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El m¨²sico de la isla verde

En una de las calles de Algeciras, naci¨®, en 1947, 'el ni?o de la portuguesa' Fue el primer nombre que a Paco de Luc¨ªa le puso el vecindario "Cada vez que cojo la guitarra es como si supiera que por las cuerdas salen billetes de mil"

El guitarrista flamenco, Paco de Luc¨ªa, en mayo de 1978.
El guitarrista flamenco, Paco de Luc¨ªa, en mayo de 1978.Marisa Fl¨®rez

Entre las posesiones de los duques de Medinaceli se cuentan unas tierras si?tuadas en el extremo sur de la Pen¨ªnsu?la, junto a la antigua ciudad de Algeci- ras. Es una espesa zona forestal con una exten?si¨®n de 17.000 hect¨¢reas donde dialogan con el viento los quejigos, los alcornoques, los alga?rrobos y los fresnos y donde huyen del hombre los corzos y los jabal¨ªes. Por alg¨²n lugar de ese vasto terreno y en el coraz¨®n del verano se cele?bra una de esas fiestas campesinas y ardiente?mente populares que son las romer¨ªas. El nom?bre de esas tierras es hermoso, sonoramente musulm¨¢n: La Almoraima. En La Almoraima ven pasar los a?os algunos so?olientos palacios y jardines de los Medinaceli, a¨²n dormita un convento del siglo XVII, y sobreviven los restos de una fortaleza ¨¢rabe hoy jadeante sobre la cumbre de un picacho que se alza entre los r¨ªos Guadarranque y Hozgarganta.

Cobijado en la fortaleza, se arracima un im?previsto pueblecito. Es Castillar de la Frontera: una gran porci¨®n de belleza y pobreza de pie?dra, una modesta y lenta humanidad embutida entre los muros de un castillo que alguna vez asediaron los godos, tres o cuatro millares de habitantes en casitas de mucha cal, en calles enchinadas o empedradas que zigzaguean limp¨ªsimas, acomod¨¢ndose al reducido espacio que les consienten las murallas granates, y una poterna almohade que a¨²n se cierra todas las noches y se abre con el alba, como un viejo chirriar del medioevo. Terreno, bosques y casti?llo, susurro de los vientos y viento de los siglos, s¨²bitas corzas y engalanada romer¨ªa, todo eso fue parte importante de la alegr¨ªa ceremonial de un ni?o que a?os m¨¢s tarde dar¨ªa la vuelta al mundo con una guitarra en las manos. Y todo eso, La Almoraima entera, modesto para¨ªso donde el tiempo se amansa, se embruja y se confunde con la luz o la noche, debe de estar aleteando como un pich¨®n de infancia por entre acordes, tr¨¦molos, arpegios, en ese maremoto de m¨²sica con el que Paco de Luc¨ªa est¨¢ rubri?cando el flamenco. Si escuchamos con nuestros poros, en el fondo de esa guitarra podremos contemplar a una ni?ez del Sur ¡ªy esa ni?ez, en alg¨²n recoveco de esa m¨²sica, se llama La Al?moraima¡ª.

Antes de ser el nombre de unas tierras, ?ser¨ªa Almoraima un nombre de mujer? ?Mencionaba a unas caderas poderosas bajo una cintura de corteza de pan, a un cuello largo como ofidio de harina, a unos labios prohibidos bajo dos ojos de carb¨®n? ?Alg¨²n habitante de C¨¢diz llor¨® dis?cretamente hace un milenio, atropellado por tu ausencia, Almoraima? ?Ziryab, tal vez, el persa ilustre a quien tanto debe la m¨²sica de nuestro Sur y que a principios del siglo IX y procedente de lejanos mundos desembarcara en Algeciras? Por entre la penumbra de la prehistoria del flamenco el nombre de Abu-el-Has¨¢n Al¨ª ibn Nafi, apodado Ziryab (es decir, ?p¨¢jaro ne?gro?), es legendario y brilla con luz que no se apaga. Cuando aquel persa pis¨® la tierra de Algeciras, de paso hacia la protecci¨®n del cor?dob¨¦s Abd ar-Rahm¨¢n II, ?ser¨ªa all¨ª, en Algeci?ras, Almoraima un nombre de mujer, o lo habr¨ªa sido alguna vez, o habr¨ªa de serlo un d¨ªa? ?Ziryab compuso para ella una canci¨®n, acom?pa?ado de un obeso la¨²d de cuatro cuerdas? Detr¨¢s de esa enigm¨¢tica palabra y cerrando los ojos se puede ver una antiqu¨ªsima guitarra o una muchacha mora, y es dado imaginar una canci¨®n incomparable.

