Contra la nostalgia neofraquista
El libro ¡®Falange y literatura¡¯, de Jos¨¦-Carlos Mainer, publicado en 1971 y revisado ahora, fue en su momento una desafiante prueba de cultura democr¨¢tica antes de oler siquiera el Estado de libertades
La sociedad democr¨¢tica se ha renovado por su cuenta y padece menos agudamente el estado de catatonia y desarbolamiento en que vive su propio Estado, a pesar del coma ¨¦tico en que nos deja cada nuevo sabotaje descubierto en un banco, en la c¨²pula de un partido o en las maderas nobles de un se?orial Consejo de Administraci¨®n. La democracia se las ha apa?ado bastante bien en otras esferas, y la cultural es una de ellas. Quiz¨¢ porque algunos se empe?aron desde muy temprano en limpiar el patio de la sobredosis de mentiras que lo pobl¨®.
Unos se mintieron a s¨ª mismos desde el principio, otros se siguieron mintiendo ya adultos, cuando la mentira es cinismo, y unos pocos empezaron lentamente a dejar de hacerlo. Pero fue la ¨¦tica de la democracia, antes y despu¨¦s de 1975, quien empez¨® a hacer limpieza de veras para comprender mejor. El sujeto colectivo de lo primero son los fascistas y falangistas que conquistaron el poder por la v¨ªa de la violencia en 1939; el sujeto impl¨ªcito de lo segundo son contempor¨¢neos nuestros que pilotaron la reconquista ¨¦tica e intelectual del pasado desde la segunda mitad del franquismo. La cultura democr¨¢tica promovi¨® entonces lo mejor que sabe ofrecer: una versi¨®n veraz del engrudo de pistolerismo y chuler¨ªa, irracionalidad y prepotencia, premodernidad y modernidad que dio vida a un proyecto pol¨ªtico y cultural que llamamos falangismo.
Era la pelea m¨¢s dif¨ªcil, pero empez¨® a ganarse en pleno franquismo. Entre abril y mayo de 1969, Jos¨¦-Carlos Mainer era un veintea?ero un tanto desgarbado, de mirada vivaz y flequillo revoltoso, simpat¨ªas subversivas en la izquierda clandestina, profesor de literatura en Barcelona y cr¨ªtico literario en revistas liberales, como ?nsula, donde hablaba de exiliados desconocidos (como Max Aub) y donde habl¨® de fascistas perfectamente conocidos. O eso cre¨ªa todo el mundo.
Todo empez¨®, por tanto, cuando muchos de ellos viv¨ªan todav¨ªa y todo ha acabado cuando ninguno de ellos vive ya. El mejor h¨ªbrido acad¨¦mico de hedonismo y melancol¨ªa, Francisco Rico, ya estaba ah¨ª. Era tambi¨¦n veintea?ero y encarg¨® a Mainer un estudio y antolog¨ªa de los autores que hab¨ªan liderado, difundido y armado la peor pesadilla cultural de la historia de Espa?a. Falange y literatura se public¨® en 1971 en la editorial Labor: o bien nac¨ªa de la vocaci¨®n provocadora de un improbable incauto suicida, o era una desafiante prueba de cultura democr¨¢tica, antes de oler siquiera el Estado democr¨¢tico.
Ah¨ª estaba el blindaje intelectual contra las estulticias difundidas hace una d¨¦cada
Era lo segundo, y hoy es una radiograf¨ªa secreta de la probidad que nos ha hecho due?os en el presente democr¨¢tico del pasado del fascismo espa?ol. Por detr¨¢s de esta nueva Falange y literatura reaparecida hoy, ¡°reescrita en Zaragoza, noviembre de 2012-febrero de 2013¡±, se entretejen los mimbres m¨¢s sagaces y honrados de un modo de entender la actividad intelectual. En el salto desde las 300 p¨¢ginas originarias hasta las 700 actuales, va la medida de otros saltos m¨¢s. Va la voluntad de comprender las razones de una fascinaci¨®n pol¨ªtica e ideol¨®gica, porque sin comprenderla no habr¨ªa modo de deplorarla. La cultura democr¨¢tica lo ha hecho con sus m¨¦todos, no con los de ellos, y sus m¨¦todos son los de la raz¨®n hist¨®rica como herramienta de interpretaci¨®n y los de la raz¨®n ilustrada como tradici¨®n intelectual. Mainer pod¨ªa no saber entonces que ese libro era seminal; hoy ya no tiene m¨¢s remedio porque la ampliaci¨®n actual comporta a la vez el recorrido por ¨¢ngulos libres e incluso heterodoxos de nuestra cultura democr¨¢tica.
Jos¨¦-Carlos Mainer fabric¨® en ese ¨¢mbito el horizonte de expectativas para una democracia que todav¨ªa no exist¨ªa. Dicho de otro modo, anidaba en ese volumen la posibilidad de acudir a las p¨¢ginas de Arriba o de Escorial para leer, con los ojos de los hijos de un proceso democr¨¢tico, las p¨¢ginas sobre est¨¦tica y literatura, sobre arte o sobre el enredo de estar en las nubes, a cargo de Leopoldo Panero o de Luis Rosales, de Angel Mar¨ªa Pascual, de Luis Felipe Vivanco, de Gim¨¦nez Caballero o de Dionisio Ridruejo, todos ellos envenenados de fe fascista y al mismo tiempo de cultura (y eso lo fueron descubriendo muchachos de los a?os 70 que se llamaban Juan Manuel Bonet, Miguel S¨¢nchez-Ostiz o Jos¨¦ Carlos Llop).
