El sentido de Europa
Tanto tiempo despu¨¦s, nos sigue uniendo cierta conciencia colectiva de que la raz¨®n y el bien pueden fundar las bases de la organizaci¨®n social, junto con un sentido ¨²ltimo compartido de la libertad y la dignidad
El paso del tiempo ha asentado un relato entre tecnocr¨¢tico y ¨¦pico sobre la crisis del euro, con detonantes inesperados y episodios cr¨ªticos, narrado en un lenguaje exquisitamente as¨¦ptico sobre mercados, reformas y austeridad. A la vez, ha ca¨ªdo en cierto olvido la reflexi¨®n sobre los motivos del exorbitante cr¨¦dito de la primera d¨¦cada de este siglo, que termin¨® en una recesi¨®n de alcance inimaginable. Sabemos, s¨ª, que durante a?os pareci¨® no haber l¨ªmites en el sistema financiero y que corri¨® el dinero f¨¢cil. No obstante, resulta un tanto inveros¨ªmil que los grandes banqueros internacionales, dirigentes de organizaciones jerarquizadas con tent¨¢culos en todo el planeta y d¨¦cadas de experiencia en sus puestos, sucumbieran en una noche loca que dur¨® un lustro a la idea de que se pod¨ªa dar mucho m¨¢s cr¨¦dito a todo tipo de proyectos, con mucho menos riesgo, que nunca antes. Los n¨²meros no pod¨ªan sustentar eso, a pesar de que, cierto es, la producci¨®n mundial estuviera creciendo de forma acelerada desde 2002, alimentando el optimismo: a partir de ese a?o, de hecho, numerosos indicadores del crecimiento mundial (el consumo de acero o de carb¨®n, el precio del petr¨®leo) despegaron exponencialmente, de forma casi intrigante.
La misma idea de que el dinero se convirtiera en ¡°f¨¢cil¡± y al alcance de cualquier avisado invita a escrutinio. Al fin y al cabo, el papel moneda no es m¨¢s que la vieja unidad de cuenta e intercambio de riqueza: se nos entrega un n¨²mero de billetes a cambio de nuestro trabajo, que luego podemos gastar en el fruto del trabajo de otros, o bien dejar en nuestros bancos, donde quienes lo necesiten lo piden en pr¨¦stamo abonando un inter¨¦s. Los bancos centrales imprimen esos billetes, por lo general, comprando deuda de sus Gobiernos y aportan as¨ª la savia de la actividad econ¨®mica, siempre con la restricci¨®n de que no suban demasiado r¨¢pido los precios. Las reglas de juego del sistema monetario internacional no han sufrido alteraciones mayores en d¨¦cadas. No obstante, en alg¨²n momento comenz¨® a palparse que se estaban fraguando desequilibrios sin precedentes; el imparable d¨¦ficit comercial de Estados Unidos y de su presupuesto p¨²blico, motivado no poco por las guerras de Afganist¨¢n e Irak desde 2002, suscitaba interrogantes: ?c¨®mo pod¨ªa estar financiando la Reserva Federal a bajo inter¨¦s al Tesoro en tama?a extensi¨®n sin que la inflaci¨®n de EE?UU subiera? ?C¨®mo era posible que el d¨®lar no se estuviera devaluando m¨¢s r¨¢pido, ante tal abundancia de su circulaci¨®n? ?Por qu¨¦ no se apreciaban m¨¢s las monedas de los pa¨ªses con super¨¢vit? Diez a?os despu¨¦s, lo sabemos. Vienen curvas.
Estados Unidos financi¨® su endeudamiento a bajo inter¨¦s gracias a la mano de obra asi¨¢tica barata
Estados Unidos pudo financiar a bajo inter¨¦s su endeudamiento sin que saltara la inflaci¨®n (como s¨ª ocurri¨® a finales de los sesenta con la guerra de Vietnam) porque simult¨¢neamente se estaba incorporando de forma masiva la mano de obra barata asi¨¢tica a la producci¨®n mundial. Esta permiti¨® que los precios al consumo no aumentaran tanto con el exceso de cr¨¦dito; si bien el precio de otros factores de la producci¨®n, como el petr¨®leo o las materias primas, si dio pronto la alarma sobre la aceleraci¨®n anormal del crecimiento econ¨®mico, basado en desequilibrios descomunales. La devaluaci¨®n del d¨®lar frente a otras monedas internacionales, consecuencia previsible de la generosidad financiera de la Reserva imprimiendo billetes para la deuda de EE?UU, comenz¨® en efecto a ocurrir, pero no lo suficiente para que EE?UU mejorase su balanza comercial; un motivo fundamental era que los pa¨ªses cuya producci¨®n inundaba Occidente, entre ellos se?aladamente China, imped¨ªan por principio devaluarse el d¨®lar frente a sus monedas. Exist¨ªa de facto una ¡°zona d¨®lar mundial¡± que abarcaba casi la mitad de la econom¨ªa del planeta, formada por pa¨ªses insertados en la globalizaci¨®n a tipos de cambio fijos contra el d¨®lar: multinacionales de Occidente fabricaban all¨ª bienes cuyos precios mundiales se manten¨ªan fijos en d¨®lares, de modo que la exuberancia de cr¨¦dito catalizaba una demanda siempre al alza de esos productos asi¨¢ticos, sin elevar nunca su precio internacional.
