Fiestas
No hay comunidad m¨¢s fuerte que la que defiende su derecho a bailar
De ni?o escuch¨¦ una historia familiar sobre la condici¨®n sagrada de las fiestas. Porque las fiestas, entiendo, son m¨¢s que una ocasi¨®n para pistear, sirven para recordar de qu¨¦ estamos hechos y c¨®mo fue que llegamos a estar hechos. Recuerdan, como las constituciones o las banderas, un acto violento que tambi¨¦n es feliz: la llegada al mundo entre gritos y sangre, la decisi¨®n de renunciar a la solter¨ªa para compartirte con alguien m¨¢s, el fin de una guerra. La fiesta es una cicatriz buena en el calendario, que conforme se acerca cobra forma y color y palpita.
No tengo todos los datos, ni siquiera s¨¦ qu¨¦ tanto de ella sea verdad, s¨®lo cuento con la estructura dram¨¢tica que la vuelve repetible. Es la historia de una fiesta m¨ªtica que no sucedi¨®.
Hacia 1865 o 1866 un tatarat¨ªo de nombre Aciano viv¨ªa en un poblado en la sierra de Puebla, y estaba a punto de casarse. En ese entonces los invasores franceses segu¨ªan asolando el pa¨ªs y Benito Ju¨¢rez peregrinaba con los s¨ªmbolos de la Rep¨²blica mientras dirig¨ªa la resistencia. La gente de este pueblo sab¨ªa de la guerra, pero no se hab¨ªa involucrado.
Hasta que llegaron los franceses. No estaban buscando a nadie, no estaban huyendo de nadie, iban de paso. Y estaban hambrientos. Pero en lugar de pedir, decidieron acabarse los alimentos que las familias llevaban meses preparando para la boda.
Aciano tom¨® las cosas con calma, llam¨® a su familia y a sus amigos, les asign¨® tareas, organiz¨® al pueblo, rodearon al batall¨®n de franceses y los pasaron a cuchillo, a todos. (¡°Y los pasaron a cuchillo¡± es como siempre he escuchado la historia). De ah¨ª podr¨ªa nacer el lema para un escudo: no hay comunidad m¨¢s fuerte que la que defiende su derecho a bailar.
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