El Caballero de la Palabra
La gran lecci¨®n de las aventuras de Don Quijote es que un mundo sin justicia no merece la pena; pero que tampoco la merece sin misericordia. Esta es la que permite que las cosas sean al fin lo que pueden ser
In memoriam Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez
Uno de los pasajes que prefiero de Don Quijote de la Mancha es el que tiene lugar en Sierra Morena. Don Quijote se pone en ¨¦l a dar saltos y hacer todo tipo de disparates por las pe?as, imitando a esos caballeros, como Amad¨ªs y Orlando, que enloquecidos por los celos dieron en las mayores locuras. Sancho le pregunta por la raz¨®n de tal proceder dado que ¨¦l no tiene motivo alguno para sentirse desde?ado por su dama Dulcinea o para pensar que esta haya podido ¡°hacer alguna ni?er¨ªa con moro o cristiano¡±. A lo que Don Quijote le responde: ¡°Ah¨ª est¨¢ el punto y esa es la fineza de mi negocio, que volverse loco un caballero andante con causa, ni grado ni gracias: el toque est¨¢ en desatinar sin ocasi¨®n¡±.
Ese ¡°desatinar sin ocasi¨®n¡± guarda la clave del libro de Cervantes. El diccionario de la RAE define desatino como ¡°locura, desprop¨®sito o error¡±. Pero en Cervantes tiene una significaci¨®n muy distinta. Como los gestos absurdos del maestro zen, las locuras de Don Quijote tienen el poder de suspender por un momento el principio de realidad. Su funci¨®n es abrir una grieta, y, m¨¢s all¨¢ de la l¨®gica, llevarnos a la comprensi¨®n profunda e inmediata de una verdad nueva. Por eso entre los dos modelos que le salen al paso en Sierra Morena, el de Amad¨ªs y el de Orlando, Don Quijote elige sin dudarlo el ejemplo del primero. Orlando, trastornado por la traici¨®n de Ang¨¦lica, revienta el curso de los torrentes, asola los bosques, aniquila el ganado; mientras que Amad¨ªs no hace ¡°locuras de da?o sino de lloros y sentimientos¡±. Ese es el camino de don Quijote, para quien la aventura no supone nunca una quiebra de lo real, sino su exaltaci¨®n. De ah¨ª que sea indisociable de la alegr¨ªa, que supone concebir las cosas no en funci¨®n de verdadero o falso sino de epifan¨ªa. El desatino es una condici¨®n de lo paradis¨ªaco ya que hace del mundo el lugar de la posibilidad.
Nada que ver con la locura. La locura es no tener en cuenta a los otros y pocos h¨¦roes los han tenido tan en cuenta como el nuestro. La gran lecci¨®n de sus aventuras es que un mundo sin justicia no merece la pena; pero que tampoco la merece sin misericordia, que no es sino esa segunda oportunidad que damos a las cosas para que sean al fin lo que pueden ser. Don Quijote es el caballero de esa segunda oportunidad y por eso hay pocos h¨¦roes m¨¢s parlanchines que ¨¦l, pues esa segunda oportunidad siempre se juega en el lenguaje. Hasta el punto de que bien podr¨ªa decirse que todo lo hace animado por su deseo de no dejar de hablar y que es el hablar mismo, el seguir encontrando cosas que decir y a qui¨¦n dec¨ªrselas, su raz¨®n de ser como caballero. De forma que, al lado de esos nombres que tan merecidamente asume, el Caballero de la Triste Figura, el Caballero de los Leones, podr¨ªa haberse llamado con m¨¢s propiedad el Caballero de la Palabra.
La iron¨ªa, para Cervantes, es la capacidad de aceptar las contradicciones de la vida
Pero tambi¨¦n nos entrega su cuerpo. Pierde lanzas, escudos, yelmos, trozos de armadura, sale maltrecho y herido infinidad de veces. Pocos personajes en la historia de la literatura han ido dejando tras de s¨ª un rastro semejante, hasta el punto de que casi podemos decir que no hay aventura en la que se embarque en que no deje a sus espaldas algo de s¨ª mismo. Es decir, no habla por hablar. Cuando le toca hacerlo, paga una prenda. Y esa es la iron¨ªa, que el caballero que comete un desatino tras otro sea tambi¨¦n el que termina dando cuenta con sus palabras y sus actos de todo lo que indecible, noble y hermoso hay en nosotros.
