Sin luz al otro lado del muro
Cruzar irregularmente a Israel es la f¨®rmula con la que muchos trabajadores palestinos buscan una vida mejor Los inmigrantes usan desag¨¹es o se esconden en veh¨ªculos donde viajan hacinados para llegar al otro lado de la frontera
Cuando despunta el alba, Luay se prepara para un nuevo d¨ªa de trabajo. No debe hacer mucho. Ni siquiera se tiene que desplazar. Duerme, a escondidas, al cobijo del s¨¦ptimo piso en el edificio que reforma la subcontrata que le emplea en Ramat Gan, una localidad de clase media que forma parte de la zona metropolitana de Tel Aviv. Luay no tiene m¨¢s que una muda de ropa. En este apartamento a¨²n no hay ducha ni cocina. El fr¨ªo mordedor se cuela por los huecos inacabados de unas ventanas que se abren a la costa, y dejan ver grandes rascacielos con nuevas oficinas y lujosas viviendas que a ¨¦l no le prometen nada. Luay no es un sin techo. Tiene un hogar. Es un trabajador irregular, sin papeles ni permisos, que busca una vida mejor. Su historia es como la de muchos migrantes que han dejado atr¨¢s a familia y amigos por la promesa del dinero, pero con una gran diferencia. La casa de Luay est¨¢ s¨®lo a 30 kil¨®metros. Lo que le separa de ella es el muro construido por Israel para aislar Cisjordania.
¡°Duermo, trabajo y camino con miedo¡±, admite Luay, de 31 a?os. ¡°Mi jefe no sabe que no tengo permiso. No se molest¨® en pedirme los papeles¡±. De momento, pues, pasa por uno de los muchos ¨¢rabes con pasaporte israel¨ª que copan la mayor¨ªa del empleo en la construcci¨®n. De vez en cuando la polic¨ªa viene a hacer inspecciones rutinarias. Sus compa?eros le avisan y Luay se esconde. No hay nada pol¨ªtico en ¨¦l. No habla de independencia o libertad, s¨®lo de su salario y su vida. Pero por sus acciones es un inconsciente pe¨®n en un complejo conflicto que lleva consumiendo a ambas partes desde hace 65 a?os. Seg¨²n una reciente estimaci¨®n del gobierno en Cisjordania, hay 34.600 palestinos que trabajan sin permiso en Israel y los asentamientos de colonos jud¨ªos, en su inmensa mayor¨ªa en el sector de la construcci¨®n. El sueldo de Luay hoy es de 300 sh¨¦kels (unos 60 euros) diarios. En Cisjordania la media que se paga a los obreros es de 90 sh¨¦kels (18 euros).
En los asentamientos, los empleados palestinos ¡ªunos 20.000 entre legales e ilegales¡ª colaboran a sueldo en mantener y expandir la ocupaci¨®n jud¨ªa de la tierra que su pueblo reclama como naci¨®n soberana. Luay, sin embargo, ha preferido Tel Aviv, y para llegar a esta ciudad ha tenido que atravesar los c¨¦lebres y peligrosos t¨²neles. Hay muchos, a cientos, que el ej¨¦rcito israel¨ª cierra rutinariamente, y que los traficantes de personas a ambos lados del muro abren de forma persistente, pues ese es su negocio, Cobran hasta 400 sh¨¦kels (80 euros) por cada persona que cruza. Cavan hoyos y cercenan barrotes. Aprovechan cualquier hueco por el que pueda caber una persona, que no son imposibles de encontrar pues la separaci¨®n de Cisjordania es en realidad un 12% muro y un 88% valla de seguridad de alambre, equipada de sofisticados sensores.
¡°Mi jefe no sabe que no tengo permiso. No se molest¨® en pedirme los papeles¡±, dice Luay, de 31 a?os
En el pueblo de Luay, Qalqilia, hay varios de esos t¨²neles. El de uso m¨¢s reciente se abre en un desag¨¹e bajo la imponente valla de seguridad. Son tres enromes tuber¨ªas de cemento, de dos metros de di¨¢metro, puestas para evacuar aguas fecales cuando llueve. A un lado de ellas est¨¢ Palestina. A solo seis metros, Israel. Sobre ellas, junto a la valla, una v¨ªa que s¨®lo usan los veh¨ªculos militares. Las tres tuber¨ªas est¨¢n tapadas por unos barrotes de acero, pero una familia del lugar ha logrado abrir en la del medio un hueco por el que cabe a duras penas un adulto.
