Porque me da la gana
La Constituci¨®n de 1978 est¨¢ siendo cuestionada por nuevos extremismos y viejas intolerancias. La crisis econ¨®mica, los ego¨ªsmos auton¨®micos y el aumento del sectarismo de partida han provocado grandes grietas
En ning¨²n pa¨ªs de nuestro entorno ser¨ªa posible plantear el reto que las instituciones catalanas han planteado al Estado espa?ol. Ni en Francia ni en Alemania, ni siquiera en la desordenada Italia ser¨ªa imaginable una acci¨®n como la planteada por la clase dominante catalana. Y tampoco ser¨ªa previsible que se manifestara en esos pa¨ªses el desapego que muestran el resto de los espa?oles ante cuesti¨®n de tama?a envergadura. La reacci¨®n indiferente no era imprevisible, por no ser una novedad; ya Am¨¦rico Castro escrib¨ªa a su veterano maestro Men¨¦ndez Pidal lo siguiente: ¡°No hay en Espa?a otra problem¨¢tica m¨¢s grave que la de su unidad, precisamente por la gran cantidad de espa?oles a quienes importa muy poco¡±.
El caso brit¨¢nico o el escoc¨¦s, para entendernos, es un argumento m¨¢s y mejor para mantener mi tesis. No s¨®lo es radical la diferencia entre las vicisitudes hist¨®ricas de los brit¨¢nicos y las nuestras ¡ªlos escoceses fueron un reino que combati¨® contra Inglaterra y defendi¨® su personalidad pol¨ªtica y cultural hasta principios del siglo XVIII, mientras que Catalu?a nunca existi¨® sola. Jaime I de Arag¨®n en el siglo XIII acudi¨® en ayuda del rey de Castilla para sofocar la rebeli¨®n de los musulmanes de Murcia. Tres razones adujo El Conquistador: ¡°Por servir a Dios¡±, la primera; ¡°para salvar a Espa?a¡±, la segunda, y la ¨²ltima porque ¡°ellos ganasen el honor y la prez de salvarla¡±¡ª.
En Gran Breta?a ser¨ªa igualmente imposible plantear un golpe a las leyes y a las normas de la magnitud que ha planteado el soberanismo catal¨¢n¡; ser¨ªa imposible, como en los pa¨ªses mencionados anteriormente, manifestar una deserci¨®n de la ley por los mismos representantes de las instituciones.
El caso escoc¨¦s no hace m¨¢s que remarcar las peculiaridades negativas del nacionalismo catal¨¢n y de quienes, en el resto de Espa?a, se apresuran a recurrir a la arbitrariedad, al trato casu¨ªstico del asunto, para encontrar soluciones que tranquilicen, aunque fuese transitoriamente, a los independentistas; soluciones basadas en acuerdos pol¨ªticos, sin importar mucho que pudieran convertirse en verdaderos fraudes de ley que vaciaran de contenido las leyes existentes. Es decir, en contraposici¨®n, los catalanes y el resto de los espa?oles nos dibujamos como una unidad muy definida, que no reacciona con la objetividad de quienes creen que las leyes obligan por igual a todos, y que convierten el magma del pueblo, con sus impulsos y pasiones, en una comunidad, tal y como la entienden desde hace siglos las sociedades de nuestro entorno.
El caso escoc¨¦s no hace m¨¢s que remarcar las peculiaridades negativas del nacionalismo catal¨¢n
En toda Espa?a, saltarse la ley, burlar la norma o driblar la pragm¨¢tica ha sido desde siempre asunto y cuesti¨®n para presumir. Men¨¦ndez Pidal se?alaba que tal peculiaridad ya era recogida y blasonada en nuestro teatro nacional: ¡°El teatro nacional asocia a las m¨¢s poderosas emociones dram¨¢ticas el sentimiento de justicia, sobre todo cuando esta se realiza por cima de la literal legalidad en beneficio de casos individuales¡ Juicios salom¨®nicos en el que el albedr¨ªo, fuera de toda ley estricta, saca victoriosa la equidad de entre las dificultades que la estorban¡± y menciona a modo de ejemplo El mejor alcalde, el rey, Fuenteovejuna, Perib¨¢?ez o El alcalde de Zalamea. ?S¨ª!, porque poco importa si damos la espalda a la ley para provecho propio o en la b¨²squeda de una justicia abstracta o una equidad interpretable. El hecho relevante en Madrid y Barcelona es que dar la espalda a la norma, buscar ejemplaridad en su aplicaci¨®n, clamar por la justicia en contra de la aplicaci¨®n de la ley no es excepci¨®n.
Son muchos m¨¢s los ejemplos que podemos exponer de esta falta de sujeci¨®n a las normas. En la historia de Espa?a el conseguir burlar la ley ha sido cosa alabada, de m¨¦rito, porque entre la ley y nosotros, cada uno de nosotros, estuvo Dios, el Rey o la necesidad de defender la religi¨®n cat¨®lica, confundida con los intereses civiles del reino; y ahora, en los tiempos modernos, se interponen nuestras respectivas ideolog¨ªas o intereses revestidos de trascendencia pol¨ªtica o la simple y gozosa picaresca, cuando los intereses son personales.
