Derecho y democracia
Ni siquiera la Constituci¨®n puede convertirse en freno a una voluntad social que reclama cambios
El Derecho, el verdadero Derecho, es el que ha nacido y el que fluye permanentemente de la sociedad civil. Es un Derecho anclado en la realidad social de las instituciones y de las comunidades, que se va formando a lo largo de la historia y tambi¨¦n en la realidad individual y en la libertad de las personas. Es la propia realidad social organizada, la vida misma ordenada de modo libre y espont¨¢neo por los particulares y las empresas privadas para establecer f¨®rmulas b¨¢sicas de organizaci¨®n, conciliaci¨®n de intereses y resoluci¨®n de conflictos.
Ah¨ª, en ese caldo primordial de la sociedad civil, es donde radica la sustancia de los derechos fundamentales y de tantos principios jur¨ªdicos que nos demuestran cada d¨ªa la insuficiencia del formalismo jur¨ªdico: prescripci¨®n, caducidad, preclusi¨®n, revocaci¨®n, confirmaci¨®n, convalidaci¨®n y ratificaci¨®n de los contratos, condonaci¨®n, amnist¨ªa, indulto, buena fe, prohibici¨®n del abuso de derecho, interdicci¨®n de la arbitrariedad administrativa, econom¨ªa de opci¨®n y otras muchas instituciones ser¨ªan innecesarias y contradictorias en el mundo ¡°ideal¡± del formalismo kelseniano en el que no hay lagunas del Derecho, todo es perfecto y las normas contemplan y modulan cualquier posible reacci¨®n social.
Pero el Derecho, por expresarlo en t¨¦rminos de las artes pl¨¢sticas, no es una obra que responda al modelo acad¨¦mico de la figuraci¨®n formal ni tampoco al hermetismo de la abstracci¨®n geom¨¦trica. Menos a¨²n al marketing del ¡°arte¡± conceptual y manufacturado de Damien Hirst o de Jeff Koons, que podr¨ªa emparentar tal vez con alguna variante del decisionismo pol¨ªtico. Se parece m¨¢s el Derecho a los cuadros informalistas de Mir¨®, de Millares, de T¨¤pies, o de Momp¨®, en los que la materia, los signos, los colores y los seres se mueven en el escenario din¨¢mico del ciclo de la vida y se manifiestan con la autenticidad de la creaci¨®n genuina e incondicional.
Como el Derecho proviene de y vuelve a la realidad social, no hay norma ¡ªConstituci¨®n incluida¡ª que pueda suponer un freno material ante una realidad social extendida y consolidada que se formule en t¨¦rminos razonables y que se articule de modo pac¨ªfico y democr¨¢tico. Huyamos del fundamentalismo constitucionalista dogm¨¢tico. Antes de la Constituci¨®n est¨¢ la democracia: elecciones libres, libertades y derechos fundamentales de las personas y de las sociedades. Lo dem¨¢s ¡ªel r¨¦gimen electoral, el bicameralismo, los privilegios de los partidos e incluso los procedimientos de revisi¨®n constitucional¡ª son creaciones de la clase pol¨ªtica que no forman parte del n¨²cleo esencial de la democracia. Es Derecho constitucional secundario y contingente. Preocupan, en ese sentido, las alabanzas al ¡°significado de las formas¡± contenidas en una serie inacabable y ya aburrida de art¨ªculos sobre el ¡°principio de legalidad¡±, entendido en clave rabiosamente formalista, que se vienen publicando en los ¨²ltimos meses.
Hay que fulminar a los gobernantes involucrados en actuaciones irregulares y a todas las autoridades y funcionarios corruptos
El principio democr¨¢tico exige que si una comunidad organizada ¡ªdesde una simple comunidad de propietarios hasta un territorio del Estado pasando por el patronato de una fundaci¨®n, la asamblea de una asociaci¨®n o de un colegio profesional o la junta general de una sociedad civil o mercantil¡ª quiere votar su transformaci¨®n, su fusi¨®n o su disoluci¨®n, pueda hacerse. Pero el principio democr¨¢tico impone tambi¨¦n que, puesto que ese escrutinio ha de realizarse dentro de un marco normativo previo emanado del Estado a propuesta del sector interesado que establezca sus condiciones y consecuencias con toda precisi¨®n y transparencia, se determine previamente el r¨¦gimen que haga posible la consulta. Es el Estado el primer interesado en constatar si la realidad social cuya existencia indubitada algunos proclaman es tal o solo existe en la imaginaci¨®n interesada de una fracci¨®n pol¨ªtica. El principio de legalidad no debe actuar como freno sino, todo lo contrario, como impulsor del proceso.
La democracia no es un sistema de bajo coste. Sus ventajas dependen de que existan mecanismos para conocer en cada momento la voluntad social. Y de que esa voluntad se exprese ¡ªtanto en las elecciones como en las consultas¡ª a trav¨¦s de niveles de concurrencia significativos y de mayor¨ªas suficientes.
Para ello hay que votar y volver a votar. Votar a todos o casi todos los cargos p¨²blicos e introducir enmiendas a la Constituci¨®n siempre que sea necesario, como en EE UU. Utilizar los mecanismos de democracia directa, como en Suiza. Votar para reformar la estructura de la Administraci¨®n p¨²blica y para fomentar la educaci¨®n, la investigaci¨®n y el arte como en Francia. Suprimir ayuntamientos y entidades innecesarias como en Italia. Negociar Gobiernos de coalici¨®n como en Alemania, dar responsabilidades a formaciones pol¨ªticas diversas como en el Reino Unido, disolver el Parlamento y convocar elecciones generales cuando se acuse la p¨¦rdida de la legitimidad adquirida en unas elecciones, sustituir a quienes han sido puestos al frente de los organismos reguladores ¡ªy de las imperecederas empresas p¨²blicas¡ª arbitrariamente, por su mera adscripci¨®n pol¨ªtica y, por supuesto, fulminar a los gobernantes involucrados en actuaciones irregulares y a todas las autoridades y funcionarios corruptos. As¨ª funcionan las democracias m¨¢s desarrolladas, de las que, porque falta de di¨¢logo, esfuerzo y dureza con la corrupci¨®n, no acabamos de formar parte.
Rafael Mateu de Ros es doctor en Derecho.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.