El renacimiento de la torre maldita
El nombre de Torre Ponte seguramente no le dir¨¢ nada pero es, para todo hijo de Johannesburgo, una referencia; poco menos que un objeto de deseo con cierta leyenda negra que, si cabe, la hace m¨¢s irresistible. Tranquilic¨¦monos: no hay nada oscuro en este edificio, icono de la capital econ¨®mica de Sud¨¢frica, s¨®lo que la brutal historia de este pa¨ªs la hizo maldita durante un tiempo. Y le cuesta quitarse esa etiqueta.
Vayamos por partes. La presentaci¨®n f¨ªsica de la emblem¨¢tica torre empieza por su altura, 173 metros, 54 plantas, de forma cil¨ªndrica y hueca en su interior, coronada con un anuncio luminoso. Parece poco pero para los vecinos de toda la vida de Johannesburgo lleva casi 40 a?os configurando el perfil de su ciudad.
Ponte, en el centro, preside la noche de Johannesburgo. A la derechala torre de telecomunicaciones de Hillbrow Kutlwano Moagi
Es el edificio residencial m¨¢s alto y puede presumir de tener una de las mejores e impactantes vistas de Johannesburgo. Sobre todo de noche. Cuando se inaugur¨® en 1975 la intenci¨®n era en convertirlo en un bloque de apartamentos de lujo pero la vida, a veces, no siempre sale como se planea.
Para m¨¢s se?as, Ponte est¨¢ en el barrio de Hillbrow, otra v¨ªctima colateral de la injusticia del apartheid. Ya se sabe, la historia reciente de Sud¨¢frica se resume en apartheid o Mandela.
El r¨¦gimen de Pretoria preserv¨® Hillbrow como barrio de blancos a trav¨¦s de la leyes de segregaci¨®n territorial que limitaban en qu¨¦ zonas pod¨ªan residir los no-blancos, aunque se permiti¨® la entrada a negros. Entre la d¨¦cada de los 70 y 80 fue un polo de atracci¨®n de los europeos que ven¨ªan a trabajar a Johannesburgo, y Hillbrow se convirti¨® en una zona mixta, culturalmente viva y socialmente libre del cors¨¦ del puritanismo. reinante.
Johan y Andre se trasladaron al liberal Hillbrow a principios de los 80, atra¨ªdos porque all¨ª a nadie le importaba su orientaci¨®n sexual y poco despu¨¦s alquilaron un piso en Ponte. ¡°Aquello era brutal. Fue una buena ¨¦poca¡±, recuerda Johan. Hasta que el barrio se llen¨® de ¡°mala gente y delincuentes¡± y la torre dej¨® de ser, de pronto, el para¨ªso terrenal para descender a los infiernos.
La pareja se fue al mismo tiempo que el apartheid languidec¨ªa y permiti¨® libertad para escoger el barrio. Cambio la demograf¨ªa. De blanco bienestante a negro pobre. Esa historia se repite en otros c¨¦ntricos barrios, como Berea, Yeoville o Troyeville, ahora poblados de migrantes africanos llegados a Johannesburgo en un intento de ganarse mejor la vida y sin rastro de sus viejos vecinos blancos.
Puertas de Ponte, una idea del artista brit¨¢nico Patrick Warehouse y del fot¨®grafosudafricano Mikhael Subotzy, con la que ganaron un premio del Rencontres d'Arles, en 2011
A partir de los 90, Hillbrow y Ponte pasaron a ser un centro de delincuencia, de drogas, de lucha entre bandas. Nadie que pudiera costearse una vivienda lejos de ah¨ª quer¨ªa quedarse. Fin de una era. En 2010, la pel¨ªcula sudafricana Jerusalema (2010) retrat¨® el ambiente de bajos fondos del barrio y aliment¨® si cabe a¨²n m¨¢s la mala imagen que arrastra. Sin embargo, un paseo matutino por sus calles y sus mercados callejeros es aconsejable para cualquier viajero. El ¨²nico consejo ¨²til es el sentido com¨²n que se aplica para ir por el mundo: sin miedo, con precauci¨®n y mucha curiosidad.
