Cortina de humo
Viendo las impactantes im¨¢genes del ataque de una tigresa a su domador, ocurrido recientemente en Madrid durante una de las funciones de un circo instalado all¨ª, me viene a la cabeza una reflexi¨®n. Inmediatamente los operarios del circo llenan el cercado donde act¨²an las fieras con un denso humo, seg¨²n dicen, para proteger de la desagradable escena a los espectadores, entre ellos muchos ni?os. Mientras todo va bien y el resignado felino ejecuta obediente el n¨²mero circense, el p¨²blico contempla un espect¨¢culo que, aunque repetido hasta la saciedad, todav¨ªa consigue seducir a pap¨¢s y mam¨¢s que, con buena intenci¨®n, no me cabe duda, llevan a sus hijos de corta edad a ver a unos animales desnaturalizados y cautivos a miles de kil¨®metros de sus h¨¢bitats verdaderos. Hasta aqu¨ª, bien podr¨ªa tratarse de un zool¨®gico, otra de las m¨²ltiples formas de explotaci¨®n y sometimiento de los animales por parte del humano. Pero no, el circo da un paso m¨¢s all¨¢. Les guste o no, estos animales han de trabajar para ganarse el pan o la carne en su caso.
Esa cortina de humo es toda una met¨¢fora de la parte fea del espect¨¢culo, aquella que no conviene mostrar al p¨²blico. Me refiero a las interminables sesiones de doma y entrenamiento en las que los animales aprenden a temer el chasquido del l¨¢tigo. Aprenden que tras ese zumbido que corta el aire viene un intenso dolor. Por mucho que se empe?en en decir lo contrario, no hay otra forma de conseguir que un felino salvaje, de 200 kilos de peso, se preste alegremente a atravesar un aro de fuego. Para eso sirven las cortinas de humo, ojos que no ven, coraz¨®n que no siente, reza el famoso dicho.
Solo el razonamiento puede llegar all¨¢ donde no alcanza la vista y por eso podemos decidir no fomentar la crueldad con los animales, evitando estos tristes y anacr¨®nicos espect¨¢culos o, mejor a¨²n, pidiendo su prohibici¨®n.¡ª Miguel ?ngel Barrachina Roger.
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