El d¨ªa que muri¨® Stalin
Manuel Leguineche explica en este art¨ªculo escrito en 1978 c¨®mo Espa?a despidi¨® a Stalin, el "anticristo", seg¨²n Pio XII.
Carmen Polo de Franco acudi¨® a orar ante Nuestro Padre Jes¨²s de Medinaceli, y Gabriel Arias Salgado, ministro de Informaci¨®n, dict¨® rigurosas instrucciones a la censura de prensa sobre c¨®mo deber¨ªa titularse en los peri¨®dicos espa?oles la noticia de la muerte de Stalin. La consigna era de absoluta sobriedad. La desaparici¨®n del "anticristo", como lo hab¨ªa llamado P¨ªo XII; el hombre que ten¨ªa un pacto con el diablo, como cre¨ªa seriamente Arias Salgado, pod¨ªa desencadenar el apocalipsis. Se habl¨®, incluso, de un ataque at¨®mico a Corea. El embajador norteamericano en Madrid, Staton Griffis, fue todav¨ªa m¨¢s lejos: hizo extrapolaciones tremendistas, hoy desmentidas por la historia. Dijo: "Franco es Espa?a y Espa?a es Franco. Ni aun los que claman por la vuelta del Rey desean el riesgo de las incertidumbres que podr¨ªan resultar de ese cambio".
El equipo m¨¦dico, que no era el habitual, porque a ¨¦ste lo hab¨ªa enviado a un campo de concentraci¨®n el ilustre enfermo, facilit¨® el primer bolet¨ªn a las seis horas y diecinueve minutos del 4 de marzo de 1953. Era escueto. Conten¨ªa tan s¨®lo cuatro palabras: "Stalin est¨¢ gravemente enfermo". Un minuto despu¨¦s se supieron nuevos detalles. "Durante la noche del I al 2 de marzo, Stalin sufri¨® una hemorragia cerebral y ha perdido el uso de la palabra. Tiene paralizados el brazo derecho y la pierna izquierda". A partir de ese momento se sucedieron las informaciones. La agencia Tass lanz¨® un flash por sus teletipos: "El pulso late a 120 y el ritmo respiratorio es de 38 por minuto". Pocos segundos antes de las siete, el Comit¨¦ Central se decidi¨® a hacer p¨²blico su primer comunicado: "El camarada Stalin ha perdido el conocimiento. El Comit¨¦ Central y el Consejo de Ministros conf¨ªan en que el partido y el pueblo sovi¨¦tico sabr¨¢n en estos d¨ªas dif¨ªciles manifestar la mayor unidad y cohesi¨®n y redoblar su energ¨ªa para la edificaci¨®n del comunismo en nuestro pa¨ªs".
Ocho m¨¦dicos hab¨ªan acudido al apartamento del Kremlin presididos por el comisario de Sanidad doctor A. F. Tretyakov y el doctor L. I. Kuperin. A las ocho de la ma?ana el locutor de lujo de Radio Mosc¨², Yuri Levitan, ley¨® el comunicado. Lo hizo entrecortadamente, arrastrando las palabras. No era el mismo Yuri Levitan de los d¨ªas fastos, el vibrante locutor capaz de convertir la lectura de las ¨²ltimas cifras del Plan Quinquenal en una lecci¨®n de oratoria. De las f¨¢bricas donde trabajan 55 millones de obreros del Estado, a los kol-joses, de las oficinas en las que se atarean diez millones de funcionarios y aparatehiki a los cuarteles, la noticia paraliz¨® a la inmensa Rusia. Los comunicados, cada vez m¨¢s prolijos, se repitieron por la radio a lo largo del d¨ªa. La Pravda, que sali¨® con cuatro horas de retraso, los reprodujo en primera p¨¢gina: ?Ha habido una arritmia completa. La presi¨®n de la sangre, a?ad¨ªa, entre otras cosas, alcanz¨® un m¨¢ximo de 220 y un m¨ªnimo de 120. La temperatura fue