La Espa?a que queremos
El debate territorial, la jefatura del Estado, la modernizaci¨®n de las Administraciones P¨²blicas, la desigualdad y nuestra relaci¨®n con Europa son los cinco grandes problemas. Necesitan soluciones audaces y responsables
En las ¨²ltimas semanas, gran parte del debate dentro del PSOE se ha centrando en c¨®mo debe elegirse al futuro l¨ªder y qui¨¦n debe ser, como si se tratara de un casting.En cambio, las diferencias program¨¢ticas entre los candidatos han sido relegadas al segundo plano. Y esto es grave, porque la funci¨®n de los partidos es presentar una idea de pa¨ªs que pueda ganarse la confianza de una mayor¨ªa.
El PSOE tiene poco margen. Si no resuelve correctamente esta encrucijada, puede perder no s¨®lo su liderazgo dentro del progresismo, sino tambi¨¦n su relevancia dentro de la sociedad. Esto requiere una lectura honesta de la situaci¨®n del pa¨ªs y sus instituciones ante la nueva situaci¨®n pol¨ªtica.
Los consensos de la Transici¨®n han caducado en su gran mayor¨ªa. Las instituciones se han visto arrolladas por una ola de desafecci¨®n, y los ciudadanos no se sienten bien representados. Esto se agrava porque la respuesta por parte del Gobierno ha sido el inmovilismo, frustrando la voluntad de cambio de la sociedad.
Si no fuera poco, la democracia espa?ola se enfrenta en estos momentos al mayor desaf¨ªo en sus 37 a?os: la pulsi¨®n soberanista en Catalu?a. Ante el terrorismo de ETA, la respuesta de la democracia era contundente: con la violencia no se puede hacer pol¨ªtica. Pero, ?c¨®mo responder a la voluntad de una abrumadora mayor¨ªa social que desea votar? Ampararse en el Estado de derecho no es decir mucho, porque el problema de fondo no es jur¨ªdico, sino de representaci¨®n.
Por todo ello, el PSOE no est¨¢ en una situaci¨®n nada f¨¢cil. Su ¨²nica salida es presentar ante los espa?oles un proyecto pol¨ªtico que resuma de la forma m¨¢s comprensible posible los retos por los que pasa nuestro pa¨ªs, presentando soluciones audaces y responsables. Esto no consiste en escribir 300 p¨¢ginas, sino en desarrollar las l¨ªneas maestras que resuelvan las diversas crisis por las que pasa Espa?a. ?Cu¨¢les son estos problemas? Nosotros ponemos sobre la mesa cinco: el debate territorial, la jefatura del Estado, la modernizaci¨®n de las Administraciones p¨²blicas y el combate de la corrupci¨®n, la desigualdad y nuestra relaci¨®n con Europa. ?C¨®mo hacerlo?
En lugar del Frankenstein econ¨®mico, hace falta una uni¨®n fiscal, bancaria y econ¨®mica de verdad
El debate territorial y la jefatura del Estado son problemas que tienen dif¨ªcil soluci¨®n, puesto que fracturan la sociedad en dos partes casi iguales. Adem¨¢s, en estos momentos, tanto en la cuesti¨®n territorial como en la sucesi¨®n del Rey existe una fuerte demanda ciudadana a favor de una votaci¨®n. Por ello, la ¨²nica soluci¨®n posible es una reforma constitucional que adapte estos dos problemas a las nuevas circunstancias y que despu¨¦s sea refrendada por el conjunto de la poblaci¨®n.
La cuesti¨®n territorial exige introducir cambios constitucionales. S¨®lo una reforma federal ser¨¢ capaz de encajar la realidad plurinacional de Espa?a dentro del Estado de derecho, aportando reconocimiento. Esto supondr¨ªa garantizar el autogobierno de Catalu?a blindando competencias, sobre todo en materia de la educaci¨®n y la cultura. Por otro lado, nuestro modelo territorial es susceptible de mejora. Ni el reparto de competencias ni su financiaci¨®n est¨¢n muy claros, y carecemos de instituciones s¨®lidas que fomenten la cooperaci¨®n y la coordinaci¨®n entre Gobiernos. La organizaci¨®n territorial, tan instrumentalizada por los nacionalismos, no deja de ser un debate sobre c¨®mo mejorar la administraci¨®n del Estado de bienestar.
El segundo bloque de reformas constitucionales deber¨ªa garantizar una jefatura del Estado m¨¢s moderna y transparente. El debate no s¨®lo se limita a la cuesti¨®n de Monarqu¨ªa o Rep¨²blica, sino a qu¨¦ tipo de Monarqu¨ªa o Rep¨²blica. Cualquier jefatura del Estado deber¨ªa estar sujeta a un mayor control parlamentario tanto en su agenda como en sus presupuestos. Y es el momento de acabar con el anacronismo que sit¨²e en desigualdad de acceso al cargo a los hombres y las mujeres.
