La fr¨¢gil eternidad de Maria Callas
Cuando se cumplen 60 a?os de su debut en Estados Unidos, se ultiman nuevas remasterizaciones de su obra que saldr¨¢n a la venta en septiembre La revoluci¨®n en su manera de interpretar sigue viva
Como el eterno efluvio que le recordaba a su amado padre, preso cada d¨ªa en el aroma a unas gotas de Roger & Gallet esparcidas en un pa?uelo de encaje, el perfume de Maria Callas llega hasta nuestros d¨ªas con la potencia del mito que cambi¨® la ¨®pera para siempre.
Cabr¨ªan excusas de sobra para rememorarla. Podr¨ªamos echar mano de las efem¨¦rides. Hace 60 a?os, por ejemplo, debut¨® en Estados Unidos. Fue en la ?pera de Chicago, un paso previo a su consagraci¨®n en el Metropolitan dos a?os m¨¢s tarde. La obsesi¨®n por triunfar en el pa¨ªs que la vio nacer en 1923 ¡ªpese a despu¨¦s considerarse griega¡ª en Nueva York, donde creci¨® por Washington Heights, marc¨® su carrera.
Se cumplen seis d¨¦cadas m¨¢s o menos justas tambi¨¦n de aquella ¨¦poca en que apareci¨® ante el p¨²blico tras haber perdido 35 kilos con la intenci¨®n de acercar m¨¢s su figura al tipillo avispa de Audrey Hepburn que al de una valquiria wagneriana. La versi¨®n oficial habla de un r¨¦gimen severo. La otra, que lo consigui¨® mediante un m¨¦todo que hoy espantar¨ªa a cualquier profesional poco digno: incubando una solitaria que devor¨® todo lo que engull¨ªa y que a cambio le proporcion¨® su famoso cuello de jirafa.
No estar¨ªa de m¨¢s utilizar una percha comercial, como es el hecho de que, en septiembre, Warner Classics pondr¨¢ en el mercado 69 discos remasterizados en los estudios de Abbey Road con tecnolog¨ªa punta. Pero a fin de qu¨¦ buscar excusas. La Callas por s¨ª misma es la Callas. Y ya.
La gran soprano supo trasladar a cada uno de sus personajes sus experiencias personales
Fiera inmortal, criatura capaz de desafiar una vida de humillaciones para convertir su constante drama personal en arte, icono del divismo a caballo entre los pedestales del Olimpo y la fragilidad de los juguetes rotos en la era de los fen¨®menos globales, revitalizadora de un modo de expresi¨®n caduco como la ¨®pera a base de trasladar al mismo la modernidad de propuestas como el m¨¦todo interpretativo propio del Actor¡¯s Studio. Fascinante personalidad para ser hurgada hasta el fondo en biograf¨ªas, cr¨®nicas, testimonios que si bien indagan al detalle en su d¨ªa a d¨ªa, no consiguen desentra?ar el misterio de su talento.
Generosa y vengativa, fiera indomable ¡ªsalvo por la trituradora del magnate naviero Arist¨®teles Onassis, que la destroz¨® con un romance pasional mediante el cual desatendi¨® su carrera¡ª, majestuosa y vulnerable, Maria Callas marc¨® su ¨¦poca.
Tanto que Teresa Berganza, en la semana que ha recibido un merecido Premio Yehudi Menuhin, tiene la generosidad de apartar el foco sobre s¨ª misma en declaraciones a EL PA?S para ofrec¨¦rselo a la diva, con quien coincidi¨® en Dallas para hacer Medea: ¡°La conoc¨ª, cierto, pero me hubiera gustado conocerla mucho m¨¢s. Ten¨ªa dos perritos caniches, Tea y Toy, pues bien, yo era el tercero. No me apart¨¦ de ella el mes que estuvimos juntas¡±.
De aquel fen¨®meno, la entonces joven Berganza, aprendi¨® algo que le marc¨® a conciencia: su perfeccionismo. ¡°Ella era miope y deb¨ªa bajar deprisa unas cuantas escaleras para la representaci¨®n. Ten¨ªa miedo a caerse y se pas¨® 30 d¨ªas trabajando ese movimiento antes de empezar los ensayos. Cuando la ve¨ªas descender dec¨ªas: qu¨¦ maravilla. De lo que nadie se daba cuenta era del esfuerzo que hab¨ªa detr¨¢s¡±. Eso como detalle aclarador. Pero si nos atenemos al fondo, la mezzosoprano madrile?a aduce otro rasgo: ¡°Su palabra. La importancia que le daba al texto. Pod¨ªas entender perfectamente todo lo que sal¨ªa de su boca ya fuera en cualquier idioma¡±.
Y luego estaba, c¨®mo no, su manera de abordar los personajes. En eso s¨ª que dio un giro a las concepciones cl¨¢sicas. Con Maria Callas, los cantantes dejaron de limitarse a entrar por la derecha, atacar el aria y salir por la izquierda. Pero en ese crecimiento exclusivo con una aportaci¨®n extra al arte de interpretar, jugaban su papel directores de escena como Luchino Visconti o Pier Paolo Pasolini, que la encaminaron a ello, como sostiene esa gran dama del teatro que es Nuria Espert: ¡°Todas aquellas aportaciones dan lugar a que se termine una ¨¦poca y se d¨¦ paso a otra en la que la ¨®pera comienza a interesar y a atraer a nuevos p¨²blicos: se rejuvenece¡±.