de 38,2. Se observa falta de ox¨ªgeno. En este momento se est¨¢n aplicando cierto n¨²mero de medidas terap¨¦uticas con objeto de restaurar las funciones vitales del organismo.? El bolet¨ªn no convenc¨ªa aun lector atento y menos si ¨¦ste era galeno. ?Hasta se dud¨® si hab¨ªa sido redactado de buena fe. Era casi inconcebible que un hombre que hab¨ªa sufrido una hemorragia tan copiosa pudiera continuar con vida?, escribe el bi¨®grafo Robert Payne. Algunos de los p¨¢rrafos parec¨ªan escritos por un inexperto. Los observadores advirtieron tambi¨¦n que el comunicado hab¨ªa sido redactado a vuelapluma y que ?era obra de muchas manos, movidas por numerosos y varios motivos?. ?Qu¨¦ suced¨ªa en realidad mientras la radio emit¨ªa m¨²sica f¨²nebre y Alexis, el patriarca de Rusia, impetraba las oraciones del pueblo para que Stalin sanase? En torno al lecho de muerte de Iosif Visarionovich Yugachvili, de 73 a?os y 1,65 de estatura, dictador de las Rusias durante veintinueve a?os, se libraba una implacable lucha por el poder. El desenlace de esa lucha se supo al d¨ªa siguiente, 5 de marzo, cuando la Pravda mencion¨® en su editorial ?La espl¨¦ndida unidad del partido y el pueblo? un nombre junto a los de Lenin y Stalin. El heredero pasaba a ser ej delf¨ªn del padrecilo, el rollizo -110 kilos¡ª, bajo de estatura, de ojos como el tiz¨®n, hijo de un latifundista y servil cumplidor de todos los deseos del mariscal, Georgy Malenkov. En realidad todos los que le sucedieron desde Vorochilov, el compa?ero de Stalin en las noches de vino del C¨¢ucaso, hasta el comisario Beria, pasando por Kafanovich, Bulganin y Molotov. eran los hombres de confianza de Stalin. Ser¨ªan los encargados de transmitir al mundo una imagen m¨¢s tranquilizadora de los rumbos del poder en Rusia, los precursores del deshielo. Tres a?os m¨¢s tarde, Nikita Jruschov consum¨® la liquidaci¨®n por derribo del estalinismo ysus abusos al ratificar en el XX Congreso del Partido, celebrado a puerta cerrada, el relanzamiento del principio leninista de la coexistencia pac¨ªfica.
Sin embargo, aquel 5 de marzo de 1956 Jruschov y los seis minis-Iros lloraban los kiries sobre la cabecera del enfermo. El ¨²ltimo bolet¨ªn fue redactado en la misma jerga m¨¦dica que los anteriores. Todo hac¨ªa creer que por medio de aquella profusi¨®n de t¨¦rminos especializados se tratara de evitar al pueblo el conocimiento de lo irreversible. Jos¨¦ Stalin, el hombre de acero (?la stal?, ?soy de acero?, acostumbraba a gritar en el semi-nario), muri¨®, como Lenin y Roo-sevelt, de derrame cerebral. El hecho sucedi¨® hacia las diez de la noche, pero la noticia no se divulg¨® a las rep¨²blicas rusas en vela hasta la madrugada del 5 al 6 de marzo. Radio Mosc¨² emiti¨® la Sinfon¨ªa pat¨¦tica de Tchaikovsky, y a continuaci¨®n el locutor dio lectura a la noticia: ?El coraz¨®n de Jos¨¦ Stalin ha dejado de latir en su apartamento del Kremlin. La muerte del mariscal constituye una p¨¦rdida irreparable para los trabajadores de la Uni¨®n Sovi¨¦tica y del mundo entero...? Eran las tres horas y siete minutos de la madrugada. La radio pas¨® a ofrecer la Suite en re de Bach.
