S¨ªfilis y chocolate
Afortunadamente, no vivimos en un mundo p¨¦simo, ni tampoco en uno ¨®ptimo
Cada cierto tiempo parece que el planeta est¨¢ en llamas. O as¨ª lo sienten muchos. Ahora, Putin relanza el imperialismo ruso. Hierve el caldero de Oriente Pr¨®ximo. En ?frica siempre humean varios incendios devastadores. China consolida lo peor de ambos mundos: capitalismo salvaje m¨¢s dictadura comunista; y enseguida sale de compras (un incendio lento). El viento de las comunicaciones instant¨¢neas y planetarias trae el humo de esos conflictos hasta remotas latitudes. Los televidentes ven las llamas acerc¨¢ndose a sus sillones. Los misiles se disparan muy lejos, pero parecen caer cada vez m¨¢s cerca. C¨®mo no, si hasta el presidente de la usualmente centrada Brookings Institution (EL PA?S, 27 de julio) nos advierte de peligrosas semejanzas entre el inicio la I Guerra Mundial, en 1914, y el centenario de esa carnicer¨ªa. Yo cre¨ªa que esas fantas¨ªas c¨ªclicas quedaban reservadas para los escritores de ficciones, como uno. Pero, si lo que afirma ese mandam¨¢s del an¨¢lisis internacional es cierto, quiz¨¢ los jinetes del Apocalipsis anden sueltos otra vez. ?O lo que anda suelto es una onda expansiva de pesimismo?
Las noticias anunciando el fin del mundo han resultado siempre muy prematuras (hasta ahora). Aunque tambi¨¦n fueron exageradas las informaciones anunciando el arribo inminente de varias utop¨ªas. Si los optimistas se equivocaron tanto como los pesimistas, quiz¨¢ se deba a que optimismo y pesimismo son palabras hermanas, nacidas del ardor de una misma pol¨¦mica.
En 1759, Voltaire public¨® la que hoy consideramos su mejor obra: C¨¢ndido. Un cuento filos¨®fico, divertido y feroz, mediante el cual satirizaba la doctrina del optimismo, sustentada unos a?os antes por Leibniz.
C¨¢ndido, un joven tan ingenuo como su nombre lo indica, crece y se educa en una peque?a corte alemana. Su preceptor es el fil¨®sofo Pangloss, quien le ense?a a C¨¢ndido que ¡°todo va bien en este, el mejor de los mundos posibles¡±. Ello porque, si Dios es perfecto, no podr¨ªa haber creado un mundo imperfecto. Los desastres y las injusticias de este mundo no son tales, sino aspectos de un equilibrio ¨®ptimo con gracias y virtudes. Cuando C¨¢ndido pregunta si acaso la s¨ªfilis ¡ªque el fil¨®sofo ha contra¨ªdo en una escena desopilante¡ª tambi¨¦n tiene una contrapartida ben¨¦fica, Pangloss responde que, sin duda, es as¨ª. Seg¨²n ¨¦l, Col¨®n trajo la s¨ªfilis desde Am¨¦rica junto con muchas cosas ben¨¦ficas como el cacao. Si queremos estas ¨²ltimas debemos aceptar las primeras. En otras palabras, Pangloss nos dice que quien repudie la s¨ªfilis se quedar¨¢ sin chocolate.
