Las grietas del David
Vuelvo a la Galer¨ªa de la Academia justo cuando toda la prensa mundial habla de las fisuras descubiertas en los tobillos del David de Miguel ?ngel. Esas fisuras pueden ser una doble met¨¢fora. De un parte, de las grietas que el Humanismo est¨¢ sufriendo en su cuerpo maltrecho por la evoluci¨®n de una humanidad que parece haber perdido el eje de la igual dignidad de los individuos. De otra, las que poco a poco se van extendiendo por el cuerpo de un hombre, entendido en el sentido estricto de individuo masculino que, en muchos casos desconcertado, asiste a la erosi¨®n de la virilidad patriarcal.
De ese modelo prorrogado durante siglos y que en momentos clave para la Humanidad como el del Renacimiento o el de la Ilustraci¨®n encontr¨® acomodo, a¨²n entrando en contradicci¨®n con los principios universalistas y emancipadores del ser humano que, al menos en teor¨ªa, se defendieron, con distinta intensidad y consecuencias, en ambos momentos. Porque la dignidad que, por ejemplo, defendiera Pico della Mirandola era, ante todo, la dignidad del hombre, no la de la mujer.
Pensaba en esta muestra m¨¢s de la "universalidad sustitutoria" de lo masculino mientras paseaba por la bella Florencia y ca¨ªa rendido de nuevo a los pies de su Piazza della Signoria, de su Arno que tiene diferentes colores seg¨²n la hora del d¨ªa y el clima que haga o de ese rastro de la historia, tan llena de hombres artistas, que uno encuentra en cada rinc¨®n.
El cuerpo del hombre plasmado en la escultura, por supuesto, pero tambi¨¦n en la arquitectura, en la fotograf¨ªa o, a lo largo del siglo XX, en el cine o la televisi¨®n. El hombre atl¨¦tico, vigoroso, preparado para la acci¨®n y educado para el ejercicio de la autoridad. Tanto en lo p¨²blico como en lo privado. El guerrero, el atleta, el pol¨ªtico, el fil¨®sofo. El que ocupa un espacio p¨²blico dise?ado a su imagen y semejanza. El poder terrenal como reflejo del poder de los dioses.
Mientras, ellas, ausentes, esperando, las eternas Pen¨¦lopes, madres y esposas sufrientes. An¨®nimas mujeres sin calles ni plazas. Solo las putas ten¨ªan derecho a ellas. Mujeres casi siempre reflejadas en el arte en actitud pasiva, silente, adormecidas, como objetos, casi nunca como sujetos.
Por ellas los hombres se baten en duelo. Ellas carecen de subjetividad. Son en funci¨®n de los hombres a los que aman y sufren. Y, parad¨®jicamente, aparecen en el arte personificando virtudes que luego son los hombres los que deb¨ªan poner en acci¨®n o bien conculcar. La Naturaleza y las virtudes: dos espacios de las mujeres tambi¨¦n cuando eran representadas. Las mujeres en la tumba de Lorenzo de M¨¦dicis. La Piedad, siempre la Piedad.
El hombre que rapta, que repudia, que mata cuando hace falta, que vigila el honor y sanciona los delitos y los pecados. Mientras que las mujeres mantienen las tradiciones y las costumbres, cuidadoras de los v¨ªnculos afectivos, con honra pero sin honor, sin control sobre su cuerpo y sexualidad, ellos definen las reglas y marcan las fronteras. El derecho, el urbanismo, la ciencia, los saberes, la religi¨®n, la justicia son obra de ellos y guardianes de sus intereses. Aunque parad¨®jicamente el arte les ponga a veces cuerpo y rostro de mujer.
El rastro de ese hombre que empu?a la espada y dicta sentencias ha continuado su andadura por lo siglos de los siglos. Y ha llegado, eso s¨ª, con m¨²ltiples erosiones, a las sociedades del siglo XXI. El macho que ordena y manda. Berlusconi, por ejemplo, como ejemplo de una virilidad tradicional a la que se suman nuevos ingredientes como el culto por la eterna juventud o los discursos emocionales, tan poco masculinos.
Como bien lo demuestra este pa¨ªs donde por ejemplo el debate sobre las cuotas electorales genera reacciones inauditas o donde la homofobia se resiste a ser introducida como agravante en el C¨®digo Penal. Y es que la alianza entre capitalismo, democracia y patriarcado parece irrompible, o al menos costar¨¢ m¨¢s de lo que muchos deseamos. Y todo ello porque en momentos claves de la evoluci¨®n del ser humano, y de las estructuras sociales generadas por ¨¦l para la convivencia, y por lo tanto tambi¨¦n del orden cultural reflejo de ellas, la revoluci¨®n no se produjo. Al contrario, se mantuvo la diferenciaci¨®n jer¨¢rquica entre nosotros y ellas, se insisti¨® en el papel del hombre como definidor de lo humano y se asumi¨® su rol de paradigma. El hombre heterosexual, el diligente padre de familia, el proveedor y el soldado. El dios en el cielo y en la tierra.
Por m¨¢s que muchos de los que por ejemplo en el Renacimiento se encargaron de consolidar esa imagen fueran hombres que, como Leonardo, Miguel ?ngel o Botticelli, no encajaran en los c¨¢nones del patriarca. En esa perversa paradoja de la historia tal vez podamos hallar la clave para repensar la masculinidad y, con ella, la Humanidad. En esas masculinidades alternativas y disidentes, en la ruptura de los g¨¦neros y de los binarios. En el revolucionario deseo del que seguramente brot¨® la furia, la c¨®lera incluso y, sobre todo, la intensidad creativa, de hombres como los citados. Hombres que amaron a hombres y a mujeres, que vivieron turbias y envidiables pasiones, que desafiaron incluso a los poderes establecidos, aunque con su obra confirmaron que el humanismo renacentista ten¨ªa rostro de var¨®n.
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