O corrupci¨®n o democracia
Reforzar el sistema de libertades y sus pesos y contrapesos es la salida a los desmanes
Con indudable lucidez, el fil¨®sofo burgu¨¦s y posmaterialista del 68 franc¨¦s, luego convertido en palad¨ªn de la causa sarkozysta, Andr¨¦ Glucksmann, se?al¨® que si el combate en el siglo XX hab¨ªa sido entre democracia y totalitarismo, en el siglo XXI el antagonismo es entre democracia y corrupci¨®n. Algo hay de exageraci¨®n en esta aseveraci¨®n, sobre todo en el actual contexto de aguda crisis econ¨®mica, donde la jerarqu¨ªa de inquietudes sociales pasa ante todo por llegar a fin de mes u obtener un empleo. Sin embargo, tambi¨¦n algo hay de raz¨®n en todo ello, adem¨¢s de que corrupci¨®n y crisis econ¨®mica van de la mano.
Veamos. La corrupci¨®n no es el problema de unos cuantos pol¨ªticos o funcionarios codiciosos que, no contentos con meter la pata tambi¨¦n meten la mano. Bien al contrario, ataca directamente los fundamentos que rigen la convivencia social, contraviene sus reglas ¨¦ticas y jur¨ªdicas y, en muchos casos, llega a poner en peligro la supervivencia del sistema democr¨¢tico porque genera una sensaci¨®n insufrible de que la pol¨ªtica es el arte del enga?o, de servir al inter¨¦s particular, de adular a los poderosos y extorsionar a los que no lo son tanto. Esta percepci¨®n, exacerbada a causa de los estragos de la gran depresi¨®n, ha sublimado la irritaci¨®n colectiva en forma de invectivas contra la pol¨ªtica y contra el sistema democr¨¢tico. Con todo, una serie estad¨ªstica de encuestas del CIS de la ¨²ltima d¨¦cada demuestra el tr¨¢nsito de la condescendencia, resignaci¨®n o incluso fatalismo sociol¨®gico hacia la intransigencia actual.
Claro est¨¢ que, durante a?os, la inhibici¨®n se vio favorecida por la inmadurez democr¨¢tica del posfranquismo, y por una p¨¦sima gesti¨®n de la memoria hist¨®rica durante la Transici¨®n, que engendr¨® una generaci¨®n de ciudadanos acr¨ªticos con la mentira y la depravaci¨®n. Quiz¨¢s por ello, Luther King dec¨ªa que no tem¨ªa el grito de los corruptos, sino el silencio de los honestos. El problema est¨¢ en c¨®mo se canaliza tanta irritaci¨®n. En Italia, semejante sensaci¨®n de asqueo, provocada en torno a la llamada Tangent¨®polis, deriv¨® en la desaparici¨®n por implosi¨®n del sistema cl¨¢sico de partidos y la aparici¨®n del berlusconismo, la pujanza de la Liga Norte y la demagogia, el populismo y nihilismo de Beppe Grillo. No se sabe qu¨¦ es peor.
Aqu¨ª no dimite nadie,
e incluso parece que algunos tribunales dilatan los procesos
Por lo pronto, la historia demuestra, desde Ad¨¢n y Eva, pasando por el antiguo Egipto, las Tablas de la Ley y el C¨®digo de Hammurabi o la Reforma protestante, la persistencia de un fen¨®meno consustancial a la condici¨®n humana. Adem¨¢s de que se trata de una cuesti¨®n compleja, que presenta muchas aristas y se halla presente en todos los pa¨ªses. No hay, pues, un determinismo geogr¨¢fico que separa un norte industrioso y honesto, y un sur indolente y p¨ªcaro. La moral protestante que encumbr¨® el capitalismo, a decir de Max Weber, quiz¨¢s ha proporcionado algunos valores de laboriosidad, ahorro y honradez ajenos al universo cat¨®lico, donde impera la indulgencia y el perd¨®n de los pecados. Pero lo cierto es que los datos revelan que hay corrupci¨®n y ¡°mordida¡± en Reino Unido (bribe o kickback), en Alemania (schmieren), por poner algunos ejemplos. La diferencia, eso s¨ª, est¨¢ en el rigor sancionador, en una transparencia que llega hasta el ¨²ltimo tique de caja, y en los controles p¨²blicos. Pero tambi¨¦n en la actitud de los implicados: no se olvide que todo un expresidente alem¨¢n dimiti¨® y est¨¢ siendo juzgado por prevalerse de su cargo para recibir un trato de favor; que una ministra, tambi¨¦n teutona, dimiti¨® por plagiar su tesis doctoral y que un ministro brit¨¢nico ces¨® por endosar falsamente una multa de tr¨¢fico a su esposa. Por el contrario, aqu¨ª no solo no dimite nadie, sino que incluso parece que los tribunales, en muchos casos, se dedican a dilatar los procesos y a exonerar los m¨¢s grotescos casos.
