Agosto

Siempre que llega este mes me acuerdo de mi padre y de lo que le sucedi¨® un verano cuando todav¨ªa era un ni?o inocente.

A cambio de ayudar a sus padres a trillar, una labor penosa donde las haya y m¨¢s en aquellos tiempos en los que la mecanizaci¨®n del campo no hab¨ªa empezado a¨²n, mi abuelo le prometi¨® comprarle una gaseosa el d¨ªa de la fiesta, que entonces era la novedad (hablo de los a?os treinta).

Mi padre se pas¨® todo agosto trabajando con los suyos y, al acabar la trilla, mi abuelo cumpli¨® su palabra. Lo llev¨® al bar de la aldea, le compr¨® la gaseosa prometida y se dispuso a ver c¨®mo disfrutaba de ella. Pero la cosa no sucedi¨® como ellos pensaban.

Seg¨²n contaba mi padre, que se re¨ªa, al hacerlo, de su inocencia, entre la fuerza de la gaseosa, que no esperaba, y la emoci¨®n que sent¨ªa empez¨® a llorar y la botella se le derram¨® al completo, con lo que su alegr¨ªa se troc¨® en decepci¨®n. Tanta como para recordar a¨²n aquella historia de la gaseosa cuando yo ya ten¨ªa la edad de ¨¦l cuando sucedi¨®.

La an¨¦cdota de mi padre y de su gaseosa, que he recordado m¨¢s de una vez, es para m¨ª desde que la escuch¨¦ la imagen del mes de agosto, este mes que la gente espera con emoci¨®n durante todo el a?o para acabar dej¨¢ndolo irse en muchos casos sin disfrutarlo.

Por eso yo guardo en mi casa de veraneo botellas de gaseosa que me lo recuerden y, cuando en el calendario aparece agosto, me prometo solemnemente a m¨ª mismo aprovecharlo hasta el ¨²ltimo minuto para que la emoci¨®n no se convierta en decepci¨®n por haber dejado que se perdiese como le ocurri¨® a mi padre con su gaseosa.