En un colegio espa?ol, el autor de este art¨ªculo formaba filas en un largo corredor con sus compa?eros de clase cuando circul¨® nerviosamente la noticia de la muerte de Stalin. Parec¨ªa imposible. ?El anticristo?, as¨ª le hab¨ªa llamado P¨ªo XII, hab¨ªa desaparecido. Los buenos padres lanzaron suspiros de alivio en patios y claustros y la Espa?a oficial, que hab¨ªa convertido a Stalin en un monstruo inmortal, se quit¨® el gran peso de encima. Las rogativas, los ayunos por la conversi¨®n del anticristo no hab¨ªan servido para nada, pero aquella tarde P¨ªo XII, a trav¨¦s de las antenas de Radio Vaticano, pidi¨® una ¨²ltima oraci¨®n por su alma. Los diarios espa?oles, que costaban por entonces setenta c¨¦ntimos, dieron con sospechosa parquedad la noticia. Los dos d¨ªas anteriores a la muerte de Stalin se ocuparon con atenci¨®n del estado del enfermo. Uno de los titulares m¨¢s llamativos fue ¨¦ste: ?A los rusos j¨®venes les parece incre¨ªble que haya podido enfermar Stalin.? O este otro: ?Ni diez m¨¦dicos pueden ya salvarle.? Pero la noticia de la muerte se public¨® con recelo, como con temor a que una gruesa tipograf¨ªa pudiera resucitar a una de las bestias negras del r¨¦gimen de Franco. En realidad, el ministro de Informaci¨®n y Turismo, Gabriel Arias Salgado, hab¨ªa dictado rigurosas instrucciones a los camaradas censores de la Direcci¨®n General de Prensa, las columnas a que deber¨ªa titularse la noticia y las ilustraciones con que ir¨ªa acompa?ada. La consigna era de absoluta sobriedad. ?Por qu¨¦? Quiz¨¢ porque, como Arias Salgado aseguraba, Stalin ten¨ªa un pacto con el diablo. Eduardo Flaro Tec-glen ha contado en Tiempo de Historia que fue testigo de una intervenci¨®n de Arias Salgado en el curso de un almuerzo con periodistas: ?Stalin viaja con frecuencia?, afirmaba el ministro de Informaci¨®n de Franco, ?y no se dan explicaciones de d¨®nde va. Pero npsotros lo sabemos. Se va a la Rep¨²blica de Azerbaij¨¢n, y all¨ª, en un pozo abandonado de las perforaciones petrol¨ªferas, se le aparece el diablo, que surge de las profundidades de la tierra. Stalin recibe las instrucciones diab¨®licas sobre cuanto ha de hacer en pol¨ªtica. Las sigue al pie de la letra y esto explica sus ¨¦xitos pasajeros?.
La informaci¨®n sobre la muerte de Stalin se monopoliz¨® en los despachos de la agencia Efe. El periodista Manuel Casares fue enviado a Washington para interpretar la desaparici¨®n de ?Iv¨¢n el terrible?. ?Correr¨¢ la sangre en el Kremlin. Ha muerto?, escrib¨ªa, ?el hijo del zapatero borracho, que ni siquiera era ruso, sino georgiano. Atracador de bancos, se cas¨® cinco veces; todas sus mujeres desaparecieron misteriosamente?. Luego recog¨ªa textos de la prensa norteamericana: ?Se teme que los principes herederos precipiten la guerra internacional para conseguir la uni¨®n interna.? O tambi¨¦n: ?Atenci¨®n, pueden lanzar la bomba at¨®mica en Corea.? El ministro de Asuntos Exteriores Alberto Mart¨ªn Artajo declaraba a su paso por Manila: ?La muerte de Stalin representa un grave peligro para Occidente.? La esposa del jefe del Estado acud¨ªa a orar ante Nuestro Padre Jes¨²s de Medinaceli. En la Espa?a de aquellos primeros d¨ªas de marzo de 1953 la afici¨®n futbol¨ªstica segu¨ªa conmovida la pugna entre el Barcelona y el Real Madrid por la ficha de Di St¨¦fano. Luis Miguel Domingu¨ªn confirmaba, a la otra media Espa?a aficionada a los toros, que su retirada era un hecho: ?No pienso torear m¨¢s y no hay nada de mi boda con Lola Flores?, manifestaba a los reporteros a su vuelta de Am¨¦rica. Se estrenaba Muchachas de Bagdad, con Carmen Sevilla, yCorea hora cero, con Robert Mitchum. ?Y qu¨¦ creen ustedes que declaraba a los periodistas el ex embajador norteamericano en Madrid Staton Griffis? Esto: ?Franco es Espa?a y Espa?a es Franco. Ni aun los que claman por la vuelta del Rey desean el riesgo de las incertidum-bres que podr¨ªan resultar de ese cambio.?