En cualquier caso, esas s¨ªlabas tan vastamente mahometanas evocan unos tiempos en que la Andaluc¨ªa era codiciada bajo el nombre de Al-Andalus ¡ªy que los m¨²sicos del califato enfermaban de envidia ante la displicente fortuna de Ziryab¡ª. Aquel cantor de piel oscura y luminoso genio es una de las m¨¢s viejas sombras que deambulan por los desconocidos territorios del origen de la guitarra, y tal vez sea tambi¨¦n alguna de las sombras que por las noches siembran en La Almoraima una fl invisible: la oscura flor del tiempo. La guitarra y el tiempo y La Almoraima est¨¢n juntos en el barranco emocional de Paco de Luc¨ªa. Por eso, al buscar nombre a la carpeta que contiene sus m¨¢s recientes m¨²sicas, ha recordado aquellas tierras y, sobre todo, aquella infancia que ech¨® a correr durante aquellas romer¨ªas, y ha nombra?do estas m¨²sicas con un vocablo que est¨¢ sem?brado en su ni?ez: Almoraima. Y con ese bau?tismo el guitarrista memora la perdida infancia, pasa la mano con reconocimiento al arte ar¨¢bi?go-andaluz y rinde un homenaje a un campo muy cercano a la ciudad donde naci¨®.

La ciudad de Algeciras, con el nombre de Julia Transducta, fue fundada por los romanos y poblada con habitantes de otras ciudades es?pa?olas y de las costas africanas. M¨¢s tarde, exactamente el 28 de abril del a?o 711, la tropa musulmana de Tarik se apoder¨® de ella y, por su enclave estrat¨¦gico, la convirti¨® en el centro de sus operaciones militares. All¨ª bati¨® Tarik al godo Teodomiro, y desde all¨ª, ayudado por refuerzos de Muza, parti¨® para enfrentarse a don Rodrigo, a quien derrotar¨ªa famosamente a la orilla del Guadalete. Algeciras (su nombre actual es un legado de las voces ¨¢rabes Al-Djezirah al Hadra: ?isla verde?) durante seis siglos fue ciudad musulmana y varias veces ser¨ªa destruida en batallas avariciosas y sangrientas.

Habitualmente era el lugar de embarque de las expediciones de emires y califas en viaje a las costas africanas, era el punto de desembarco de los berberiscos que penetraban en la Pen¨ªnsula, y la salida al mar del Reino de Granada.

Durante el siglo XII tres oleadas de al?mohades entran por Algeciras en Es?pa?a. En el siglo XIV, tras un a?o de cerco militar, los cristianos mandados por Alfonso XI tomaban Algeciras. Romanos, godos, africanos, castellanos, ingleses hicieron y deshicieron a Algeciras, codici¨¢ndola y destruy¨¦ndola, amenaz¨¢ndola y pobl¨¢ndola, y aglutinando el basamento de lo que hoy es un variado nudo racial y una ciudad de car¨¢cter cosmopolita habitada tanto por el andaluz m¨¢s sobrevenido del fondo de la tradici¨®n como por el m¨¢s sofisticado turista, un ajetreado puerto de pesca y comercio mar¨ªtimo y un lugar de con?trabando cotidiano, desde el m¨¢s esplendoroso alijo de hach¨ªs o de marihuana (con el que alg¨²n ingl¨¦s, o alem¨¢n, o franc¨¦s, o espa?ol suele ga?nar la fortuna o la c¨¢rcel) hasta la m¨¢s inve?ros¨ªmil menudencia, con cuya compraventa alguna vieja y astuta gitana lleva socorro a su puchero y color a los carrillos de sus nietos. En una de las calles de Algeciras, precisamente en una de las m¨¢s despabiladas por el r¨ªtmico y seco son de las palmas de los gitanos, naci¨®, en 1947, ?el ni?o de la portuguesa?: primer nombre que a Paco de Luc¨ªa le puso el vecindario.

Fue en el n¨²mero 6 de la calle de San Fran?cisco, el 21 de diciembre. Para uso de esos seres maravillosos que aseguran creer en la enigm¨¢tica voluntad de los astros, a?adir¨¦ que Paco de Luc¨ªa naci¨® a las diez de la ma?ana y, como es obvio a la vista de la fecha, a caballo entre dos signos del Zod¨ªaco: Sagitario y Capri?cornio. Lo cual forzosamente significa, seg¨²n me informan mis amigos astr¨®logos, que al re?ci¨¦n nacido le estaba destinado un car¨¢cter si?lenciosamente rebelde, parsimoniosamente apasionado, que gozar¨ªa toda su vida de exce?lente salud y de un gran equilibrio ps¨ªquico no mancillado por la falta total de cierta locura; que su eros ser¨ªa fuerte y f¨ªsico (esto quiere decir que no creer¨ªa en otro amor que el que se aviva en las hogueras de la piel) y que ¡ª?valiente predicci¨®n!¡ª nac¨ªa dotado para el arte.

