Montera
No hace falta interrogarlas, ni preguntar por sus condiciones de vida o si les excita cada tipo que se les acerca. Est¨¢ todo en su cara
Hay 343 intelectuales franceses que han firmado un manifiesto exigiendo que no se les quite el derecho a ir de putas, como pretende un proyecto de ley que fue presentado a discusi¨®n hace poco en el Parlamento.
Tengo que reconocer que no soy un gran experto en la materia, pero que las lecturas me llevan a considerar que el asunto tiene m¨¢s esquinas de lo que parece. Porque el manifiesto hace una reclamaci¨®n a la libertad de quien compra los servicios y quien los paga. En eso de las discusiones sobre la libertad, los franceses, hay que admitirlo, son aut¨¦nticos maestros. Y yo me siento tan poco libre en relaci¨®n con lo de las putas, que tengo la pulsi¨®n de pedirle permiso a mi mujer para hacerlo.
Lo primero que se me pasa por la cabeza al darle vueltas al espinoso tema es que los hombres no estamos especialmente cualificados para verlo en toda su complejidad, es decir, en que afecta tambi¨¦n a las mujeres (o sea, que tampoco es tan complejo), y me siento como si fuera un presidente de una empresa de limpieza decidiendo si puedo o no contratar trabajadores por un precio rid¨ªculo a cambio de hacer una faena que no quisiera para m¨ª ni harto de vino. Los hombres, realmente, no podemos ser feministas de verdad, como los empresarios no pueden ser sindicalistas de verdad.
Hay una manera f¨¢cil para tener una opini¨®n al respecto. Basta con ir a la calle de la Montera en Madrid (en cada sitio hay lugares as¨ª), y ver a las se?oras que esperan que alg¨²n intelectual franc¨¦s se les acerque para comprarles alg¨²n desahogo. No hace falta interrogarlas, ni preguntar por sus condiciones de vida o si les excita cada tipo que se les acerca. Est¨¢ todo en su cara.
No s¨¦ qu¨¦ pensar sobre la prostituci¨®n. Pero en Montera las putas no se divierten. Est¨¢ en su cara.
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