Las mentiras de Putin
En Ucrania se percibe la voluntad de votar el domingo y la de permanecer en el pa¨ªs
Regreso a Ucrania.
Pero esta vez, a varias de esas ciudades de habla rusa situadas en el este del pa¨ªs que, seg¨²n los medios de comunicaci¨®n occidentales, son presa de la fiebre separatista.
Estoy con Petro Porochenko, el candidato favorito para las elecciones presidenciales del domingo, al que no ve¨ªa desde que visit¨® a Fran?ois Hollande en abril, en una campa?a como las estadounidenses, con tres ciudades cada d¨ªa, y en cada ocasi¨®n el mismo ritual, a toda marcha, desde la peque?a rueda de prensa hasta el gran mitin popular ante la bas¨ªlica, pasando por el reparto de fotos dedicadas del candidato.
Y de esta breve inmersi¨®n en la otra Ucrania, de esta estancia en esas tres ciudades de nombres impronunciables (Dnipropetrovsk, Dniprodzerjynsk, Kryvy? Rih), de historia a veces inquietante (Dniprodzerjynsk se llama as¨ª en homenaje a Felix Dzerjinski, el fundador de la Checa), de esas instant¨¢neas de campa?a a la sombra de altos hornos o de minas, de plantas de carb¨®n y acer¨ªas que no han cambiado desde la ¨¦poca sovi¨¦tica (y que son un insulto para las normas m¨¢s elementales de seguridad y protecci¨®n del medio ambiente), extraigo algunas observaciones que, en vista del debate actual, pueden tener inter¨¦s.
En primer lugar, hay mucha gente. El hombre de Kiev celebra en las tres ciudades unos m¨ªtines espectaculares: la plaza local, abarrotada; una multitud incre¨ªble de banderas y pancartas; y, en cada ocasi¨®n, decenas de miles de hombres y mujeres que se han acercado a escuchar al patriota ucranio (?y desde qu¨¦ distancia! En Kryvy? Rih dicen que, con varias decenas de kil¨®metros de extensi¨®n, sobre las minas y los dep¨®sitos de minerales, es la ciudad m¨¢s larga de Europa, y posee la mayor l¨ªnea de tranv¨ªa del mundo).
En segundo lugar, la gente est¨¢ contenta de estar all¨ª. Rostros ennegrecidos por los pozos damnificados en las orillas del Inhulets, obreros cansados por el trabajo del complejo metal¨²rgico de Dniprovsky, cincuentones desdentados cuya esperanza de vida no llega, seg¨²n me dicen, a los 60 a?os: todos aplauden al candidato, o, mejor dicho, le ovacionan. Le ovacionan cuando promete unas condiciones de trabajo m¨¢s humanas, salarios acordes con los que ¨¦l paga en sus propias empresas, jubilaciones decentes, le ovacionan cuando evoca el martirio de esta regi¨®n desangrada por las guerras, las revoluciones y contrarrevoluciones, el genocidio ucranio, la ocupaci¨®n nazi, pero tambi¨¦n le ovacionan, igual que en Kiev, cuando expresa su voluntad de luchar contra la corrupci¨®n y por la transparencia, contra el Gobierno de sinverg¨¹enzas y por el respeto a los derechos.
Las grandes democracias deben proteger el proceso electoral porque este fortalecer¨¢ al pa¨ªs y a Europa
M¨¢s satisfactorio y sorprendente todav¨ªa, en estos territorios sobre los que planea la sombra de los antiguos reinos cosacos, en estas ciudades arruinadas pero que, como Dnipropetrovsk, presumen de albergar las f¨¢bricas de las que salieron los primeros misiles bal¨ªsticos intercontinentales de la URSS, es el hecho de que escuchen a Porochenko cuando, al tiempo que anuncia su intenci¨®n de proteger los derechos de las minor¨ªas y, por tanto, su lengua, afirma su apego innegociable a ese crisol nacional que es la lengua ucrania: ¡°No existen ucranios del oeste y ucranios del este, no hay ucranios rus¨®fonos y ucran¨®fonos, no existe m¨¢s que una Ucrania, ¨²nica e indivisible¡±; y tengo la impresi¨®n, por un breve instante, de estar oyendo de nuevo a un gran estadounidense cuando, hace 10 a?os, dijo por primera vez que ¡°no hay estados azules ni estados rojos, solo existe Estados Unidos¡±.
De los asistentes, los que he podido entrevistar, algunos salen conquistados, otros son m¨¢s esc¨¦pticos y seguir¨¢n siendo fieles, me dicen, al Partido de las Regiones, del huido presidente Yanuk¨®vich, pero todos est¨¢n de acuerdo en dos cosas:
Una, la voluntad de votar. Con miedo, por supuesto, al peligro de que les rompan la cabeza los matones llegados de Rusia para entorpecer las elecciones. Pero con la firme intenci¨®n de superarlo. Con el empe?o feroz de derrotar a los rompeurnas, y la esperanza de ver que los cientos de observadores enviados por la comunidad internacional cumplen su tarea y les ayudan a deshacerse de ellos.
Y otra, la intenci¨®n igualmente firme de permanecer, pase lo que pase, en Ucrania. Queremos que nos traten mejor, dicen. Ya no soportamos m¨¢s esta miseria, esta desolaci¨®n. Queremos un Estado descentralizado que nos permita administrarnos mejor. Pero descentralizado no es federalizado. Y que no crean que vamos a caer en la trampa tendida por Putin cuando propone un federalismo que no es m¨¢s que la disoluci¨®n de Ucrania.
Es decir, esta no es, ni mucho menos, la terrible situaci¨®n que esbozan los creadores de opini¨®n occidentales.
La Ucrania de habla rusa es mucho m¨¢s ucrania de lo que quieren creer quienes buscan buenas o malas razones para ceder ante Putin.
Y el mensaje ¡ª?hace falta decirlo?¡ª se dirige tambi¨¦n a ellos, a nosotros, a todas las posibles v¨ªctimas de una guerra sem¨¢ntica que, como de costumbre, es decisiva.
No a esta federalizaci¨®n que no es m¨¢s que una forma educada de hacer vulnerable al pa¨ªs para absorberlo, tarde o temprano, en el seno de la dictadura.
Y s¨ª a un proceso electoral que, al fortalecer a Ucrania, fortalecer¨¢ tambi¨¦n a Europa, y que, por tanto, las grandes democracias deben garantizar y proteger.
Bernard-Henri L¨¦vy es fil¨®sofo.
Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.
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