Hasta aqu¨ª, los astr¨®logos. Pero otra ciencia m¨¢s modesta y municipal, llamada biograf¨ªa, nos habr¨¢ de proporcionar algunos datos con los que, seg¨²n creo, se pueden explicar ciertas ca?racter¨ªsticas de su violenta y amorosa m¨²sica ¡ªcomo son su curiosa t¨¦cnica, sus casi sangui?narias escalas, la amargura rec¨®ndita de sus tr¨¦molos y esa especie de urgente paciencia, de tensa serenidad encogida de muelles que en algunos de sus arpegios precede a un estallido de clamor, de pena y de vertiginoso consuelo¡ª. Estoy refiri¨¦ndome al agobio social (y tambi¨¦n a su correlato de sensibilidad y rebeli¨®n, de disci?plina y tozudez) que Paco de Luc¨ªa hubo de conocer desde ni?o.

El guitarrista flamenco en mayo de 1978.
El guitarrista flamenco en mayo de 1978.Marisa Fl¨®rez

Hoy no es posible no advertir algo desgarra?do, remoto y verdadero en la guitarra de este artista, pero conviene no desconocer que una parte de esa verdad y ese desgarramiento fueron alimentados con carencias, con ese sufrimiento brutal del ni?o que se da cuenta de que su padre es pobre.

Y su madre tambi¨¦n. Luc¨ªa hab¨ªa nacido en Castromar¨ªn, al sur de Portugal, frente a Aya- monte. Cuando ten¨ªa ocho a?os muri¨® su padre (un abuelo de Paco que ¨¦l no conocer¨ªa sino por esas viejas fotos sepia que permanecen soldadas al pasado como las cicatrices a la piel) y el destino de una casa sin padre y sin posibles la llevar¨ªa a esa humilde di¨¢spora del que busca trabajo: y ya tenemos a Luc¨ªa en Algeciras, haciendo trabajos caseros con alguna familia: el mandado, la plancha, la tabla de lavar, el trapo de limpiar el polvo: es decir, gan¨¢ndose su pan a los ocho a?os de su edad.

Esa madurez forzadamente prematura, muy Am¨²n en Andaluc¨ªa, sospecho que ser¨¢ ininte?ligible para muchos lectores: un adulto de ocho a?os es un escalofr¨ªo social. Pero que nadie dude de que en el apesadumbrado Sur abundan esos menudos e inusitados jornaleros. Uno de ellos fue Luc¨ªa. Muchos a?os m¨¢s tarde, y en Madrid, Luc¨ªa escuchaba la guitarra de su hijo desde un palco del palaciego teatro Real. Se la ve¨ªa sua?vemente triunfal, realizada, feliz. Y de repente, con claridad voluminosa, alguien pronunci¨® unas palabras que, supongo, jam¨¢s hab¨ªan so?nado en tal digamos educado recinto: ??Paco! ?Viva la madre que te pari¨®!?(con lo que m¨¢s de un gentilhombre debi¨® de sentir el sofoco de una sutil sorpresa). Entre aquella Luc¨ªa de ocho a?os sacando brillo a unos cristales o prendien?do un brasero de pic¨®n de canutillo y esta alegre Luc¨ªa que por primera vez pisaba las alfombras del Real, hay, entre otras muchas cosas, un mu?chacho abrazado a una guitarra no s¨®lo por amor a la m¨²sica, sino tambi¨¦n por el af¨¢n de que su padre est¨¦ contento: ?Mi padre sufr¨ªa porque no hab¨ªa dinero. Yo lo ve¨ªa sufrir?, me ?uenta Paco ahora.