En el 2001, una inmobiliaria compr¨® la torre y a partir de ah¨ª empieza un largu¨ªsimo proceso de limpieza y dignificaci¨®n que a¨²n dura. El ave F¨¦nix renace de sus propias cenizas. Los trabajos sirvieron para recuperar la idea de los pisos lujosos pero a menor escala y sin tantas pretensiones como en el proyecto original. As¨ª, en las plantas m¨¢s altas se construyeron seis ¨¢ticos con espacios di¨¢fanos que enfatizan a¨²n m¨¢s las vistas al exterior. En el resto, los pisos son m¨¢s peque?os. En total, el submundo de Ponte acoge a unos 3.000 vecinos.
Puerta de torno para acceder a Ponte. V¨¦ase las puntas cortantes de la puerta superior. Hay fronterasm¨¢s permeables. Marta Rodr¨ªguez
No es nada f¨¢cil gestionar una ciudad en altura. La actual propietaria de la torre est¨¢ obsesionada en que se convierta en una ratonera peligrosa, esconda burdeles y vuelva a ser un foco de mala vida, por as¨ª decirlo. En el imaginario popular de Johannesburgo, para muchos, Ponte contin¨²a siendo sin¨®nimo de decadencia y delincuencia pero los que la habitan son b¨¢sicamente clase trabajadora. Pero muchos de los que as¨ª la califican se pirran por entrar en uno de los seis ascensores que llevan hasta lo m¨¢s alto para tener la ciudad a sus pies.
En la entrada hay seguridad permanente y unas puertas de torno. Los residentes pasan cada vez que entran un control con su huella dactilar y los visitantes, como si se tratara de una rep¨²blica independiente dentro de Johannesburgo, tienen la obligaci¨®n de dejar al guarda su pasaporte. El protocolo incluye que el anfitri¨®n los espere en la frontera-puerta. Si se pasa la noche en uno de los pisos, se paga una tasa de pernoctaci¨®n, explican que para evitar que se ejerza la prostituci¨®n. No hay oportunidad de colarse ni por el aparcamiento porque tambi¨¦n cuenta con 24 horas de vigilancia que registra a todos los veh¨ªculos autorizados. En los p¨¢rkings viven los vigilantes con sus familias en mini pisos y tienden su ropa entre los coches. Digno de ver.
El edificio es un reflejo social de lo que es Sud¨¢frica hoy en d¨ªa. En las plantas m¨¢s bajas residen ciudadanos negros, muchos con pasaporte de Zimbabue, en alguno de los 400 pisos peque?os, a menudo sobreocupados para los par¨¢metros occidentales. Mientras que en las cuatro ¨²ltimas, cual c¨²spide de la pir¨¢mide social, se ha instalado mayoritariamente una minor¨ªa de blancos, j¨®venes y profesionales liberales que han superado el miedo de vivir en Hillbrow y Ponte. Hay que decir que un apartamento espacioso y de dise?o tiene precios m¨¢s asequibles que las casas de los suburbios del norte.
Precisamente, en esta segunda oportunidad de la torre tiene mucho que ver lel empe?o de un par de j¨®venes que viven en el ¨¢tico, Nickolaus Bauer y Michal Luptak. En octubre de 2012 constituyeron Dlala Nje (Simplemente Juega, en zul¨²), una organizaci¨®n s¨ªn ¨¢nimo de lucro con sede en los bajos del edificio que se autodefine como "el imperio de juegos y cultura en Hillbrow y Ponte".
La asociaci¨®n es el centro neur¨¢lgico para los 800 ni?os que viven en Ponte, explica Bauer, porque aqu¨ª encuentran desde talleres de m¨²sica hasta un lugar para hacer los deberes escolares, o un espacio en el que celebrar fiestas tradicionales. Los de Dlala Nje han creado una sala de estudios, otra de juegos y hasta han reabierto la piscina que hace mas llevadera la vida en un barrio carente de servicios p¨²blicos.
En la Navidad de 2012, un Papa Noel at¨ªpico a los c¨¢nones occidentales hizo
las delicias de los ni?os vecinos de Ponte. Este a?o repiten. Dlala Nje
Adem¨¢s, la asociaci¨®n est¨¢ decidida a romper prejuicios y mitos que persisten contra el edificio, Hillbrow y el viejo centro de Johannesburgo. Los s¨¢bados por la ma?ana organizan paseos por el barrio y una visita al interior de Ponte, que como Sud¨¢frica, tras una historia de dureza se empecina en renacer sin la etiqueta de torre maldita.
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