¡°Artur Mas¡±, ¡°Dur¨¢n¡± y ¡°Lleida¡±
El Estado no ha sabido asumir y favorecer el conocimiento de la pluralidad de lenguas que se hablan en Espa?a, y con frecuencia se mete la pata. Y, por ejemplo, se pronuncian como llanas palabras que son agudas.
Viajeros reci¨¦n llegados de la comunidad me cuentan que son no pocos quienes all¨ª han encontrado un nuevo argumento a favor de la independencia de Catalu?a: que fuera de ella es asidua la pronunciaci¨®n como palabra llana (?rtur), cuando de hecho es aguda, del nombre de pila del presidente Mas. Llana, digo, parox¨ªtona, o m¨¢s bien grave, si en efecto se tratara de un ejemplo de la agresi¨®n que desde hace seis siglos se dice ejercida contra la antigua lengua propia de la regi¨®n. Lo entiendo. El acento es la peque?a diferencia de intensidad espiratoria que distingue una s¨ªlaba de las restantes de la palabra. Y toda la cuesti¨®n del secesionismo catal¨¢n es tambi¨¦n mero flatus vocis,sin m¨¢s pasado ni porvenir reales que un soplo de aire o una ligera elevaci¨®n del tono.
Como sea, varias razones explican, que no justifican, la segura ofensa que es decir ?rtur: unas internas (todos los Jos¨¦ que conozco responden por J¨®se), otras externas (la contaminaci¨®n con el ingl¨¦s) y ambas nacidas de la ignorancia. Evoquemos ya el principio, dictado por el seny m¨¢s primario, de que no se deben confundir la ortograf¨ªa de una lengua y la prosodia de otra, ni calcar en una las de otra. El ejemplo por excelencia de los atentados contra tal precepto se oye a cada paso en los medios, en casos como ¡°Nieva en Lleida y llovizna en Barcelona¡±, donde Lleida se profiere en catal¨¢n pero Barcelona en castellano, porque la graf¨ªa coincide en las dos lenguas. La culpa del absurdo radica en la legislaci¨®n que impone como ¨²nica forma oficial de los top¨®nimos espa?oles la que les corresponde en la lengua de procedencia. Pero las formas oficiales son para textos que no se dicen sino se escriben, y en el uso normal es grotesco mezclarlas con las que tienen versi¨®n castellana tradicional.
Cuando la onom¨¢stica catalana no la tiene es otro cantar, y con diversas tonadas, dialectales o no. Para insinuarlas, personalmente partir¨ªa del recuerdo de algunos queridos amigos m¨ªos: los hermanos Joan (o Juan) Ferrat¨¦ y Gabriel Ferrater, seg¨²n se firmaban, y el poeta Miguel Barcel¨®, a quien nunca o¨ª emplear en Barcelona su mallorqu¨ªn natal sino la modalidad del ¡°Cap i casal¡±; o el fino clasicista Miquel Dol?/Miguel Dols y el magn¨ªfico Juan Corominas unas veces y otras Joan Coromines. Pero a ese prop¨®sito Mart¨ªn de Riquer ya dio hace cuarenta a?os unas orientaciones impecables, en las que se cuida mucho de proponer, cuando se habla en castellano, una reproducci¨®n exacta de todas las articulaciones catalanas y aconseja m¨¢s bien una prudente acomodaci¨®n a la lengua de destino. El dictamen del inolvidable maestro es v¨¢lido y se practica pac¨ªficamente en otros ¨¢mbitos.
No se deben confundir la ortograf¨ªa de una lengua y la prosodia de otra, ni calcar en una las de otra
En las noticias de la radio, oigo cada vez m¨¢s a menudo no s¨®lo ?rtur Mas (en efecto), Villep¨ªn, Bergoglio o Gu¨®gner, sino Carm¨ªna (Burana) e incluso Car¨ªtas, dichos tal cual insin¨²a mi transcripci¨®n o con la fantas¨ªa de Paolo Poli y Mafalda: que Freud ¡°se escribe Froid pero se pronuncia Fru¨¢¡±. Suspenso y sobrecogido por la repugnancia, me pregunto si adem¨¢s de rebuznar la suya propia y no poder manejarse en alguna otra, los maltratadores en cuesti¨®n tampoco han recibido nociones de c¨®mo pronunciar las lenguas cl¨¢sicas y los grandes idiomas modernos. En una novela de Agatha Christie la asesina se delata por confundir el juicio de Paris con las modas de Par¨ªs.
Cierto que no es cosa de pedir goller¨ªas. A la onom¨¢stica inglesa, omnipresente, ¨¦chale un galgo. Ni los brit¨¢nicos m¨¢s cultos saben con certeza c¨®mo se pronuncian los apellidos de algunos de los oscuros autores amados por Javier Mar¨ªas, un Gawsworth o un Ewart. Ni con esos ni con otros infinitos cabe aspirar a la perfecci¨®n, ni aun ella es deseable. Los nombres que no tienen ya aclimatada una forma espa?ola (Londres o Florencia, pongamos) no pueden ni deben proferirse religiosamente como hoy suenan en la lengua de origen.
