Deporte y juego sucio
Si el dinero es el fin, la actividad deportiva se corrompe y empieza a oler mal
El deporte es un fen¨®meno, propio de todas las ¨¦pocas y culturas, que con el tiempo no hace sino ganar en implantaci¨®n social. Es tema recurrente en los medios de comunicaci¨®n y en las redes, los estadios y las canchas se llenan, con crisis y sin ella, sobre todo en el caso de deportes estelares como el f¨²tbol, y los pa¨ªses compiten a sangre y fuego por atraer juegos ol¨ªmpicos y campeonatos.
?Cu¨¢l es la clave del ¨¦xito? Los cr¨ªticos repiten hasta el aburrimiento que es un instrumento del que se sirven los poderes f¨¢cticos para desviar la atenci¨®n del p¨²blico, desde el ¡°pan y circo¡± de los emperadores romanos, pasando por el castizo ¡°pan y toros¡± hasta llegar al pan de nuestros d¨ªas que se rellena con todo tipo de mezclas. Sin embargo, las cosas no son tan simples, porque cuando una presunta manipulaci¨®n tiene ¨¦xito es porque de alg¨²n modo viene a satisfacer aspiraciones que pueden ser leg¨ªtimas o espurias. En discernir entre unas y otras nos jugamos mucho, y nunca mejor dicho.
Convertir el deporte en un negocio, en mercanc¨ªa pura y dura, gestionada adem¨¢s del peor modo, es cosa de aspiraciones espurias y, por tanto, inadmisible. Sin duda hace falta tambi¨¦n gesti¨®n econ¨®mica para apoyar el trabajo de jugadores y entrenadores en un mundo tan complejo. Pero esa gesti¨®n tiene que seguir las normas del juego limpio y transparente, sin componendas, como tiene que hacerse sin m¨¢s en el mundo econ¨®mico en su conjunto. No es de recibo que en el campo se exija el fair play, que se castigue a los jugadores con tarjetas amarillas o rojas, y entre bambalinas, en la trastienda, reine el peor de los juegos sucios.
Es lo que ocurre con la compraventa de jugadores que alcanza precios astron¨®micos, con los traspasos opacos, la administraci¨®n desleal, el dudoso negocio de construir nuevos estadios y vender ¡ªo intentar vender¡ª los antiguos, abriendo agujeros econ¨®micos sin fondo, a trav¨¦s de operaciones complejas y confusas. Y, por si faltara poco, cuando la mala gesti¨®n de todo este trasiego de jugadores, terrenos y construcciones lleva a los clubs a endeudarse hasta las cejas, se recurre para saldar la deuda al dinero p¨²blico, apelando al sentido patri¨®tico de la ciudadan¨ªa.
Disfrutar del buen juego, como participante o como espectador, vale la pena por s¨ª mismo
Que el deporte entusiasme a j¨®venes y adultos no es raz¨®n suficiente para inmunizarlo frente a las exigencias de justicia. Menos a¨²n cuando es una actividad que cobra su sentido de perseguir metas situadas en las ant¨ªpodas de la pura ganancia econ¨®mica y del juego sucio. Y aqu¨ª empiezan las aspiraciones leg¨ªtimas.
Disfrutar del buen juego, como participante o como espectador, vale la pena por s¨ª mismo. Como vale la pena intentar superarse f¨ªsica y mentalmente, tratar de batir los propios r¨¦cords, aprender a triunfar sin engreimiento, saber asumir la derrota justa, trabajar en equipo con inteligencia respetando al adversario. Al fin y al cabo, eso es lo que significa tomar la vida con un sentido deportivo: entrenarse d¨ªa a d¨ªa para alcanzar metas, saber ganar y saber perder con elegancia cuando la derrota es justa, respetar las reglas libremente asumidas, no aceptar chantajes ni sobornos, reclamar derechos y asumir responsabilidades. No en vano se viene defendiendo desde antiguo el valor educativo del deporte.
En este sentido ha nacido un nuevo saber, la ¨¦tica del deporte, que se enfrenta a temas de tanta envergadura como los siguientes: en qu¨¦ medida el deporte es una actividad competitiva, que educa para derrotar adversarios en la lucha por la vida, o m¨¢s bien un quehacer cooperativo, un trabajo en equipo, en que el adversario ayuda a sacar lo mejor de cada uno, y deber¨ªa incluirse en cualquier curr¨ªculum escolar solidario; si el dopaje deber¨ªa estar prohibido, porque quiebra la igualdad de oportunidades, o si, por el contrario, es la naturaleza la que hace a las personas desiguales y los f¨¢rmacos tienen un efecto igualador; si los deportistas deber¨ªan intentar ser ejemplares en los aspectos importantes de la vida, porque, lo quieran o no, son personajes p¨²blicos a los que los j¨®venes imitan; si es de recibo un fen¨®meno que genera a menudo esos hinchas violentos, esos hooligans, que en rom¨¢n paladino son gamberros salvajes y delincuentes; si no ha habido una ancestral discriminaci¨®n entre mujeres y varones a cuento del deporte. Y, sobre todo, si no se est¨¢ corrompiendo al utilizarlo para ganar votos y dinero, con el consentimiento del p¨²blico.
Una actividad social, como el deporte, cobra sentido de perseguir metas que le son propias y para lograrlo necesita tambi¨¦n medios, como el dinero, pero cuando los medios suplantan a los fines se corrompe y empieza a oler mal. Algo muy alejado de lo que so?¨®, entre otros, el Bar¨®n de Coubertin al recrear en 1894 el esp¨ªritu de los Juegos Ol¨ªmpicos, que, con sus luces y sus sombras, con el inevitable par¨¦ntesis de las dos Guerras Mundiales, han venido celebr¨¢ndose cada cuatro a?os con el empe?o decidido de fortalecer la convivencia y la paz entre las naciones.
Adela Cortina es Catedr¨¢tica de ?tica y Filosof¨ªa Pol¨ªtica de la Universidad de Valencia, miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Pol¨ªticas, y Directora de la Fundaci¨®n ?TNOR.
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