Don Antonio, natural de Algeciras, aliment¨® a sus hijos ejerciendo varios oficios, a veces simult¨¢neamente: toc¨® la bandurria en los bai?les, fue corredor de ventas, vendi¨® telas, se arrim¨® a una guitarra. Despu¨¦s del trabajo del d¨ªa sal¨ªa con la guitarra, por las noches, a acome?ter ese esfuerzo al que popularmente se men?ciona de forma tan precisa ?a buscarse la vida?. Cuando Paco ten¨ªa cinco a?os,-la familia se mud¨® al barrio de La BajadiUa, a la calle de Barcelona. Un barrio donde viv¨ªan abundantes gitanos. Don Antonio fue ense?ando a tocar la guitarra a sus hijos varones. Ram¨®n persever¨® hasta alcanzar a ser uno de los m¨¢s firmes gui?tarristas profesionales con que en la actualidad cuentan los cantaores, y muy frecuentemente compa?ero de Paco en grabaciones y actuacio?nes p¨²blicas. Antonio dejar¨ªa la guitarra para estudiar idiomas y adoptar una forma m¨¢s quieta de vivir. En Pepe se revelar¨ªa un impor?tante cantaor. Paco llegar¨ªa a ser la tradici¨®n m¨¢s revolucionaria en la historia musical del flamenco.

Despu¨¦s de su padre, el primer profesor de guitarra de Paco de Luc¨ªa fue su hermano Ram¨®n. Este se incorpor¨® a la compa?¨ªa de Juanito Valderrama, con quien trabajar¨ªa diez a?os, tocando por los pueblos, metido en un caleidoscopio de trenes y pensiones, falta de sue?o, madrugadas, aplausos, copas, prisa para tomar ese primer caf¨¦ del d¨ªa mientras suena el motor del autob¨²s de l¨ªnea, telones, candilejas, siempre escaso dinero, y ese olor a humedad y a espejo roto de los camerinos comunes. Paco empez¨® a estudiar a los seis a?os, ante la mirada aprobatoria de su padre, que ve¨ªa en aquellos primeros ejercicios de digitaci¨®n la promesa de que a su hijo la vida le ser¨ªa menos dura que a ¨¦l.

Hoy Paco de Luc¨ªa recuerda que estudiaba muchas horas y que lo hac¨ªa con alegr¨ªa, por una raz¨®n primordial: porque se daba cuenta de que a su padre le llenaba de dicha verlo resuelto a hacerse guitarrista ¡ªes decir: resuelto a no tole?rar demasiada pobreza¡ª. Puede afirmarse, pues, que en aquel tiempo en que ten¨ªa seis, siete u ocho a?os y era nombrado ?el ni?o de la por?tuguesa?, la relaci¨®n entre Paco y la guitarra era un re?ejo de la relaci¨®n entre Paco y su padre: era una forma de comunicaci¨®n, un subterr¨¢neo di¨¢logo entre un padre y un hijo; di¨¢logo en el que uno hablaba ¡ªsin palabras tal vez¡ª de lo dif¨ªcil que es Andaluc¨ªa y de qu¨¦ imprescindible es subir la escalera que conduce al futuro, y el otro respond¨ªa ¡ªsin palabras¡ª que no se pre?ocupase, padre, que estudiar¨ªa lo necesario para ayudarte, padre, para que puedas descansar y sentirte tranquilo alguna vez.

En el principio del aprendizaje de Paco de Luc¨ªa, m¨¢s o antes que guitarra hab¨ªa en su coraz¨®n mucha necesidad de ayudar a su gente, y antes que un estudiante de provecho hab¨ªa en aquel chiquillo un o¨ªdo fin¨ªsimo capaz de sos?pechar lo que ocurr¨ªa cuando Luc¨ªa y su marido hablaban en voz baja, aparte, haciendo cuentas. Y con resoluci¨®n, Paco volv¨ªa a practicar alg¨²n arpegio, alg¨²n rasgueo, alg¨²n picao agresivo y veloz. Ya lo suger¨ª m¨¢s atr¨¢s: la en ocasiones violent¨ªsima pulsaci¨®n de Paco de Luc¨ªa, la vehemencia tantas veces acongojante de su dul?ce y terrible m¨²sica no vienen s¨®lo de una asom?brosa t¨¦cnica, y ni siquiera ¨²nicamente de la enorme herencia guitarr¨ªstica andaluza ¡ªhe?rencia en donde el desasosiego y la necesidad de la Andaluc¨ªa despose¨ªda son visibles como un estigma¡ª, sino tambi¨¦n, y en primer t¨¦rmino, de la ansiedad de aquel chico por crecer m¨¢s aprisa para ayudar a tapar los agujeros de su casa.

