Las Vegas sudafricana que construy¨® el apartheid
Sun City gusta del mismo modo al sudafricano medio como horroriza al expatriado europeo. No hay t¨¦rmino medio. Sin dudar, el residente local aconsejar¨¢ con los ojos cerrados una visita a este parque de atracciones, complejo hotelero y de casinos conocido como Las Vegas de ?frica, en medio del llamado cintur¨®n de platino de Sud¨¢frica ya que acoge multitud de minas de este metal. Es un oasis verde, de ¨¢rboles plantados, en una provincia ¨¢rida y empobrecida, salpicada de pueblos que recuerdan al salvaje Oeste americano.
El conjunto rezuma ese aire kitsch de cart¨®n piedra, lleno de excesos ornamentales, mezcla de estilos arquitect¨®nicos tan variados como la propia demograf¨ªa a sudafricana, bautizado con nombres tan pomposos como el Palacio Perdido. Es un destino muy popular para pasar el d¨ªa, el fin de semana o celebrar bodas o reencuentros familiares. Parte del ¨¦xito se debe a que se erige a tan s¨®lo dos horas al norte de Johanesburgo, en el ¨¢rea m¨¢s poblada del pa¨ªs pero tambi¨¦n en su oferta de ocio adaptado a un amplio abanico de presupuestos familiares.
Sin voluntad de crear grandes expectativas ni ofrecer una plataforma gratis de publicidad, Sun City representa, de largo, y junto a los miles de centros comerciales que siembran el pa¨ªs, el sue?o de un ocio con plena seguridad, elemento muy valorado por los sudafricanos, y la reconciliaci¨®n de Nelson Mandela hecha realidad. Las olas de la playa artificial, las mesas de p¨®ker y los inmensos jardines unen a todas las razas de esta naci¨®n del arco¨ªris, a familias obreras con matrimonios de clases medias.
M¨¢s all¨¢ de su capacidad de distracci¨®n y entretenimiento, la historia de Sun City (Ciudad del Sol) tiene su miga porque hila los tradicionales territorios negros con el apartheid, la fauna salvaje y la fiebre del oro que sacudi¨® la gran llanura que preside Johanesburgo a finales del siglo XIX y que convirti¨® la zona en la m¨¢s rica del pa¨ªs.
Vayamos por partes. El apartheid no dejaba de ser un r¨¦gimen represivo que, por ejemplo, prohib¨ªa el juego o los espect¨¢culos pornogr¨¢ficos, que a pesar de ser considerados inmorales o poco edificantes para los sudafricanos dejaban buenos ingresos a las arcas p¨²blicas.
As¨ª que para guardar la compostura no dud¨® en hacerse trampas al solitario. Vali¨¦ndose de la existencia de lo que se llam¨® bantustan, una especie de reservas m¨¢s o menos independientes para negros, el apartheid traslada y encierra esa perversi¨®n en esos territorios, en un ejercicio de doble moral. En 1994 la democracia unifica todo el territorio y se pone fin a esas autonom¨ªas y autoriza el juego, aunque Sun City sigue con su brillo intacto.
Uno de esos territorios era la rep¨²blica independiente de Bophuthatswana, reconocida internacionalmente tan s¨®lo por esa Sud¨¢frica del apartheid y que en 1979 acogi¨® Sun City, un proyecto ambicioso que contaba con dos aliados para incrementar su estado de cuentas. El complejo recreativo, con sus casinos y hoteles, se estren¨® al mismo tiempo que se abr¨ªa el Parque Nacional de Pilanesberg en una tierra propiedad de la tribu Bakgatla, de gran variedad paisaj¨ªstica. Juego y fauna salvaje separados por apenas unas vallas y que con el tiempo se han convertido en una suma de ¨¦xito, hasta el punto que la reserva es la m¨¢s visitada del pa¨ªs por delante del imponente parque Kruger. Adem¨¢s, cuenta con un aeropuerto internacional que permite a las avionetas privadas casi aterrizar en plena naturaleza.
Vista del hotel Palacio Perdido, que se erige entre una espesa vegetaci¨®n.
