La burbuja de Sotogrande
Naci¨® hace medio siglo para ser el lugar m¨¢s selecto de la Costa del Sol. Su clientela teme el desembarco de los nuevos ricos
Sotogrande comienza al otro lado de la barrera y la garita de seguridad. No hay un alma en la calle. Las cinco de la tarde parecen aqu¨ª una hora somnolienta. No se oye un ruido. Tampoco hay aceras. Atravesamos casas y parcelas. Una moto. Badenes. Un tipo suda haciendo footing. A la puerta de un club de golf nos espera un Jaguar descapotable. Nos gu¨ªa hacia uno de los confines de la urbanizaci¨®n. Se detiene ante la rampa de acceso a una residencia. La puerta mec¨¢nica se abre. El Jaguar prosigue hacia lo alto, rodeando una edificaci¨®n rectil¨ªnea, ribeteada de vegetaci¨®n mediterr¨¢nea, y esconde el morro bajo un porche de glicinias. A la entrada, espera un hombre de 53 a?os. Mediana estatura, voz agrietada, de nombre Luis. Prefiere no hacer p¨²blicas m¨¢s se?as. Ni apellidos ni t¨ªtulos nobiliarios. Una ley no escrita en la comarca.
El exhibicionismo queda fuera de la burbuja. Digamos, sencillamente, que el se?or con la mano tendida es un veterano en esta tierra. Empresario. Familia con escudo. Su boda apareci¨® en la cr¨®nica social del diario Abc, y entre los testigos desfilaron del marqu¨¦s de Cubas a la dinast¨ªa Hohenlohe. En un momento dado dir¨¢ que se tiene que ir porque no llega a una ¡°conference call¡±. En otro instante: ¡°La gente aqu¨ª quiere estar tranquila, bastante tensi¨®n tiene todo el a?o¡±.
Entre tanto, muestra la casa ¡°de un amigo¡± levantada hace ocho a?os por el arquitecto Valent¨ªn de Madariaga. Proyectista del lujo, con varias residencias en la zona, y cuyo estilo autodenomina ¡°tecno¨¢rabe¡±. Una relaciones p¨²blicas ha querido que valoremos la vivienda para evidenciar c¨®mo Sotogrande es un lugar distinto a Marbella: ¡°No hay grifer¨ªa dorada; y, para que lo entiendas, no es tanto de Ferraris y Lamborghinis como de Aston Martin y Jaguar¡±. En el interior de la mansi¨®n, pasamos junto a una alfombra de piel de le¨®n, con la cabeza a¨²n pegada al cuerpo y ense?ando los dientes como si lo hubieran disecado en el ¨²ltimo rugido; proseguimos bajo una c¨²pula de estilo tunecino, y atravesamos estancias decoradas con reproducciones fotogr¨¢ficas ¡°de primer nivel¡±: unas favelas en la pared del comedor, mujeres cuya lencer¨ªa h¨²meda transparenta el vello p¨²bico (el due?o las llama ¡°mis primas¡±), colgadas en el pasillo.
Abandonamos los muros blancos. Fuera hay una hierba tierna como la moqueta de un palacio. Una piscina desborda un hilo de agua y la deja caer como una cascada. Se ve el mar, cinco kil¨®metros m¨¢s abajo. Entremedias, todo es Sotogrande: unas 3.000 hect¨¢reas de silencio y palmeras, 4.560 viviendas, 2.904 personas censadas, una poblaci¨®n flotante que se triplica en verano, una autopista que parte en dos la urbanizaci¨®n, y un peque?o pueblo en medio donde entre otras se?ales luce el ne¨®n de un prost¨ªbulo, nueve campos de golf, cuatro clubes de tenis, otros dos de polo y dos m¨¢s de h¨ªpica, un colegio internacional, 27 bares y restaurantes, un puerto y una marina con el mayor n¨²mero de atraques de Andaluc¨ªa. Unos 250 comercios. Entre ellos, Mercadona, donde al principio muy pocos confesaban acudir a llenar la nevera.