En la m¨²sica ¡ªy en la t¨¦cnica¡ª de Paco de Luc¨ªa hay muchas veces fiebre, angustia y desaz¨®n, c¨®lera incluso, y hay siempre autoridad, dominio: pero nunca hay sosiego. Esa m¨²sica, tantas veces apasionada e incluso ronca por la indignaci¨®n, puede ser tambi¨¦n delicada, tierna, majestuosa: pero nunca apacible. En su discurso musical sobre?vienen a veces estallidos de j¨²bilo: pero, preci?samente, no se trata de un j¨²bilo tranquilo, sino de un j¨²bilo que estalla: casi venal, provocativo y arrogante. Constantemente asoma en esa m¨²sica la cara del consuelo: jam¨¢s la cara del olvido. En la guitarra de Paco de Luc¨ªa circu?larmente existe, como un mitol¨®gico animal enjaulado, una memoria antigua que no se duerme nunca. Su t¨¦cnica tumultuosa, y a me?nudo desesperada, no es solamente el resultado de muchas horas de digitaci¨®n, sino tambi¨¦n, y sobre todo, la herencia de una ¨¦poca en que un ni?o mir¨® a su alrededor, vio su casa, su barrio, su familia, su realidad, apret¨® las mand¨ªbulas y, agarrando con fuerza la guitarra, se dijo: ?Yo tengo que crecer.?

Crecemos siempre aliment¨¢ndonos. Paco de Luc¨ªa se trag¨® en poco tiempo todo lo que su padre fue capaz de ense?arle. Degluti¨® todas las falsetas de los guitarristas gitanos o payos de Algeciras. Mastic¨® cuanto sonido herv¨ªa en las negras sartenes de los discos. Cuando su her?mano Ram¨®n regresaba de una tourn¨¦e, tra¨ªa falsetas nuevas que hab¨ªa compuesto o apren?dido, y Paco las sorb¨ªa a grandes tragos. Esa segunda etapa del aprendizaje de Paco de Luc¨ªa est¨¢ marcada por la voracidad. Pero ahora ya no es ¨²nicamente el hambre de ser ¨²til: es tambi¨¦n el hambre de m¨²sica.

Si antes la guitarra era un medio, ahora la guitarra es un fin. Si antes ve¨ªa en sus trastes una escalera para subir hasta el bienestar de los suyos, ahora tambi¨¦n ver¨¢ en su m¨¢stil, en su cordaje, su clavijero y su forma maravillosa y sensual, una gozosa pesadilla de sonido, un ¨¢lgebra de silencios y acordes, un mundo interminable que roza con la felicidad, con la angustia y con la locura ¡ªy al que llama?mos m¨²sica con una pavorosa pordioser¨ªa bau?tista¡ª. Ahora ya aquel muchacho, aunque no olvida que quiere crecer, ha descubierto una nueva forma de fuego y de respiraci¨®n, un idio?ma de presencias y de presentimientos, un nue?vo y enigm¨¢tico mundo de dicha y de congoja que se llama la m¨²sica flamenca. Y hambrien?tamente va engull¨¦ndola, desde su oscura veta r¨ªtmica a su esplendor mel¨®dico, desde sus tr¨¦molos de arroyo a sus rasgueos llameantes.

Por entonces, el guitarrista m¨¢s brillante, m¨¢s creador, de t¨¦cnica m¨¢s temeraria, y cabeza visible de una escuela guitarr¨ªstica que enrique?ci¨® a la tradici¨®n, es el Ni?o Ricardo, un buen amigo del padre de Paco de Luc¨ªa y visitante frecuente de Algeciras. Paco toma a pu?ados la m¨²sica del Ni?o Ricardo, se la apropia, la em?puja a su propia guitarra, la hace vociferar, ara?ar y gemir con su t¨¦cnica impetuosa. Ese muchacho de diez a?os, de doce a?os, est¨¢ sor?biendo a concienzudos tragos la m¨²sica fla?menca m¨¢s compleja de su ¨¦poca. El que a?os m¨¢s tarde habr¨¢ de ser el creador de un lenguaje en la historia de la guitarra no pasa todav¨ªa de trece a?os de edad: pero en ¨¦l est¨¢ ya todo el genio que despu¨¦s ir¨¢n decantando la expe?riencia, la ansiedad, el desconcierto, la constan?cia, el estudio y la soledad.

Cuando la compa?¨ªa del ballet cl¨¢sico-es- pa?ol de Jos¨¦ Greco lo contrata como tercer guitarrista, Paco de Luc¨ªa tiene trece a?os. Con Greco va por primera vez a Norteam¨¦rica y en su grupo permanece dos a?os ¡ªal final, como segundo guitarrista¡ª y viaja por Europa, Africa, Filipinas, Australia. En ese primer viaje a Am¨¦rica conocer¨ªa a Sabicas y a Mario Escude?ro. Estos le animan a no repetir los temas del Ni?o Ricardo y a componer su propia m¨²sica. En Paco no disminuir¨¢ jam¨¢s la gratitud por el Ni?o Ricardo ni por Sabicas o Escudero, pero desde muy temprano se despega de sus maestros y empieza a componer sus variaciones turbu?lentas y exactas. En sus manos, los toques fla?mencos, y en especial las buler¨ªas, comienzan a sonar de otro modo, la guitarra de nuestro Sur se ir¨¢ expresando m¨¢s mel¨®dicamente y con bajos m¨¢s sorprendentes, se llenar¨¢ de nervios y de s¨ªncopas, de acordes hasta entonces in¨¦ditos y tambi¨¦n de un perfume a verdad andaluza antigua y renovada.

