Espa?a en Weimar o Bolivia
Una nueva batalla se ha desatado en Europa de la mano de fuerzas inicialmente minoritarias que pueden desestabilizar el sistema de partidos a trav¨¦s de una estrategia subversiva de antipol¨ªtica populista
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Las elecciones del 25 de mayo sit¨²an a Espa?a y Europa al borde del abismo de Weimar. Me explico y matizo. Es cierto que no hay la violencia totalitaria que quebr¨® el espinazo de la democracia liberal que gobern¨® Alemania durante el periodo de entreguerras. Pero tampoco hay que olvidar que, aunque esta circunstancia nos resulte extra?a, esto no significa que estemos inmunizados frente a ella. Especialmente si el peligro adopta fisonom¨ªas posmodernas que inyectan sobre el desmemoriado tejido social estrategias de hegemon¨ªa que reivindican, siguiendo a Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, el populismo como un proceso de conquista del poder a lomos de una rabia antiolig¨¢rquica fraguada mediante m¨²ltiples dispositivos de identificaci¨®n colectiva frente a la crisis. Un proceso guiado por lo que Gramsci denominaba un bloque de intelectualidad org¨¢nica en el que se ensaya un liderazgo constructor, organizador y persuasivo que modele una voluntad colectiva que conecte con lo que el autor de los Cuadernos de c¨¢rcel defin¨ªa como ese ¡°sentido com¨²n de la ¨¦poca¡± que puede modificar el orden existente mediante el combate ideol¨®gico. En este sentido, la historia nos advierte de que lo que hoy parece imposible, ma?ana puede configurar nuestra angustia cotidiana. Y es que, como reitera Simon Critchley, pensamos que ¡°hemos acabado con el pasado, pero el pasado no ha acabado con nosotros¡±.
En resumen, una nueva batalla por la hegemon¨ªa cultural se ha desatado en Europa y en nuestro pa¨ªs de la mano de fuerzas inicialmente minoritarias que pueden ¡ªcomo ha sucedido en la historia de Europa pero, tambi¨¦n, en Am¨¦rica Latina¡ª desestabilizar el sistema de partidos a trav¨¦s de una estrategia subversiva de antipol¨ªtica populista dirigida h¨¢bilmente. De hecho, el populismo organizado ha irrumpido con intensidad. No sabemos si de forma provisional o definitiva e, incluso, para iniciar una escalada de posiciones que erradique el protagonismo de los partidos que han soportado la alternancia de los Gobiernos democr¨¢ticos desde la posguerra. Algo que, como se dec¨ªa antes, sucedi¨® en el periodo de entreguerras en Europa pero, tambi¨¦n, hace apenas una d¨¦cada en Am¨¦rica Latina. Aqu¨ª Bolivia es paradigm¨¢tica. Constituye un laboratorio de la posmodernidad geopol¨ªtica ya que edific¨® un populismo de nuevo cu?o que, sobre las ruinas de una hegemon¨ªa neoliberal previa, se ha consolidado e, incluso, exportado a otros pa¨ªses de la regi¨®n.
Con Le Pen en Francia o Podemos en Espa?a, ?alguien garantiza que no avanzar¨¢ este fen¨®meno?
Al abrigo de las urnas, las elecciones del 25 de mayo han legitimado todo aquello que significa la antipol¨ªtica: ser antesala del totalitarismo y soporte de una emocionalidad populista que rechaza los cauces deliberativos racionales que sustentan el modelo de legalidad institucional representativa. Cauces, por cierto, que ha decantado la experiencia pol¨ªtica de Occidente a partir de las revoluciones transatl¨¢nticas para precavernos frente a la tiran¨ªa, venga de donde venga. Hoy, el populismo aglutina un porcentaje de votos inquietante. Todav¨ªa hay reaseguros culturales e intelectuales que permiten aventurar que ma?ana no se ir¨¢ de las manos de la sensatez colectiva. Es de esperar que los procesos electorales nacionales no repliquen cotas tan alarmantes como las logradas en las elecciones europeas. Con todo, la amenaza es real. Lo sucedido refleja que una parte significativa de la sociedad europea y, tambi¨¦n, espa?ola, est¨¢n heridas emocionalmente al aceptar el populismo como catalizador de una variedad infinita de demandas que han logrado unificarse a trav¨¦s de un enemigo com¨²n frente al que dar una respuesta de firmeza popular que erradique la angustia y la incertidumbre individuales que proyectan la crisis y las estructuras inestables de la globalizaci¨®n. Haciendo realidad las tesis de Laclau, en 2014, el populismo se ha convertido en Europa en un instrumento eficaz para enhebrar ¨¦picamente en un amplio bloque social las diversas frustraciones causadas por el retroceso del Estado de bienestar tras las pol¨ªticas de austeridad ensayadas contra la crisis. Con aldabonazos como el de Le Pen en Francia o Podemos en Espa?a, ?alguien garantiza que no seguir¨¢ avanzando el fen¨®meno populista si los efectos de la crisis no remiten socialmente? La progresi¨®n ha sido tan fuerte e incontestable en el conjunto de Europa que, como se advert¨ªa al comienzo, el mapa partidista que regir¨¢ el funcionamiento del Parlamento de Estrasburgo recuerda al que acompa?¨® el desgraciado devenir de la rep¨²blica de Weimar. La lectura que se desprende no puede ser otra que desear que la inestabilidad y la inquietud institucionales que imponen el retroceso electoral de los partidos que representan la centralidad, a derecha e izquierda, no nos arrastren hacia el desenlace que entreg¨® en los brazos del totalitarismo a una Alemania herida de muerte por el colapso de la moderaci¨®n partidista. Y digo esto porque en el origen de ello hubo tambi¨¦n una grav¨ªsima crisis econ¨®mica que min¨® las estructuras de legitimidad democr¨¢ticas. Hoy sucede lo mismo. Seis a?os de crisis pesan ya demasiado. Sobre todo porque hablamos de una crisis tan abrupta como la que sigui¨® al crash de 1929 y que, aunque no ha roto la paz social, sin embargo, ha hecho mella en la credibilidad de la Europa pos-Maastrich y, por qu¨¦ no decirlo tambi¨¦n, de la Espa?a de la Constituci¨®n de 1978. De hecho, la vigencia de los efectos sociales de la crisis y la acumulaci¨®n de frustraciones asumida por las sociedades europeas para resolver aqu¨¦lla, ha sido indudablemente la causa m¨¢s directa que nos ha tra¨ªdo aqu¨ª.