Para que esa situaci¨®n se mantuviera durante a?os, bancos centrales como el de China absorb¨ªan por sistema el exceso de d¨®lares global acumulando reservas que apenas les rentaban nada, pero con las cuales consegu¨ªan evitar que en los mercados de cambio bajara el d¨®lar y subiera el yuan. Esos bancos centrales ten¨ªan razones propias: acrecentar el pedazo de la tarta del comercio mundial producida en su pa¨ªs y almacenar reservas de divisas para protegerse contra eventuales shocks futuros (que desembocaran en carest¨ªa de importaciones, inflaci¨®n y revueltas sociales). En resumen, el Asia emergente produc¨ªa bienes baratos con una econom¨ªa fuertemente intervenida y el consumo en muchos pa¨ªses desarrollados crec¨ªa sin l¨ªmite aparente. ?Qu¨¦ ocurr¨ªa, mientras tanto, con la competitividad de la Europa industrial?
Esa Europa industrial necesitaba frenar la progresiva devaluaci¨®n del d¨®lar frente al euro, porque esta no solo hac¨ªa m¨¢s barata la producci¨®n de Estados Unidos, sino autom¨¢ticamente la de China, por el cambio fijo d¨®lar-yu¨¢n. Una primera opci¨®n habr¨ªa sido que el Banco Central Europeo imprimiera euros para comprar y retirar d¨®lares del mercado de monedas, haciendo en proporci¨®n el euro m¨¢s abundante y barato, y los bienes en euros m¨¢s atractivos para el consumo mundial; sin embargo, Alemania ha venido huyendo de este tipo de intervenciones en casi todas las crisis financieras desde los setenta, por su convicci¨®n de que esas operaciones de emisi¨®n de moneda dan resultados puramente temporales y a la larga traen problemas permanentes: si el BCE hubiera imprimido euros acumulando d¨®lares, el euro se habr¨ªa abaratado, en efecto, en moneda extranjera, pero hubiera sido dif¨ªcil de controlar que esos nuevos euros no se tradujesen en inflaci¨®n general, la cual habr¨ªa terminado frenando las exportaciones. Hab¨ªa otra soluci¨®n para moderar la apreciaci¨®n del euro frente al d¨®lar: inundar con euros todos aquellos pa¨ªses con suficiente propensi¨®n ¡ªy ausencia de contrapesos de control¡ª para endeudarse; as¨ª, la demanda de euros de esos pa¨ªses permitir¨ªa imprimirlos y atemperar la apreciaci¨®n de la moneda ¨²nica para toda la zona euro; pero, crucialmente, no era un intervenci¨®n artificial, sino que los euros se acu?aban contra agentes reales endeud¨¢ndose, lo que localizaba los peligros de la inflaci¨®n o de eventuales ajustes severos en esos pa¨ªses.
No deja de desconcertar que pol¨ªticas decididas tan lejos determinen aqu¨ª promociones de adosados
Estos mecanismos no resultaban, en realidad, tan diferentes de los que estuvieron en juego en la trastienda de crisis anteriores; ya en los noventa, cuando un ministro europeo anunciaba cariacontecido la devaluaci¨®n de su moneda por televisi¨®n, detr¨¢s de las c¨¢maras el Bundesbank hab¨ªa prestado marcos de emergencia para el sistema bancario del pa¨ªs, a cambio de un ajuste del gasto p¨²blico y de figurar el primero en la lista de acreedores; no deja de desconcertar, con todo, que pol¨ªticas decididas a miles de kil¨®metros determinaran que hasta en el ¨²ltimo pueblo de Espa?a uno se encontrara la vieja plaza acrisoladamente restaurada y un sinf¨ªn de promociones de adosados en las afueras. Son tendencias que vienen de largo, en cualquier caso, y que cabe resumir en que los gestores de grandes bancos y empresas internacionales manejan el orden econ¨®mico mundial, pero luego son Gobiernos-naci¨®n los que deben manejar ante sus ciudadanos los ciclos de burbujas y paro ¡ªcon una generaci¨®n entera de por medio¡ª.
A pesar de todo, nos hace falta Europa y no deber¨ªamos renunciar a construirla por m¨¢s insatisfacci¨®n o confusi¨®n que nos suscite, como necesitamos esta democracia por m¨¢s imperfecci¨®n que acumule. La Europa que une a pa¨ªses y ciudadanos es, adem¨¢s, algo m¨¢s que un entramado economicista; de alguna manera, nuestra Europa naci¨® en los siglos en que los pensadores de la filosof¨ªa y la ciencia de distintos pa¨ªses se escrib¨ªan cartas para debatir m¨¦todos y abrir caminos comunes en las regiones del entendimiento, desde una comunidad de esp¨ªritu; esos pensadores pod¨ªan construir juntos una nueva ¨¦poca porque viv¨ªan en una sociedad donde para muchos de sus conciudadanos eso constitu¨ªa un empe?o valioso y natural. Tanto tiempo despu¨¦s, nos sigue uniendo cierta conciencia colectiva de que la raz¨®n y el bien pueden fundar las bases de la organizaci¨®n social, junto con un sentido ¨²ltimo compartido de la libertad y la dignidad. Es en nuestro di¨¢logo incesante sobre decisiones y representaci¨®n, sobre poder y democracia, sobre dudas y posibilidades, o sobre si la verdad, el bien y la belleza son la misma cosa, donde reside ese esp¨ªritu de Europa que no puede extinguirse, y no deber¨ªa nunca dejar de escucharse.
Emilio Trigueros es qu¨ªmico industrial y especialista en mercados energ¨¦ticos.
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