El destino de los cayucos de Senegal
Ocho a?os despu¨¦s de que llegaran a Espa?a en cayuco, la vida de los pescadores que abandonaron Senegal en busca de 'El Dorado' ha mejorado poco
Cuando el primer cayuco que parti¨® de Saint Louis, en el norte de Senegal, arrib¨® a la costa canaria, no hab¨ªa en la playa Guardia Civil, ni Cruz Roja, ni periodistas. Dike Ndaje, de 36 a?os, uno de los capitanes, se tumb¨® en la arena y pens¨®: ¡°Se acab¨® el pasado. Hoy comienza una vida mejor¡±. Sin duda, su destino fue mucho mejor que el de los miles de ciudadanos africanos ¡ªa¨²n hoy se desconoce el n¨²mero concreto¡ª a quienes se los trag¨® el mar cuando trataban de seguir la estela de aquel primer cayuco.
En 2005, la llamada ¡°crisis de las vallas¡± provoc¨® el refuerzo de la frontera entre continentes en Ceuta y Melilla con la instalaci¨®n de una alambrada de cuchillas que desgarraba la carne de quienes trataban de franquearla. La medida tuvo el efecto pretendido y en tan s¨®lo un a?o el n¨²mero de personas que daba el salto se redujo a un tercio, apenas 2.000; pero la pobreza no entiende de barreras y busca la manera de desprenderse de las cuerdas que la subyugan. La fortuita llegada de un cayuco a la costa canaria el 22 de octubre de 2005 procedente del sur de Mauritania abr¨ªa una nueva ruta para la emigraci¨®n.
Guet Ndar, el barrio de pescadores de Saint Louis (Senegal), es uno de los lugares m¨¢s hacinados del continente, donde la sobreexplotaci¨®n de la pesca ha dejado pocas opciones a las 45.000 personas que, de manera directa e indirecta, viven de esta actividad. Una noche de marzo de 2006, de la playa de Guet Ndar parti¨® una piragua de pesca equipada con un motor y un GPS. A bordo viajaba Ndaje. ?l pens¨®: ¡°Si lo consiguen desde Mauritania, lo conseguiremos tambi¨¦n desde aqu¨ª¡±. Era el cayuco de un amigo de su hermano que, como quienes siguieron su ejemplo, rentabiliz¨® as¨ª el coste de la piragua y dej¨® el dinero a su familia para que se mantuviera mientras ¨¦l se buscaba la vida en Espa?a. Reunieron al resto del pasaje ¡ªcada persona pagaba lo que pod¨ªa, algunos 1.000 euros, otros 300¡ª, y los tres dirigieron ese peligroso salto con 84 pasajeros a bordo.
Los cuatro d¨ªas que calcularon necesarios para franquear los 1.300 kil¨®metros de frontera de sal se convirtieron en once, pero consiguieron llegar a Canarias y el puerto de Saint Louis se convirti¨® en el punto de salida m¨¢s solicitado para entrar en Europa. Ese a?o, el n¨²mero de inmigrantes que lleg¨® a la costa canaria se multiplic¨® por siete hasta llegar a los 32.000. Su viaje no era la respuesta a ning¨²n ¡°efecto llamada¡±; era una nueva ruta para el ¡°efecto huida¡± que provocan la pobreza y las escasas posibilidades de desarrollo. ¡°Bar?a mba barsakh¡±, dec¨ªan aquellos primeros emigrantes. Libertad o el m¨¢s all¨¢. Era Europa o morir.
Sue?os rotos
El salto es arriesgado pero, para muchos candidatos a la emigraci¨®n, el riesgo merece la pena, pues supone la posibilidad de ampliar una media de seis a?os la escolarizaci¨®n para sus hijos, multiplicar por 16 sus ingresos o tener la esperanza de vivir 20 a?os m¨¢s. Esto es lo que separa la frontera. Sin embargo, Ndaje no alcanzaba a imaginar la clase de vida que le esperaba al otro lado. El optimismo le dur¨® pocas horas: cuando ingres¨® en el Centro de Internamiento para Extranjeros (CIE), por primera vez en su vida sinti¨® la verg¨¹enza de estar encerrado.
Desde entonces han pasado 2.920 d¨ªas, ocho a?os en los que Ndaje ha vivido en numerosos lugares de la pen¨ªnsula trabajando como jornalero: primero fue la fruta en Lleida, luego la vendimia en Huesca. Huelva, Tortosa, Ja¨¦n. Hasta que las autoridades comenzaron a perseguir la contrataci¨®n de inmigrantes en situaci¨®n irregular y no le qued¨® m¨¢s opci¨®n que establecerse en Madrid y vender ropa falsificada en un simple trozo de tela: el top manta. Desde entonces, ha pasado por los calabozos en repetidas ocasiones. ¡°Aqu¨ª si robas menos de 400 euros no hay problema, te dejan en libertad, pero si vendes en la manta te meten en la c¨¢rcel. ?Es eso normal? Vendemos porque no nos queda otra opci¨®n y pedir o robar es una verg¨¹enza¡±, se?ala Ndaje.
En abril de 2006 otra piragua se preparaba discretamente en Guet Ndar para partir rumbo a Espa?a. Le pidieron a Pape Sheike, entonces pescador de 22 a?os, que ayudara a encontrar pasajeros. ?l era el gancho. En el momento de partir, un compa?ero trat¨® de convencerle para ir con ellos. ¡°All¨ª hay mucho trabajo, me dijeron. Yo nunca hab¨ªa pensado en emigrar, no pensaba en Europa, pero me convencieron y en el ¨²ltimo momento decid¨ª embarcarme¡±, relata el joven. Sobrevivi¨® los primeros a?os gracias a la solidaridad de otros senegaleses y se instal¨® en Logro?o, donde trabaj¨® como carpintero, jardinero y repartidor de publicidad, hasta que no hubo trabajo.