El universo de Sotogrande genera dos o tres puestos de trabajo por cada mansi¨®n
Las conversaciones aqu¨ª suelen empezar por el estado del viento. Luis menciona el ¡°ponientazo¡± de estos d¨ªas, un aire seco, c¨¢lido y perfumado de lavanda. Luego narra c¨®mo lleg¨® en 1971, cuando era un ni?o y el franquismo daba los ¨²ltimos coletazos, y se recrudec¨ªa la amenaza de ETA en San Sebasti¨¢n. All¨ª sol¨ªan pasar las vacaciones. Cuando desembarcaron en Sotogrande no hab¨ªa m¨¢s de cincuenta casas. Todo era campo. Todo era gratis. Todas las familias se conoc¨ªan. Y todas de renombre. Como si fuera un tiempo m¨ªtico, pervertido por los a?os, los pioneros recuerdan veranos asilvestrados, en los que solo exist¨ªa un campo de golf y en ¨¦l se jugaba la Copa de Baco (por cada golpe sobre par, un trago de fino); pescaban ranas en el r¨ªo Guadiaro; una yinkana llevaba a los cr¨ªos de casa en casa, y se coronaba a la m¨¢s bella como Miss Sotogrande.
El t¨ªtulo lo ostentaron, entre otras, Teresa Prado, hermana del actual presidente de Endesa, Borja Prado, nieta del marqu¨¦s de Castiglione e hija de Manuel Prado Col¨®n de Carvajal (administrador privado del rey Juan Carlos, senador, presidente de Iberia y Aena, y condenado con Javier de la Rosa durante el macroproceso KIO); y tambi¨¦n se coron¨® a Cristina Soriano y Loinaz, que ¡°era un ca?¨®n¡± y tres veranos despu¨¦s se cas¨® con un hijo de los marqueses de la Viesca de la Sierra, con asistencia a la ceremonia de los reyes de Bulgaria y la infanta Pilar de Borb¨®n, asidua a la urbanizaci¨®n, y la presencia de otros apellidos de Sotogrande, como los Z¨®bel y los Sainz de Vicu?a, cuyo pater familias, Juan Manuel, le hab¨ªa entregado aquel galard¨®n de belleza estival; un hombre a su vez casado con una sobrina de Primo de Rivera, que forj¨® parte de su fortuna al introducir durante la dictadura la Coca-Cola en Espa?a. Fue presidente de la compa?¨ªa, y a¨²n hoy la fundaci¨®n de esta empresa conserva su nombre.
Los linajes marean. Y sus cargos. Y el n¨²mero de v¨¢stagos y la herencia de sus t¨ªtulos. Uno se podr¨ªa pasar d¨ªas revis¨¢ndolos para hallar las conexiones. Los hilos. Las tramas del poder. Las tierras y las compa?¨ªas que poseen. Muchos de los due?os de todo eso se re¨²nen cada verano en Sotogrande desde hace 50 a?os. Algunos de sus hijos se conocieron aqu¨ª, y en aquellos d¨ªas largos de los setenta y ochenta se fueron entrelazando; ahora son sus nietos los que beben un gin-tonic en el afterpolo, y montan a caballo y juegan al golf. Todos circulan por aqu¨ª en ba?ador y alpargatas. Con sombrero Panam¨¢, discreci¨®n y anonimato. En coches que huelen a cuero nuevo y en utilitarios con mucho rodaje.
Tal y como resume Jos¨¦ Mar¨ªa Ne Solano, due?o de varios negocios de hosteler¨ªa en la zona: ¡°Aqu¨ª ves a un t¨ªo montado en una bici, te enteras del nombre y alucinas¡±. Se trata de un turismo familiar, de gama alta y puertas adentro. En palabras del marqu¨¦s sin nombre: ¡°Los que no queremos que nos vean, no nos ven¡±.
Lo habitual es organizar aperitivos para multitudes y cenas para los ¨ªntimos, y uno puede seguir esa pista por el n¨²mero de coches aparcados junto a la cancela. En otro tiempo no hab¨ªa que cursar invitaci¨®n. ¡°Bastaba con dec¨ªrselo a dos o tres, de modo que corriese la voz, y as¨ª se enteraba la gente; o todo lo m¨¢s con un cartel en el club de playa del Cucurucho¡±, narra el periodista y escritor Joaqu¨ªn Santaella en su libro reci¨¦n publicado Cartas de Sotogrande (Edinexus). Un relato que mezcla realidad y ficci¨®n, y disecciona la urbanizaci¨®n a lo largo de las estaciones. Santaella reside aqu¨ª de enero a julio y de septiembre a diciembre. En agosto se da a la fuga, en cuanto ¡°empiezan a aparecer todoterrenos acorazados de donde salen ni?os y ni?as, todos muy rubios, as¨ª como sirvientas de varias nacionalidades, todas morenas¡±, dice en el libro. Regresa a tiempo para la fiesta Al fin solos, que celebran en septiembre quienes viven de forma habitual. Santaella se siente un ¡°bicho raro¡± en esta tierra; y ahora, mientras sorbe un refresco en el puerto, le pregunta a su amigo Ne Solano: ¡°?Y no crees que el futuro va a estar caracterizado por la presencia de rusos y chinos?¡±. Ese es el dilema en Sotogrande: ?es posible mantener la burbuja? ?Se aproxima una invasi¨®n?
