La monta?a de Dios
Son las cuatro de la tarde en Johannesburgo y al sol le quedan poco m¨¢s de dos horas de reino. Por ahora luce potente en las ¨²ltimas semanas del verano austral por encima de los altos edificios de ese viejo centro que se resiste dejarse morir. En la ciudad empieza ya la operaci¨®n regreso a las casas de miles de trabajadores que terminan una jornada laboral que para muchos se abri¨® con los primeros y t¨ªmidos rayos solares. En la colina m¨¢s alta, cerca del panafricano barrio de Yeoville, se da inicio al trasiego de gente en busca de un lugar en el que dejar un rezo, una esperanza o simplemente encontrar alguien con el que pasar el rato discutiendo sobre la vida y Dios.
Un solitario reza ante una estructura en la que se puede leer Hold hand. God's land (D¨¦nse las manos. Tierra de Dios)
Es la que se conoce como la Tierra de Dios (God¡¯s land), en la colina que preside esta ciudad con escasa buena prensa entre visitantes y turistas pero que entusiasma a muchos de sus habitantes por regalar tantos ambientes como gustos hay y estampas tan extra?as como una iglesia al aire libre.
Cada d¨ªa decenas de personas se congregan para el rezo. La mayor¨ªa llega andando por las vibrantes calles de Yeoville y otros suben la empinada cuesta por la monta?a. Algunos cargan con la bolsa de la compra llena. En grupo o en solitario, vestidos de calle o con la indumentaria de la religi¨®n que profesan, bien variada aunque siempre con ra¨ªz cristiana, los feligreses de esta particular iglesia van escogiendo un sitio en esta explanada que se mantiene en buen estado, a pesar de que a pocos metros se cobija alg¨²n mendigo sin otro techo en el que cobijarse.
¡°Intento venir a la monta?a siempre que puedo¡±, explica Tom, un trabajador natural de Zimbabue que ha terminado su turno en una peque?a empresa de Johannesburgo y con el mono puesto se sienta junto a unos compatriotas antes de ir a casa, muy cerca. ¡°Aqu¨ª no tengo problemas de horarios, Dios est¨¢ siempre dispuesto en esta iglesia de servicio 24 horas¡±, sonr¨ªe mientras se quita los mocasines negros.
En c¨ªrculo, el grupo explica que se pasa horas hablando de la Biblia, sin gui¨®n, sin l¨ªder espiritual, van tocando paisajes y personajes seg¨²n les gusta o seg¨²n alguno de los feligreses le preocupa u ocupa un tema. A veces, la conversaci¨®n se deriva a aspectos m¨¢s dom¨¦sticos y prosaicos porque, como dice Tom, a Dios se le puede hablar de casi todo.
Un grupo de mujeres se prepara para la oraci¨®n.
La colina no es un lugar de culto al uso y por ello el ayuntamiento no permite en teor¨ªa la pr¨¢ctica religiosa, aunque las reglas pocas veces son un impedimento en Johannesburgo. Las autoridades municipales intentaron hace unos a?os evitar estos rezos, con contundentes actuaciones policiales. Los agentes, recuerdan algunos, se presentaban casi por sorpresa y amenazaban con arrestar a los feligreses por ocupar un jard¨ªn de forma ilegal. Ahora la situaci¨®n se ha relajado, a veces, para desespero de los vecinos de la bonita finca que se sit¨²a en un lado de la colina y que ven como los rezos se convierten en murmullos ininterrumpidos salpicados, dicen, por alg¨²n grito. La paz espiritual, ya se sabe, que va por barrios.
Esa espiritualidad o religiosidad poco convencional forma parte del paisaje cotidiano de Johannesburgo. Sud¨¢frica es un pa¨ªs tremendamente religioso, donde es f¨¢cil que al extranjero se le interrogue por sus costumbres y relaci¨®n con Dios. Se tolera y comprenden credos diversos con la misma facilidad que se extra?a la opci¨®n laica o atea. Los domingos es usual la imagen de centenares de personas por las cunetas de las carreteras vestidas con t¨²nicas verdes, blancas o azules en busca de su iglesia campestre, en muchas ocasiones en un descampado casi pegado al arc¨¦n y en los mejores de los casos en una leve colina.
La colina de Yeoville ofrece una magn¨ªfica vista del barrio hist¨®rico de Johannesburgo.
Pero la Tierra de Dios de Yeoville es como la catedral de estas iglesias a la intemperie que se suceden por el largo y ancho de la ciudad. ¡°Tiene algo especial, una buena energ¨ªa este sitio, es un lugar de paz, tranquilo¡±, afirma Precious, que llega junto a su marido y un amigo. La pareja es tambi¨¦n de Zimbabue, seguidora de la Iglesia de Pentecostal y explica que los domingos prefieren acudir al templo pero que entre semana les gusta subir hasta esta monta?a por la libertad de horarios y "porque se est¨¢ muy cerca de Dios", detalla la mujer. De espaldas a la impresionante postal que deja la ciudad, el tr¨ªo se descalza y empieza una oraci¨®n cantada y al rato se le acerca un tercer hombre, como los otros cubiertos por una blanqu¨ªsima s¨¢bana blanca.
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