Democracia sin pol¨ªtica
Los que critican o protestan no tienen necesariamente raz¨®n ni el espacio p¨²blico se reduce a una agregaci¨®n apol¨ªtica de preferencias. Alguien tiene que ordenar y gestionar las demandas de la sociedad abierta
La narrativa dominante asegura que vivimos en una ¨¦poca postdemocr¨¢tica. Esta denuncia se declina de diversas maneras: como primac¨ªa de los Ejecutivos frente a los Parlamentos, como distanciamiento de las ¨¦lites respecto de los gobernados, como desplazamiento de los partidos hacia un centro que hace imposible las alternativas, como desconsideraci¨®n de lo que realmente quiere la sociedad... Yo no lo veo as¨ª, ya lo siento. ?No ser¨¢ que tenemos, m¨¢s bien, una democracia abierta y una pol¨ªtica endeble? La democracia es un espacio abierto donde, en principio, cualquiera puede hacer valer su opini¨®n, que posibilita mil formas de presi¨®n, e incluso tenemos la posibilidad de echar a los Gobiernos. Esto funciona relativamente bien. En nuestras sociedades democr¨¢ticas no faltan espacios abiertos de influencia y movilizaci¨®n, redes sociales, movimientos de protesta, manifestaciones, posibilidades de intervenci¨®n y bloqueo.
Lo que no va tan bien es la pol¨ªtica, es decir, la posibilidad de convertir esa amalgama plural de fuerzas en proyectos y transformaciones pol¨ªticas, dar cauce y coherencia pol¨ªtica a esas expresiones populares y configurar el espacio p¨²blico de calidad donde todo ello se discuta, pondere y sintetice. Algo tiene que ver con esto el hecho de que para quienes act¨²an pol¨ªticamente cada vez sea m¨¢s dif¨ªcil formular agendas alternativas. Estamos en una era postpol¨ªtica, de democracia sin pol¨ªtica. Tenemos una sociedad irritada y un sistema pol¨ªtico agitado, cuya interacci¨®n apenas produce nada nuevo, como tendr¨ªamos derecho a esperar dada la naturaleza de los problemas con los que tenemos que enfrentarnos.
Dicen los expertos que el retroceso de la participaci¨®n electoral no viene acompa?ado por una falta de desinter¨¦s hacia el espacio p¨²blico. La ciudadan¨ªa huye de las formas cl¨¢sicas de organizaci¨®n, lo que es compatible con crecientes modalidades de compromiso individual, un activismo que no est¨¢ ideol¨®gicamente articulado en un marco ideol¨®gico que le proporcione coherencia y totalidad, como pod¨ªa ser el caso de las tradicionales ideolog¨ªas omnicomprensivas.
Tenemos una sociedad irritada y un sistema agitado, cuya interacci¨®n apenas produce algo
El espacio digital ha abierto nuevas posibilidades de activismo pol¨ªtico. Plataformas de movilizaci¨®n en torno a causas concretas ¡ªcomo Change o Avaaz¡ª permiten ejercer un clicktivism concreto a favor de buenas causas que contrasta con las adscripciones ideol¨®gicas abstractas, objeto de una general incredulidad. Para amplios sectores de la poblaci¨®n, la realidad representada por los partidos jer¨¢rquicos ya no resulta atractiva, mientras que la cultura virtual de la Red les permite articular c¨®modamente sus disposiciones pol¨ªticas fluidas e intermitentes, e incluso situarse off line en cualquier momento.
No faltan tampoco ejemplos de activismo y ¡°soberan¨ªa negativa¡± en el espacio f¨ªsico, ahora tambi¨¦n vinculados a la movilizaci¨®n digital: manifestaciones y performances que obtuvieron una cierta celebridad, como los foros alternativos con motivo de las cumbres mundiales; Occupy Wall Street, todo el movimiento en torno al 15-M, las plataformas contra los deshaucios, la paralizaci¨®n de la privatizaci¨®n de la sanidad en Madrid, la intervenci¨®n de las acusaciones particulares en los procesos judiciales, la resistencia exitosa contra ciertas obras p¨²blicas e infraestructuras: desde Burgos hasta Stuttgart pasando por Nantes¡
No pongo en cuesti¨®n la bondad de estas actuaciones de resistencia c¨ªvica o campa?as on line; me limito a se?alar que al no inscribirse en ning¨²n marco pol¨ªtico que les d¨¦ coherencia, pueden dar a entender que la buena pol¨ªtica es una mera adici¨®n de conquistas sociales. No funciona la articulaci¨®n de las demandas sociales en programas coherentes que compitan en una esfera p¨²blica de calidad; en definitiva, falla la construcci¨®n pol¨ªtica e institucional de la democracia m¨¢s all¨¢ de la emoci¨®n del momento, de la presi¨®n inmediata y la atenci¨®n medi¨¢tica.
