El pr¨ªncipe pensionista
Carlos de Inglaterra ha cumplido 65. Es heredero de la corona des hace m¨¢s de 61 a?os Pero no se ha limitado a esperar. Ha redefinido discretamente el papel que tendr¨¢ cuando suceda a la reina (algo a lo que no piensa renunciar) y, de paso, ha sacudido los pilares de la instituci¨®n
El jueves pasado, 14 de noviembre, el pr¨ªncipe Carlos de Inglaterra cumpli¨® 65 a?os. Lo celebr¨® ofreciendo una recepci¨®n en Colombo, capital de Sri Lanka, adonde hab¨ªa llegado horas antes para representar a su madre, la reina Isabel II, en la cumbre de la Commonwealth, que se inaugur¨® al d¨ªa siguiente. Es una pura coincidencia que el 65? cumplea?os de Carlos, la edad a la que en Europa occidental la gente suele adquirir el derecho a jubilarse, fuera la primera ocasi¨®n en que el pr¨ªncipe representa a su madre en un acto de la importancia de una cumbre de la Commonwealth, el organismo que m¨¢s simboliza el viejo Imperio Brit¨¢nico.
Es pura coincidencia, pero de una enorme fuerza simb¨®lica. Carlos ha llegado a la edad que muchos identifican con el fin del trabajo, y de hecho va a reclamar su derecho a cobrar pensi¨®n, aunque la destinar¨¢ a una de sus organizaciones ben¨¦ficas. Pero eso no significa que se jubila. Y el hecho de que estuviera en Colombo representando a su madre es la mejor prueba de que su futuro no es la jubilaci¨®n: alg¨²n d¨ªa ocupar¨¢ el trono que Isabel II tanto se resiste a dejar. Que nadie piense que se va a cumplir ese vaticinio populista de que a la muerte de su madre abdicar¨¢ en su hijo Guillermo. Carlos de Inglaterra no lleva tantos a?os esperando el trono para no sentarse en ¨¦l.
Y lleva muchos a?os esperando. M¨¢s que nadie antes. Concretamente, 61 a?os y nueve meses. Carlos ten¨ªa solo tres a?os cuando el 6 de febrero de 1952 falleci¨® su abuelo, el rey Jorge VI, su madre accedi¨® al trono como Isabel II y ¨¦l se convirti¨® en pr¨ªncipe de Gales. Es decir, en heredero de la corona. Antes, Eduardo VII hab¨ªa tenido que esperar 59 a?os para suceder a la reina Victoria en 1901, y Jorge IV esper¨® 57 a?os para suceder a Jorge III en 1820, aunque desde 1811 hab¨ªa sido pr¨ªncipe regente por la enfermedad mental de su padre.
Una espera tan larga ha desatado inevitablemente todo tipo de especulaciones sobre el destino de Carlos e incluso dudas sobre su propio deseo de acceder al trono. Las ¨²ltimas las ha desatado un amplio reportaje sobre el pr¨ªncipe publicado hace unas semanas en Time, la revista estadounidense. La autora, Catherine Mayer, publica comentarios de terceras personas sobre la pesadumbre del pr¨ªncipe por no poder acabar todas las tareas que ha emprendido antes de que llegue ¡°la sombra de la prisi¨®n¡±. ¡°Lejos de tener ganas de asumir la corona, ya est¨¢ sintiendo su peso y preocup¨¢ndose por el impacto que tendr¨¢ en el trabajo que est¨¢ haciendo ahora¡±, contin¨²a Mayer. La periodista cree que la prensa brit¨¢nica ha sacado de contexto la cita al interpretarla como un rechazo a ocupar el trono, cuando en realidad es pesadumbre por tener que dejar de hacer lo que est¨¢ haciendo ahora.
En unos d¨ªas empezar¨¢ a cobrar su pensi¨®n de jubilaci¨®n, que destinar¨¢ a sus organizaciones ben¨¦ficas
En todo caso, el reportaje, realizado durante tres meses y basado en 50 entrevistas con amigos o ayudantes del heredero y en encuentros con el propio pr¨ªncipe, confirma la impresi¨®n de que es un hombre lleno de contradicciones. O con multitud de ¨¢ngulos no siempre f¨¢ciles de conciliar. ¡°Parece un aglomerado de contradicciones, comprometido y sin embargo distante, satisfecho y necesitado, un radical en la cumbre de la escler¨®tica clase dirigente brit¨¢nica, rodeado de gente, pero a menudo profundamente solo¡±.
