La reinvenci¨®n de lo privado
La pr¨¢ctica de dejar huellas en Internet ya no se ve como una anomal¨ªa, sino como una ampliaci¨®n de la propia persona. La intimidad queda muy afectada y los procedimientos para defenderla son poco eficaces
Dada la gran cantidad de datos que continuamente se recogen y analizan, apenas podemos hacernos una idea de cu¨¢nta esfera privada perdemos y hasta qu¨¦ punto nos hemos convertido en algo p¨²blico. El mundo de los big data parece amenazar nuestra autodeterminaci¨®n informativa y nuestra privacidad o, al menos, nos obliga a pensar y defender lo privado de una manera diferente de como sol¨ªamos hacerlo.
Hasta ahora, no todo lo que se hac¨ªa p¨²blico permanec¨ªa siempre como tal; lo visto, las acciones y las opiniones eran algo pasajero, que pod¨ªa caer en el olvido, si no hab¨ªa una intenci¨®n expresa de inmortalizarlo de alguna manera. En Internet las cosas son de otra manera y no hay nada perecedero. Esta persistencia de los datos es lo que permite que nuestras huellas se registren, sean observadas por muchos y puedan analizarse en correlaciones complejas. Estamos bajo una constante supervisi¨®n: cuando usamos nuestra tarjeta de cr¨¦dito o hablamos por el m¨®vil, Google conoce nuestros h¨¢bitos de navegaci¨®n y Twitter sabe lo que pensamos. Esta es la raz¨®n por la que se dispara la sospecha de control y manipulaci¨®n.
Con el an¨¢lisis de esta gran cantidad de datos se pueden hacer muchas cosas positivas como salvar vidas, mejorar la salud o la seguridad de las personas, organizar el tr¨¢fico o comprar los billetes de avi¨®n m¨¢s baratos. Los algoritmos predicen la verosimilitud de tener un infarto, dejar de pagar un cr¨¦dito o cometer un atentado terrorista. El an¨¢lisis de los datos permite prever ciertas cosas y por eso Amazon realiza ya una especie de ¡°venta anticipatoria¡± para satisfacer nuestros deseos antes de que los formulemos, al igual que otras empresas ofrecen nuestros datos a posibles empleadores antes de que hayamos pensado siquiera en cambiar de trabajo.
Es comprensible que nuestra primera reacci¨®n ante esta realidad sea recelosa. La respuesta l¨®gica consiste en tratar de proteger la esfera privada contra el asalto exterior, estableciendo una demarcaci¨®n entre el ¨¢mbito personal y la esfera p¨²blica. Detr¨¢s de dicha estrategia hay una concepci¨®n muy simple, tradicional, de lo p¨²blico y lo privado, como si hubiera una clara distinci¨®n entre las formas de vida donde uno hace lo que quiere y el espacio p¨²blico en el que estamos a disposici¨®n de cualquiera.
Se pueden reconstruir nuestros movimientos a trav¨¦s del tel¨¦fono m¨®vil que utilizamos
Pensamos en c¨ªrculos conc¨¦ntricos en cuyo interior est¨¢ el ¨¢mbito de la afectividad y la idiosincrasia, de la familia y los amigos, la inmediatez donde somos lo que realmente somos, mientras que la sociedad ser¨ªa el c¨ªrculo exterior donde rigen reglas universales y estamos sometidos a las convenciones y el anonimato, cuando no a la simulaci¨®n y la falta de autenticidad. Tenemos una idea de lo privado como aquello que no est¨¢ al alcance de los dem¨¢s, de lo incomunicable e inaccesible, algo completamente distinto de lo social. Esto es una privacidad que podr¨ªamos denominar 1.0, cuya reivindicaci¨®n y defensa en el mundo digital carece de sentido. E incluso podr¨ªamos estar a?orando un tipo de privacidad que en realidad no ha existido nunca (salvo, tal vez, en el espacio abigarrado y an¨®nimo de las ciudades), como puede atestiguar cualquiera que tenga una experiencia de vida en el mundo rural, donde hay unas instituciones de control que para s¨ª quisieran los sistemas totalitarios.
Hay razones, por tanto, para suavizar nuestras reticencias y no pon¨¦rselo tan f¨¢cil a la cr¨ªtica, pues estamos ante un fen¨®meno m¨¢s complejo, cuyo dilema central podr¨ªa quedar formulado as¨ª: ?c¨®mo protegemos la privacidad en una sociedad compuesta por individuos a los que les compensa entregar sus datos? No me refiero a aquellos datos cuyo uso ser¨ªa ilegal sino a los que son de disposici¨®n p¨²blica: cada vez dejamos m¨¢s datos en el ciberespacio acerca de nuestra salud a trav¨¦s de los apps mediante los que nos monitorizamos; se puede reconstruir nuestro movimiento a partir del tel¨¦fono m¨®vil; gracias a los navegadores que usamos tambi¨¦n se nos puede localizar, nuestro consumo deja un rastro mediante el cual puede adivinarse buena parte de nuestra identidad... Seguramente no queremos ni podemos renunciar a la cantidad de sensores y sistemas de medida con los cuales se elabora el universo de datos en el que vivimos y del que nos servimos para innumerables tareas. Para las generaciones de los nativos digitales, la pr¨¢ctica de dejar huellas en la Red no es vista como una anomal¨ªa sino como una ampliaci¨®n de la propia persona.