Las noticias anunciando el fin del mundo han resultado muy prematuras
Apenas concluida esa educaci¨®n optimista, C¨¢ndido sufre una serie de desastres personales y colectivos. Se enamora de su prima Cun¨¦gonde, la hermosa hija del bar¨®n Thunder-ten-Tronckh, pero el padre los sorprende in fraganti y los echa a patadas. C¨¢ndido viaja a ?msterdam, donde encuentra a Pangloss sifil¨ªtico, mendigando y escupiendo los dientes con cada tos. ?ste le cuenta que el feudo del bar¨®n fue arrasado por una feroz guerra mundial (la guerra de los Siete A?os), y su amada, violada. Maestro y disc¨ªpulo deben huir a Lisboa, adonde llegan justo a tiempo para sufrir el gran terremoto y el maremoto de 1755. Se salvan milagrosamente, pero la Inquisici¨®n los acusa de haber atra¨ªdo ese horrendo castigo divino por ser herejes. C¨¢ndido es azotado y escapa de la hoguera por un pelo. Pangloss es ahorcado (pero sobrevivir¨¢). Enseguida, C¨¢ndido se va a Buenos Aires, combate a los jesuitas en Paraguay, huye a la selva amaz¨®nica. All¨¢ descubre nada menos que Eldorado. Esta ciudad le parece la sede del optimismo, pues all¨ª el oro es tan abundante que la gente no disputa por ¨¦l (otra iron¨ªa volteriana: el optimismo s¨®lo es posible en una utop¨ªa). Sin embargo, parte para continuar la b¨²squeda de su amada en Londres, Par¨ªs y Venecia. En todos esos sitios, su ingenuidad es castigada sin cesar por absurdos pol¨ªticos, religiosos y sociales. Por ¨²ltimo, C¨¢ndido reencuentra a Cun¨¦gonde en Constantinopla y se casa con ella. ?Final feliz? Nada de eso: la amada resulta ser una esposa horrible, charlatana y mandona. C¨¢ndido concluye que lo mejor es filosofar menos y ¡°cultivar el propio jard¨ªn¡±. Pangloss, viejo para reformarse, sigue incurablemente optimista.
C¨¢ndido presagia nuestra actual globalizaci¨®n. Se nos anticipa en la viajera multiplicidad de los escenarios y en la velocidad nerviosa de los acontecimientos. Las guerras, los terremotos, naufragios y crisis suceden con una rapidez que envidiar¨ªan los editores de nuestros canales noticiosos. C¨¢ndido y Pangloss (¡°el que habla de todo¡±) discuten ese torrente ¡°informativo¡± con la misma prontitud y seguridad que lucen esos expertos convocados a la televisi¨®n para explicarnos la ¨²ltima crisis internacional. Al igual que estas modernas ¡°cabezas parlantes¡±, ambos amigos intentan encajar el desorden del mundo dentro de sus teor¨ªas. Y sufren cuando creen que los desastres de su ¨¦poca son los peores, simplemente porque les tocaron a ellos.
C¨¢ndido tuvo el destino usual para los escritos de Voltaire: su jocosa s¨¢tira del optimismo provoc¨® una encendida pol¨¦mica en toda Europa. Sus cr¨ªticos jesuitas, tan maltratados, lo llamaron ¡°pesimista¡± por oponer al mundo ¨®ptimo de Leibniz un universo p¨¦simo. As¨ª, la palabra ¡°pesimismo¡± naci¨® como una r¨¦plica exagerada a una s¨¢tira del optimismo, naturalmente exagerada.
Aunque mis simpat¨ªas est¨¢n con Voltaire, sospecho que esa pol¨¦mica no la gan¨® ¨¦l, sino el tiempo. Las palabras son seres vivos y, como tales, evolucionan. Los vocablos ¡°optimismo¡± y ¡°pesimismo¡±, que fueron concebidos como descripciones filos¨®ficas del presente, evolucionaron para significar, usualmente, diversas actitudes psicol¨®gicas ¡ªpositiva o negativa¡ª ante el futuro. Quiz¨¢ estas palabras cambiaron porque nuestro sentido com¨²n observ¨® que esas descripciones filos¨®ficas exageradas nunca se cumpl¨ªan en la actualidad. ?sta es siempre una mezcla de malas y de buenas noticias (aunque los medios resalten las primeras). Afortunadamente, no vivimos en un mundo p¨¦simo, ni tampoco en uno ¨®ptimo. Esos extremos quedaron para el futuro, residencia favorita de las utop¨ªas y del Apocalipsis. En el presente todav¨ªa podemos saborear un chocolate sin aceptar que, por eso, sea buena la s¨ªfilis.
Carlos Franz es escritor. Miembro de la Academia Chilena de la Lengua.
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