Anidaba tambi¨¦n ah¨ª la fantas¨ªa de dar forma entusiasta y lib¨¦rrima al cuadro desacomplejado de la guerra, vista desde la literatura, la ideolog¨ªa y la vida cotidiana; y eso es Las armas y las letras, de Andr¨¦s Trapiello, tanto en su edici¨®n de 1994 como en la muy enriquecida y literalmente fastuosa de hace un par de a?os. Pero era tambi¨¦n el marco que propiciaba que apenas unos a?os m¨¢s tarde otro joven asumiese su propia voluntad de entender a trav¨¦s de uno de los m¨¢s insidiosos protagonistas de aquel falangismo, Rafael S¨¢nchez Mazas. Y Javier Cercas escribi¨® en 2001 unos Soldados de Salamina que descubrieron a las clases medias que llevaban encima un pasado vivido en casa secretamente (y que cada uno de ellos ven¨ªa o bien de un pr¨®fugo criminal o bien de un instante de virtud, y quiz¨¢ de ambas cosas). Quiz¨¢ hasta anidaba la posibilidad de que hoy, y quiz¨¢ pronto, tengamos editadas ya buena parte de las cosas que dej¨® in¨¦ditas uno de los m¨¢s temibles jaraneros y alborotadores de entonces, Javier Pradera, en torno a quien era su suegro, ese mismo Rafael S¨¢nchez Mazas.
Pero en esa Falange y literatura estaba tambi¨¦n el blindaje intelectual contra la estulticia difundida, hace una d¨¦cada, en forma de nostalgias neofranquistas. Las ampar¨® y protegi¨® una derecha revanchista y envalentonada, a caballo de una mayor¨ªa absoluta (no la de hoy, sino la de 2000 con Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar). De todo aquello, tan alarmante entonces, nadie se acuerda ya y ni asoma siquiera en otro libro en torno a las culturas pol¨ªticas del fascismo en la Espa?a de Franco titulado, sin embargo, Falange, en edici¨®n de Miguel ?ngel Ruiz Carnicer. Otro lujo cultural de la probidad democr¨¢tica, donde nuestro fascismo est¨¢ interpretado como la expresi¨®n local, pero victoriosa, de un fen¨®meno casi universalmente derrotado en 1945. Y en ese marco cobran vida cosas que a veces se volatilizan. La cr¨®nica que escribi¨® Jos¨¦ Mar¨ªa Fontana sobre Los catalanes en la guerra de Espa?a nac¨ªa casi, casi como voluntad de r¨¦plica a la huelga de tranv¨ªas de 1951. Por supuesto, para decir que el franquismo tambi¨¦n era catal¨¢n.
Educar a la ciudadan¨ªa en valores democr¨¢ticos ha sido educarnos a leer sin exculpar al fascismo
No ocultar¨¦ que all¨ª anidaba, todav¨ªa, el rumbo profesional de otros muchos j¨®venes; porque buena parte de lo que hemos ido haciendo algunos estaba encriptado ah¨ª, incluidos tanto los juegos peligrosos de Ridruejo como las fragilidades de la reconstrucci¨®n de una ¨¦tica pol¨ªtica moderna y democr¨¢tica, laica y europe¨ªsta entre los muchachos que crecieron leyendo a los fascistas primero, leyendo a los exiliados de los fascistas despu¨¦s y, a veces, leyendo sus imposibles reencuentros. Por eso en este libro est¨¢ tambi¨¦n micrografiada la ruta que ha seguido la voluntad de entender, ya sin el menor af¨¢n ad¨¢nico ni pionero; y es lo que han ido haciendo otros m¨¢s j¨®venes todav¨ªa, como Jordi Amat, Nicol¨¢s Sesma o Juan Marqu¨¦s en sus propias averiguaciones. Encarnan con contundencia las rutas intravenosas que tiene una cultura democr¨¢tica para hacerse m¨¢s fuerte.
Educar a la ciudadan¨ªa en valores democr¨¢ticos ha sido tambi¨¦n educarnos a leer sin el mosquet¨®n mohoso en las manos y sin exculpar de sus intereses de clase y de poder a los ide¨®logos falangistas y al fascismo como tal. Pero tambi¨¦n es reencontrar un heredero imprevisible de Valle-Incl¨¢n en Agust¨ªn de Fox¨¢ y su Madrid, de corte a checa, o es leer un prontuario fascista detr¨¢s de una novela aparentemente blanca, como Rosa Kr¨¹ger, de S¨¢nchez Mazas; o es identificar en Gim¨¦nez Caballero a un delirante fascista de vanguardia casi proscrito desde 1939, pero no por delirante sino por vanguardista. Fascistas lo eran todos.
Jordi Gracia es profesor y ensayista.
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