Barcelona: de modelo a marca
Una ciudad no es un mero contenedor de vecinos. Reducirla a una marca supone gobernarla como si fuera una empresa privada y renunciar a la gesti¨®n como instrumento para mejorar la vida de sus habitantes
Aunque a alguien un poco despistado le pueda parecer, desde fuera, un tanto raro que un fil¨®sofo se preocupe por la cuesti¨®n de la ciudad, es, a poco que se piense, la cosa m¨¢s natural de este mundo. De hecho, el celebrado pensador alem¨¢n Peter Sloterdijk tiene escrito en su libro Esferas IIlo siguiente: ¡°Es un hecho completamente decisivo y nunca apreciado en toda su importancia el que todas las grandes culturas sean culturas de ciudad. El ser humano superior de la segunda era y es un animal constructor de ciudades¡±.
Son afirmaciones ciertamente rotundas, casi solemnes, que nos invitan a reflexionar con un poco de detenimiento en este asunto. Si Sloterdijk le concede tanta importancia a la ciudad es porque es capaz de verla en toda su importancia, en toda su trascendencia. Una ciudad no es un poblado, ni un asentamiento, ni un campamento a la orilla de un r¨ªo o cerca del mar. Y si a alguien este lenguaje le sonara un tanto primitivo o arcaico, podr¨ªamos plantear lo mismo de forma algo m¨¢s elaborada: una ciudad no es un mero espacio com¨²n, creado para compartir servicios y recursos. En definitiva, una ciudad no es ¡ªporque dejar¨ªa de ser ciudad¡ª un mero contenedor de vecinos.
Las ciudades son el lugar en el que se expresa, en el que se materializa, la voluntad de los individuos de vivir juntos. El lugar donde se hace real eso que solemos llamar sociedad (hasta el punto de que bien podr¨ªa decirse que la ciudad es la sociedad que tenemos m¨¢s a mano) y que, sin la visibilizaci¨®n que proporciona lo urbano, alguien podr¨ªa considerar que no deja de ser una mera abstracci¨®n. La ciudad es, pues, un espacio de convivencia de muchas personas, con todo lo que ello comporta.
Para que la ciudad no se desangre, hay que mantener un delicado equilibrio entre los intereses de todos
?Y que comporta, por cierto? Tal vez una de las cosas m¨¢s importantes sea que, por formularlo con un lenguaje coloquial, en la ciudad no cabe ir por libre. Porque ella constituye el espacio de la interacci¨®n, de la interactuaci¨®n de muchos, y para que ello no sea ocasi¨®n de permanentes conflictos y tensiones, esto es, para que el tejido ciudadano no se desgarre y la ciudad no se desangre, hace falta mantener un delicado equilibrio entre los intereses de todos.
As¨ª, cuando, pongamos por caso, un poder municipal decide arrasar lo que era una plaza, utilizada por los ancianos y los ni?os de la zona como modesto pulm¨®n y lugar de encuentro, para reconvertirla en aparcamiento al servicio de los usuarios de veh¨ªculos, est¨¢ alterando violentamente el ecosistema del barrio. Cuando alg¨²n responsable pol¨ªtico decide aprovechar el derribo de antiguos bloques de viviendas para abrir una gran avenida que ¡°facilite el tr¨¢fico rodado¡± muy probablemente est¨¢ partiendo en dos un barrio y, por tanto, dificultando el contacto entre personas que hasta el momento coincid¨ªan con f¨¢cil naturalidad (?alguien ha pensado alguna vez en la profunda y dolorosa sensaci¨®n de impotencia que tienen todos esos ancianos que, por m¨¢s que se apuren, no les alcanzan las fuerzas para atravesar a pie una gran avenida en el tiempo que les concede el sem¨¢foro para peatones?).
El delicado equilibrio que caracteriza a la ciudad es el que caracteriza a un organismo vivo. No es, por tanto, un equilibrio est¨¢tico (en el que el valor supremo fuera intentar mantenerlo todo como estaba en un supuesto momento ¨®ptimo del pasado, defendi¨¦ndolo de las agresiones de lo nuevo que no deja de irrumpir), sino un equilibrio din¨¢mico (en el que los elementos por armonizar son los intereses de m¨²ltiples vecinos que, como seres humanos, no dejan de cambiar, como la vida misma, porque nacen y mueren, y a lo largo de sus existencias van teniendo variables necesidades).
