Celia en el Congreso
Los aplausos a Gallard¨®n por la ley del aborto responden a lo que llaman la disciplina de partido
Aplaudieron. Las diputadas del PP se levantaron de sus asientos para aplaudir al ministro menos popular entre los populares, o para entendernos, al menos querido por los votantes espa?oles seg¨²n dicen las encuestas, a Gallard¨®n. Y a cuenta de ese aplauso femenino, irritante para aquellos que defendemos la ley del aborto aprobada por los socialistas, se establecieron en las redes conexiones muy discutibles en mi opini¨®n. Suced¨ªa que el mi¨¦rcoles Google dedicaba su doodle (perd¨®n por adoptar la palabreja) a la pol¨ªtica espa?ola Clara Campoamor, y muchos internautas, seducidos por la est¨¦tica googleliana y movidos sin dudas por buenas intenciones, vinieron a acordarse de la mujer que luch¨® para conseguir el derecho al voto de las espa?olas. De todas las mujeres. Ese precisamente fue el problema con el que tropez¨® la diputada Campoamor, que la derecha no cre¨ªa en una sociedad igualitaria, pero la izquierda, incluyendo a l¨ªderes tan significativas como Victoria Kent, tem¨ªa que una mayor¨ªa del voto femenino se dejara influir por el peso de la Iglesia y la reacci¨®n.
Hab¨ªa un dicho de la Transici¨®n que rezaba que no hay nadie m¨¢s gilipollas que un obrero de derechas
La derecha no cre¨ªa en la presencia de la mujer en la vida p¨²blica y la izquierda deseaba postergar ese derecho para un momento m¨¢s adecuado; de forma que entre unos y otros convirtieron a Campoamor en una hero¨ªna a la que hay que admirar casi en solitario, sin que haya quien ahora mismo pueda adornarse con una medalla por ello. As¨ª que cuando esta semana le¨ªa furiosos comentarios hacia esas mujeres que aplaud¨ªan a Gallard¨®n consider¨¢ndolas traidoras a la causa de la Campoamor, pensaba que si se defiende la libertad de opini¨®n de las mujeres, si se nos considera personas adultas, habr¨¢ que respetar que seamos soberanas, apoyemos una pol¨ªtica como la contraria. Lo dem¨¢s, en el fondo, es condescendencia y paternalismo. Esto me hace recordar aquel viejo dicho de la Transici¨®n que rezaba que no hay nadie m¨¢s gilipollas que un obrero de derechas. El caso es que la igualdad de derechos consiste en que los obreros, los inmigrantes, las mujeres, los negros, los gais, puedan expresar su voluntad por muy contradictoria que sea a trav¨¦s de su voto, como cualquiera.
Por otra parte, ?qu¨¦ significaban los aplausos de esas mujeres que jaleaban al hombre que trata de cercenar un derecho ya adquirido y asumido?, ?una victoria? No exactamente. Los aplausos respond¨ªan a eso que se llama la disciplina de partido. Una disciplina en la que se basa el sistema pol¨ªtico espa?ol y que convierte a todas las voluntades individuales en una sola; una disciplina que obedecer¨ªa cualquier otra formaci¨®n si se encontrara en parecida circunstancia. Sirvi¨®, por apuntar algo, para que el se?or Gallard¨®n sacara pecho, para que su soberbia no se viera herida. Todo fue una gran representaci¨®n de unidad que muestra, una vez m¨¢s, el escaso valor que el Partido Popular concede a lo que la sociedad brama m¨¢s all¨¢ de los muros del Congreso.
Celia Villalobos, mujer de derechas, no se siente en sinton¨ªa con esta gallardonada de la ley del aborto
Les ocurri¨® con la guerra de Irak. Y les ocurrir¨¢ con esta china en el zapato en la que se ha convertido la reforma de la ley del aborto, una ocurrencia de alg¨²n estratega imb¨¦cil que imagin¨® que distraer¨ªa de los temas econ¨®micos, sin detenerse a contemplar la reacci¨®n social que se puede desencadenar cuando se legisla en contra de un derecho ya adquirido. Alguien debe saber, si es que no est¨¢n ciegos (Aznar lo estuvo, ciego y sordo), que el clamor en contra de la reforma no ha de parar, que esos aplausos del congreso, m¨¢s que acallarlo, lo estimulan.
Y a todo esto, Celia. Celia Villalobos. Una mujer de derechas, como as¨ª lo confirma su pertenencia al Partido Popular, pero que no se siente, en su condici¨®n de mujer, en sinton¨ªa con esta gallardonada. Conozco a mujeres como ella, conservadoras en lo pol¨ªtico y pr¨¢cticas y abiertas en lo personal, algo tan habitual en la Espa?a del sur de la que ella viene. Celia dijo que s¨ª y que no al mismo tiempo. Dijo que no pensaba castigar a su partido por orden de las socialistas, pero tambi¨¦n avis¨® que seguir¨¢ mostrando su desacuerdo con la reforma. Esto es dif¨ªcil de digerir por los ciudadanos, que de pronto vemos escenificado algo que es moneda com¨²n en nuestro sistema: los pol¨ªticos se deben m¨¢s a su partido que a los ciudadanos, y los ciudadanos votamos a un partido, no a un pol¨ªtico en concreto.
Lo que presiento es que el Partido Popular, muy sibilinamente, intentar¨¢ que el asunto se dilate y se diluya en la espesura de la actualidad. Tratar¨¢n de hacer un Rajoy, como viene siendo costumbre. Pero esto se les puede enredar m¨¢s de lo que esperan, porque las complicaciones derivadas de la fertilidad de las mujeres se renuevan a diario, empecinadamente, generaci¨®n tras generaci¨®n, para amargarle la vida al se?or Gallard¨®n, que tan orgulloso parece de sus convicciones morales, y a las se?oras y se?ores diputados que a favor o en contra de su conciencia se han dejado las manos esta semana aplaudiendo.
Y entre ellos, Celia, que deber¨ªa tomar ejemplo del personaje de la Fort¨²n, y actuar con arrojo. Puede que hasta se lo acabaran agradeciendo en su propio partido. De vez en cuando, como la Celia del cuento, hay que atreverse a ser distinta e indisciplinada, para que al lector o al votante se le haga la lectura de lo que ocurre m¨¢s comprensible.
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