En esta misma marina, cuenta Santaella en su obra, estall¨® a principios de siglo el yate de un mafioso de nombre Buzinski, que sol¨ªa tener apostados hombres con metralletas a la puerta de casa. Imposible trazar el rastro de la noticia. Lo que s¨ª recogen los diarios, m¨¢s o menos por aquellas fechas, es la detenci¨®n en su vivienda de Sotogrande de Vlad¨ªmir Gusinski, magnate moscovita de la comunicaci¨®n, de origen jud¨ªo. Considerado ¡°el enemigo n¨²mero uno de Vlad¨ªmir Putin¡±. Acusado por la fiscal¨ªa rusa de una estafa de 240 millones de euros. El d¨ªa en que la Polic¨ªa espa?ola hizo cumplir la orden de captura internacional, el tipo exclam¨® desde el coraz¨®n del lujo: ¡°Est¨¢n cometiendo un error. No sab¨¦is quien soy; soy amigo de Bill Clinton¡±. Durmi¨® unos d¨ªas en Soto del Real, igual que har¨ªa a?os despu¨¦s otro de los veraneantes, Francisco Correa, el presunto cabecilla de la trama G¨¹rtel, con un yate tambi¨¦n en este puerto. En prisi¨®n, Gusinski recibi¨® la visita del embajador israel¨ª en Espa?a. Pag¨® la fianza. Volvi¨® a Sotogrande. Desapareci¨®. Hubo noticias suyas en Tierra Santa. Y en Atenas. En cambio, Correa, se?ala alguna cr¨®nica m¨¢s reciente, permanece por la zona y ficha cada d¨ªa en los juzgados de San Roque (C¨¢diz), el municipio al que pertenece la urbanizaci¨®n.
Santaella a?ade que aquello sucedi¨® en otra era. Ahora llegan familias de rusos ¡°normales¡±. Pero rusos al fin y al cabo. Su amigo Ne incide: ¡°Se va a producir un cambio brusco. Conservar un cortijo es muy caro. Las grandes familias han pretendido que esto permanezca cerrado. No quisieron que se construyera el puerto [se inaugur¨® en 1988]. Ni el puente que lo un¨ªa a la urbanizaci¨®n. No hay dinero para mantenerlo. Ahora toca abrirlo¡±. En este lugar, donde a alguno a¨²n le sienta mal que el heredero de una corona se casara con la nieta de un taxista (este tipo de debates enardec¨ªan las cenas hace diez a?os, seg¨²n el escritor), la pureza y el linaje chocan con los nuevos tiempos. ¡°Y esos leones decorativos que han metido ahora en el Cucurucho¡¡±, concluye Ne sobre la remodelaci¨®n del club donde aprendieron a nadar los ni?os de la aristocracia, a cargo ahora de la empresa hostelera de Marbella Trocadero. Un s¨ªmbolo del cambio en un paraje donde, de momento, no se lleva abrir una botella de champ¨¢n en la tumbona. Ni los felinos: ¡°Esto en Sotogrande duele¡±.
El siguiente s¨ªmbolo lo encontramos en casa de una princesa iran¨ª. Sobre la mesa de su despacho descansa una noticia del d¨ªa: ¡°Caberus compra Sotogrande, el resort de los ricos en Espa?a, por 220 millones¡±. Y a?ade, unos p¨¢rrafos m¨¢s abajo, la intenci¨®n de NH, grupo propietario de Sotogrande SA, de ¡°deshacerse de su elitista pero ruinosa gema gaditana¡±. La princesa, Golnar Bajtiar, posee una inmobiliaria en el s¨®tano de su mansi¨®n. Acaba de llegar a bordo de un Porsche Cayenne de mostrarle una vivienda de siete millones a una pareja ucrania. ¡°Antes ven¨ªan familias con mucha solera¡±, dice. ¡°Ahora son ricos. El mundo ha cambiado¡±.