Esta reforma constitucional nos permitir¨ªa resolver dos problemas hist¨®ricos durante un largo tiempo. Pero no todo lo que nos pasa como pa¨ªs son problemas de esta dimensi¨®n. Otra dificultad que arrastramos desde hace d¨¦cadas y que exige una soluci¨®n urgente es la corrupci¨®n. La soluci¨®n pasa por reformas institucionales. En primer lugar, como viene se?alando V¨ªctor Lapuente, es ineludible despolitizar algunas de nuestras Administraciones. Ello implica una mayor profesionalizaci¨®n en los m¨¦todos de selecci¨®n, reduciendo los cargos de confianza en los sitios donde son completamente abusivos. En segundo lugar, el Poder Judicial es el ¨²nico poder que no ha sufrido una transformaci¨®n profunda desde la instauraci¨®n de la democracia. Adem¨¢s de modernizarse tecnol¨®gicamente y ganar en eficiencia, el acceso a la judicatura merece una reflexi¨®n profunda.
Es imprescindible poner sobre la mesa propuestas que permitan aumentar la cohesi¨®n social
La desigualdad es otro problema que arrastramos desde los a?os noventa, aunque se ha visto agravado con la crisis econ¨®mica actual. Por ello es imprescindible poner sobre la mesa propuestas que permitan aumentar la cohesi¨®n social. Para ello necesitamos reforzar los mecanismos redistributivos de nuestro Estado de bienestar. Esto exige, sobre todo, cambios en los componentes del gasto, primando aquellos que generan m¨¢s igualdad. Por ejemplo, sabemos del enorme efecto que tiene la etapa educativa que va de cero a tres a?os. Una sociedad moderna como la nuestra necesita de una red p¨²blica de guarder¨ªas que garantice la escolarizaci¨®n a edades muy tempranas. El sistema de pensiones tambi¨¦n tiene un alto componente redistributivo, y garantizar su futuro es indispensable.
Pero la cohesi¨®n social no es s¨®lo una cuesti¨®n de gasto. Las desigualdades que genera nuestro mercado laboral exigen debates y decisiones valientes. Por ejemplo, medidas como el contrato ¨²nico o la flexiseguridad se han desechado muy r¨¢pidamente sin que se haya producido una discusi¨®n pol¨ªtica de altura sobre c¨®mo eliminar la creciente brecha entre los insiders bien protegidos y los outsiders precarios. La pretensi¨®n del Gobierno de universalizar la miseria no es ninguna soluci¨®n.
Adem¨¢s, el combate de la desigualdad tambi¨¦n implica acabar con algunos privilegios de las ¨¦lites: puertas giratorias, aforamientos, etc¨¦tera. No se entiende, ni es aceptable, que el BOE est¨¦ al servicio del Ibex 35. Una estructura econ¨®mica olig¨¢rquica es un profundo lastre, tanto para la libre competencia como para la igualdad de oportunidades.
Finalmente, nuestra relaci¨®n con Europa tiene dos condicionantes importantes en materia de econom¨ªa y democracia. Por un lado, el mal dise?o de la uni¨®n monetaria ha intensificado la crisis. La combinaci¨®n de la ortodoxia monetaria de un Banco Central Europeo junto con reglas fiscales estrictas nos condena a un panorama desolador de a?os de austeridad y una crisis de la deuda a c¨¢mara lenta. En lugar del actual Frankenstein econ¨®mico, se exige una uni¨®n fiscal, bancaria y econ¨®mica de verdad.
Mientras tanto, el dise?o institucional de la Uni¨®n se parece m¨¢s bien a un laberinto que a unas estructuras ¨²tiles para canalizar las demandas ciudadanas. Los ciudadanos creen, con raz¨®n, que muchas de las decisiones importantes ya no se toman en las instituciones representativas que ellos eligen. El reto para Europa es c¨®mo avanzar hacia la uni¨®n sin sacrificar la cualidad democr¨¢tica. Esta pulsi¨®n democr¨¢tica se tiene que trasladar a todos los niveles.
En definitiva, no se trata de partir de cero. La crisis econ¨®mica ha puesto de relieve algunos de los problemas que arrastr¨¢bamos como pa¨ªs, pero que en ¨¦poca de bonanza no parec¨ªan importarnos. Para poder solucionarlos, el Partido Socialista debe construir una coalici¨®n ciudadana contra el inmovilismo. Las fuerzas pol¨ªticas progresistas s¨®lo perduran si apuestan antes por la modernizaci¨®n que por la nostalgia. El orgullo de los logros conseguidos en la Transici¨®n no puede bloquear un nuevo impulso reformista.
David Lizoain es economista e Ignacio Urquizu es profesor de Sociolog¨ªa de la Universidad Complutense y colaborador de la Fundaci¨®n Alternativas.
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