En esa suma que aumentaba para su arte los quilates del teatro, Maria Callas supo trasladar a cada personaje sus experiencias personales. As¨ª como en Marlon Brando, con los m¨¦todos en boga, pod¨ªas apreciar el rastro de sus calvarios ¨ªntimos cuando nos presentaba a Stanley Kowalski en Un tranv¨ªa llamado deseo o al boxeador fracasado y chivato Terry Malloy en La ley del silencio, a trav¨¦s de la diva apreciabas su dignidad labrada a base de humillaciones en La Traviata o su predisposici¨®n al sacrificio en Norma. As¨ª que los p¨²blicos que contemplaban aquello no volv¨ªan a tragarse el cart¨®n piedra tan com¨²n en los dem¨¢s.
Desde que naci¨®, su infancia de patito feo y cenicienta marcada por las man¨ªas de una madre capaz hasta de traficar con ella medio emputeci¨¦ndola para militares de tres al cuarto, fueron forj¨¢ndole un car¨¢cter. Separada a la fuerza de un padre protector, obligada a regresar a Grecia cuando comenzaba su adolescencia, Maria descubri¨® bien pronto que mediante la voz que entonaba canciones ligeras latinas y embelesaba al vecindario, contaba con un arma que marcaba la diferencia.
Estudi¨® en el conservatorio de Atenas con Elvira de Hidalgo, que la llev¨® por el buen camino, convencida de que fen¨®menos as¨ª nacen una vez cada 100 a?os. Gorda, fe¨²cha, atiborrada de granos, acomplejada, decidi¨® que en vez de consagrarse al amor, se entregar¨ªa a la m¨²sica. Aun as¨ª, con el encanto de su susurro desgarrador, embeles¨® a un rebelde que acab¨® martirizado por los militares y a un potentado italiano, que cuando la escuch¨® en su debut veron¨¦s decidi¨® hacerla su esposa.
Generosa y vengativa, fiera indomable salvo por la trituradora de Onassis que la destroz¨®
Fueron los tiempos de sus comienzos, cuando no ten¨ªa un duro para sobrevivir en la ciudad que inspir¨® a Shakespeare Romeo y Julieta, y pudo hacerlo gracias a un adelanto que le entreg¨® el director Tullio Serafin. De su maleta de cart¨®n en aquella ¨¦poca a los traslados con 10 abrigos de piel, 100 pares de zapatos o 30 sombreros ocurri¨® un largo trecho en que se cas¨® con el bueno de Giovanni Battista Meneghini y fue engordando su repertorio entre t¨ªtulos belcantistas ¡ªdespreciados antes que ella los reivindicara en EE UU¡ª, verdis y puccinis que consiguieron que tumbara a su oponente Renata Tebaldi y montara buenos ciscos en la Scala entre partidarios de una y otra. Tambi¨¦n tuvo que tragarse la ruptura de relaciones con su odiosa madre y una permanente insatisfacci¨®n sexual de la que hay que culpar a su primer marido.
Ella se ocup¨® de ser la Callas hasta que, como dice el anecd¨®tico y chismoso libro de Alfonso Signorini Tan fiera, tan fr¨¢gil (Lumen), pas¨® a ser Maria. La frontera entre el mito del canto y la mujer ten¨ªa un nombre: Arist¨®teles Onassis. Con ¨¦l alcanz¨® la euforia y el orgasmo tras haber sido presentados por la cotilla del momento, la periodista de vida social, Elsa Maxwell, lesbiana impenitente que le tir¨® los tejos y con quien mantuvo una relaci¨®n ambigua.
En mitad de un crucero en el que Winston Churchill no se dign¨® a levantarse cuando se la presentaron ¡ªal fin y al cabo, ella era la Callas, pero ¨¦l hab¨ªa derrotado a Hitler¡ª, entre cojines forrados por prepucio de ballena, Onassis la conquist¨®, se divorci¨®, se rebot¨® de lo lindo cuando le dijo que estaba embarazada de un hijo suyo ¡ªque muri¨® al nacer con el tiempo justo de poder ser bautizado como Homero¡ª y la utiliz¨® para acercarse descaradamente a los Kennedy. Luego ¨¦l sedujo a la viuda del presidente y aquello produjo la ca¨ªda de Callas junto a una fuerte dosis de sonambulismo aderezada con atracones de somn¨ªferos. Con la voz rota y sin razones para vivir, Maria fue apart¨¢ndose de todo hasta morir, a los 53 a?os en Par¨ªs. Quienes caminan por el cementerio de P¨¨re Lachaise sienten a¨²n el aroma de ese perfume salvaje de su voz atrapada en el tiempo y un halo de frustraci¨®n en el ambiente que resume Espert: ¡°Pese a haber buscado desesperadamente la perfecci¨®n toda su vida, lleg¨® a ser lo que es para nosotros, sobre todo, gracias a sus imperfecciones¡±.
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