Lo interesante del asunto es que esos datos no son huellas que hayamos dejado involuntariamente. Foucault dec¨ªa que el poder lo tienen quienes observan y callan, no aquellos que dan informaci¨®n acerca de s¨ª mismos. Pero precisamente esta es una de las conductas m¨¢s habituales en la Red, en la que informamos acerca de nuestra localizaci¨®n, nuestras opiniones y costumbres.
Puede que ciertos objetivos como la autodeterminaci¨®n informativa o la protecci¨®n de la esfera privada, tal como los hemos entendido hasta ahora, se hayan convertido en figuras anacr¨®nicas, en la medida en que no permiten formular denuncias contra el Estado o contra terceros, desde el momento en que hemos configurado ciertas formas de vida sincronizadas en la nube e Internet que, m¨¢s que un lugar de descargas, es un espacio en el que colgamos informaci¨®n.
Estamos supervisados: Google conoce nuestros h¨¢bitos y Twitter sabe lo que pensamos
De hecho, buena parte de los procedimientos para proteger legalmente la privacidad son poco eficaces. Suelen mencionarse a este respecto el consentimiento individual, la opci¨®n de salirse y la anonimaci¨®n. Lo primero tiene poco sentido cuando se trata de datos de cuya puesta a disposici¨®n de otros no fuimos conscientes; y, por tanto, no hemos podido dar nuestro consentimiento. Adem¨¢s, lo decisivo, lo que tiene valor, es el llamado uso secundario de esos datos, despu¨¦s de que se hayan recogido, y nadie pudo dar entonces su consentimiento para algo que no estaba previsto hacer. Por ello, la protecci¨®n de la privacidad descansar¨¢ menos en el consentimiento individual que en la responsabilidad del usuario. La opci¨®n de salirse es de una eficacia limitada porque incluso borrar los datos suele dejar alguna huella. Y la anonimaci¨®n de los datos no siempre funciona bien; tendr¨ªa sentido en un entorno de datos escasos, pero el mundo de los big data, donde se capturan y se recombinan cada vez m¨¢s datos, facilita la reidentificaci¨®n.
Las posibilidades tecnol¨®gicas nos sit¨²an ante capacidades y amenazas in¨¦ditas. El mundo de los grandes datos nos introduce en espacios salvajes, apenas sin colonizar, como el de la prevenci¨®n, que ampl¨ªa la capacidad de combate contra las enfermedades y fortalece nuestra seguridad; pero hay quien puede caer en la tentaci¨®n de penalizar en virtud de la mera propensi¨®n o hacer un uso poco razonable de la sospecha, por ejemplo, hacia ciertos grupos de poblaci¨®n (lo que ya ocurre en los seguros m¨¦dicos y de enfermedad o en el trabajo de la polic¨ªa). El espacio de la privacidad es precisamente uno de los m¨¢s afectados por estas nuevas posibilidades de conocimiento anticipatorio. El g¨¦nero humano tiene una experiencia de milenios en cuanto a c¨®mo observarse los unos a los otros y c¨®mo regular esa observaci¨®n de manera que no se lesionen derechos fundamentales, pero ?c¨®mo regular un algoritmo?
Con toda revoluci¨®n informativa se modifican las condiciones de lo que podemos considerar p¨²blico y privado, que tienen que volver a ser pensados, junto con lo propio y lo com¨²n, la intimidad y los derechos. En la sociedad de las redes necesitamos nuevas formas para institucionalizar las relaciones entre lo p¨²blico y lo privado. Tenemos que hacerlo porque donde antes hab¨ªa causalidad ahora hay correlaci¨®n; en vez de espionaje hablamos de monitorizaci¨®n; hemos sustituido los delitos y las enfermedades por las propensiones; lo probable ha sido reemplazado por lo probabil¨ªstico.
Si la imprenta oblig¨® a la humanidad a pensar en la protecci¨®n de la intimidad, de la libre expresi¨®n o los derechos de autor, el mundo de los big data nos vuelve a poner esas tareas en condiciones no menos dif¨ªciles.
Daniel Innerarity es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa Pol¨ªtica, investigador Ikerbasque en la Universidad del Pa¨ªs Vasco y profesor visitante en la London School of Economics.
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