Nunca tuvimos impresi¨®n de hacer da?o, porque el da?o se inflige a una persona, a un individuo con nombre y apellido; es imposible, desde nuestra perspectiva individualista, hac¨¦rselo a una comunidad, entendida como una organizaci¨®n social perdurable que persigue objetivos plausibles y materiales de bienestar social. La comunidad as¨ª entendida es muy diferente a las expresiones, m¨¢s o menos s¨®lidas, de populismo, tan frecuentes en nuestra historia y que han dado al arte y la literatura obras inmortales o han sido origen y causa de nuestra aventura americana, pero que a la hora de construir una comunidad han sido una endiablada cadena que nos ha mantenido lejos de la raz¨®n, confundiendo lo posible con lo irrealizable, lo trascendente y lo terrenal, lo real y lo imaginado.
Saltarse la ley o burlar
La consecuencia de esta confusi¨®n ha sido una sociedad en la que el respeto a la ley positiva, la elaborada por el legislador, no ha sido la ¨²nica referencia, compartiendo su relevancia con la religi¨®n en las filas conservadoras, la historia imaginada en las de los nacionalistas, la ejemplaridad moral entre los Savonarolas de turno, o la utop¨ªa decimon¨®nica para los conservadores de izquierdas, que tambi¨¦n los hay.
La Constituci¨®n de 1978 fue un intento de torcer el brazo a nuestra historia, alej¨¢ndonos por igual de la mezcla de religi¨®n e imperio de unos y de la quimera revolucionaria de los otros. La moderaci¨®n, el pragmatismo, la laicidad pol¨ªtica, la transformaci¨®n del enemigo en adversario, el reconocimiento confiado de las diferencias fraguadas en una historia com¨²n, fueron las se?as de identidad de aquel experimento, hoy cuestionado por nuevos extremismos y viejas intolerancias.
La crisis econ¨®mica, los ego¨ªsmos auton¨®micos, el debilitamiento de la legitimidad institucional y el aumento del sectarismo de partida, han provocado grandes grietas en la experiencia de 1978, han hecho reaparecer el cuestionamiento de las leyes, el conocido y despreciable ¡°porque a m¨ª me da la gana¡±. Los idearios nacionalistas que s¨®lo tienen sentido en la negaci¨®n y el rechazo de los otros, la pol¨ªtica como un ejercicio sectario en la b¨²squeda de la satisfacci¨®n de los instintos m¨¢s b¨¢sicos de la parroquia, la consideraci¨®n del yo como expresi¨®n de un populismo incivil y no de un individualismo positivo, por encima de la comunidad, son otros ejemplos de la crisis pol¨ªtica.
Esto es as¨ª para desgracia de todos, tambi¨¦n para los nacionalistas catalanes porque se han convertido en pertinaces albaceas de una historia que cre¨ªmos que no volver¨ªa a repetirse y creen, sin embargo, representar la modernidad m¨¢s avanzada; pero tambi¨¦n para el resto de los espa?oles, porque unos est¨¢n dispuestos a refugiarse en la arbitrariedad, en la b¨²squeda de soluciones de ¡°apaciguamiento temporal¡± que les proporcione una tranquilidad de conciencia que no heredar¨¢n sus hijos, y otros porque vemos peligrar una excepcional aventura de concordia social y divergencia pol¨ªtica inteligente, que comenz¨® con la ilusi¨®n y la esperanza de la mayor¨ªa de nuestra sociedad.
No prescribo que las cosas queden como est¨¢n. La que ha sido nuestra historia com¨²n, que siempre defender¨¦, no tiene por qu¨¦ ser cadena para el futuro. Pero lo que tenga que ser, que sea desde el respeto a la ley, sin dar la espalda a las normas aprobadas democr¨¢ticamente, sin refugiarnos en una arbitrariedad, que, se justifique como se justifique, no deja de ser una vuelta a lo peor de nuestro pasado.
La ¨²ltima garant¨ªa de que sigamos el camino iniciado con la Constituci¨®n de 1978, que ha sido quien nos ha acercado a los pa¨ªses de nuestro entorno, es que el debate sea p¨²blico y tolerante en el resto de Espa?a, que lo es, pero tambi¨¦n en Catalu?a; y que los dirigentes respeten la ley sin miedo a aplicarla o a cambiarla y sin buscar ejemplaridad. Pero sobre todas las garant¨ªas necesarias para solucionar los problemas que plantea una sociedad en el siglo XXI se erige el derecho de una sociedad a decidir su futuro y hasta ahora no conocemos una sociedad distinta a la espa?ola, avalada su existencia por la historia y por la aprobaci¨®n en el a?o 1978 de una Constituci¨®n que define muy precisamente el sujeto de la soberan¨ªa y, por tanto, de la decisi¨®n.
?Nicol¨¢s Redondo Terreros es presidente de la Fundaci¨®n para la Libertad.
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