Autom¨®viles
La historia no es patrimonio de "grandes hombres", aunque queramos creer que lo es para eximirnos de responsabilidades
Una tarde de 1931, a los 18 a?os de edad, John Scott-Ellis arroll¨® a un hombre en las calles de M¨²nich. Entre las circunstancias atenuantes se encuentran las que siguen: acababa de comprar el autom¨®vil, las calles del centro de M¨²nich suelen ser intrincadas y el peat¨®n hab¨ªa cruzado la calle sin prestar atenci¨®n al tr¨¢fico. Scott-Ellis iba a baja velocidad, pero el golpe arroj¨® al peat¨®n al suelo; cuando se levant¨®, con dificultad, acept¨® las disculpas y continu¨® su camino. ¡°Acabas de atropellar a Adolf Hitler¡±, le dijo alguien a Scott-Ellis; a ¨¦ste, que acababa de llegar a Alemania, el nombre no le resultaba familiar, pero cuando escribiese sus memorias, afirmar¨ªa: ¡°Quiz¨¢s, por algunos segundos, tuve la historia de Europa en mis, m¨¢s bien torpes, manos. S¨®lo le di un revolc¨®n, pero, si lo hubiera matado, habr¨ªa cambiado la historia del mundo¡±. La fantas¨ªa de que un sujeto puede alterar la historia no es patrimonio de los arist¨®cratas brit¨¢nicos, sin embargo: se pone de manifiesto cada vez que hablamos de ¡°la Espa?a de Franco¡±, ¡°las purgas estalinistas¡± o ¡°el Gobierno de P¨¦tain¡±. Nuestro inter¨¦s en que la historia sea patrimonio de ¡°los grandes hombres¡± no s¨®lo aspira a ofrecer una explicaci¨®n sencilla a procesos pol¨ªticos complejos; tambi¨¦n es una forma de eximirnos de las responsabilidades que derivan de aceptar que la historia es lo que hacemos. ?Hubiese dado un vuelco si Scott-Ellis hubiera conducido a mayor velocidad? Muy posiblemente no, ya que Hitler era el producto de fuerzas latentes en la vida pol¨ªtica alemana, no necesariamente su impulsor. Vale la pena recordarlo la pr¨®xima vez que caigamos en la tentaci¨®n de buscar un salvador o dejemos nuestro futuro en manos de cualquiera, en particular si se trata de un arist¨®crata brit¨¢nico de 18 a?os de edad.
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