Criada en una familia de la nobleza tribal de Ir¨¢n, huy¨® del pa¨ªs con la revoluci¨®n de los ayatol¨¢s. Su t¨ªo, Shapur Bajtiar, fue el ¨²ltimo primer ministro del sah. Muri¨® asesinado en Par¨ªs en 1991. Su padre estuvo al frente de los servicios secretos¡ Detiene el relato, cuando una nube recorre su mirada, hasta hace nada cubierta por unas gafas de sol de Dior. Para reconstruir su vida, recal¨® en Sotogrande. Su marido era amigo del impulsor de la urbanizaci¨®n, un coronel llamado Joseph McMicking que combati¨® en la II Guerra Mundial a las ¨®rdenes de MacArthur. Conocido en la urbanizaci¨®n como ¡°t¨ªo Joe¡±, y casado con Mercedes Z¨®bel Roxas, se convirti¨® en uno de los ejecutivos clave en la Ayala Corporation, fundada en Filipinas por estirpes de origen espa?ol, los Ayala y los Roxas, en tiempos de la colonia. Hoy sigue siendo uno de los conglomerados clave del pa¨ªs, propietario del Banco de las Islas Filipinas. Sus directivos a¨²n se cuentan entre los ilustres de Sotogrande. Con club de polo propio.
Al buscar el camino de salida en casa de la noble iran¨ª, nos sonr¨ªe su asistenta uniformada. Tambi¨¦n filipina. Lolita Bustamante, se presenta mientras dobla s¨¢banas, lleva 33 a?os aqu¨ª. Se interesa por nuestro oficio. Dice que estudi¨® periodismo en su tierra hace tiempo. ¡°El mundo es as¨ª, qu¨¦ le vamos a hacer¡±. Poco antes, cuando Bajtiar nos daba una vuelta por su parcela y se deten¨ªa en un jazm¨ªn rojo que trajo de Birmania, conocimos a su jardinero, un lugare?o de mediana edad con una hernia en la tripa. De ambos empleados nos acordamos cuando descendemos al puerto, donde se celebra la feria del at¨²n. All¨ª se encuentra el alcalde de San Roque, el socialista Juan Carlos Ruiz Boix. Frente a una imponente vista del pe?¨®n de Gibraltar, explica que Sotogrande es el segundo motor econ¨®mico del municipio, tras el sector petroqu¨ªmico del que tira la refiner¨ªa de CEPSA. Una fuente de ¡°riqueza y empleo¡± que genera ¡°dos o tres puestos de trabajo¡± por casa; muchos, contratados en los alrededores. El contraste resulta notable. Campo de Gibraltar es una de las ¨¢reas m¨¢s deprimidas de Espa?a: la renta media ronda los 10.000 euros y hay un 35% de paro. ¡°Queremos hacer compatibles ambos mundos¡±, a?ade Ruiz Boix. ¡°Pero Sotogrande no puede ser un turismo de masa, sino de alto poder adquisitivo¡±.
Una burbuja en la Costa del Sol. Ese fue el sue?o de McMicking y sus sobrinos Jaime y Enrique Z¨®bel, de Ayala Corp. Seg¨²n se ha contado la historia, quisieron levantar en el sur de Europa un lugar que recordase a Palm Beach (Florida). Donde se jugase al polo y al golf. Compraron la finca Paniagua. El terreno ten¨ªa playa, r¨ªo, bosques frondosos de alcornoque. Gibraltar, con aeropuerto internacional, a 20 kil¨®metros escasos. Y m¨¢s propiedades a explotar en los alrededores. Se comenz¨® la obra con el trazado de unos hoyos al borde del mar: el Real Club de Golf de Sotogrande, que este a?o cumple medio siglo. Y se sigui¨® con unas avenidas anchas (m¨¢s incluso que la carretera de M¨¢laga a C¨¢diz) y moteadas de palmeras, con cableado subterr¨¢neo y colectores rojos de agua. Puro estilo americano. Un im¨¢n para extranjeros. El cierre de la verja que rodea el Pe?¨®n, decretado por Franco en 1969, oblig¨® a McMicking y sus sobrinos a tocar a la puerta de familias espa?olas. Llegaron apellidos conocidos. Se vendi¨® como una alternativa pausada a Marbella. Y fue la ¨¦poca del ¡°todo gratis¡±: del golf a la electricidad, parte de los gastos corr¨ªan a cargo de ¡°t¨ªo Joe¡±, obsesionado con promocionarla. Cuenta el escritor Santaella que en la inauguraci¨®n de El Cucurucho, se trajeron a Frank Sinatra. Y quienes fueron asent¨¢ndose, los pioneros, suelen hablar con nostalgia de aquellos d¨ªas en que ¡°solo hab¨ªa 50 familias¡±. Esto era un vergel an¨®nimo. Y ellos, dejan intuir, se sent¨ªan m¨¢s felices.