Cada madrugada se re¨²nen cerca quienes quieren cruzar, entre 10 y 20, y un hombre que vive en la ciudad de Nablus llega, los re¨²ne y, cuando el ej¨¦rcito no est¨¢ cerca, les hace pasar. Es un cruce peligroso, pues a menos de un kil¨®metro hay un puesto de control fronterizo para palestinos controlado por el ej¨¦rcito, que pasa por aqu¨ª a menudo. Durante una inspecci¨®n, de hecho, un todoterreno se detiene y de ¨¦l bajan tres soldados. El padre de Luay, que estaba ense?ando el hueco, por el que ¨¦l tambi¨¦n ha cruzado, huye despavorido. Los soldados otean el desag¨¹e desde el promontorio donde est¨¢ la valla y se marchan minutos despu¨¦s, tras hablar por radio con sus superiores.
¡°A m¨ª ya me descubrieron tras cruzar a Israel. Me dieron una paliza. Me dijeron que si me vuelven a sorprender cruzando me llevar¨¢n a prisi¨®n¡±, asegura Ribhe, el padre de Luay, un hombre que a sus 56 a?os aparenta muchos m¨¢s. Se deja fotografiar, pero pide que se mantenga oculto su apellido y el de sus hijos. En el pasado cruzaba legalmente a Israel, y ten¨ªa empleo all¨ª en regla, como constructor en Haifa. Hace un a?o y medio le rescindieron los permisos. Cruz¨® ilegalmente hasta que la polic¨ªa le sorprendi¨® en Tel Aviv. Tem¨ªa la posibilidad de la prisi¨®n preventiva y un juicio, pero los agentes le llevaron a la frontera y le advirtieron de que la pr¨®xima vez no tendr¨ªan tantos miramientos. ¡°Aqu¨ª no hay empleo, los sueldos son muy bajos. No tenemos m¨¢s remedio que hacer esto. ?Creen que cruzamos por gusto? ?Para hacer turismo en Israel? Lo que queremos es una vida digna¡±, dice.
Los traficantes de personas a ambos lados del muro cobran hasta 80
El otro hijo de Ribhe corta ahora piedra en una empresa no muy lejos de ese t¨²nel. Akram tiene 32 a?os y dos hijos a los que alimentar. Su sueldo es de unos 100 sh¨¦kels (20 euros) diarios. Con la posibilidad de triplicarlo, decidi¨® cruzar a Israel. Los t¨²neles le dan miedo. ¡°A veces disparan, muere gente¡±, dice. As¨ª que indag¨® y recibi¨® una oferta. Pagar¨ªa 250 sh¨¦kels (20 euros) por ir escondido en una camioneta. Sin pensarlo mucho, acept¨®. Hace dos semanas se reuni¨® con el transportista, que tiene permiso para entrar a Israel. Este le revel¨® el rudimentario m¨¦todo: tras los asientos delanteros construy¨® dos paredes de yeso y entre ellas, coloc¨® a diez hombres, entre ellos Akram. ¡°No hab¨ªa espacio entre nosotros. Era dif¨ªcil incluso respirar¡±, recuerda hoy con angustia. Deb¨ªan cruzar dos puestos de control, uno dentro del territorio palestino, en la localidad de Kfar Qassem, y un segundo en Israel. Al llegar al primero, los soldados quisieron inspeccionar el coche. Vieron las paredes de yeso y sospecharon. Al romperlas vieron a los palestinos.