Ahora bien, si queremos minimizar la corrupci¨®n, primero hay que conocer sus causas, nada espont¨¢neas. La primera de ellas, las circunstancias que envuelven la moderna pol¨ªtica, secuestrada por la partitocracia, cada vez m¨¢s competitiva y onerosa, y que deja de lado el inter¨¦s general en pro de una concepci¨®n patrimonial del poder. Pero tambi¨¦n el neoliberalismo econ¨®mico rampante, que aseguraba que la excesiva regulaci¨®n atenazaba el mercado y que la avidez de unos pocos es buena si, al mismo tiempo, supone una palanca de progreso material para muchos. Y aquellos polvos nos trajeron estos lodos. Ahora afloran los excesos de la exuberancia irracional de los a?os de vino y rosas, con el rostro de los B¨¢rcenas, Millet o Fabra de turno.
En segundo lugar, hay que saber cu¨¢l es la dimensi¨®n real del fen¨®meno. ?Se compadece la notoriedad medi¨¢tica de algunos episodios con la realidad de la corrupci¨®n? Transparencia Internacional acaba de situar a Espa?a en el lugar 40? del ranking de Estados corruptos, 10 puestos m¨¢s atr¨¢s que hace un a?o, justo por detr¨¢s de Brunei y delante de Cabo Verde. Y en la mitad inferior de los pa¨ªses de la UE, por debajo de Chipre y Portugal. No obstante, los datos objetivos apuntan que la corrupci¨®n percibida con las televisivas idas y venidas de los juzgados es mayor que la real. La Memoria de la fiscal¨ªa del a?o pasado revelaba que eran 800 los pol¨ªticos imputados por delitos relacionados con el ejercicio de su cargo, de los cuales, se estima, acabar¨¢n acusados unos 500, lo cual, sobre un total de 70.000 cargos p¨²blicos, supone una tasa del 0,7%.
La corrupci¨®n percibida es mayor que la real:
los pol¨ªticos que
acabar¨¢n acusados
son el 0,7% del total
Adem¨¢s, en nuestro caso, la corrupci¨®n es eminentemente pol¨ªtica, y no administrativa. La relaci¨®n funcionario-pol¨ªtico es de 10 a 1, a diferencia de los pa¨ªses hipercorruptos, aut¨¦nticas cleptocracias, donde lo inaudito es toparse con un funcionario honesto. La mayor¨ªa de supuestos est¨¢n vinculados a la pol¨ªtica local, donde el urbanismo, especialmente en la costa, y el grado de discrecionalidad que la ley permite a los alcaldes, han llevado consigo algunos casos poco edificantes. En cuanto al coste de la corrupci¨®n se refiere, hay mucho debate. Recientemente, un instituto dependiente de la Universidad de Las Palmas lo cifraba en 40.000 millones de euros, id¨¦ntica cantidad que el rescate bancario europeo o el incremento de gasto presupuestado por Rajoy para 2014. En esta estimaci¨®n se tiene en cuenta desde la reducci¨®n de la inversi¨®n extranjera hasta el lucro cesante inducido por el des¨¢nimo de los emprendedores. Al lado de esto, sin embargo, existe una corrupci¨®n de ¡°baja intensidad¡±, sin aparente trascendencia cremat¨ªstica. No se trata solo de que hay quien se enriquece il¨ªcitamente, sino tambi¨¦n de la existencia de dudosos privilegios en forma de acelerados indultos, de extra?as complicidades como en el caso Madrid Arena, de los aleatorios terceros grados y, descendiendo alg¨²n pelda?o, aunque no por ello menos reprobable, el s¨ªndrome de la clase preferente o el mal uso de la llamada ¡°puerta giratoria¡±, donde ex altos cargos aparecen poco tiempo despu¨¦s en el mismo negociado, pero con el traje del sector privado.
La desaparici¨®n total de la corrupci¨®n se me antoja imposible. Pero resulta innegable que puede combatirse con cierto grado de ¨¦xito. En este sentido, caben algunas ostensibles mejoras en los mecanismos de control, no s¨®lo ex post, como el Tribunal de Cuentas, sino tambi¨¦n ex ante, mediante reformas encaminadas a la prevenci¨®n: Ley de Transparencia, con infracciones y sanciones para los pol¨ªticos y cargos p¨²blicos que no cumplan; codificaci¨®n de las exigencias ¨¦ticas de los empleados p¨²blicos y de la funci¨®n del Gobierno; un sistema de financiaci¨®n p¨²blica y suficiente para los partidos y sindicatos, a cambio de controlar mejor su destino; despolitizaci¨®n de los ¨®rganos de relieve, constitucional y estatutaria, para garantizar el acceso a los datos para investigar; control estricto del patrimonio de los cargos p¨²blicos; revisi¨®n de la situaci¨®n de los funcionarios con habilitaci¨®n estatal, en cuanto a la libre designaci¨®n y el sistema retributivo, y tambi¨¦n del r¨¦gimen del personal eventual; mejor control de las adjudicaciones de contratos p¨²blicos; limitaci¨®n de la autonom¨ªa local en el ejercicio de competencias urban¨ªsticas; y, finalmente, una nueva ley electoral que desbloquee las listas cerradas. No queda m¨¢s remedio, pues, que confiar nuevamente en la democracia y en sus pesos y contrapesos como mecanismo de salida a sus propias perversiones.
Joan Ridao Mart¨ªn es profesor del Departamento de Derecho Constitucional y Ciencia Pol¨ªtica de la Universidad de Barcelona, y autor de Contra la corrupci¨®n. Una reflexi¨® sobre el conflicto entre l¡¯¨¦tica i el poder.
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