Antonio Garrigues define esta ¨¦poca como de ¡°masificaci¨®n¡±
A media tarde, cuando el Poniente comienza a traer una brisa fresca que obliga a sacar las chaquetas del maletero, una mujer elegante, de pelo rubio y mirada clara, se sienta en una de las mesitas sobre el c¨¦sped. Tiene 40 a?os y, frente a ella, en medio del remolino de sombreros, se entregan los trofeos de la copa de bronce del 43? Torneo Internacional de Polo. Su marido, ?lvaro de Rivera y Olalquiaga, hijo del marqu¨¦s de San Nicol¨¢s, serio y con el cabello peinado hacia atr¨¢s, se escabulle a pedir unas bebidas. Ella, Bel¨¦n Domecq Zurita, le encarga una coca-cola y trata de explicar c¨®mo ve este lugar: ¡°Es complicado. La premisa es la prudencia. No contar mucho. Es parte del secreto de Sotogrande¡±. De hecho, aunque haciendo gala de esa prudencia, ha preferido disimular su nombre, unos minutos despu¨¦s alguien prevenido en el papel cuch¨¦ la reconoce como miembro de la familia jerezana. ¡°Antes era completamente diferente¡±, prosigue. ¡°Cuando ten¨ªa 15 a?os hac¨ªamos sangriadas y hogueras en la arena. O qued¨¢bamos en casas. No hab¨ªa sitios como este donde dejarse ver. Al polo se jugaba en la playa¡±. El acontecimiento del verano, a?ade, era la obra de teatro que escrib¨ªa y dirig¨ªa el jurista Antonio Garrigues Walker. Se representaba en el jard¨ªn de su casa. Para veraneantes en Sotogrande. Con int¨¦rpretes de Sotogrande. ¡°Era el evento ¨²nico y total¡±, dice Domecq. ¡°Todos han sido actores de la Oda. Y todos hemos ido a verla¡±.
Ahora, la competici¨®n equina es la principal pasarela. La imagen ic¨®nica. El recinto donde se dejan retratar Jaime de Marichalar, Ana Rosa Quintana y Sarah Ferguson. Un punto de encuentro entre campos de hierba algodonada. Con tiendas, bares y restaurantes. Y donde un coche de golf te acerca a las instalaciones. El torneo, organizado por Santa Mar¨ªa Polo Club, se ha colado entre los grandes de la disciplina, ¡°y ha matado la temporada de alto nivel de agosto en Inglaterra¡±, recog¨ªa en junio Financial Times. En estos momentos, hay 1.200 caballos de medio mundo en las cuadras de la regi¨®n. El yate de James Packer, tercera fortuna de Australia, due?o de un imperio de casinos, y uno de los patronos m¨¢s importantes de este deporte, fondea frente al puerto con tantas antenas y sat¨¦lites que parece una fragata de la guerra fr¨ªa. Acaba de ganar sobre la hierba el argentino Adolfo Cambiaso, considerado el mejor jugador de la historia. Y mientras este golpeaba la bocha, Camilo Bautista, magnate de las finanzas colombiano, y patr¨®n del equipo Las Monjitas, con perfil bajo, gafas de sol redondas y alpargatas, comentaba en su palco: ¡°Aqu¨ª tienes el clima, el mar, la piscina. Apenas llueve. Un placer para uno y la familia. Ofrece distracci¨®n y seguridad. En este mundo globalizado, la oficina la tienes donde te sientes. Es como tomar unas vacaciones, mientras pasas un mes jugando al polo¡±. Un deporte raro en el que quienes lo financian, como ¨¦l, son uno de los cuatro jugadores que saltan al campo; habitualmente, el peor de ellos. Un disciplina a¨²n deficitaria. De p¨²blico selecto y escaso. Pero en expansi¨®n en Sotogrande.
