De sexo, burdeles y prostitutas
Si a los ciudadanos se les considera suficientemente racionales para poder elegir a sus gobernantes, no se comprende que el Estado los trate en el terreno ¨ªntimo como ni?os incapaces de saber lo que quieren
De verdad estamos en el siglo XXI, un siglo invadido por la pornograf¨ªa, donde un tercio del contenido de las p¨¢ginas de Internet es porno? A juzgar por el ¨¦xito de ventas del libro C¨¢sate y s¨¦ sumisa, auspiciado por el arzobispo de Granada, parece m¨¢s bien que hubi¨¦ramos retrocedido al siglo XIX. Lo confirmar¨ªan los datos sobre la abstinencia sexual prematrimonial, que se dispara entre los j¨®venes cat¨®licos, y el movimiento que promueve la renuncia al sexo como forma de vida, que empieza a dejarse o¨ªr. En un libro reciente, El arte de dormir sola, la autora, editora de la revista francesa Elle,califica de liberadora su experiencia de 12 a?os sin sexo. Y un sondeo de junio de 2004 de IPSOS desvela que el 25% de las mujeres y el 15% de los hombres encuestados no hab¨ªa tenido relaciones sexuales en los ¨²ltimos meses y, lo que es m¨¢s preocupante, al 26% de los varones no le importaba en absoluto. Seg¨²n una encuesta de 2010 del Ministerio de Salud japon¨¦s, el 36% de los chicos y el 59% de las chicas entre 16 y 19 a?os no estaban interesados por el sexo. ?Nos encaminamos hacia una sociedad puritana como reacci¨®n al hartazgo que produce el exceso de oferta sexual?
Las feministas cantan las bondades del modelo prohibicionista sueco que, supuestamente, ha logrado reducir el n¨²mero de prostitutas entre un 30% y un 50%, y el de clientes entre un 75% y un 80%. Y han crucificado a los 343 intelectuales franceses alzados en armas contra la ley que penaliza a los clientes de la prostituci¨®n. Su provocador manifiesto No toques a mi puta ha sido el toque de rebato que ha unido a feministas y republicanos contra esos ¡°desalmados¡± que pretenden ¡°disponer del cuerpo de las putas como si fuera su propiedad¡±. Pero quienes se oponen a las multas critican, posiblemente con raz¨®n, la injerencia del Estado en el ¨¢mbito privado y su intento de moralizar la vida sexual de los ciudadanos. En China, donde la prostituci¨®n es ilegal, la ¨²ltima y recient¨ªsima gran redada ha clausurado 12 establecimientos de alterne y detenido a 67 prostitutas y clientes. El Gobierno chino no se anda con chiquitas: algunas prostitutas han sido expuestas p¨²blicamente como objeto de escarnio y otras, recluidas en campos de trabajo.
Fueron los ilustrados radicales del siglo XVIII los que impulsaron
una revoluci¨®n er¨®tica
?Estamos volviendo a los tiempos de la contrarreforma? Abordemos el tema de la prostituci¨®n con algo de perspectiva hist¨®rica. Incluso una sociedad tan religiosa como la medieval, donde la salvaci¨®n era el objetivo supremo, toler¨® el comercio sexual para evitar males mayores como el adulterio y la violaci¨®n. En Espa?a, durante la Edad Media y la edad moderna, se esgrimieron argumentos pol¨ªticos, teol¨®gicos y econ¨®micos en favor y en contra de legalizar las manceb¨ªas. En el siglo XIII, los que estaban a favor apelaban a algunos textos de san Agust¨ªn y santo Tom¨¢s para reclamar tolerancia hacia los burdeles; alud¨ªan a su utilidad p¨²blica y defend¨ªan el derecho de las prostitutas a cobrar sus servicios.
Seg¨²n Mar¨ªa Isabel P¨¦rez de Colos¨ªa, desde mediados del siglo XIV los concejos o asambleas de vecinos regulaban la prostituci¨®n y arrendaban los ¡°meretricios¡± a los llamados padres de la manceb¨ªa, quienes controlaban f¨¦rreamente a las prostitutas. Les exig¨ªan estar solteras, tener buena salud y someterse a peri¨®dicas inspecciones sanitarias y de higiene corporal. Eran atendidas por un m¨¦dico y un sacerdote. A pesar de su sujeci¨®n, la mayor¨ªa de estas mujeres prefer¨ªa los prost¨ªbulos a ejercer la prostituci¨®n por libre. Las que decid¨ªan abandonar ese tipo de vida eran trasladadas a una casa de penitencia, donde permanec¨ªan recluidas en clausura a la espera de entrar en un convento o lograr la dote necesaria para contraer matrimonio. Los beneficios de los padres de la manceb¨ªa deb¨ªan ser cuantiosos pues, al decir de Colos¨ªa, algunos caballeros de alto rango participaban en el negocio. En el Archivo de Trujillo he podido consultar contratos de tales arrendamientos. En el siglo XVI, con la contrarreforma, la tolerancia se esfum¨® y se orden¨® cerrar los prost¨ªbulos. Como consecuencia, las casas de recogida, cuyo objetivo era ¡°limpiar esta Rep¨²blica de gente tan perniciosa¡±, proliferaron.
