Populismo y ¡°racionalidad¡± republicana
Sobran los improperios lanzados contra la Monarqu¨ªa y la ¡°casta pol¨ªtica¡±
Hace unos d¨ªas se pudo o¨ªr en la televisi¨®n a una tertuliana, profesora de Historia y antigua dirigente del Partido Andalucista, afirmar sin que le temblara el pulso ni la voz que en aras de la ¡°racionalidad democr¨¢tica¡± se impone un refer¨¦ndum sobre Monarqu¨ªa o Rep¨²blica, dando por hecho que la racionalidad radicaba en la segunda. No era f¨¢cil encontrar el rigor de estas afirmaciones, y menos todav¨ªa la pertinencia de que cualquier instituci¨®n importante del pa¨ªs, si no existe un consenso casi un¨¢nime sobre la misma, deba ser ratificada en refer¨¦ndum. Dif¨ªcil lo tenemos para ser consecuentes con esta afirmaci¨®n, ya que no solo la Monarqu¨ªa, sino otras muchas instituciones deber¨ªan tambi¨¦n someterse a refer¨¦ndum, entre ellas, el sistema auton¨®mico, que no parece haya cumplido la finalidad para la que se cre¨®: la de contribuir a la uni¨®n de los distintos pueblos de Espa?a.
Pens¨¦ que la opci¨®n de optar por la Rep¨²blica o por la Monarqu¨ªa, m¨¢s que con la racionalidad, tiene que ver con el sentimiento. Uno puede ¡°sentirse¡± republicano, lo que puede que sea m¨¢s rom¨¢ntico que sentirse mon¨¢rquico, que no deja de ser tambi¨¦n un sentimiento leg¨ªtimo. Y si se quisiera llevar al ¨²ltimo extremo la coherencia, puede que no sean necesarias ninguna de las dos instituciones.
Me pareci¨®, adem¨¢s, digno de tener en cuenta el hecho de que la gran mayor¨ªa de los viejos guerreros ¡ªdigamos¡ª, que tanto se hab¨ªan esforzado por traer la democracia y garantizar la estabilidad del pa¨ªs, as¨ª como numerosos l¨ªderes de las m¨¢s diversas ideolog¨ªas, consideren que tiene poco sentido convocar un refer¨¦ndum para debatir la conveniencia o no de la instituci¨®n mon¨¢rquica, aprobada en su d¨ªa por la Constituci¨®n que nos rige. Y tambi¨¦n me pareci¨® absolutamente leg¨ªtimo que haya corrientes de opini¨®n contrarias a la Monarqu¨ªa, si bien sobran los improperios a la misma y a la ¡°casta pol¨ªtica¡± que dirigen algunos de los l¨ªderes de los movimientos populistas que han emergido en el panorama pol¨ªtico. Todav¨ªa est¨¢ por ver su credibilidad y cu¨¢les son sus propuestas para solventar los males del pa¨ªs, que una cosa es predicar y criticar, y otra dar trigo.
La realidad es que muchos de nosotros hemos aprendido con el tiempo que lo importante no es el nombre de las instituciones, sino su contenido y c¨®mo ejercen su funci¨®n quienes las lideran. Y en el caso de Espa?a, sucede adem¨¢s que la Monarqu¨ªa reina, pero no gobierna, lo que significa que no le hemos entregado ning¨²n poder que no sea el de representaci¨®n; y ese poder la Monarqu¨ªa lo puede ejercer tan bien como la Rep¨²blica, dados adem¨¢s los controles democr¨¢ticos a que est¨¢ sometido el monarca. La Historia nos aporta luces y sombras sobre ambas instituciones.
Felipe VI inicia su reinado cuando falta el consenso necesario para crear un gran pa¨ªs?
De ah¨ª que si don Juan Carlos ha servido con eficacia al pa¨ªs y cumplido la misi¨®n que se le asign¨®, no solo ha justificado que en su d¨ªa se le nombrara Monarca, sino que ha aportado un aval a la propia instituci¨®n. Si su hijo es nombrado jefe de Estado, lo ser¨¢ gracias a su padre. Felipe VI hereda una dif¨ªcil y no envidiable situaci¨®n, que le va a exigir gran esfuerzo, inteligencia y habilidad porque aunque los retos actuales no sean tan dif¨ªciles como los que vivi¨® su padre, el clima pol¨ªtico es mucho peor, est¨¢ demasiado envenenado. Falta el consenso necesario para crear un gran pa¨ªs, ahora que los nacionalistas catalanes han desatado la violenta tempestad que supone una posible secesi¨®n de Catalu?a. Cuando uno lee el magn¨ªfico libro de Margaret MacMillan 1914 toma conciencia de la tragedia que supuso para Europa el ¡°nacionalismo con sus repugnantes componentes de odio y desprecio hacia los otros¡±. Es de temer que los nacionalistas radicales traten de potenciarlos para ganar adeptos a su causa.
En todo caso, y m¨¢s all¨¢ de que Felipe VI imponga su estilo, hay dos cosas de su padre que deber¨ªa tener en cuenta. La primera, su pasi¨®n por el pa¨ªs y su sentido de Estado. La segunda, y no menos importante, su gran amor por la gente. Hay quienes dicen que don Juan Carlos ha sido el mejor rey de Espa?a. Puede que as¨ª sea, pero en el caso de que alg¨²n otro lo superara, s¨ª es seguro que ha sido el que m¨¢s ha querido a su pueblo, quiz¨¢ porque lo lleva en su ADN. No es frecuente esta cualidad en los altos dirigentes ni en el estamento de hombres poderosos. De ah¨ª el afecto que le tiene gran parte del pueblo espa?ol, aunque haya disminuido ¨²ltimamente debido a algunos errores de los ¨²ltimos a?os.
Queda ahora pendiente que el pueblo espa?ol le otorgue el status que merece y tambi¨¦n las garant¨ªas que le permitan estar al abrigo de los Savonarolas o Torquemadas, que ¨²ltimamente proliferan en el pa¨ªs. No ha sido una constante de nuestra historia conceder honor y reconocimiento, en vida, a nuestros grandes hombres. Puede que ¨¦ste sea el momento propicio para empezar a hacerlo.
Jer¨®nimo P¨¢ez es abogado.
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