El planeta de los simios
Mientras Venezuela vive un febrero cruento, leemos la declaraci¨®n de la infanta, que deber¨ªa estar en Arco, Charlene se desmelena y Corinna reaparece con Alberto
Febrero ha sido siempre un mes cruento para Venezuela. Fue un 18 de febrero hace 31 a?os cuando la moneda nacional, el bol¨ªvar, se desplom¨® para jam¨¢s recuperarse del todo. El 27 de febrero de 1989, los habitantes de las favelas alrededor de las principales ciudades descendieron para saquear comercios y abastos como respuesta a medidas econ¨®micas impuestas por el FMI. La represi¨®n militar de esa noche, con muertes que jam¨¢s llegaron a contabilizarse oficialmente, es una de las acusaciones que el chavismo siempre destaca ante la oposici¨®n que entonces gobernaba. El 4 de febrero de 1992, Ch¨¢vez orquest¨® una asonada militar para derrocar al presidente Carlos Andr¨¦s P¨¦rez. Y desde el 12 de febrero de este a?o, el Gobierno de Nicol¨¢s Maduro intenta justificar la violencia desatada despu¨¦s de una marcha de estudiantes contra la inseguridad. Maduro llama a sus enemigos fascistas, estudiantes y ciudadanos hablan de opresi¨®n, las v¨ªctimas al lado de cacerolas son siempre civiles.
A los peri¨®dicos se les dificulta comprar papel para sus ediciones impresas. Las televisiones se han ido cerrando porque el Gobierno no renueva las licencias y las tres en activo tienen que modificar sus emisiones por los discursos del presidente o mantener las telenovelas mientras se acumulan muertos y heridos. Eso ha hecho que las redes sociales se conviertan en cadenas de televisi¨®n en directo. En Twitter, un joven caraque?o muestra lo que emite la televisi¨®n p¨²blica venezolana, ense?ando unos ¡°fascistas¡± lanzando piedras contra agentes de la Guardia Nacional. El joven se desplaza hacia la ventana para mostrar lo que ocurre fuera, en la calle: gente corriendo, contenedores ardiendo, caceroladas y personas vestidas con uniforme de la Guardia Nacional desvalijando veh¨ªculos a golpe de martillo. Es el ambiente de una ciudad que sin darse cuenta se convirti¨® en el nuevo planeta de los simios.
En Venezuela, los ricos no pueden ser ricos y los pobres no dejan de ser pobres. Leopoldo L¨®pez, un l¨ªder opositor, se entrega a la justicia mientras que su esposa le cuelga un rosario XL al cuello. El presidente se jacta de que Diosdado Cabello, el poder en la sombra, habr¨ªa acompa?ado a L¨®pez al volante de su propio coche hasta una c¨¢rcel en las afueras de Caracas. ?Conversaci¨®n o negociaci¨®n! Mientras L¨®pez adquiere dimensi¨®n de h¨¦roe para unos, resulta un preso inc¨®modo para otros.
El d¨ªa a d¨ªa en Venezuela consiste en acercarse al supermercado y ver si hay algo. ¡°Ese pollo tiene tu nombre¡±, le indic¨® una se?ora a mi hermana, despu¨¦s de proveerse de otros dos. Y luego, con o sin pollo, tanto oposici¨®n como chavismo se manifiestan. En una de ellas me toman una foto con unas j¨®venes encapuchadas. Intento pedirles que preferir¨ªa que estuvieran descubiertas, y me responden: ¡°Somos lindas por dentro¡±. La foto genera una oleada de ataques en mi Twitter que repicatoda la noche al mismo tiempo que suenan tiros en la oscuridad. Por un lado, ruiditos digitales. Por otro, disparos reales.
¡°A la naturaleza pareciera que no le importara nuestro dolor¡±, confiesa un personaje en Los Navegaos, obra de Isaac Chocr¨®n reestrenada en estos convulsos d¨ªas. Un breve tiroteo se col¨® entre los di¨¢logos. Pero luego, cuando abandono Caracas rumbo a Santiago de Chile, comprendo que esa misma naturaleza desatada y luminosa permite entender qu¨¦ es lo que pasa con Venezuela y sus problemas: el pa¨ªs petrol¨ªfero se ha quedado a 20 a?os de distancia de sus vecinos. No es emergente, es problem¨¢tico. Y a los diferentes siempre se les deja solos.
Ya en el verano austral, Santiago de Chile es serenidad, rascacielos con piscinas en el piso 30? desde donde admirar la cordillera andina. Mi labor en este pa¨ªs es comentar la llegada de los invitados c¨¦lebres a la inauguraci¨®n del Festival de Vi?a del Mar. ?El glamour me ha rescatado! Cada invitado tiene que recorrer metros de alfombra escarlata, mientras c¨¢maras y comentaristas diseccionan vestido, peinado, maquillaje y complementos. Hay hasta una c¨¢mara para capturar no solo el brillo y calibre de las joyas, sino la calidad de manicura. ¡°Muchas estrellas se pasan d¨ªas drenando las manos para que no luzcan hinchadas¡±, explican en una peluquer¨ªa. Es el mismo continente, la misma naturaleza, pero no la misma suerte. Y sin petr¨®leo.
Comunicando con Espa?a, que busca petr¨®leo donde sea, resulta que encuentran asombroso que la Infanta haya respondido, escud¨¢ndose, con m¨¢s de 500 evasivas para luego manifestarse casi ofendida. Ahora que hemos le¨ªdo ya por escrito su declaraci¨®n, debemos entender que ese es su sentido de la colaboraci¨®n: evadirse. La declaraci¨®n de la Infanta deber¨ªa exponerse en Arco, que otro febrero m¨¢s vuelve a demostrar que el mercado del arte es un laberinto. El c¨¦lebre galerista Simon de Pury ya advirti¨® que en nuestra ¨¦poca los artistas m¨¢s afamados son personas acaudaladas, a veces m¨¢s que los coleccionistas que pagan. As¨ª, en plan coleccionista, quien ha reaparecido en los juegos de Sochi para no evadirse es la querida princesa Corinna Zu Wittgenstein, acompa?ada de su entra?able sentido de la oportunidad y junto a Alberto de M¨®naco. Mientras la prensa alemana descubr¨ªa que Charlene, la esposa del pr¨ªncipe Alberto, se suelta el pelo en el Caribe, Corinna, muy profesional, marcaba territorio. Corinna is back para demostrarnos que, con arte y decoro, todo lo que acaricia se hace oro.
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