Este diagn¨®stico hace que todo el continente comparta la emergencia de un populismo polifac¨¦tico que participa de una ret¨®rica que sintoniza a Schmitt con Gramsci. El objetivo es desestabilizar el statu quo institucional, tanto a escala nacional como europea. Y todo ello con el fin de sustituirlo por aclamaci¨®n multitudinaria a trav¨¦s de una constelaci¨®n de formulaciones m¨¢gicas que piensan ut¨®picamente que la complejidad del siglo XXI se resuelve de manera milagrosa, en tiempo real y a golpes de tuit de 140 caracteres. De este modo, la antipol¨ªtica se ha asentado en cada pa¨ªs adapt¨¢ndose a las quiebras emocionales locales. Ayudadas por coberturas medi¨¢ticas muy diversas, ha visto normalizadas sus propuestas impulsadas por las audiencias y favoreciendo un clima de malestar, desencanto y fatiga dentro de un modelo de formaci¨®n de opini¨®n p¨²blica donde, como apunta Andrea Greppi en La democracia y su contrario: ¡°La independencia del llamado cuarto poder, el poder de la opini¨®n, se esfuma, como muestran los innumerables estudios sobre la segmentaci¨®n de las audiencias, la transformaci¨®n de la informaci¨®n en entretenimiento, la utilizaci¨®n sistem¨¢tica del esc¨¢ndalo y el miedo para condicionar la atenci¨®n del espectador, aut¨¦nticas armas de persuasi¨®n y destrucci¨®n masiva, la comprensi¨®n de los lenguajes y el efecto deseducativo de la imagen sin concepto; y, desde una perspectiva a¨²n m¨¢s general, sobre la alteraci¨®n de los procesos perceptivos en la sociedad del espect¨¢culo y el ¨¦xtasis pornogr¨¢fico de las im¨¢genes sistem¨¢ticamente descontextualizadas¡±.
Una partida de ajedrez se ha iniciado en la geograf¨ªa urbana y en las emociones de las clases medias
Desde el domingo los partidos de la moderaci¨®n y la centralidad deben hacer frente al nuevo escenario europeo con m¨¢s moderaci¨®n y centralidad que la que pon¨ªan antes. Especialmente al frente de los Gobiernos. Una partida de ajedrez se ha iniciado en el tablero de la geograf¨ªa urbana y de las emociones de las clases medias europeas. Una partida en la que alguien lleva la iniciativa porque piensa que los cambios de hegemon¨ªa en el siglo XXI no se producen violentamente, sino desde enfoques constructivistas que aglutinan bloques de mayor¨ªas creadas a partir de condiciones de posibilidad que busquen lo que Garc¨ªa Linera bautiz¨® en Bolivia como un ¡°empate catastr¨®fico¡±. Pues bien, la rabia y el cansancio de la crisis nos han ense?ado los dientes. Lo han hecho afortunadamente en las urnas, pero ser¨ªa un error no percibir que las elecciones europeas son un serio aviso para todos. Sobre todo cuando los s¨ªntomas de recuperaci¨®n econ¨®mica anuncian que lo peor ha pasado. Olvidar que es necesaria la pedagog¨ªa y una acci¨®n pol¨ªtica que despeje de reproches la arquitectura institucional de nuestro pa¨ªs y del conjunto europeo, puede conducirnos a un bucle tan alarmante como ver a un pueblo asumiendo colectivamente aquella frase nietzscheana que afirmaba que hay que vivir peligrosamente. Que nadie piense que es imposible porque, entonces, allanaremos el camino para que la antipol¨ªtica se traduzca totalitariamente.
Jos¨¦ Mar¨ªa Lassalle es secretario de Estado de Cultura.
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