Venezuela hu¨¦rfana
Frente a la angustia de los j¨®venes los herederos de Ch¨¢vez solo saben reprimir
En la d¨¦cada de los a?os sesenta, Venezuela cre¨® dos hitos culturales: la casa editorial Monte ?vila y el Premio de Novela R¨®mulo Gallegos. El primero acogi¨® a la di¨¢spora intelectual que hu¨ªa del franquismo y de los reg¨ªmenes tir¨¢nicos del continente americano; el segundo marcaba un espacio para reconocer el valor de la ficci¨®n como mecanismo liberador de las sociedades. Pero estos gestos de afirmaci¨®n cultural no eran azarosos; respond¨ªan m¨¢s bien al entusiasmo de una democracia naciente, que en 1958, despu¨¦s de una d¨¦cada de costosa clandestinidad pol¨ªtica, desech¨® al dictador militar Marcos P¨¦rez Jim¨¦nez. Entre los a?os cuarenta y cincuenta se estima que 500.000 espa?oles emigraron a Venezuela, por no contar a italianos y portugueses. Esas di¨¢sporas hu¨ªan de lo que el poeta venezolano Eugenio Montejo ha llamado ¡°las pestes del siglo?XX¡±. A saber, el franquismo, el fascismo, el nazismo o el comunismo.
Esas oleadas de inmigrantes se hicieron venezolanas y sus hijos o nietos, entre otros, pueden estar ahora protestando en las calles de Caracas, Valencia o San Crist¨®bal. Venezuela ha sido fundamentalmente un pa¨ªs de acogida, de bienvenida, con la tradici¨®n de exilio m¨¢s baja del continente, quiz¨¢s porque el siglo?XX, con sus contados par¨¦ntesis, fue el siglo de la conquista de la paz, como gustaba de decir al historiador Manuel Caballero.
Ese fulgor democr¨¢tico de los a?os sesenta, vale recordarlo, no era la norma en Am¨¦rica Latina, continente asediado con los personajes preferidos por la ficci¨®n que tramaban novelistas como Garc¨ªa M¨¢rquez, Vargas Llosa, Fuentes o Roa Bastos, pero personajes que en la realidad creaban monstruos nada ficticios y s¨ª muy reales a la hora de acabar con cr¨ªticos u opositores. Nadie recuerda hoy que lo que se dio por llamar la doctrina Betancourt (en reconocimiento al presidente R¨®mulo Betancourt) se constituy¨® en el primer obst¨¢culo para que reg¨ªmenes como el de Cuba no entraran en la reci¨¦n fundada OEA: una postura, por cierto, muy distinta a la que muestra una reciente foto tomada en La Habana, en la que 15 presidentes latinoamericanos sonr¨ªen a c¨¢mara sin emitir una sola palabra sobre derechos humanos en la isla. La pol¨ªtica latinoamericana de hoy, qu¨¦ duda cabe, es m¨¢s amiga de los negocios que de los fundamentos ¨¦ticos.
A los estudiantes, abandonados por la paternidad p¨²blica, los militares les persiguen y las 'patrullas bolivarianas' les disparan
La gesta democr¨¢tica venezolana dur¨® al menos 40 a?os (1958-1998) y, si bien en las postrimer¨ªas el crecimiento de la deuda social y el auge de la corrupci¨®n gubernamental fueron c¨¢nceres letales, el precio que el pa¨ªs ha pagado por sus omisiones no daba como para recuperar las pestes que, seg¨²n el historiador Ram¨®n J. Vel¨¢squez, cre¨ªamos haber enterrado en el siglo?XIX: militarismo, caudillismo y personalismo.
La llegada de Ch¨¢vez en 1999, que para muchos representaba un esfuerzo para saldar las cuentas de nuestra imperfecta democracia, para otros m¨¢s conscientes signific¨® la vuelta de todas nuestras pesadillas, precisamente las que siempre hab¨ªan atentado contra nuestro sue?o republicano. De militar exgolpista a exponente de la antipol¨ªtica, de personajillo parlanch¨ªn a hijo putativo del caim¨¢n barbudo, los muchos rostros que Ch¨¢vez quiso tener se resumen a uno solo: la idea de que la redenci¨®n social pasa por un absoluto control del poder. Y ese ha sido el pretexto que, aderezado con fusi¨®n de los poderes p¨²blicos, alta renta petrolera y fuerte manu militari, nos ha tra¨ªdo hasta hoy, cuando sus d¨ªscolos herederos se enfrentan a una revuelta social que, en definitiva, no logran entender.
En el testimonio de los estudiantes que hoy protestan en las calles de Venezuela prevalece una noci¨®n inconmovible: la idea de que el futuro no existe. No tendr¨¢n hospitales donde trabajar, puentes que construir, edificios que dise?ar, casas donde vivir, viajes que hacer. Por eso es que las concentraciones y marchas, que se quieren pac¨ªficas, a veces se vuelven rabiosas. Por eso es que una estudiante se impacienta y llora frente a otra mujer que es soldado de una barricada: ¡°?Es que no ves que ambas somos venezolanas?¡±, le increpa la sensible a la que se muestra indiferente.
Para estas reacciones humanas que van del dramatismo a la angustia, del grito a la impotencia, los herederos de Ch¨¢vez no han tenido otra idea distinta que reprimir, reprimir a la juventud venezolana, quiz¨¢s porque en estas circunstancias no pueden admitir la evidencia mayor, que es la absoluta incapacidad para resolver nada, pues conducen un Estado quebrado, forajido, lleno de deudas y acreedores, inmovilizado hasta en las decisiones m¨¢s intrascendentes, que ellos mismos han desbancado.
Los j¨®venes piden el futuro que los herederos de Ch¨¢vez, enamorados de ideas muertas, les han quitado. Y los j¨®venes saben que solo ellos, m¨¢s los que se quieran sumar a sus proclamas, pueden luchar por sus aspiraciones. Est¨¢n finalmente solos y bien lo saben. Son los hu¨¦rfanos, los hu¨¦rfanos de Venezuela, pues la paternidad p¨²blica los ha abandonado, el estamento militar los persigue y las ¡°patrullas bolivarianas¡± (colectivos armados) les disparan todas las noches. Si este rostro de futuro nonato es capaz de inspirar un m¨ªnimo de reciprocidad por todo lo que Venezuela entreg¨® al mundo en a?os no tan lejanos, estamos a tiempo de demostr¨¢rselo.
Antonio L¨®pez Ortega es escritor, editor y promotor cultural venezolano.
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