A quien reivindica algo que le parece justo no tenemos por qu¨¦ exigirle que lo acompa?e de un programa pol¨ªtico completo y una memoria econ¨®mica, por supuesto. Pero el espacio p¨²blico no se reduce a la mera agregaci¨®n apol¨ªtica de preferencias incoherentes, agrupadas como si no hubiera ninguna prioridad entre ellas e incluso ciertas incompatibilidades. Alguien se deber¨ªa ocupar de ordenar esas reivindicaciones con criterios pol¨ªticos y gestionar democr¨¢ticamente su posible incompatibilidad. Pero, ?hay alguien ah¨ª? Si la pol¨ªtica (y los tan denostados partidos) sirve para algo es precisamente para integrar con una cierta coherencia y autorizaci¨®n democr¨¢tica las m¨²ltiples demandas que surgen continuamente en el espacio de una sociedad abierta. Se bloquea la construcci¨®n de infraestructuras, que seguramente no deber¨ªan hacerse, o no de ese modo, pero seguimos sin saber qu¨¦ deber¨ªa hacerse en materia de infraestructuras; detenemos los desahucios ¡ªporque pod¨ªamos y deb¨ªamos hacerlo¡ª pero eso no sirve sin m¨¢s para incentivar el cr¨¦dito y hacer una pol¨ªtica de vivienda m¨¢s justa; podemos parar la privatizaci¨®n de los hospitales p¨²blicos, pero eso no determina qu¨¦ tipo de pol¨ªtica sanitaria debe hacerse. La pol¨ªtica cuya presencia echo en falta es la que comienza cuando se terminan las buenas razones de la sociedad, donde se acaba la tarea del soberano negativo y comienza la responsabilidad del soberano positivo.
Los sectores duros de los partidos dificultan reformas que requieren pactos con adversarios
Al hecho de que las demandas sociales est¨¦n desarticuladas se a?ade la circunstancia de que tales reivindicaciones son plurales, l¨®gicamente, y en ocasiones incompatibles o contradictorias: unos quieren m¨¢s impuestos y otros menos, unos software libre y otros protecci¨®n de la intimidad y la propiedad, a unos les preocupa que haya menos libertades y a otros que haya demasiados emigrantes¡ Sin una valoraci¨®n pol¨ªtica es dif¨ªcil saber cu¨¢ndo se trata del bloqueo de reformas necesarias o de una protesta frente al abuso de los representantes. La protesta contra ciertas infraestructuras puede estar motivada por razones ecol¨®gicas, pero tambi¨¦n por otras menos confesables como el c¨¦lebre Not In My Back Yard (no en mi patio trasero) o por sentimientos xen¨®fobos si lo que se va a construir es una mezquita. En cualquier caso, a quienes tienden a celebrar la espontaneidad social conviene recordarles que la sociedad no es el reino de las buenas intenciones. La legitimidad de la sociedad para criticar a sus representantes no quiere decir que quienes critican o protestan tengan necesariamente raz¨®n. El estatus de indignado, cr¨ªtico o v¨ªctima no le convierte a uno en pol¨ªticamente infalible.
Existe adem¨¢s otro fen¨®meno de resistencia social antipol¨ªtica que merecer¨ªa una especial atenci¨®n. Me refiero al hecho de que alrededor o en los extremos de los partidos se han configurado tea parties que se erigen como protectores de los valores, representantes de las v¨ªctimas, portavoces de la multitud o de alguna revoluci¨®n pendiente. Desde estas trincheras apol¨ªticas parecen dominarse las cosas con una claridad de la que no disponen quienes tratan habitualmente con el principio de realidad. La ira de esos grupos no se dirige tanto a los adversarios como a los propios cuando amagan con rebajar el nivel de lo pol¨ªticamente innegociable. Extienden una mentalidad antipol¨ªtica porque no han entendido que la pol¨ªtica comporta siempre ciertos compromisos y concesiones. Los sectores duros de los partidos marcan el paso de una manera que probablemente no les corresponde con criterios de representatividad y dificultan ciertas reformas para las que se requiere el acuerdo pol¨ªtico con los adversarios.
Dicen las encuestas que la pol¨ªtica se ha convertido en uno de nuestros principales problemas y yo me pregunto, para terminar, si en esta opini¨®n se expresa una nostalgia por la pol¨ªtica desaparecida, una cr¨ªtica ante su mediocridad o m¨¢s bien un desprecio antipol¨ªtico hacia algo cuya l¨®gica no se acaba de entender. En cualquier caso, los ciudadanos tendr¨ªamos m¨¢s autoridad con nuestras cr¨ªticas si pusi¨¦ramos el mismo empe?o en formarnos y comprometernos. Y tal vez entonces caigamos en la cuenta de que nos encontramos en la paradoja de que nadie conf¨ªa a la pol¨ªtica lo que solo la pol¨ªtica podr¨ªa resolver.
Daniel Innerarity es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa Pol¨ªtica y Social, investigador Ikerbasque en la Universidad del Pa¨ªs Vasco y profesor visitante en la London School of Economics.
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