Ejecutante intr¨¦pido y osado, todav¨ªa no se decide a grabar solo: de los catorce a los dieci?siete a?os grabar¨¢ a dos guitarras, con Ricardo Modrego, tres elep¨¦s: estilos flamencos, cancio?nes que trabajara Garc¨ªa Lorca y melod¨ªas po?pulares andaluzas. A los diecisiete a?os se inte?gra a un grupo financiado por la.firma alemana Lippmann y Ra¨¹ y organizado por Paco Reb¨¦s. En esc grupo permanecer¨¢ siete a?os. Rememora esa ¨¦poca como la m¨¢s natural y alegre de su vida profe?sional. Viajaban por Europa contentos y sin?ti¨¦ndose compa?eros, ofrec¨ªan espect¨¢culos en los que siempre interven¨ªa la improvisaci¨®n, y sumaban un grupo de sobresalientes artistas: Paco de Luc¨ªa. Camar¨®n de la Isla, Juan el Le Krijano, Matilde Coraln Paco Ceperon El farru?co, Juan Maya...

Por entonces empieza a tocar solo, primero tres o cuatro intervenciones dentro de un es?pect¨¢culo de cante y baile, en seguida concier?tos. programas dilatados, solitario en los esce?narios y escuchando las primeras aclamaciones. Comienza a ser famoso, m¨¢s tarde popular, y pronto, casi un mito. Empieza a imponer la gui?tarra flamenca (cierto que a trav¨¦s de su pro?funda personalidad, la desmesura de su t¨¦cnica y su m¨²sica impar) entre p¨²blicos tradicional?mente alejados de esta conquista de la sensibili?dad de nuestro abandonado Sur.

En 1970 se celebra en el Palacio de la M¨²sica, de Barcelona, un festival internacional dedicado casi en su totalidad a conmemorar el bicentenario del nacimiento de Beethoven y el vig¨¦simo quinto aniversario de la muerte de Bela Bartok: dentro de ese festival, la guitarra flamenca de Paco de Luc¨ªa es aclamada por m¨²sicos profesionales, grandes instrumentistas, antiguos abonados, viejos y j¨®venes mel¨®manos. A Paco de Luc¨ªa se le empieza a aplaudir de pie. Le llaman desde los cuatro puntos cardinales, toca en los m¨¢s memorables escenarios del mundo. En 1975, por los terciopelos del teatro Real, de Madrid, se derrama una catarata de notas de m¨²sica fla?menca desde las manos de Paco de Luc¨ªa, y los conserjes est¨¢n desconcertados y un poco teme?rosos: jam¨¢s han visto tantos barbudos juntos y nunca han escuchado gritos en medio de la interpretaci¨®n de una obra musical. Ser¨¢n mi?les, en fin, quienes empiecen a frecuentar la casa grande del flamenco a partir de la sorpresa y el entusiasmo por la guitarra de Paco de Luc¨ªa.

Entre conciertos, viajes, aclamaciones, breves estancias en Madrid, ha ido ordenando su m¨²sica en sucesivas grabaciones. Adem¨¢s de una gran cantidad de discos en que acompa?a a cantaores, inicia la edici¨®n de sus obras. En 1967 aparece La fabulosa guitarra de Paco de Luc¨ªa; en ese disco est¨¢ en embri¨®n toda su dotaci¨®n de t¨¦cnica y de fuerza expresiva, se advierte to?dav¨ªa la influencia del Ni?o Ricardo y de Mario Escudero, pero es muy claro que de ah¨ª arranca la b¨²squeda de un personal lenguaje.