La agencia Efe dio carpetazo al tema de la muerte y exequias de Stalin con breves impresiones de algunos pol¨ªticos extranjeros sobre la personalidad del dictador desaparecido. As¨ª, Averell Harri-man, que hab¨ªa sido embajador en Mosc¨², afirmaba: ?Es el hombre m¨¢s s¨¢dico y cruel con que he tropezado en mi vida.? Y tambi¨¦n, quiz¨¢ por ser espa?ol, inclu¨ªa la del asesino de Trotsky, encerrado en una c¨¢rcel de M¨¦xico, Ram¨®n Mercader: ?El mundo no sabe qu¨¦ gran hombre ha perdido.? El que desde luego no lo sab¨ªa era Franco. Cuenta tambi¨¦n Haro Tecglen que poco tiempo despu¨¦s el jefe del Estado recibi¨® a una comisi¨®n de periodistas que se quejaban de la crisis de la prensa espa?ola. ??De qu¨¦ se lamentan?, les respondi¨® Franco. Recientemente me ha asombrado ver el poco inter¨¦s que han dado ustedes a la noticia de la muerte de Stalin. Era un acontecimiento de primera magnitud, hubiera hecho vender miles y miles de peri¨®dicos y, sin embargo, ninguno ha sabido sacarle punta. ?Y no me dir¨¢n ustedes que se lo prohibi¨® la censura!?
Los diarios espa?oles ni siquiera pudieron especular con las hip¨®tesis nacidas a la sombra del Kremlin sobre las causas reales del fallecimiento delzar rojo. En Mosc¨² los parques estaban nevados, el viento de la estepa soplaba sobre los cientos de miles de personas que guardaban una kilom¨¦trica cola junto a la Casa Sindical, en cuyo sal¨®n de columnas estaba expuesto el f¨¦retro forrado de sat¨¦n. A Stalin le hab¨ªan vestido con el uniforme de general¨ªsimo. Ten¨ªa un pu?o cerrado. A sus pies pod¨ªan verse las medallas sobre cojines encarnados. Aunque se pod¨ªa advertir que ten¨ªa (defecto de nacimiento) un brazo m¨¢s largo que otro, eso no era culpa del embalsamador. El viejo Zbarsky hab¨ªa hecho un buen trabajo. Fue tambi¨¦n el que embalsam¨® a Lenin, pero ahora superaba su obra anterior; no en vano le acababan de sacar de un campo de concentraci¨®n. Pero, ?hab¨ªan matado al hombre que m¨¢s poder ha acumulado en la historia del mundo, al que Lenin llam¨® ?rudo y zafio?, al industrializador del pa¨ªs, al gran estratega que derrot¨® a Hitler, al astuto negociador que asombr¨® y venci¨® por la mano a Churchill,
De Gaulle y Roosevelt o Truman, en Yalta, Teher¨¢n o Potsdam; al hombre desconfiado, sin pasiones (s¨®lo las tuvo para la venganza), fr¨ªo, planificador de las purgas que a partir de 1924 costaron la vida a millones de rusos? Seg¨²n algunos rumores, habia sido arrojado al suelo en el curso de una fuerte discusi¨®n con Malenkov y Beria. La cabeza de Stalin habr¨ªa chocado con el m¨¢rmol al caer. Seg¨²n otros, Stalin habr¨ªa bebido una copa de co?ac franc¨¦s..., con veneno.Se extend¨ªa tambi¨¦n la creencia, al parecer veros¨ªmil, de que Stalin, ya en el l¨ªmite de la paranoia, del aislamiento y la man¨ªa persecutoria, se dispon¨ªa a desencadenar una nueva chistka, o purga, m¨¢s sangrienta que las anteriores.
