Lo lleva en el sueldo
En las redes sociales conviene no compartir intimidades con personas que no hayas conocido en tres dimensiones
Creo que fue la lejan¨ªa y la soledad lo que me aficion¨® hace diez a?os a las redes sociales. Aprend¨ª mucho en aquellos primeros a?os. Lo primero, que cualquier cosa que se cuelgue en la red es p¨²blico, que todas esas supuestas condiciones de privacidad que se pactan acaban siendo como las normas que los ni?os escrib¨ªamos al estilo de la banda de los Proscritos de Guillermo Brown y que hac¨ªamos firmar a quienes quisieran formar parte de nuestro club secreto. Tambi¨¦n supe entonces que conviene no compartir intimidades con personas que no hayas conocido en tres dimensiones, y que a partir de las doce de la noche no debes comunicarte ni con tu primo. Porque la gente se calienta y afirma cosas terribles, escribe mamarrachadas y manifiesta su lado m¨¢s ordinario, m¨¢s mezquino, aquello que a la luz del sol se esconde.
Hay un p¨²blico que se ha aliado con el peor periodismo para vulnerar las normas de privacidad
Recuerdo que una vez entr¨¦ en la p¨¢gina de un tipo en Facebook. Era alguien que no conoc¨ªa, pero al que agregu¨¦ como ¡°amigo¡± por recomendaci¨®n de otros. Llamar ¡°amigo¡± a alguien a quien no conoces es una bobada impuesta por el se?or Zuckerberg. El caso es que este ¡°amigo¡± hab¨ªa colgado una foto con un actor muy conocido del que no dir¨¦ el nombre. Se ve que hab¨ªan coincidido en un bar y mi ¡°amigo¡± le hab¨ªa pedido una foto juntos. Los dos sonre¨ªan, mi ¡°amigo¡± como si hubiera logrado un triunfo y el actor creyendo que posaba junto a un admirador. De esta foto comenzaron a surgir comentarios burlescos y despreciativos. Y tal vez fuera porque conozco a ese actor lo suficiente como para afirmar que se trata de una buena persona lo que me llev¨® a afear la conducta del due?o de la p¨¢gina. Me llamaron aguafiestas, desabrida, y apelaron a su libertad de expresi¨®n. Me callaron y me call¨¦. Otra regla: discutir con personas que no conoces es pat¨¦tico. Tambi¨¦n es cierto que me vi reflejada en la vulnerabilidad de la persona c¨¦lebre, aunque no sea comparable la celebridad de un c¨®mico con la de un escritor: ?cu¨¢ntas veces un desconocido me ha pedido una foto? En los ¨²ltimos tiempos, casi tantos como vienen a tu caseta en una feria del libro.
Me cont¨® una de las hijas de Miguel Delibes que su padre se negaba a firmar aut¨®grafos en papelitos, que las firmas en sus libros. Opinaba don Miguel, con buen criterio, que ¨¦l no era ese tipo de ¡°famoso¡±. Lo mismo advert¨ª yo en una visita a un instituto. Al d¨ªa siguiente, un padre de aquellos chicos escribi¨® en mi p¨¢gina oficial en Facebook para notificarme que hab¨ªa perdido a su hijo como lector. De paso, advert¨ªa: ?y no est¨¢n los tiempos para perder lectores! Oh, Dios m¨ªo, editores y libreros deber¨ªan habilitar un calabozo para autores que con su mal comportamiento ahuyentan a clientes potenciales. Pero cada vez quedar¨¢n menos Delibes que impongan sus humildes normas. Hay que caer simp¨¢tico, aunque haya que renunciar a los escasos principios que uno tiene.
Esta semana, la revista New York tra¨ªa un larga pieza escrita en primera persona por el actor Alex Baldwin. Su rostro ven¨ªa en portada con un titular seco, ¡°Lo dejo¡±. Aquello parec¨ªa hacer referencia al oficio, pero no, Baldwin se refer¨ªa a Nueva York, y a un estilo de vida que la presi¨®n obsesiva de los medios sobre la vida privada, y la colaboraci¨®n de cierto p¨²blico en certificar con fotos cada encuentro con una celebridad, ha convertido en impracticable. Cuenta c¨®mo hace cosa de un a?o un paparazzi, conocido por perseguir a sus v¨ªctimas en bicicleta, meti¨® la c¨¢mara en el cochecito de su beb¨¦, provocando que el actor perdiera los nervios. El paparazzi grab¨® el enfrentamiento y asegur¨®, aunque en el v¨ªdeo no puede escucharse, que el actor le hab¨ªa llamado faggot, maric¨®n.
Llamar ¡°amigo¡± a alguien a quien no conoces es una bobada impuesta por el se?or Zuckerberg
Este suceso fue el desencadenante de una serie de hechos desafortunados que han convertido a Baldwin en una persona non grata para el colectivo gay. Se trata, sin duda, de un personaje temperamental, que responde con furia cuando se cree agredido. Pero yo entiendo esa furia: hay v¨ªctimas de esa persecuci¨®n que cuentan c¨®mo los reporteros les provocan para hacerles perder los nervios. Lo que quiere abandonar Baldwin es una ciudad que hace unos a?os ofrec¨ªa un ambiente respetuoso a sus artistas. En muchos casos, cuenta el actor y as¨ª puede verse, el due?o de un restaurante ped¨ªa hacerse una foto con ellos, y es algo habitual que los bares de Broadway ofrezcan el entretenimiento a?adido de tener en sus paredes cientos de sonrisas de actores que recalaron all¨ª tras la funci¨®n. ¡°Lo dejo¡±, dice el actor. Se ve obligado a cambiar esta ciudad, paradigma de todas las ciudades, por esa otra ciudad que no lo es, Los ?ngeles, donde las celebridades viven protegidas del p¨²blico para el que trabajan.
L¨¢stima. Atr¨¢s quedaron los tiempos en que Federico Fellini levantaba el brazo para pedir un taxi pero se dejaba llevar a casa por cualquier romano que se le ofreciera. Hay un p¨²blico que se ha aliado con el peor periodismo para vulnerar las normas de privacidad, y hay un periodismo serio que antes ten¨ªa claras sus fronteras ¨¦ticas y ahora las rompe apelando a una libertad de informaci¨®n y expresi¨®n que deja a los personajes p¨²blicos cabreados y desprotegidos. A eso se a?ade el resentimiento de quien piensa que el artista debe sufrir por la vida regalada que disfruta, que lo lleva en el sueldo.
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