Su¨¢rez, nuestro primer mito
Invocar su nombre es un argumento de autoridad en una sociedad necesitada de s¨ªmbolos comunes
Tendemos a contemplar todas las actividades humanas con una comprensi¨®n benevolente que nos permite vivir con tranquilidad. As¨ª, consideramos que son las naciones las que han configurado el tejido jur¨ªdico-pol¨ªtico que llamamos Estado por medio de una voluntad colectiva, pac¨ªfica, pero et¨¦rea, casi espiritual. Pero en realidad primero se construy¨® el andamiaje estatal, sobre unas bases m¨¢s o menos homog¨¦neas, y luego la naci¨®n, tal y como la entendemos desde la Ilustraci¨®n. Para la configuraci¨®n de la naci¨®n, adem¨¢s de la fuerza fueron utilizados elementos culturales y econ¨®micos con un objetivo integrador y, ?por qu¨¦ no decirlo?, hasta homogeneizador. En esa pol¨ªtica unificadora, que siempre fue iniciada por las elites y nunca naci¨® de levantamientos populares de naturaleza nacionalista, las banderas y los s¨ªmbolos han jugado un papel decisivo.
En su visita a Espa?a, tras negarse a visitar el Alc¨¢zar de Toledo, De Gaulle dijo: ¡°Todas las guerras son malas porque significan el fracaso de toda pol¨ªtica, pero las guerras civiles son imperdonables, porque la paz no nace cuando la guerra termina¡±. Es tan cierta la afirmaci¨®n del presidente de la Rep¨²blica Francesa que la Guerra Civil no termin¨® el 1 de abril de 1939, aunque el parte de guerra emitido desde Burgos dijera: ¡°En el d¨ªa de hoy, cautivo y desarmado el Ej¨¦rcito Rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus ¨²ltimos objetivos militares. La guerra ha terminado¡±, sino cuando iniciamos el periodo que denominamos Transici¨®n espa?ola. En concreto, el 15 de junio de 1977, cuando todos los espa?oles depositaron por primera vez su voto libremente, termin¨® la contienda civil. Solo por eso podr¨ªamos enorgullecernos de los hombres que protagonizaron aquel periodo, sin embargo, como toda obra humana tiene sus sombras. Por desgracia, la Transici¨®n espa?ola, producto de la debilidad de un franquismo agonizante y de una izquierda que vio morir al dictador en su cama, no acert¨® a construir s¨ªmbolos y mitos en los que pudi¨¦ramos sentirnos representados la mayor¨ªa de los espa?oles, que sin embargo s¨ª hab¨ªamos sido capaces de consensuar pac¨ªficamente unas reglas m¨ªnimas para convivir en libertad. Fue como si el esfuerzo de la raz¨®n, que nos induc¨ªa a evitar los errores del pasado y buscar denominadores comunes de convivencia, hubiera requerido de todas nuestras energ¨ªas y de toda nuestra inteligencia, impidiendo el nacimiento de v¨ªnculos sentimentales suficientemente poderosos para integrar el producto de la raz¨®n.
Cuando todos los espa?oles depositaron por primera vez su voto libremente, termin¨® la contienda civil
Los pol¨ªticos de la Transici¨®n fueron capaces de hacer lo que hoy recordamos en la muerte de Su¨¢rez, pero fueron incapaces de captar el mundo de las representaciones simb¨®licas, que son esenciales para la pervivencia de un sistema. Nos conformamos con depositar nuestra confianza, una vez m¨¢s, en las personas; en el Rey mayoritariamente, y en los l¨ªderes de cada cual en aquella etapa. Confirm¨¢bamos, sin saberlo, nuestra tendencia a seguir a un jefe, a un l¨ªder, en un plano superior al sistema y a las instituciones en nuestra estima. Este d¨¦ficit se agrav¨® inexorablemente, cuando los nacionalistas, due?os de los instrumentos propios de un Estado ¡ªaunque en el lenguaje pol¨ªtico-jur¨ªdico se les denomine comunidades aut¨®nomas¡ª, iniciaron la creaci¨®n de sus respectivas naciones. La carencia de unos y la exuberancia simb¨®lica de los otros ha ido creando una fractura sentimental que hoy, por lo menos con Catalu?a, parece insalvable.
Y en esta situaci¨®n est¨¢bamos cuando se nos anuncia la muerte de Adolfo Su¨¢rez; las interpretaciones sobre la reacci¨®n popular han sido muchas y variadas. ?C¨®mo no tener en cuenta la atracci¨®n nost¨¢lgica del pasado, que en ocasiones puede ser irracional, m¨¢s si en ese pasado contemplamos gallard¨ªa, soledad, traici¨®n y momentos tr¨¢gicos, como en el caso del primer presidente democr¨¢tico?, ?c¨®mo no comparar el compromiso pol¨ªtico y la talla de aquellos dirigentes con el de los actuales a la hora de encontrar explicaciones a la expresi¨®n de unos sentimientos tan ocultos que cre¨ªmos inexistentes?
Yo creo que estas interpretaciones son plausibles y compatibles. Pero m¨¢s interesante que la divagaci¨®n por las m¨²ltiples causas de esta emoci¨®n colectiva, es la consecuencia del fen¨®meno social. No creo que sirva, como han pretendido algunos bienintencionados, para mejorar nuestra vida p¨²blica ni para que se realice un examen de conciencia en el lenguaje de los creyentes o una autocr¨ªtica en el de los laicos. Sin embargo, la necesidad de s¨ªmbolos que tiene la sociedad espa?ola har¨¢ de Su¨¢rez el primer mito de nuestra democracia. Su utilizaci¨®n por unos y por otros como argumento de autoridad para justificar sus diversas posturas lo demuestra y estoy convencido que esta elecci¨®n de la sociedad espa?ola, que han adivinado intuitivamente todos los pol¨ªticos, desde el Rey hasta el ¨²ltimo personaje de la vida p¨²blica espa?ola, es la acertada. Su¨¢rez despu¨¦s de muerto, vuelve a prestar un gran servicio a Espa?a, tan importante como legalizar al PCE o abrir un periodo constituyente una vez ganadas las primeras elecciones democr¨¢ticas, sin olvidar por supuesto lo que le deb¨ªamos por mantener la dignidad de todo un pa¨ªs cuando se mantuvo erguido ante Tejero. Ahora en el terreno de lo simb¨®lico, al constituirse en un personaje hist¨®rico trascendente, se ha convertido en nuestro primer mito.
Nicol¨¢s Redondo Terreros es presidente de la Fundaci¨®n para la Libertad.
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