Pero el testimonio de Svetlena Alliluyeva, hija de Stalin (que escogi¨® la libertad con la ayuda de la CIA) es concluyente. Escribe en Veinte cartas a un amigo: ?Mi padre tuvo una muerte terrible y dif¨ªcil. La agon¨ªa fue angustiosa. Se extingu¨ªa a los ojos de todos. De improviso, en el ¨²ltimo minuto, abri¨® los ojos y dirigi¨® una mirada a toda la asistencia, una mirada extra?a, furiosa, llena de temor an... la muerte, as¨ª como ante los rostros desconocidos de los m¨¦dicos que se inclinaban sobre ¨¦l. Su mirada se pos¨® en todos los presentes en una fracci¨®n de minuto y, entonces, en un gesto horroroso que a¨²n hoy no puedo comprender, ni tampoco puedo olvidar, levant¨® la mano izquierda, la ¨²nica que pod¨ªa mover...?
Existe otro testimonio estremecedor, el de Panteleimon Ponoma-renko, embajador en Polonia: ?Stalin yac¨ªa inm¨®vil, sin duda muerto. De pronto Beria se puso a I gritar en tono alborozado: ¡°?Camaradas, qu¨¦ hora tan maravillo- I sa! ?Somos libres!, por fin ha muerto el tirano.¡± De repente vi- I mos que Stalin abr¨ªa un ojo. Beria cay¨® de rodillas llorando y pidi¨® I perd¨®n en medio de una crisis de histeria. ¡°Querido Iosip Visario- I novich, usted sabe lo fiel que le he sido. Cr¨¦ame, volver¨¦ a serle fiel de nuevo.¡± Stalin no pronunci¨® una palabra, lentamente cerr¨® un ojo y I luego el otro.? Tres meses despu¨¦s (?venganza postuma del dictador?), Beria fue ejecutado.
?Era el ex seminarista de Gori ?el pol¨ªtico m¨¢s h¨¢bil de su tiempo pero el m¨¢s cruel de la historia?, como me lo defini¨® hace pocos I meses, en su casa de Belgrado, el | primer disidente, Milovan Yilas, autor de Con versaciones con Stalin.
?Era ?un politicastro de provincias?, como sostiene Trotsky en la biograf¨ªa de su gran enemigo? ?Un ?personaje mediocre?, como ase- I gura el trotskista Isaac Deutscher, autor de una de las mejores biograf¨ªas del zar rojo? ??Un hip¨®crita perfectamente sano que nun- : ca fue revolucionario, ni siquiera marxista?, como afirma en Or¨ªgenes y consecuencias del stalinismo el profesor de la Universidad de Leningrado Roy Medvedev? ?Un ?demiurgo impotente convertido por el azar en el instrumento autom¨¢tico de un sistema?, como se pregunta Jean Benoit en su estudio del dictador? ??Un accidente del comunismo, surgido en un momento concreto en un marco-espa-cio temporal, la Rusia posrevolu-cionaria, atrasada, crispada por las consecuencias de la guerra civil, el aislamiento internacional, la hosti- I lidad del mundo capitalista?, como justifica en cierto modo el profesor | de la Universidad de Poitiers Jean Ellenstein en su libro Una historia | delfen¨®meno stalinistal
El debate sigue. ?Doblad, triplicad la guardia ante la tumba de Stalin, a fin de que jam¨¢s sienta la tentaci¨®n de escaparse?, escribi¨® el poeta Eugeni Evtuchenko. Hace unos d¨ªas se celebr¨® un acto en el Kremlin para conmemorar, en presencia de Brejnev y el Politbur¨®, los sesenta a?os del Ej¨¦rcito Rojo. Cuando el ministro de Defensa | pronunci¨® en su discurso el nombre del ?camarada general¨ªsimo Stalin? gran parte de los presentes se pusieron en pie espont¨¢neamente, como impulsados por un resorte, y aplaudieron durante varios minutos. Jos¨¦ Stalin se atus¨® los mostachos, encendi¨® su pipa y, en efecto, sinti¨® la tentaci¨®n de evadirse de su tumba de granito rojo debajo de la muralla del Kremlin.
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