La guerra de nunca acabar
Muere el teniente japon¨¦s que sigui¨® resistiendo casi treinta a?os despu¨¦s de que terminara el segundo gran conflicto b¨¦lico del siglo XX
Cuando, gracias a unas octavillas, se enter¨® de que la guerra hab¨ªa terminado, Hiroo Onoda no quiso cre¨¦rselo. Pura propaganda, pens¨®, y decidi¨® seguir combatiendo, oculto en las colinas, a la manera de esos maquis que, cuando acab¨® la Guerra Civil, no bajaron la guardia y siguieron luchando, dispuestos a darle el golpe definitivo a la dictadura de Franco en cuanto las circunstancias fueran propicias.
Hiroo Onoda ten¨ªa veinte a?os cuando se alist¨® en el ej¨¦rcito japon¨¦s durante la II Guerra Mundial, dispuesto a enfrentarse con las tropas aliadas y darle el triunfo a su emperador. Convertido en oficial de Inteligencia fue enviado en diciembre de 1944 a la isla de Lubang, en las Filipinas. Ten¨ªa una orden, que no cayera en manos enemigas, y la obligaci¨®n de no rendirse nunca ni de quitarse la vida.
La isla fue conquistada por los aliados, pero el teniente Onoda no se rindi¨®. Reuni¨® a las fuerzas que le quedaban, tres soldados, y se intern¨® en lo m¨¢s remoto para, desde all¨ª, seguir hostigando a sus rivales: su peque?a guerrilla mat¨® a unos treinta habitantes de la isla. No crey¨® en lo que dec¨ªan aquellas octavillas y resisti¨® casi treinta a?os, al final completamente solo (uno de sus soldados se rindi¨® en 1950; los otros cayeron en encontronazos con las fuerzas locales). Hasta que por fin acept¨® la derrota de Jap¨®n el 9 de marzo de 1974.
No es f¨¢cil terminar con la ferocidad de los combates cuando se ha entrado en su espiral de locura. La I Guerra Mundial, que ahora se recuerda 100 a?os despu¨¦s de que empezara, cerr¨® tan mal las heridas que el Tratado de Versalles se convirti¨® en una gran humillaci¨®n para los alemanes, y en el mejor caldo de cultivo para que florecieran los nazis y armaran aquel horror en el que termin¨® implicado Hiroo Onoda.
Muri¨® el pasado jueves en Tokio a los 91 a?os y su historia revela cu¨¢nto de absurdo tiene cualquier guerra. Mantuvo impecables su sable y su fusil, remend¨® cientos de veces su uniforme y su gorra, preparado siempre para el combate, aunque solo se alimentara de pl¨¢tanos y cocos, del arroz que robaba y de alguna vaca que consegu¨ªa de vez en cuando. ?Cu¨¢nta disciplina y cu¨¢ntas energ¨ªas desperdiciadas para la paz!
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