En 1969 grabar¨¢ Fantas¨ªa flamenca: es una obra m¨¢s madura, con un sonido m¨¢s carnal y envolvente y en donde los temas no son ya (ni lo ser¨¢n ya nunca en sus venideras creaciones) grupos de variaciones m¨¢s o menos cohesionadas sino obras construidas con un sentido de totalidad, desde un concepto estructural de la composici¨®n. Mencionar a los temas m¨¢s singulares en estas grabaciones de Paco de Luc¨ªa apenas si tiene sentido, Preferir, por ejemplo, en Fantas¨ªa flamenca, la guajira o la grana¨ªna al resto de su contenido, no es otra cosa que una cuesti¨®n de gusto personal. Aunque en El duende flamen?co... (1972) sobresalgan una misteriosa ronde?a o sus siempre revolucionarias buler¨ªas, aunque en Fuente y caudal (1973) brille especialmente su popular¨ªsima rumba, una m¨¢s minuciosa reflexi¨®n sobre la m¨²sica de Paco de Luc¨ªa nos lleva a comprobar que en ¨¦l lo original, lo nue?vo, lo s¨²bito y lo inolvidable no son aquella obra, este tema, tal o cual variaci¨®n, sino un orbe expresivo, un idioma; una estructura comuni?cativa que se apoya en lo m¨¢s emocionante de la tradici¨®n del flamenco, pero que desde esa he?rencia inicia su propia aventura.

Lo verdaderamente decisivo en la m¨²sica de Paco de Luc¨ªa no es s¨®lo su t¨¦cnica privilegiada y en algunos aspectos ¨²nica, su millonaria inspiraci¨®n, su sonido potente y expresivo y esa tentacular destilaci¨®n emocional que no decae jam¨¢s. Lo decisivo es que con todo ese acarreo de elementos de procedencia m¨²ltiple su m¨²si?ca alcanza la solidez de un lenguaje que, aunque nacido de las viejas ra¨ªces, es indudablemente nuevo.

En el actual mundo del flamenco abun?dan los notables guitarristas y no faltan quienes son due?os de un estilo propio, aquellos cuya forma de tocar se reconoce en las iniciales false?tas. Pero eso es un estilo, no un lenguaje. Llamo lenguaje a esa especie de l¨ªnea divisoria a partir de la cual un universo expresivo tendr¨¢ ya leyes nuevas o leyes m¨¢s complejas y creadoras. Es lo que ocurre con Paco de Luc¨ªa: tras su irrupci¨®n en el espacio expresivo de la guitarra andaluza, ¨¦sta no podr¨¢ ya decir lo mismo que hace una decena de a?os. A partir de la m¨²sica de Paco de Luc¨ªa, la guitarra flamenca tiene mayor com?plejidad, un orbe arm¨®nico m¨¢s rico, una mayor osad¨ªa mel¨®dica y, sobre todo, una arrogancia, una emoci¨®n y una exactitud t¨¦cnicas que no tuvo jam¨¢s. En cuanto al ritmo ¡ªra¨ªz funda?mental del flamenco¡ª, dudo que haya tenido nunca una capacidad vivificante como la que se acerca hacia nosotros desde los temas de Almo?raima.

Los temas de Almoraima. Antes de cerrar estas p¨¢ginas he querido una vez m¨¢s escuchar esos temas. Mientras los escu?chaba he recordado algunas charlas con Paco de Luc¨ªa. Charlas, en ocasiones, un poco doloridas: desde hace tiempo sabe que est¨¢ vi?viendo en crisis. Al indicarlo no traiciono ning¨²n secreto: esto ya no es privado: Paco, un hombre sumamente discreto, habla de ello hasta en los reportajes: ?Me siento manipulado por el siste?ma, por la fama, por los intereses que hay pues?tos en m¨ª. Estoy harto. S¨®lo quiero que me dejen en paz.? Y de pronto, en las buler¨ªas de Almo?raima, cesa la guitarra y suena un remoto la¨²d: sabemos que lo toca Paco, pero parece venir desde muy lejos, desde Persia o el Pakist¨¢n o desde el siglo IX (?como si tocara Ziryab!). Ese la¨²d, ese regreso, ?es una huida? ?De qu¨¦ est¨¢ huyendo Paco de Luc¨ªa? O bien, ?a d¨®nde quie?re ir? ?Al pasado? ?A veces?, confiesa en un reciente reportaje, ?cierro los ojos y pienso: bien, vale, voy a actuar por aqu¨ª, hago un poco m¨¢s dinero y me vuelvo otra vez a Algeciras.?