En los 14 a?os que el apartheid sobrevivi¨® a la apertura del recinto, Sun City era ¡°sin¨®nimo de libertad y diversi¨®n, una escapada a la estricta moralidad impuesta por los pol¨ªticos¡±, recuerda Abri van Wyk, que en aquella ¨¦poca frecuentaba los locales ¡°m¨¢s por llevar la contra que por el gusto del juego¡±. Ahora sigue siendo un fan incondicional y es uno de los sudafricanos que aconseja la visita, aunque admite que ¡°a un europeo le puede parecer provinciano¡±. Quiz¨¢ el turista requiere de una generosidad para no aborrecer el acceso coronado por gigantes elefantes, monos y leones esculpidos en falsa roca y ese impostado lujo que retrotrae a otras d¨¦cadas.
Van Wyk no acudi¨® nunca pero durante el apartheid, el enorme auditorio del Sun City puso sobre el escenario a artistas como Frank Sinatra, Rod Stewart, Julio Iglesias, Queen o Elton John, que sortearon el boicot internacional contra el r¨¦gimen supremacista blanco arguyendo que en realidad estaban tocando en una rep¨²blica aut¨®noma e independiente.
Los hay que no tragaron con esa justificaci¨®n maquillada. A Steve Van Zandt, guitarrista de la E Street Band que acompa?a a Bruce Springsteen le dio por componer una canci¨®n con el nombre del pol¨¦mico recinto. Un grupo de artistas contra el apartheid le puso voz a una letra que era un claro llamamiento a no pisar Sun City hasta que terminara la represi¨®n racial. Corr¨ªa 1985, en pleno auge de los macroconciertos con causas honorables en las que Sud¨¢frica ten¨ªa un lugar asegurado a causa de la legislaci¨®n racista y el encarcelamiento de Mandela.
Con los a?os y la democracia en marcha, Sun City se ha ganado un puesto en todas las gu¨ªas tur¨ªsticas de Sud¨¢frica, de la misma manera que Montecasino, a 30 kil¨®metros del centro de Johanesburgo y de pretencioso estilo italiano. Aviso o consejo para el que quiera adentrarse. Dejar los prejuicios en la puerta y pensar que no hay cosa m¨¢s sudafricana que dejarse atrapar por este ambiente que a muchos recordar¨¢ un pueblo tur¨ªstico de los 80.
¡°De Montecasino o Sun City me interesa que son de los pocos lugares donde el rico empresario se sienta al lado del trabajador raso con el mono manchado de pintura que pasa por la mesa de juego antes de volver a casa¡±, explica la alemana Luise Schlesier, que ha dejado la aridez de la capital sudafricana para pasar un largo fin de semana en el casino de Sun City. ¡°Esta es la aut¨¦ntica democracia, sin importar el dinero, todos son iguales¡±, resume.
Una democracia imperfecta. En abril del a?o pasado Sun City se convirti¨® en el escenario de una pol¨¦mica boda entre dos j¨®venes de familias multimillonarias indias, estrechamente relacionadas con el presidente sudafricano, Jacob Zuma, que tambi¨¦n asisti¨® al selecto enlace.
La prensa bautiz¨® la ceremonia como la ¡°boda del siglo¡± o el Guptagate, en honor del apellido de una de las familias, propietaria de medios de comunicaci¨®n, entre ellos una televisi¨®n por sat¨¦lite en Sud¨¢frica. Los 400 invitados procedentes de medio mundo se hospedaron en los hoteles de cinco estrellas del recinto a un precio total de casi siete millones de euros por los cuatro d¨ªas que dur¨® la fiesta, seg¨²n los medios locales.
Pero la indignaci¨®n popular se produjo por un lado, cuando trascendi¨® que las familias tuvieron un exceso de privilegios para disponer de una base militar cercana a Pretoria. Por otro, la familia Gupta tuvo que salir al paso de las acusaciones de racismo que hab¨ªa hecho el personal de hoteles y restaurantes, en su inmensa mayor¨ªa negros. La sombra del apartheid nubl¨® la Ciudad del Sol.
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