Al pelmazo que llega de L¨¦panto, nos ratifica que H¨¢idega fue nazi o canta la belleza de Eiva Gardner hay que afearle su conducta y aclararle que cuando uno se expresa en castellano dice Lep¨¢nto, J¨¢ideguer y Ava G¨¢rner. Porque una norma no escrita (y sin reglamento tajante) establece que los nombres propios como ¨¦sos no se enuncian seg¨²n lo hacen los nativos ni a la manera de nuestros r¨²sticos, sino en una liberal equidistancia entre ambos extremos: con la discreta adaptaci¨®n de la fon¨¦tica y la graf¨ªa a los h¨¢bitos hispanos que practican las personas mejor educadas. Y, desde luego, sin dudas por escrito para asignarles una tilde a M¨ªchigan, ?msterdam o W¨¢shington.
Volviendo a la pen¨ªnsula: en eusquera, en general, el acento no tiene relevancia sem¨¢ntica ni representaci¨®n en la escritura, mientras en castellano la tilde es necesaria para la onom¨¢stica de ra¨ªz vasca. No tendr¨ªa sentido escribir ni decir, por ejemplo, Jaur¨¦gi, para el apellido que en eusquera suena a esdr¨²julo (aunque a llano cuando es nombre com¨²n), ni Arzalluz, que resultar¨ªa Arzall¨²z, ni Yndurain. No existe un alfabeto espa?ol y otro vasco: en ambas lenguas, como en la mayor¨ªa, se utiliza el mismo, el latino, pero distribuyendo de distinto modo las equivalencias fon¨¦ticas. Por mucho respaldo legal que tenga, poner en castellano Gernika es un disparate, porque la g s¨®lo funciona como guedentro del sistema coherente que forma un texto en eusquera. Eso es copiar un dibujo, como lo har¨ªa un p¨¢rvulo. A nadie se le ocurre reproducir §¯§Ñ§Ò§à§Ü§à§Ó (Nab¨®kov) con H porque la hache may¨²scula se parezca a la ene cir¨ªlica.
Cada uno es due?o de hacer de su apellido un sayo y puede decidir entre ¡®Lopez¡¯ y ¡®L¨®pez¡¯
En catal¨¢n, a grandes rasgos, la acentuaci¨®n gr¨¢fica coincide con la del castellano o la indica con nitidez. Que Artur, como Pujol o Maragall, son voces ox¨ªtonas lo dice de suyo la ausencia de tilde. Con el acento grave (`) o agudo (?) el catal¨¢n marca matices fon¨¦ticos que no se conservan en castellano, de modo que no hay que incurrir en el fetichismo del dibujo: escr¨ªbase tranquilamente Vall¨¦s (y no Vall¨¨s) o Dom¨¦nec. Cumple asimismo omitir la tilde innecesaria, como en Tapies (T¨¤pies), o suplirla, did¨¢ctica y diacr¨ªticamente, como en Sanlleh? o Fel¨ªu (y hasta adaptarla en T¨¢pies, si se quiere mantener el tris¨ªlabo, a par de ¨¢reas). Cuando la graf¨ªa catalana no postule una prosodia con las reglas de la castellana pero concuerde la pronunciaci¨®n, no se vacilar¨¢ en escribir Dur¨¢n o Beltr¨¢n, como por otra parte es frecuente en el Principado. Porque cada uno es due?o de hacer de su apellido un sayo y tiene derecho a decidir entre Lopez y L¨®pez, o s¨¦ase, a qu¨¦ lengua pertenece el suyo.
Con tener presentes y divulgar ¨¦sos y otros pocos datos y criterios elementales se sortear¨ªa sin m¨¢s el rid¨ªculo de ?rtur (que bastante le aguarda al presidente por otros motivos). Obviamente, no se tratar¨ªa de fijar unas normas y publicarlas en el BOE, sino de que los autores catalanes, en particular los m¨¢s le¨ªdos, un Mendoza, un Cercas o un Vila Matas, las ensayaran individualmente cuando escriben en castellano. Como quer¨ªan los humanistas, el buen uso lo implanta ¨²nicamente la autoridad de los mejores.
No s¨¦ si en las escuelas se presta la atenci¨®n adecuada a las lenguas de todas las naciones que conviven en cada una de las regiones espa?olas. Es di¨¢fano en cambio que el estado no ha sabido asumir y favorecer su conocimiento. Ser¨ªa un desprop¨®sito que un parlamento no privilegiara el empleo del idioma com¨²n. Pero esa evidencia utilitaria no quita que haya muchos otros caminos para promover nuestra multiplicidad ling¨¹¨ªstica. Sensatamente apuntaba Albert Branchadell que en las monedas, los sellos de correos o los discursos regios se echa en falta la presencia, o una presencia mayor, del catal¨¢n, el eusquera, el gallego. Entre tantas posibles, a?ado una sola propuesta: que en todas las comunidades se creen aulas biling¨¹es para los alumnos que por su nacimiento, expectativas o meras ganas de saber quieran frecuentarlas. Mas mucho me temo que Mas rechazar¨ªa la idea.
Francisco Rico, fil¨®logo e historiador, es miembro del Institut de France, la Accademia dei Lincei y la British Academy.
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