Ese amasijo de contradicciones tambi¨¦n es subrayado en un art¨ªculo del veterano periodista Jonathan Dimbleby en The Guardian: ¡°Es un individuo complejo, con muchas caras, no siempre a gusto consigo mismo o con el mundo¡±, escribe. ¡°Puede ser ego¨ªsta y err¨¢tico, tiene tendencia a ser a veces irascible e incluso puede perder los papeles. Ha sufrido una tristeza inmensa y su primer matrimonio fue un fracaso. Tiende a creer que es un incomprendido y puede caer en la melancol¨ªa (...). Pero, por otro lado, no es ni banal ni arrogante. Es reflexivo e inteligente, tiene una memoria envidiable y emociones poderosas de la mejor especie. Es cort¨¦s, misericordioso y sensible. Le saltan las l¨¢grimas con facilidad por el sufrimiento humano individual o por una m¨²sica sublime. Disfruta de Shakespeare y lo recita. Se monda de risa con Spike Milligan y Rowan Atkinson. Es muy divertido haciendo imitaciones, sobre todo de pomposos dignatarios extranjeros (...). Nada de eso le hace una persona singular, pero s¨ª le convierte en un ser humano¡±.
Quiz¨¢ lo m¨¢s significativo del art¨ªculo es que el muy poco mon¨¢rquico The Guardian lo publicara en primera p¨¢gina a pesar de que Dimbleby defiende el derecho de Carlos a expresar en p¨²blico sus controvertidas opiniones. Un derecho que muchos le niegan porque consideran que el pr¨ªncipe se aprovecha del impacto que tienen por ser el heredero y cuestionan la neutralidad a la que estar¨¢ obligado cuando se ci?a la corona. Dimbleby cree que Carlos nunca se callar¨¢ y que lo que est¨¢ haciendo es de hecho ¡°redefinir por adelantado el papel que tendr¨¢ cuando suceda a la reina, a la que venera¡±. ¡°Est¨¢ poniendo en marcha una silenciosa revoluci¨®n constitucional¡±, sostiene.
Pero hay algo en Carlos con mayor potencial revolucionario que sus opiniones sobre la arquitectura, sus preocupaciones por el deterioro del medio ambiente, su fobia a la energ¨ªa e¨®lica o sus campa?as por la banda ancha en el mundo rural. Lo m¨¢s revolucionario es que cuando llegue al trono lo har¨¢ como un divorciado que se cas¨® en segundas nupcias con una divorciada. Algo que le cost¨® la corona a su t¨ªo abuelo, Eduardo VIII, el rey que abdic¨® en 1936, menos de 11 meses despu¨¦s de acceder al trono, para casarse con una mujer divorciada.
La abdicaci¨®n de Eduardo VIII llev¨® a la monarqu¨ªa brit¨¢nica a su primera gran crisis del siglo XX. El divorcio de Carlos y Diana de Gales provoc¨® la segunda. Treinta a?os despu¨¦s, los brit¨¢nicos parecen haberse resignado a aceptar la figura de Camila. Gran parte de ellos parecen admitir que Camila no es solo la persona que se interpuso entre Carlos y Diana, sino el verdadero amor del que un d¨ªa est¨¢ llamado a ser rey.
Ha sido un proceso de aceptaci¨®n gradual, sin entusiasmo. El mismo que ha seguido Isabel II. Primero asumi¨® a rega?adientes que su hijo nunca renunciar¨ªa a ella. Luego bendijo su matrimonio, pero mantuvo las distancias: no asisti¨® al casamiento civil, en el Ayuntamiento de Windsor, pero s¨ª al servicio de acci¨®n de gracias en la capilla de San Jorge, en el castillo de Windsor. La reina le dio el espaldarazo definitivo a Camila el a?o pasado, cuando la sent¨® junto a ella en la carroza descubierta en la que cubri¨® el recorrido entre Westminster Hall y el palacio de Buckingham durante las celebraciones por el 60? aniversario de su acceso al trono.
Frente a ellas estaba Carlos, en su papel de eterno heredero. Dentro de unos d¨ªas empezar¨¢ a cobrar su pensi¨®n, para la que cotiz¨® durante sus a?os en la marina y con posteriores aportaciones personales. Pero no le den por jubilado. Nadie se pasa m¨¢s de 60 a?os en la cola para luego cederle la vez a su hijo, por muy popular que sea el pr¨ªncipe Guillermo¡
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