac, pero con aspecto de versi¨®n an¨¦mica de John Fante. Y luego un Kill your darlings, celebrada en Sundance como una obra intelectual. Cualquier cosa que no se ruede entre pantallas azules parece hoy tener ¨ªnfulas intelectuales. Solo en el Howl de James Franco se intuye la preceptiva falta de inter¨¦s por gustar. Si Ginsberg levantara la cabeza, volver¨ªa a meterse en ese gran co?o materno del que una vez record¨® ¨Csin rimar¨C que todos provenimos.
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