El d¨¦ficit populista del progresismo
La izquierda debe encontrar un discurso lo suficientemente agresivo que, de manera inmediata, emocional y simple, consiga conectar con lo que la gente quiere y sirva para desbancar a las ¨¦lites tradicionales y gobernar
Contin¨²a el desconcierto t¨¢ctico progresista. Contempla c¨®mo la remota Angela Merkel sigue en el poder y el Reino Unido del clasista David Cameron dobla el crecimiento de Espa?a. Mientras, Barack Obama, profesoral, mantiene con dificultad su reforma sanitaria; Fran?ois Hollande, inhibido ante el tradicionalismo franc¨¦s, deviene Zapatero y, sin embargo, su ministro de ley y orden ¨¤ la Sarkozy, Manuel Valls, sube en las encuestas tanto como enerva a aquella izquierda que prefiere no gobernar a abandonar su inocencia respecto a los medios de la pol¨ªtica, que no acepta que el populismo es inherente a la misma, especialmente la progresista. La circunspecci¨®n no sienta bien a la izquierda europea.
Salvo por la oportunidad prestada por Ruiz-Gallard¨®n, que pareciera validar la estrategia del PSOE que Felipe Gonz¨¢lez, cr¨ªticamente, resume c¨®mo limitarse a ¡°calcular cu¨¢ndo puede la derecha perder la mayor¨ªa¡±, en Espa?a la situaci¨®n no es esperanzadora. Mariano Rajoy ¡ªcon Calvo Sotelo, el presidente con menos narrativa de nuestra historia democr¨¢tica¡ª resiste, y lo que pierde electoralmente es a favor, no del PSOE, sino de agrupaciones populistas como UPyD.
Populismo es dar a la gente lo que de manera inmediata, emocional y simple quiere ¡ªlo popular¡ª. Su din¨¢mica actual es cortocircuitar la democracia indirecta con partidos antipartidos apalancados en el resentimiento generalizado contra las ¨¦lites que administran la crisis; achicar los espacios entre gobernantes y gobernados primando la opini¨®n publicada o encuestada y la pol¨ªtica espect¨¢culo; acortar los tiempos entre manifestaciones de la voluntad popular con consultas. Ilustraciones de este fen¨®meno son el independentismo catal¨¢n con la calle como legitimidad y ¡°deprisa, deprisa¡± como ritmo, el 15-M, o las propuestas de una democracia directa basada en las nuevas tecnolog¨ªas. Un interesante ejemplar de populista lite es Jos¨¦ A. Monago: indiferencia ideol¨®gica, ali¨¢ndose con IU (tan revelador de IU como del PP); gestual verso suelto en la cuesti¨®n del aborto; expedidor de d¨¢divas salariales a servidores p¨²blicos; explotaci¨®n del enemigo exterior catalanista; comunicaci¨®n profesional (su asesor electoral es miembro de su gabinete); medidas contra la clase pol¨ªtica (reducir el n¨²mero de parlamentarios). Su ¨²nico criterio es mantenerse en el poder.
El populismo no ha sido ajeno al PSOE. Incluso Felipe Gonz¨¢lez recurri¨® a ¨¦l ¡ªbien es verdad que pudiendo hacerlo m¨¢s, dadas sus capacidades, no lo hizo¡ª con aquel ¡°OTAN: de entrada, no¡±, populismo que necesit¨® uno sus posibles instrumentos, el liderazgo carism¨¢tico, para salir del embrollo. Y adem¨¢s, entonces, el PSOE ten¨ªa a Alfonso Guerra. El populismo del vicepresidente exhib¨ªa ir¨®nico, desvergonzado y retador que los popularii (no los del PP, los de verdad) pod¨ªan ejercer la pol¨ªtica ¡ªdesde la demagogia ritual de Rodiezmo a la presidencia de la comisi¨®n de subsecretarios, de la vicesecretar¨ªa general del partido a la vicepresidencia del Gobierno¡ª tan competentemente como los representantes, primero UCD y PP despu¨¦s, de las clases que se hab¨ªan beneficiado del franquismo y la primera Transici¨®n y que se pretend¨ªan optimates. Por mucho tiempo Alfonso Guerra todo lo hizo bien. Y encima se apropiaba de Gustav Mahler: ni la exclusividad de la cultura highbrow reconoc¨ªa a las elites tradicionales. Era una representaci¨®n que todos sab¨ªan que lo era ¡ªpor eso no hab¨ªa mentira en ella¡ª de excelencia inigualada en nuestra democracia. A diferencia del populismo actual, antidemocracia formal, el del PSOE era populismo funcional, gubernamental, porque le proteg¨ªa de las presiones de su ala izquierda: las palabras radicales velaban pol¨ªticas moderadas, permitiendo administrar con mayor margen los ritmos de implementaci¨®n, entonces, del Estado de bienestar. Esta es precisamente la funci¨®n principal, homeop¨¢tica, del populismo para el progresismo en el Gobierno, ampararle de las propias radicalidades, de impacientes y dogm¨¢ticos.
