Tribulaciones democr¨¢ticas
Los movimientos separatistas son antieuropeos, aunque digan lo contrario
Observ¨® Nietzsche que las cosas que admiten definici¨®n exacta es porque no tienen historia, mientras que cuanto cambia hist¨®ricamente solo se define con borrones y tachaduras: de modo que sabemos de una vez por todas lo que es el tri¨¢ngulo equil¨¢tero pero no la democracia. La controversia que rodea esta ¨²ltima no es una cuesti¨®n meramente acad¨¦mica, desde luego, como se ve claramente desde hace al menos un par de d¨¦cadas en Espa?a y cada vez con m¨¢s fuerza en Europa: las elecciones del pr¨®ximo 25 de mayo van a pivotar en gran medida sobre esta cuesti¨®n, aunque probablemente la mayor parte de los candidatos que se presenten a ellas no har¨¢n muchas elucubraciones te¨®ricas al respecto. Sin embargo, la opci¨®n b¨¢sica est¨¢ ah¨ª, entre una democracia cuyo apellido puede ser ¡°europea¡± pero cuyo nombre propio ser¨¢ siempre nacional y otra basada en los derechos y deberes de ciudadan¨ªa pero no en ninguna identidad predeterminada.
La democracia exige la laicidad; no admite mediaciones tales como la identidad
Sobre ello, aproximadamente, debatieron en Le Monde el pasado 3 de febrero Alain Finkielkraut y Daniel Cohn-Bendit, con razonada elocuencia. Para Finkielkraut, las instituciones comunes europeas nos interesan y convienen, pero no nos sentiremos nunca plenamente representados por ellas porque la sede de la democracia es y seguir¨¢ siendo el estado nacional. En cambio, Cohn-Bendit sostuvo que construir la identidad europea es superar la identidad nacional y a¨²n m¨¢s, que ser europeo es no tener una identidad predeterminada.
En realidad, se trata de la vieja cuesti¨®n de la g¨¦nesis moderna de la democracia misma. La ancestral batalla entre la reacci¨®n, que considera la raigambre geneal¨®gica como el fundamento de la jerarqu¨ªa de los derechos, y el progresismo, cuyas ra¨ªces est¨¢n en el futuro y no en el pasado, por lo que parten del radicalismo de la igualdad ciudadana ante la ley. Los primeros adversarios de la democracia fueron monarcas de derecho divino y arist¨®cratas, pero despu¨¦s han venido a serlo los partidarios de identidades nacionales, religiosas o ideol¨®gicas que se convierten en filtros necesarios a trav¨¦s de los cuales llegan los derechos y los deberes a los ciudadanos. La democracia apuesta por la participaci¨®n de cada cual sin otro fundamento que su libre voluntad y se opone al cortocircuito de las pertenencias prepol¨ªticas en forma de identidades cuyos derechos colectivos fueran tan dignos de respeto como los individuales.
La participaci¨®n de cada cual por libre voluntad se opone al cortocircuito de las pertenencias prepol¨ªticas
Por eso precisamente el laicismo es su requisito b¨¢sico: ¡°Una asociaci¨®n pol¨ªtica laica no puede ser jam¨¢s una asociaci¨®n de comunidades, por numerosas y variadas que sean. Si las asociaciones culturales pueden tener un estatuto jur¨ªdico, en revancha no pueden adquirir un estatuto pol¨ªtico: la laicidad es incompatible con una democracia de asociaci¨®n o de reconocimiento de cuerpos intermedios¡± (Catherine Kintzler, Qu'est ce que la la?cit¨¦?, ed. Vrin). El componente emancipador que incluye el Estado democr¨¢tico europeo es la posibilidad de no ser obligatoriamente como los dem¨¢s que se ofrece al ciudadano a cambio de cumplir unas b¨¢sicas leyes comunes. La identidad no es el requisito de la ciudadan¨ªa, sino esta el cauce para que cada cual dise?e su perfil propio.