¡°Me metieron en el CIE por vender en la manta, me abrieron un proceso de expulsi¨®n. Estuve all¨ª 57 d¨ªas hasta que me soltaron sin explicar el motivo. En el CIE nos clasifican seg¨²n el color. Los latinos son quienes lo controlan. Ellos tienen doble raci¨®n de comida, los africanos s¨®lo una. Ellos deciden los turnos de ducha y a veces no nos dejan utilizarla. La polic¨ªa no hace ni dice nada: he visto africanos enfermos y cuando les pedimos ayuda, los polic¨ªas nos dicen que aguantemos. Incluso la Cruz Roja les ha dicho lo mal que lo est¨¢n pasando algunos y ellos no hacen nada. Es porque somos africanos. Hay peleas cada dos por tres, sobre todo, con los latinos¡±, relata Sheike.
Voces cr¨ªticas
Mustaf¨¢ Dieye, 34 a?os, aprendi¨® en Espa?a a ser pobre, a dormir a la intemperie, entre pedazos de cart¨®n, siempre alerta ante posibles peleas, a no poder ducharse en dos semanas, a no tener un bocado que llevarse a la boca. Vino a Espa?a a escondidas de su familia, como la mayor¨ªa, porque sab¨ªa que su padre no se lo habr¨ªa permitido. A mitad del trayecto, el mar comenz¨® a dejar la marca de su c¨ªclica bofetada en el cayuco, mientras una parte de la tripulaci¨®n inerme trataba de curar las llagas de su embarcaci¨®n con simples pedazos de tela, otros achicaban el agua. Divisar el buque bermell¨®n de la Cruz Roja les devolvi¨® la esperanza.
A¨²n as¨ª, Dieye no conf¨ªa en las autoridades: ¡°La pol¨ªtica de los europeos consiste en que te llaman cuando te necesitan y cuando no, eres basura¡±. De hecho, de la mayor regularizaci¨®n de inmigrantes, 700.000 en 2005, al plan de retorno voluntario apenas trascurrieron tres a?os. De jornalero en los campos de varias comunidades aut¨®nomas ha pasado a sobrevivir en Madrid con la venta ambulante, donde se ha convertido en un activista de los derechos de los inmigrantes en la Asociaci¨®n de Sin Papeles y la Plataforma No Somos Delito. El progreso, tras ocho a?os de esfuerzo, se traduce para ¨¦l en compartir habitaci¨®n en un piso alquilado, en la misma calle donde sol¨ªa meterse en un coche abandonado a pasar la noche.
A pesar de que cada vez llega m¨¢s informaci¨®n, los senegaleses a¨²n desconocen c¨®mo es el d¨ªa a d¨ªa para los inmigrantes en lo que para muchos sigue siendo ¡°El Dorado¡±. ¡°Yo no cuento nada de esto a mi familia, es una verg¨¹enza para m¨ª y es muy triste para ellos¡±, confiesa Sheike. Cambiar esa situaci¨®n es uno de los objetivos de Mamadou Dia, de 28 a?os, un estudiante universitario que hace seis a?os se embarc¨® en un cayuco ante un futuro laboral incierto en su pa¨ªs. En 2012 public¨® 3052. Persiguiendo un sue?o en el que narra su viaje y su vida en Espa?a. Con las ventas de su libro financia un proyecto de codesarrollo en su pueblo, en el sur de Saint Louis, a trav¨¦s de su propia ONG, Hahatay, y ahora planea editarlo en wolof para que sus compatriotas puedan tomar una decisi¨®n informada si deciden emigrar.
Regresar a Senegal
Desde la elecci¨®n del actual presidente de Senegal, Macky Sall, el Gobierno ha revocado las licencias a 29 buques arrastreros de terceros pa¨ªses, lo que ya ha generado un positivo impacto para la pesca artesanal. Sin embargo, a pesar del endurecimiento de la legislaci¨®n a buques de terceros pa¨ªses y del establecimiento de planes de recuperaci¨®n biol¨®gica, las causas que han llevado a estos hombres a saltar la valla de sal permanecen inalterables: la que es considerada como una de las democracias m¨¢s estables del continente presenta tambi¨¦n un nivel bajo de desarrollo, altas tasas de desempleo ¡ªespecialmente entre los m¨¢s j¨®venes¡ª y un tercio de su poblaci¨®n vive bajo el umbral de la pobreza. Pero el f¨¦rreo control mar¨ªtimo no permite ya la posibilidad de emigrar por la ruta de los cayucos.
Algunas cosas han cambiado en Guet Ndar: las mujeres trabajan en una nueva factor¨ªa que ha mejorado las condiciones de higiene en el hacinado barrio de pescadores y los ni?os estudian en una nueva escuela. A tres mil kil¨®metros de all¨ª, sus hijos y maridos emigrados tratan de no rendirse antes de tiempo para no volver con las manos vac¨ªas. ¡°Si me voy ahora, estos ocho a?os en Espa?a habr¨¢n sido tiempo perdido¡±, lamenta Dieye, quien, al igual que la mayor¨ªa de sus compa?eros de venta, a¨²n no ha conseguido regularizar su situaci¨®n.
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