¡°Nos sacaron y nos juntaron. Me golpearon con el culo de un rifle en el est¨®mago. Luego nos taparon los ojos con vendas y nos pusieron esposas. Estuvimos as¨ª durante tres horas. Luego me golpearon con un barrote de hierro en la espalda¡±, dice Akram. El ej¨¦rcito israel¨ª mantiene por su parte que esa versi¨®n no puede ser cierta porque a ninguno de los palestinos a los que se detiene por tratar de cruzar la frontera se forma irregular se le maltrata. Akram dice que le requisaron todas sus pertenencias, incluidos 200 sh¨¦kels (40 euros) y que se le encerr¨® durante un d¨ªa y medio. Al ver que, finalmente, le dejaban de nuevo en Cisjordania, no lo cre¨ªa. ¡°Hab¨ªa visto a la muerte frente a m¨ª. De verdad cuando nos sorprendieron hab¨ªa pensado que en ese momento era mejor estar muerto¡±, dice.
Aunque su vida no corriera peligro en aquel preciso instante, Akram ten¨ªa miedo porque conoce bien algunas amargas historias de palestinos sorprendidos ilegalmente en Israel. El 30 de noviembre Antar al Akra, de 24 a?os, muri¨® a tiros en el cementerio de Yarkon, en Petah Tikva, tambi¨¦n cerca de Tel Aviv. All¨ª se refugiaban por la noche decenas de palestinos que trabajaban ilegalmente en construcciones de la zona. La polic¨ªa de frontera recibi¨® un chivatazo y organiz¨® una batida con civiles voluntarios armados. Uno de estos mat¨® de un tiro a Al Akra. Seg¨²n dijo entonces un portavoz de la polic¨ªa de frontera lo hizo para defenderse, despu¨¦s de que palestino intentara asestarle una pu?alada, algo imposible de contrastar de forma independiente. En total aquella noche la polic¨ªa de frontera arrest¨® a 40 personas. Al Akra iba a casarse una semana despu¨¦s de su muerte.
A m¨ª ya me descubrieron tras cruzar a Israel. Me dieron una paliza"
La separaci¨®n comenz¨® a construirse en los a?os de la segunda intifada, en una oleada de ataques terroristas palestinos en la que murieron m¨¢s de 700 civiles en Israel y los asentamientos. Hoy, sumados, muro y valla miden 470 kil¨®metros, con 12 puestos de control. Quedan 50 kil¨®metros para finalizar su trazado. No siempre respeta las fronteras previas a la ocupaci¨®n militar de la guerra de 1967, adentr¨¢ndose muchas veces en tierra palestina. Ning¨²n oficial ni de las fuerzas armadas ni de la polic¨ªa de frontera de Israel acept¨® ser citado sobre este asunto.
A Luay, de hecho, tambi¨¦n le sorprendieron recientemente. Lleva entrando a Israel un a?o. Trabaja durante tres semanas, ahorra algo de dinero, y luego vuelve a su familia. El s¨¢bado pasado entr¨® por uno de los hoyos que le llev¨® a un desag¨¹e. Camin¨® y se arrastr¨® bajo tierra, entre aguas fecales, dos horas. Finalmente apareci¨® en Israel, en la zona de Kfar Qassem, donde su hermano fue sorprendido oculto en la camioneta. Tras un olivo, le esperaban tres soldados. Le vendaron los ojos y le esposaron. Le detuvieron tres horas y le devolvieron a Cisjordania. Sin miedo, volvi¨® a intentarlo inmediatamente. Cruz¨® por otro sitio y consigui¨® llegar a Ramat Gan, donde trabaja hoy.
La metr¨®polis moderna y vibrante que es Tel Aviv, un im¨¢n para el turismo mundial, es para ¨¦l un Eldorado enga?oso donde cada paso en falso puede llevar a prisi¨®n o algo peor. Le da dinero, pero no paz. Luay solo anhela volver a su casa en Qalqilia, donde, a pesar de todo, este ciclo s¨®lo comenzar¨¢ de nuevo. Durante la entrevista, en un parque cercano a su trabajo, varios transe¨²ntes se paran y le miran fijamente. Un barrendero se sienta en un banco pr¨®ximo, y hace una llamada sin apartar la vista. ¡°Es mejor irse¡±, dice Luay, inquieto. Pide que se le deje marchar primero y a solas, para no llamar la atenci¨®n. Con paso nervioso y la cabeza gacha vuelve al trabajo, haciendo el esfuerzo de no mirar atr¨¢s.
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