En la Inglaterra del siglo XVII, Mandeville, de cuya F¨¢bula de las abejas se conmemora este a?o el tricentenario, recomendaba establecer un sistema de burdeles para erradicar la prostituci¨®n sin control y poner freno al infanticidio y los hijos no deseados. Pero fueron los ilustrados radicales del siglo XVIII los que impulsaron una revoluci¨®n er¨®tica que podr¨ªa compararse a la liberaci¨®n sexual de los a?os sesenta del siglo pasado. En los salones de la alta sociedad parisiense, donde el matrimonio era un asunto de conveniencia y se desplegaban los rituales de galanter¨ªa y seducci¨®n que reflejan Las amistades peligrosas, el sexo se libera de ataduras. Una nueva cultura del deseo y del erotismo acab¨® con la estigmatizaci¨®n del acto sexual, ridiculiz¨® la castidad por antinatural, reclam¨® el divorcio y acogi¨® la homosexualidad y las relaciones sexuales fuera del matrimonio. El m¨¢ximo portavoz de esa revoluci¨®n er¨®tica, Diderot, reclamaba que el deseo sexual fuese reconocido como una de las necesidades vitales del ser humano. Pocos a?os m¨¢s tarde, en 1792, un te¨®logo alem¨¢n, Carl Friedrich Bahrdt, reivindicaba que el derecho a la satisfacci¨®n sexual fuese catalogado como un derecho humano, algo que ni siquiera nuestras actuales declaraciones universales contemplan (John Christian Laursen).
Ser¨ªa deseable, en aras
de la transparencia y
la salud p¨²blica, legalizar
el comercio del sexo
Pero el siglo XIX cort¨® de ra¨ªz toda esa voluptuosidad. Fue, con algunas excepciones, un siglo esencialmente oscurantista que impuso la moral patriarcal y burguesa y el culto a la virginidad, y mantuvo a la mujer de clase media convencida de que el sexo ten¨ªa que ver ¨²nicamente con la procreaci¨®n. Solo en aras de la necesaria misi¨®n de traer hijos al mundo aceptaba con resignaci¨®n la mujer de los c¨ªrculos conservadores el uso de su cuerpo. Porque, conforme al pensamiento plat¨®nico y medieval todav¨ªa en vigor, el cuerpo simbolizaba el mal, mientras el coraz¨®n era la morada de las excelsas cualidades ¡°femeninas¡± (emoci¨®n, sensibilidad, altruismo y esp¨ªritu de sacrificio). Esta oposici¨®n corr¨ªa paralela a la veneraci¨®n del Sagrado Coraz¨®n de Jes¨²s, que se propag¨® por entonces en los pa¨ªses cat¨®licos.
El rigor de la ¨¦tica victoriana condujo al incremento de la prostituci¨®n, el infanticidio y la doble moral. Por poner un ejemplo, en Viena, el alarmante cuadro de la prostituci¨®n est¨¢ confirmado por las estad¨ªsticas de la polic¨ªa y de las autoridades sanitarias de la ¨¦poca. Seg¨²n los datos de 1860, m¨¢s del 50% de la poblaci¨®n vienesa de m¨¢s de veinte a?os permanec¨ªa soltera. Una gran parte de ese porcentaje eran mujeres que hab¨ªan visto frustrados sus sue?os de casarse y de tener hijos; pero otra parte eran hombres que recurr¨ªan a prostitutas, a relaciones con menores y al incesto. Las familias pudientes hac¨ªan frente al problema importando a ex¨®ticas y sufridas criadas georgianas que aliviaban los apetitos de sus reto?os en edad fogosa.
Hasta comienzos del siglo XX, con Freud (y Schnitzler) la ciencia no se interes¨® por la sexualidad femenina ni por los problemas que su represi¨®n acarreaba, ni la mujer reivindic¨® su cuerpo como fuente de placer. La liberaci¨®n del cuerpo femenino abri¨® la caja de los truenos, pues condujo no solo a la libertad sexual sino, m¨¢s peligrosamente a¨²n, al cuestionamiento del orden patriarcal, de la esfera de poder reservada al var¨®n y de la maternidad, aut¨¦ntico tab¨² de la ¨¦poca.
Hoy, a la vez que la Red ofrece la mayor oferta de sexo y pornograf¨ªa nunca imaginada, se proh¨ªbe parad¨®jicamente o se penaliza la prostituci¨®n en la mayor¨ªa de los pa¨ªses, lo que da pie a un comercio del sexo opaco, insano y controlado por las mafias. Ser¨ªa deseable, en aras de la transparencia y la salud p¨²blica, legalizar la prostituci¨®n lo mismo que se hizo en Estados Unidos con el alcohol y deber¨ªa de hacerse con las drogas. En enero pasado, un grupo de prostitutas ibicencas dio el primer paso constituyendo una cooperativa que cotiza a la Seguridad Social. Si a los ciudadanos se les considera suficientemente racionales para poder elegir a sus gobernantes, no veo por qu¨¦ el Estado debe tratarlos en el terreno ¨ªntimo como ni?os incapaces de saber lo que quieren y necesitados de tutela.
Mar¨ªa Jos¨¦ Villaverde es catedr¨¢tica de la Universidad Complutense de Madrid.
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