Caballero
El centro de Madrid en una ma?ana lluviosa de oto?o no presenta su mejor cara. Sin que cambie nada sustancial, el bullicio habitual pasa de alegre a desapacible. Los escasos peatones son huidizos, lo que deja la calle a los coches y a las camionetas de reparto. Los neum¨¢ticos negros rodando por los charcos dan una sensaci¨®n de suciedad irreparable. Las terrazas vac¨ªas de los bares tienen un aire l¨²gubre. Nadie se queja. La gente de Madrid no es quejica o se guarda la queja para otras ocasiones. En definitiva, que llueva de cuando en cuando es de esperar. Estas reflexiones no disminuyen mi enfado. Esperaba un d¨ªa m¨¢s festivo y me siento estafado. Me esfuerzo por disimular una irritabilidad que ser¨ªa injusta, puesto que las gestiones nimias que he de realizar van viento en popa y todo el mundo es amable y eficiente. Pase, caballero; qu¨¦ desea, caballero; en seguida le atender¨¢ alguien, caballero. Tambi¨¦n disimulo que aborrezco este tratamiento. Me pregunto cu¨¢ndo se impuso esta, ?c¨®mo llamarla? ?interjecci¨®n? ?Y qu¨¦ sentido tiene? Seguramente ninguno. Se usa sin pensar y se dice a la carrera, como si el usuario quisiera introducir las cuatro s¨ªlabas en el espacio de dos. Que yo perciba un deje ir¨®nico tras la cortes¨ªa se debe en parte a paranoia y en parte a reminiscencia. En mi infancia el t¨¦rmino se usaba en diminutivo para bajar los humos del interesado: a obedecer y a callar, caballerete. Los tratamientos eran s¨®lo para quien los tuviera: excelencia, vuecencia y rangos militares o eclesi¨¢sticos. A nivel coloquial y amistoso se usaba a veces el t¨ªtulo de jefe e incluso el de ministro: ?Qu¨¦ pasa, jefe? ?Hombre, ministro, qu¨¦ te cuentas! Caballero solo se usaba en plural, para llamar la atenci¨®n, en las ferias y en el circo: ?Damas y caballeros! En la vida diaria se usaba ocasionalmente se?or y, en general, nada. Un tono cort¨¦s era suficiente: pase, espere, qu¨¦ desea.
Lo m¨¢s probable es que la costumbre de llamar caballero a la gente venga de otros pa¨ªses de habla hispana donde el apelativo tiene vigencia: buenos d¨ªas, licenciado; hasta lueguito, compadre. Esto aqu¨ª habr¨ªa quedado un poco raro, y se eligi¨® caballero, que suena a traducci¨®n del ingl¨¦s, aunque en ingl¨¦s se emplea de este modo en raras ocasiones y tambi¨¦n en plural, gentlemen. Caballero es un poco rid¨ªculo pero acaba con antiguas f¨®rmulas que ten¨ªan una connotaci¨®n clasista o, al menos, jer¨¢rquica. Caballero, como se reparte al buen tunt¨²n, es igualitario. En algunos momentos hist¨®ricos, un apelativo ha servido para certificar una transformaci¨®n social. Durante la revoluci¨®n francesa, los franceses se llamaban entre s¨ª ciudadano y ciudadana, orgullosos de liquidar la complicada nomenclatura nobiliaria. A semejanza de la francesa, la revoluci¨®n rusa impuso el apelativo de camarada. Un camarada era como un ciudadano, pero militarizado. En Espa?a, en los a?os violentos, camarada se alist¨® en la Falange, en vista de lo cual los rojos tuvieron que utilizar compa?ero, salvo los comunistas, que siguieron usando camarada para no desairar al Kremlin, y solo entre ellos. Compa?ero era m¨¢s fraternal y espont¨¢neo y pas¨® a la revoluci¨®n cubana. La transici¨®n espa?ola dio para muchas cosas, pero no para que nos empez¨¢ramos a llamar compa?ero o ciudadano entre nosotros, y menos camarada. Bien mirado, caballero es una buena elecci¨®n y refleja bien el esp¨ªritu de la transici¨®n, m¨¢s pragm¨¢tico que otra cosa.
No amaina. Los edificio p¨²blicos, construidos para perfilarse contra un cielo limpio, en un d¨ªa as¨ª, contra una masa tupida de nubes negras, se vuelven macizos y autoritarios. Perm¨ªtame su DNI, caballero. Me pregunto si el t¨¦rmino no llegar¨¢ a compactarse, como ocurri¨® con vuestra merced, que se convirti¨® en usted, o con el adverbio latino ecce, que deriv¨® en ?che! Es posible que nuestros nietos se llamen entre s¨ª callo o bollo, y no sepan que es ap¨®cope de caballero. Tanto da. Lo que importa es que la convivencia sea fluida y el trato f¨¢cil. No olvide su paraguas, caballero.
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