Las palabras radicales del PSOE de Felipe Gonz¨¢lez y Alfonso Guerra velaban pol¨ªticas moderadas
No es casualidad que presidentes progresistas, como Franklin D. Roosevelt, Lyndon B. Johnson, Bill Clinton, Fran?ois Mitterrand, Gerhard Schr?der, Tony Blair, Felipe Gonz¨¢lez (de quien criticaban que ten¨ªa ¡°mil caras¡±), sean siempre acusados de demagogos o de falsos. En el liderazgo progresista no hay relaci¨®n positiva entre sinceridad y ¨¦xito. Es al rev¨¦s. La derecha se puede permitir la sinceridad del cinismo. Ning¨²n presidente m¨¢s realista que Mariano Rajoy, quien cree en lo que hace y solo hace lo que puede. Y si permite a un Monago es porque este es todav¨ªa m¨¢s irrelevante que un presidente de Gobierno en un mundo global. Pero la izquierda, porque no puede hacer todo en lo que cree, est¨¢ obligada a la hipocres¨ªa de desarticular lo que piensa, dice y hace. Sin populismo no podr¨ªa salvar electoralmente la distancia entre valores y realidades, entre el corto y largo plazo, entre gobernar el sistema y cambiarlo.
El populismo, como la existencia de ¨¦lites, no debe escandalizar a los progresistas. Estos siempre han reconocido la necesidad de vanguardias, compuestas de individuos con origen en las clases dotadas de capital econ¨®mico y humano y, por ello, emancipados de la ideolog¨ªa dominante, que encuadren pol¨ªticamente a la ciudadan¨ªa a trav¨¦s de propaganda adecuada al grado de madurez de esta. Las ¨¦lites progresistas tienen que utilizar el populismo para desbancar a las ¨¦lites tradicionales y poder gobernar. Y esto es lo que logr¨® el PSOE en los ochenta.
El populismo actual antidemocracia indirecta es antigubernamental, por eso es tambi¨¦n anti-PSOE. Y a ¨¦l se a?ade, imparable, un nuevo tema populista: la desigualdad. Desde Obama, necesitado de contenido para sus ¨²ltimos a?os, hasta J.?M.?Bergoglio, quien empieza a explorar la ¡°fraternidad¡±, tan francesa, aparentemente revolucionaria pero convenientemente et¨¦rea e ilegislable, como bander¨ªn de enganche desesperado a unos tiempos que est¨¢n abandonando al Vaticano.
Presidentes como Roosevelt, Clinton, Mitterrand, Schr?der o Blair fueron acusados de demagogos o? de falsos
Que la desigualdad pase a ser material populista no quiere decir que no sea real o importante. Lo es y mucho, porque no concierne ¨²nicamente a la renta. Es una amenaza a la gobernabilidad de la democracia ¡ªlo ha recordado hace poco Zygmunt Bauman¡ª porque afecta a la capacidad de la ciudadan¨ªa para contribuir informada y racionalmente a la pol¨ªtica. Conocemos c¨®mo se gesta esta discriminaci¨®n: en comparaci¨®n con los padres de menor renta, los de mayores ingresos acompa?an a sus hijos a m¨¢s actividades extraescolares y sociales, desarrollando en ellos habilidades de influencia y activismo c¨ªvico; invierten m¨¢s tiempo en ayudar en las tareas escolares, con lo que los hijos obtienen mejores resultados en ingl¨¦s y matem¨¢ticas, incrementando las posibilidades de acceso a universidades de ¨¦lite; dedican m¨¢s tiempo al desarrollo de sus hijos, m¨¢s all¨¢ de su cuidado f¨ªsico, como leer, charlar, jugar, dot¨¢ndoles de un car¨¢cter independiente y asertivo. El diferencial creciente de capital econ¨®mico, social, cognitivo y psicol¨®gico entre clases lleva a una sociedad de castas sin circulaci¨®n, donde lo m¨¢s importante sigue siendo elegir bien a los padres, y donde los estratos cosmopolitas son los ¨²nicos cuyo capital humano corresponde con la dimensi¨®n espacial que importa, la global. Son los ¨²nicos emancipados, a los que el populismo no aplica y los ¨²nicos que pueden ejercer racionalmente la pol¨ªtica global.
Desde que se deshizo el d¨²o Felipe Gonz¨¢lez-Alfonso Guerra, el PSOE no ha encontrado un discurso populista funcional, suficientemente agresivo con el PP, pero aceptable a las ¨¦lites, de manera que pudiera seguir siendo partido de Gobierno. Las ¨¦lites pol¨ªticas y econ¨®micas abandonaron al PSOE de Zapatero a cuyo populismo sonrojante, como el cheque-beb¨¦, se acumulaba su desinter¨¦s por la gobernaci¨®n. Y no han regresado. Actualmente, la doble presi¨®n populista contempor¨¢nea, antipartidos y proigualdad, estrecha el margen de maniobra del discurso del PSOE. Este no puede apalancarse en la cr¨ªtica de la democracia formal porque implicar¨ªa autodeslegitimarse como partido de Gobierno, una cr¨ªtica que s¨ª la pueden utilizar IU y UPyD porque nunca van a gobernar. Y tampoco puede el PSOE ir lejos en el tema de la igualdad. Primero, porque en pol¨ªtica no hay igualdad, porque no todos tienen inter¨¦s en contribuir activamente a la misma ni todos cuentan con el capital humano para hacerlo competentemente. Segundo, porque los Estados-naci¨®n ya solo pueden reducir la desigualdad marginalmente. El populismo progresista de Gonz¨¢lez y Guerra se legitimaba porque sus Gobiernos ten¨ªan impacto. Ya no es el caso de los Gobiernos nacionales. Y as¨ª, por ello, el populismo antidemocracia formal dominar¨¢ las pol¨ªticas nacionales en la larga, imperceptible, salida de la crisis.
Jos¨¦ L. ?lvarez es doctor en Sociolog¨ªa por la Universidad de Harvard y profesor de INSEAD. Su pr¨®ximo libro es Presidentes de Gobierno: oportunidad y circunstancia en el liderazgo pol¨ªtico.
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