La iron¨ªa, para Cervantes, es la capacidad de aceptar las contradicciones de la vida; de aceptar, en suma, que nada es de una sola manera. Por eso Don Quijote, su personaje, no se cansa de pedir. Pide a los sucios venteros que sean corteses anfitriones, a las pobres criadas que sean misteriosas y dulces, a los campos ¨¢ridos y pelados de La Mancha que regresen al tiempo de la Edad de Oro y a una bacinilla de barbero que se transforme en un yelmo de oro. Su fuerza surge siempre de creer el mundo mucho mejor de lo que es, como si solo ignorando la verdadera naturaleza de las cosas estuvi¨¦ramos en condiciones de conseguir que se mudaran en lo que debieron ser.
Los personajes de Cervantes toleran la contradicci¨®n, de un modo que, por ejemplo, los m¨¢s graves y apesadumbrados personajes de La Biblia no saben hacerlo. No tengo ninguna duda de que si Don Quijote se hubiera encontrado en una de sus andanzas con Abraham y su hijo dirigi¨¦ndose al monte Moriah la habr¨ªa emprendido a mandobles con el primero y puesto fin al sin sentido de aquel sacrificio; o de haber andado por Egipto, en las noches de las plagas que lo destruyeron, se habr¨ªa enfrentado a los ¨¢ngeles vengativos que mataron a los primog¨¦nitos. Se habr¨ªa enfrentado a esos ¨¢ngeles y puesto en fuga a Abraham, ya que Don Quijote amaba la justicia y cre¨ªa que esta no era nada sin el amor, y que de la misma forma que un padre no pod¨ªa llevar enga?ado a su hijo al altar del sacrificio, ning¨²n pueblo, por muy oprimido que estuviera, pod¨ªa pretender conquistar su libertad con la muerte de los hijos de sus enemigos, que una libertad que se conquistaba a ese precio no pod¨ªa merecer la pena. Y hasta habr¨ªa resultado bien gracioso ver a Don Quijote detr¨¢s de Abraham con su espada, como si fuese el mism¨ªsimo sabio Frest¨®n, o persiguiendo a los ¨¢ngeles entre un remolino de plumas, que por encima de todo Cervantes escribi¨® su libro para entretenernos, hacernos re¨ªr y llegar a conmovernos, porque lo que en ¨¦l predomina es el amor a la libertad y a los sue?os.
Esa realidad que est¨¢ a igual camino del mundo de los sue?os que del de la realidad es la literatura
Algo que Cervantes deja bien claro en el pasaje, tan hermosamente comentado por Luis Landero, en que Don Quijote confunde la bac¨ªa de un barbero con un yelmo. Sancho le discute lo que afirma y, ante la negativa de Don Quijote a dar su brazo a torcer, llegan al acuerdo que tal vez no sea yelmo ni bac¨ªa, sino baciyelmo; es decir, un objeto que no pertenece enteramente ni al orden de lo real ni al orden de lo imaginario. Ese nuevo orden, esa realidad intermedia, a igual camino del mundo de los sue?os que del de la realidad, es el mundo de la literatura. Dar¨ªo Villanueva lo recuerda al referirse a la teor¨ªa cervantina de lo peregrino, como clave y fundamento de la novela moderna desde El Quijote. ¡°Por boca del can¨®nigo toledano¡±, nos recuerda Villanueva, ¡°Cervantes ped¨ªa, m¨¢s como lector que como autor, que anduviesen juntas, en las ficciones, la admiraci¨®n y la alegr¨ªa, sin que por ello se dejase de armonizar la maravilla de las f¨¢bulas con el entendimiento de los discretos lectores, para lo que los novelistas deber¨ªan esforzarse en facilitar los imposibles, allanar las grandezas y suspender los ¨¢nimos¡±.
¡°Facilitar los imposibles, allanar las grandezas, suspender los ¨¢nimos¡±, ?hay mejor definici¨®n de lo que debe ser el arte de novelar? Todos los que nos dedicamos a escribir ficciones hay momentos en que nos preguntamos por qu¨¦ dedicamos nuestro tiempo y nuestras energ¨ªas a algo que bien mirado no sabemos bien a qui¨¦n aprovecha ni si acaso puede ser bueno esto de pasarse la vida en compa?¨ªa de seres y hechos que solo existen en nuestra imaginaci¨®n. Y en este punto Don Quijote siempre nos echa una mano. ?l nos ense?a que hay dos tipos de mentirosos: el que se disfraza para amordazar la verdad y el que lo hace para seguirla por donde esta quiera llevarle. Los enmascarados de las pel¨ªculas, libros y tebeos que am¨¢bamos de ni?os pertenec¨ªan al segundo tipo. Ellos fing¨ªan ser otros, pero gracias a esa nueva identidad se rebelaban contra la injusticia, llevaban la alegr¨ªa a los tristes y pon¨ªan freno a los abusos de los poderosos. Don Quijote, el Caballero de la Palabra, es uno de esos enmascarados cuyos desatinos tiene el poder de dar alas a la verdad.
Gustavo Mart¨ªn Garzo es escritor.
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