Desde estos campos, se ve un terreno yermo sobre el que la familia Mora-Figueroa, la tercera mayor fortuna andaluza tras la Casa de Alba y Luis del Rivero, con un patrimonio de 850 millones de euros, seg¨²n Forbes, planifica dos hoteles de lujo, un centro comercial y 50 villas con atraque. Suyo es el Santa Mar¨ªa Polo Club. Y parte del negocio de embotellado de Coca-Cola. A su estela, la comarca entera espera convertirse en algo llamado ¡°distrito equino¡±. Un para¨ªso de la h¨ªpica. Abierto todo el a?o. Bien visible y promocionado. A medio camino entre Dub¨¢i y el continente americano. Adi¨®s al ed¨¦n vedado. Aunque llevaba a?os incub¨¢ndose. Al final de los ochenta, Sotogrande sali¨® a Bolsa a 1.130 pesetas la acci¨®n y la urbanizaci¨®n comenz¨® a crecer y abrirse. Hoy, uno ya no encuentra solo multimillonarios. ¡°Hay distintos niveles¡±, zanja un veraneante con apartamento cerca del puerto. Se venden pisos por 130.000 euros. La apertura de la verja tambi¨¦n contribuy¨® a la llegada de nuevos propietarios. Hay mil personas de Reino Unido censadas todo el a?o. Muchos, llanitos como Tom, que resume con un suspiro las bondades del lado de ac¨¢: ¡°Uff¡ aqu¨ª hay espacio¡±. A?ade haber pasado momentos tensos, como el verano pasado, cuando se quemaron coches con matr¨ªcula de Gibraltar.
En los ochenta lleg¨® tambi¨¦n Adrian van Loon, un consultor holand¨¦s que hoy preside la Asociaci¨®n Cultural de Sotogrande. Tomando una ca?a tras el polo, dice que al principio no era capaz de explicar a sus amigos d¨®nde viv¨ªa: ¡°Esto no exist¨ªa en el mapa. Ten¨ªa que dibujarlo¡±. La Ryder Cup, celebrada en 1997 en el Club de Golf Valderrama, ubic¨® definitivamente el territorio, seg¨²n Van Loon. El club se encuentra en la parte alta. De su remozado definitivo se encarg¨® Jaime Mart¨ªn Pati?o, nieto del emperador de las minas de esta?o de Bolivia. Cuando llegamos, hay una fila de coches en el aparcamiento. Por orden: Jaguar, Mercedes, Lexus, Mercedes, Volkswagen, Porsche, Mercedes. En verano solo admiten socios. Y a sus invitados. El director general, Javier Reviriego, no facilita la suma de la cuota anual. Pero s¨ª el precio por jugar 18 hoyos: 350 euros. ¡°En l¨ªnea con los mejores campos del mundo¡±, subraya. Estos d¨ªas ha estado echando unas bolas el cocinero Jos¨¦ Andr¨¦s. Un caddie nos sopla que Esperanza Aguirre suele dejarse ver. Pero tampoco son demasiados abonados: 450. Y muy pocos se cruzan. Es parte de la filosof¨ªa. Una burbuja dentro de la burbuja. Un paseo entre los alcornoques le baja a uno las pulsaciones. No se oye un murmullo: el viento azotando las copas, el golpe de una madera a lo lejos. La vista en el hoyo 11 hacia las aguas del Estrecho resulta espectacular.
Por esas mismas aguas suele salir a pescar Antonio Garrigues Walker temprano. Tiene 79 a?os y dice sobre la perspectiva de cumplir 80: ¡°Os aseguro que acojona¡±. Por eso, a las nueve, lleva ya una hora de estiramientos. Le seguimos al volante de un Ford Fiesta de los noventa. Para a comprar tres peri¨®dicos. Desde el pantal¨¢n, se sube de un brinco al Marta II, y saluda a Juanmi, el algecire?o que le acompa?a desde hace 12 a?os en esta ¡°cajita¡±, as¨ª llama el presidente del bufete Garrigues al pesquero que uno puede recorrer en cinco pasos. Lleva cuatro ca?as en la popa. Antes de salir a faenar, atraca junto a Ke, una de las cafeter¨ªas m¨¢s concurridas del puerto. Al verle, un camarero exclama: ¡°?Hombre! Ahora ya s¨ª que es agosto¡±. Y se dirige a ¨¦l por su nombre: ¡°Se?or Walker¡±. Pide caf¨¦ solo. Comparte unos churros con su marinero. Y enseguida arranca el barco que ronronea como un gatito. Da una vuelta por la marina, una zona de apartamentos con atraque a la puerta. Los canales recuerdan vagamente a Venecia. Hay un yate de 23 metros encajonado entre edificios y, cuando lo dejamos atr¨¢s, Garrigues define la ¨¦poca que atraviesa Sotogrande: ¡°La masificaci¨®n¡±.