Por tanto, a mi juicio no cabe duda de que los movimientos separatistas que pretenden deshacer los Estados existentes en nombre de cualquier tipo de identidad prepol¨ªtica son antieuropeos de hecho, aunque proclamen lo contrario. Pero tambi¨¦n lo son dentro de los Estados los que se empe?an en hacer ex¨¢menes de conocimientos ¡°nacionales¡± a quienes aspiran a la ciudadan¨ªa o los que difunden sospechas o rechazo contra ciertos grupos humanos en su conjunto porque no les parecen semejantes en costumbres o creencias. El actual primer ministro de Francia Manuel Valls, cuando ocupaba la cartera de Interior, protagoniz¨® actitudes como estas respecto a oriundos de Ruman¨ªa o Bulgaria, con el episodio vergonzoso de la deportaci¨®n de una muchacha gitana a un pa¨ªs que ni siquiera conoc¨ªa. En cambio tuvo raz¨®n cuando, en su discurso como primer ministro, se felicit¨® porque alguien nacido en Barcelona pudiese ocupar tal cargo: ¡°Eso es Francia¡±, dijo. En efecto, eso es Francia y eso deber¨ªa ser la Europa democr¨¢tica, no la demonizaci¨®n global de minor¨ªas y la deportaci¨®n de quienes desean cumplir las leyes y por tanto tener derecho a sus diferencias dentro de ellas.
De los movimientos separatistas que se est¨¢n dando en Europa, algunos tan recientes como el del V¨¦neto y otros ya casi tradicionales como en Escocia, el que nos toca hoy m¨¢s de cerca es el de los nacionalistas catalanes. Y n¨®tese que digo ¡°nacionalistas catalanes¡±, no los catalanes ni Catalu?a. Los argumentos con que apoyan su pretensi¨®n de ruptura (agravios hist¨®ricos pasados o presentes, maltrato econ¨®mico por el Estado, incomprensi¨®n del resto del pa¨ªs y sobre todo identidad inconfundible y sempiterna) pertenecen al prontuario separatista habitual en todas las latitudes. Tampoco es demasiado original la reivindicaci¨®n del ¡°derecho a decidir¡±, entendido como derecho a prohibir al resto del pa¨ªs que decida sobre algo que tambi¨¦n es pol¨ªticamente suyo. De este modo se establece como punto de partida lo que pretende alcanzarse al final del proceso.
A este respecto es particularmente significativo un razonamiento ofrecido en el documento que la Generalitat ha enviado a las embajadas como r¨¦plica al argumentario contra la secesi¨®n del Ministerio de Exteriores: se dice que exigir que todos los espa?oles participasen en un refer¨¦ndum sobre la independencia de Catalu?a ser¨ªa como si, en el caso de que Espa?a quisiera abandonar la Uni¨®n Europea, debiera consultarse para ello a todos los dem¨¢s pa¨ªses. O sea que seg¨²n esto la posici¨®n de Catalu?a en Espa?a es como la del Estado espa?ol en la organizaci¨®n de Estados europeos. Partiendo de aqu¨ª, hacer o no hacer el dichoso refer¨¦ndum es ya lo de menos¡
Hace mucho que Raymond Aron escribi¨® sabiamente que apenas importa saber si el nacionalismo es la expresi¨®n de una naci¨®n real o imaginaria porque "es una pasi¨®n decidida a crear la entidad que invoca". Pero en este caso tal creaci¨®n comporta la mutilaci¨®n de los derechos pol¨ªticos de millones de ciudadanos, en Catalu?a y en el resto de Espa?a.
No s¨¦ c¨®mo ni cu¨¢nto habr¨¢ que dialogar sobre ello, pero me sorprende el estoicismo con que los afectados responden al caso. Uno puede temer que si la gente est¨¢ dispuesta a protestar en la calle porque un alcalde proyecta privarles de un aparcamiento pero no cuando otros pol¨ªticos quieren recortar sustancialmente su ciudadan¨ªa es porque saben lo que es un aparcamiento pero no lo que es la ciudadan¨ªa. Aunque quiz¨¢ sea, cazurramente, porque no creen que la sangre vaya a llegar al r¨ªo ni el r¨ªo a dividir su cauce. Ojal¨¢ no se equivoquen.
Fernando Savater es escritor.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.