Un mundo m¨¢s triste y m¨¢s lerdo
Si lo que inventan los artistas es tan valioso, resulta contradictorio que se los trate en vida tan mal
Algunas cosas son ¡°as¨ª¡± desde hace tanto que casi nadie se para a pensar, ni se pregunta, quiz¨¢ ni siquiera sabe por qu¨¦ son de esa manera. Hace unas semanas hable aqu¨ª de la pirater¨ªa de libros, que en nuestro pa¨ªs chorizo va en l¨®gico aumento, y por lo menos hubo reacciones. Unas sensatas, otras peregrinas e incomprensibles; no faltaron las airadas (¡°La cultura ha de ser gratis; ded¨ªquese a otros menesteres para ganar dinero¡±), e incluso una compungida que se justificaba por su bajo nivel de ingresos y promet¨ªa abandonar la pr¨¢ctica en cuanto mejorara. Lo que pocos se plantean, me temo, es el motivo por el que las obras literarias, musicales, etc, pasan a ser del dominio p¨²blico a los sesenta o setenta a?os, seg¨²n los pa¨ªses, de la muerte de sus creadores. ?Por qu¨¦ constituyen una excepci¨®n en un mundo y en un sistema en los que todo se lega y se va heredando indefinidamente, de generaci¨®n en generaci¨®n y sin l¨ªmite temporal ninguno? Las fortunas, el dinero, las tierras, las casas; la panader¨ªa, la zapater¨ªa, la empresa, la f¨¢brica; el banco, los cuadros, el palacio y la modesta choza; el apartamento en la playa, los muebles, el reloj del bisabuelo y las joyas de la tatarabuela; el peri¨®dico familiar, la pasteler¨ªa, el supermercado, las acciones ¡, todo se va dejando a los herederos ad aeternitatem.
He hablado de ello en otras ocasiones, pero tanto da mientras ning¨²n gobierno se detenga a pensar en la injusticia que esto supone. ?Por qu¨¦ las obras art¨ªsticas, y por ende sus autores, sufren esta discriminaci¨®n palmaria? Esas obras ni siquiera son compradas o ganadas, como la mayor parte de lo que he enumerado. Son ¡°propiedades¡± en cierto sentido, pero no algo preexistente que pueda ¡°adquirirse¡±, sino creado por quienes las conciben y realizan. Y, pese a eso, se ven castigadas, en comparaci¨®n. Si la ley que las regula se aplicara a todo lo dem¨¢s, no quedar¨ªa familia rica en el mundo, y la Duquesa de Alba carecer¨ªa de patrimonio. Si las obras de arte pasan al dominio p¨²blico (es decir, pueden editarse y reproducirse libremente transcurridos esos sesenta o setenta a?os, y ya nadie paga por disfrutarlas ni ¨Cojo¨C por explotarlas, utilizarlas y manipularlas, o hacer criminales ¡°versiones¡± o ¡°adaptaciones¡± de ellas), es justamente porque se las considera un bien para la humanidad de tal calibre que no se puede restringir sine die el acceso a ellas. Tan s¨®lo se ven emparejadas ¨Csi acaso¨C con los grandes descubrimientos cient¨ªficos que benefician a toda la especie: las vacunas, la penicilina, la anestesia, cosas as¨ª. Hasta cierto punto es comprensible. Ser¨ªa lamentable que no pudi¨¦ramos leer a Cervantes o a Shakespeare, ni o¨ªr a Beethoven o a Mozart, por las exigencias y cortapisas que impusieran sus m¨¢s remotos descendientes, tal vez gente insensible y avariciosa y par¨¢sita. Pero tambi¨¦n es una l¨¢stima que a nadie se le permita pasear por tal finca desde hace siglos porque pertenece a una familia que se la ha ido traspasando sin caducidad ni tope.
Si lo que inventan los artistas es tan descomunal y valioso que a sus herederos se les enajena por fuerza, a fin de que alcance a todos sin excepci¨®n, resulta contradictorio que a esos artistas se los trate en vida tan mal como se los trata hoy, y m¨¢s a¨²n por parte de un Gobierno iletrado y b¨¢rbaro como el actual de Espa?a. Si lo que hacen es, o puede llegar a ser, tan extraordinario y enriquecedor que se impide que quede en manos privadas indefinidamente ¨Crepito, a diferencia de lo dem¨¢s¨C, ?c¨®mo es que no son una especie protegida a la que se cuida? La mayor¨ªa sentimos una gratitud profunda hacia Cervantes y Shakespeare, Beethoven y Mozart, y pensamos que si estuvieran aqu¨ª los abrazar¨ªamos, les rogar¨ªamos que escribieran o compusieran m¨¢s e intentar¨ªamos facilit¨¢rselo al m¨¢ximo. ¡°Por favor, no paguen impuestos¡±, les dir¨ªamos, por ejemplo, ¡°que ya nos pagar¨¢n con creces con sus creaciones. D¨¦jennos alguna m¨¢s¡±. Claro que es imposible saber, en el presente, cu¨¢les de nuestros contempor¨¢neos seguir¨¢n siendo le¨ªdos al cabo de cuatro o dos siglos, cu¨¢les beneficiar¨¢n de veras a la humanidad futura. Sin embargo, y por si las moscas, resulta que todas las obras, hasta las p¨¦simas, est¨¢n sujetas a la misma ¡°condena¡±: no poder ser heredadas m¨¢s que durante un tiempo determinado. En vista de lo cual, y lejos de otorg¨¢rseles a sus creadores algunas compensaciones y facilidades, la tendencia actual es a expoliarlos ya en vida, a privarlos de sus derechos o reduc¨ªrselos, a tenerlos por unos caraduras y por individuos privilegiados (!). Shakespeare y Cervantes, Beethoven y Mozart, Vel¨¢zquez y Caravaggio tambi¨¦n ten¨ªan que pagar sus facturas, y la lista de genios que pasaron penurias es interminable. Hoy nos entristece que Van Gogh no vendiera un cuadro, que Cervantes y Dickens visitaran la c¨¢rcel y se llenaran de deudas, habiendo hecho tanto por nosotros. De haber vivido en una ¨¦poca como la actual, en la que adem¨¢s es f¨¢cil esquilmarles sus escasas ganancias con impunidad, es probable que hubieran abandonado pinceles y pluma, acuciados por la necesidad. Y que, como me dec¨ªa ese lector airado, hubieran debido dedicarse a otros menesteres para procurarse el sustento. No me cabe duda de que, a cambio de haber satisfecho esa demanda de ¡°cultura gratis¡±, el mundo ser¨ªa hoy mucho m¨¢s ignorante, m¨¢s pobre, m¨¢s triste y m¨¢s lerdo.
elpaissemanal@elpais.es
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