?A Algeciras? Es decir, ?a La Almoraima, a Castillar de la Frontera, a aquellas romer¨ªas de la mitad de julio, al barrio de La Bajadilla? Es decir, ?a la infancia? ?Volver a la ni?ez? Es imposible, y Paco no puede ignorarlo. Est¨¢n sonando ahora esas sevillanas que se llaman El cobre: normalmente, las sevillanas son un aire festivo, huelen a planta que se abre; en El cobre, las sevillanas est¨¢n a punto de llorar, suenan a puerta que se cierra. Le doy la vuelta al disco, dejo la aguja sobre los surcos de la Plaza alta. Es una sole¨¢. Primero suena con majestad, con despaciosa majestad. Y luego se encabrita (?se enoja?), se acelera. ?Por qu¨¦ corre esa sole¨¢? ?Hacia d¨®nde? Todo aut¨¦ntico artista es un perseguidor. Durante un tiempo, en la infancia, en la adolescencia, Paco persegu¨ªa poder ayu?dar a su padre. Eso ya qued¨® atr¨¢s, eso ya est¨¢ cumplido. ?Cada vez que cojo la guitarra es como si supiera que por las cuerdas est¨¢n sa?liendo billetes de mil. La sensaci¨®n es t¨¦trica.?

En efecto, para un artista ese comercio no tiene sentido. M¨¢s tarde, Paco de Luc¨ªa estuvo a?os corriendo tras su propio lenguaje; mejor dicho: tras un nuevo lenguaje para la guitarra flamenca. Ahora, en mi tocadiscos est¨¢n sonan?do las notas de R¨ªo Ancho, su segunda gran rumba. Con su nuevo lenguaje, Paco ha com?puesto ¡ªincluso improvisando¡ª dos rumbas que eran impensables hace unos cuantos a?os. ?A qu¨¦ seguir corriendo, pues? Escucho todos los temas de Almoraima: me doy cuenta de que esta grabaci¨®n cierra un ciclo en la vida de Paco de Luc¨ªa. No cierra ¨²nicamente un ciclo musi?cal, una etapa de su creaci¨®n: cierra tambi¨¦n una etapa en su vida. Con estos temas de A Imoraima algo termina y algo empieza. Que algo termina, est¨¢ muy claro; mi poeta m¨¢s querido, don Antonio Machado, agudamente vio que ?se canta lo que se pierde?: cuando Paco ha bauti?zado a esta reciente obra con el nombre de La Almoraima es como si quisiera grabar a fuego ese verso de don Antonio. Se canta lo que se pierde. Infancia, romer¨ªa, Castillar, Bajadilla: adi¨®s. El tiempo nos deja en las manos ascuas de adespedida y soledad. Algo termina en Almo?raima.

Pero esa despedida, con esa soledad, algo empieza: escucho ahora otro tema de este disco, un tema que se llama Cueva del Gato; es una ronde?a que se abre con una tenebrosa soledad: lo primero que suena en ella es una lejana cam?pana, una campana que parece sencillamente un epitafio; luego, un tr¨¦molo doloroso; todo muy lento, despidi¨¦ndose; poco despu¨¦s, esa parsimoniosa ronde?a aprieta el paso, echa a correr. ?A d¨®nde va? Algo con esta prisa est¨¢ empezando. Y corre y corre esa ronde?a sinco?pada y nerviosa, casi furiosa, altiva, solitaria, apretando los dientes. ?A d¨®nde va? Y Paco de Luc¨ªa, ?a d¨®nde va con ella? ?A d¨®nde ir¨¢ despu¨¦s de ella? En realidad no importa el sitio: importa s¨®lo ir. La soledad, la angustia, el desconcierto, todo eso nada importa: importa s¨®lo hacer. Sufrir, ?qu¨¦ importa? Importa ¨²ni?camente perseguir. ?Perseguir a qu¨¦, santo Dios? ?Al tiempo, al enigma del ser, al pliegue del universo donde nace la m¨²sica, al ¨²ltimo rinc¨®n del desconsuelo en donde nos espera tal vez un vaso de consuelo? ?Perseguidor de qu¨¦?

Mien?tras escucho los compases m¨¢s veloces de esta ronde?a que va corriendo por la m¨²sica estoy imaginando a Paco de Luc¨ªa, con su sonrisa bondadosa y su escondida falta de sosiego; sen?tado, como ¨¦l suele sentarse, a la manera mu?sulmana; con una guitarra en los brazos, simu?lando que est¨¢ tranquilo. Pero no est¨¢ tranquilo. Est¨¢ mirando a la guitarra. La est¨¢ mirando fijamente. La mira como si lentamente se estu?viera volviendo loco y empezase a pensar que la guitarra habla. Y habla.

Este perfil fue escrito para celebrar la edici¨®n en Philips de la discograf¨ªa completa de Paco de Luc¨ªa, y es uno de los cap¨ªtulos finales del libro Memoria del flamenco, de F¨¦lix Grande, que apareci¨® el 6 de mayo de 1979 en la colecci¨®n Selecciones Austral, de la editorial Espasa Calpe.

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