?l lleg¨® cuando esto ¡°era una parcelita¡±. Es de los primeros moradores. El despacho de su familia se encarg¨® de los asuntos legales de la operaci¨®n. ?l, a su vez, es concu?ado de Jaime Z¨®bel de Ayala, uno de los fundadores. No ha fallado un verano desde los sesenta. Y mientras atraviesa la bocana del puerto, cuenta que lo que m¨¢s le atrae de este refugio es el mar. Si puede, sale cada ma?ana, lanza los anzuelos y navega en paralelo a la playa casi hasta Gibraltar. Se ven b¨²nkeres de la guerra civil y paseantes en la orilla. Los peces no pican demasiado. Es lo de menos. Lee la prensa. O repasa su obra de teatro.
El d¨ªa antes de salir a pescar, nos cita al atardecer en su casa para asistir a un ensayo. Quedan cuatro d¨ªas para la funci¨®n. La vivienda es sencilla y antigua. Un chal¨¦ de ladrillo blanco y dos alturas. Hay cinco coches a la puerta, s¨ªntoma de que all¨ª dentro, en la intimidad, se cuece algo. La puerta se encuentra abierta. Atravesamos el sal¨®n hasta el jard¨ªn donde hay colocadas 200 sillas sobre la hierba, frente a dos escenarios. Un cartel expone: ¡°El pasado que empieza. Tres poemas en homenaje a todos los recuerdos, de Antonio Garrigues Walker¡±. Los actores van llegando. Entre ellos, el economista Carlos Rodr¨ªguez Braun, el director general de Becara, Johnny Aranguren y Lupe Barrado, que fue actriz hace tiempo. Este a?o presenta ¡°una obra menor¡±, explica Garrigues. Desde que organiza el evento, hace 42 a?os, solo fall¨® en 2013, cuando su mujer sufri¨® un ictus del que parece haberse recuperado. Hoy circula por la casa dando instrucciones. Y ¨¦l le pregunta constantemente: ¡°?Te gusta?¡±, mientras se mueve arriba y abajo entre las sillas y escucha declamar a los actores frases existenciales, pues este es el sello Garrigues: ¡°?Que levante la mano quien conf¨ªe a¨²n en la libertad aut¨¦ntica¡!¡±.
Cae el sol y el puerto se ve de color dorado desde el jard¨ªn. Aparece otro de los int¨¦rpretes cl¨¢sicos, Tom¨¢s Gayt¨¢n de Ayala, conde de Valdellano, que este a?o ejerce de presentador. Y tambi¨¦n llega Ana Luisa Elzaburu, condesa de Buena Esperanza, que se encarga de la puesta en escena y del vestuario; y hermana de Gloria Marroqu¨ªn, otra de las veteranas, que recita: ¡°¡ una noche de agosto de un verano trist¨ªsimo. Te dormiste en mis brazos con una caracola y un espejo¡±. Cuando alg¨²n actor se traba, Garrigues dice en voz baja que le va a dar un infarto en el estreno. Y comenta que una vez salt¨® el riego con mil personas en el jard¨ªn. En m¨¢s de una ocasi¨®n le ha llovido. Por eso, al d¨ªa siguiente, a bordo del barco, le pregunta a Juanmi con insistencia si ha cambiado la predicci¨®n meteorol¨®gica para la noche en cuesti¨®n. ¡°Ocho nudos y viento del Este, don Antonio¡±. De momento, frente a la playa, solo ha picado una caballa delgaducha. La superstici¨®n marinera ha llevado a pensar a la pareja que si divisan alguna mujer en toples en la arena tienen pesca asegurada. Y as¨ª, con m¨¢s bien poca captura, suelen regresar cada d¨ªa a puerto. Aunque es probable que en un futuro pr¨®ximo haya m¨¢s suerte.
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