El mercado no es capaz de hacer ciudades, como a algunos neoliberales les gustar¨ªa poder pensar
En ese sentido, podr¨ªamos a?adir, la ciudad no es solo la materializaci¨®n de la sociedad, sino tambi¨¦n de la historia, porque en pocos lugares se hacen m¨¢s visibles las transformaciones que lleva a cabo el paso del tiempo sobre todos nosotros que en el paisaje urbano. O podr¨ªamos cambiar de met¨¢fora (para referirnos a la ciudad) y sustituir la del organismo vivo por la de caja resonancia. Siempre que dej¨¢ramos claro que se trata de una caja de resonancia de extraordinaria precisi¨®n, en la que resuenan de inmediato, para bien y para mal cualesquiera cambios que se produzcan.
Pero si estos rasgos convierten en extremadamente atractiva la vida en la ciudad, tambi¨¦n hacen complicado en gran medida su gobierno. No es cierto el t¨®pico, que tanta difusi¨®n obtuvo hace unas d¨¦cadas, seg¨²n el cual en cuanto una ciudad alcanza un determinado tama?o inexorablemente esta circunstancia convierte a sus habitantes en mero n¨²mero, aplastados por el peso de la muchedumbre, condenados a la irrelevancia del anonimato. Disponemos de muchos contraejemplos que nos muestran que incluso las mayores megal¨®polis (pienso en la propia Nueva York, representada como paradigma de lo impersonal durante d¨¦cadas) pueden transformarse y regenerar su vida vecinal. Como tampoco es una fatalidad o una condena del destino que las ciudades atractivas para el turismo deban degradar a los vecinos a la condici¨®n de meros extras de un parque tem¨¢tico urbano o, peor a¨²n, a la de encargados del mantenimiento de la representaci¨®n.
Todo lo anterior no tiene nada de ret¨®rica (ni menos de filosof¨ªa, aunque lo est¨¦ planteando un fil¨®sofo). No es ret¨®rica, sino pol¨ªtica. Porque de la tesis anterior, seg¨²n la cual la ciudad es el lugar donde se materializa nuestra voluntad de vivir juntos, se desprende, de manera inexorable, la tesis de que es el lugar donde de manera m¨¢s afinada se pueden pulsar los intereses y los deseos de los ciudadanos. De ambas tesis se desprenden a su vez consecuencias pol¨ªticas ¡ªnada menores, por cierto¡ª tanto en positivo como en negativo. En negativo, la tesis de que el mercado no es capaz de hacer ciudades, como a algunos de nuestros m¨¢s audaces neoliberales les gustar¨ªa poder pensar. En positivo, la de que los mecanismos de poder en manos de los Gobiernos de las ciudades pueden constituir formidables mecanismos de redistribuci¨®n. Quiz¨¢ los m¨¢s eficaces en este momento.
El poder en manos del gobierno local puede convertirse en un formidable mecanismo de redistribuci¨®n
Pensemos, por referirme al caso que mejor conozco, en la distancia que separa la cada vez m¨¢s frecuente expresi¨®n ¡°marca Barcelona¡±, muy cara al actual equipo de Gobierno (de CiU) de la ciudad, de aquella otra expresi¨®n, que tanta fortuna hizo en su momento, ¡°modelo Barcelona¡±. Me inquietar¨ªa profundamente que estuvi¨¦ramos asistiendo, si se me permite la expresi¨®n, a la privatizaci¨®n de la ciudad. No tanto porque se estuviera poniendo a la venta ¡ªcosa imposible por definici¨®n¡ª como porque se estuviera concibiendo su Gobierno y su gesti¨®n en t¨¦rminos de empresa privada: rentable, eficiente, competitiva..., en vez de como un poderoso instrumento para la mejora de la vida de los vecinos.
Tal vez alguien pueda pensar que exagero en mi suspicacia, que soy hipersensible ante actitudes y medidas que solo tienen un car¨¢cter t¨¦cnico, sin la menor carga ideol¨®gica o pol¨ªtica. No niego ni mi hipersensibilidad hacia seg¨²n qu¨¦ asuntos ni mi severa desconfianza hacia seg¨²n qu¨¦ gestores de la cosa p¨²blica. Pero, qu¨¦ quieren que les diga (y solo a t¨ªtulo de ejemplo, mera par¨¢frasis de las palabras de un siniestro), cada vez que escucho o leo la palabra ¡°externalizaci¨®n¡± me llevo la mano a la pistola.
Barcelona no es solo la capital de Catalu?a: es la imagen viva de otra Catalu?a, distinta a la Catalu?a prefabricada, uniformista y uniformada que nos quieren persuadir por tierra, mar y aire que es la Catalu?a real, tal vez porque los encargados de la persuasi¨®n nunca han terminado de distinguir bien entre real y oficial. Mejor lo digo con estas otras palabras: pol¨ªtica municipal es ¡ªmal que les pese a los meros gestores¡ª pol¨ªtica con may¨²scula.
Manuel Cruz es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa Contempor¨¢nea en la Universidad de Barcelona. Autor del libro Fil¨®sofo de guardia (RBA).
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