Diablo de Parra
El poeta chileno cre¨® un lenguaje literario capaz de sobrevivir en la calle
Diablo de hombre este Nicanor Parra. Ahora cumple cien a?os y sigue vivo (no s¨®lo fisiol¨®gicamente). Lo que no deja de ser una gracia en este a?o en que se han celebrado varios centenarios de escritores muertos. Y encima Parra lleva un siglo sin explicarse. A quienes dicen que no entienden su antipoes¨ªa ¨¦l les ofrece una antiexplicaci¨®n. Por ejemplo, en sus guatapiques dice: ¡°Arte po¨¦tica / la misma de siempre / escribir efectivamente como se habla / lo dem¨¢s / dejar¨ªa de ser literatura¡±.
Me imagino a Parra, preguntando:
¡ª?Comprendido?
Y alguien le responde:
¡ªM¨¢s o menos nom¨¢s¡
Aparte de ser una par¨¢frasis de Verlaine, ese guatapique oculta una trampa. Si escribir tal como se habla es literatura, entonces no escribir como se habla dejar¨ªa de serlo, para convertirse en antiliteratura o antipoes¨ªa. Conclusi¨®n reforzada por este t¨ªtulo tramposo: arte po¨¦tica, en lugar de arte antipo¨¦tica.
T¨ªpicos de Parra esos trabalenguas, esos trabapensamientos. Pellizcones mentales que nos propina el viejo profesor de mec¨¢nica racional, advirti¨¦ndonos que entender la antipoes¨ªa no es tan sencillo.
Porque no es tan f¨¢cil escribir como se habla. Ni tan nuevo. A fines del siglo antepasado, el profesor de gimnasia y ret¨®rica, Juan de Mairena ¡ªheter¨®nimo de Antonio Machado¡ª, ped¨ªa a sus alumnos que tradujeran a lenguaje po¨¦tico esta frase: ¡°Los eventos consuetudinarios que acontecen en la r¨²a¡±. Uno de sus disc¨ªpulos sal¨ªa al pizarr¨®n y escrib¨ªa: ¡°Lo que pasa en la calle¡±. El maestro Mairena comentaba: ¡°No est¨¢ mal¡±.
Si no es nada nuevo usar un lenguaje corriente; entonces podr¨ªa pasar que la antipoes¨ªa sea todo lo contrario. Podr¨ªa ser ciento por ciento artificial, inventada y, por ende, literaria. Podr¨ªa tratarse de artefactos po¨¦ticos que ¡°parecen¡± venir de la calle, porque est¨¢n bien inventados. Pero son puro artificio. As¨ª como nadie va por ah¨ª declamando versitos, tampoco nadie se pasea hablando en antiversitos. A menos que sea un Cristo de Elqui, o un ¡°embutido de ¨¢ngel y bestia¡±. Entonces, lo antipo¨¦tico ser¨ªa una sofisticada pretensi¨®n de naturalidad. Mientras que lo po¨¦tico ser¨ªa lo verdaderamente natural. ?Lo habremos entendido ahora?
¡ªM¨¢s o menos nom¨¢s¡ imagino que responde Nicanor Parra.
La antipoes¨ªa le permiti¨® a Parra escapar de la sombra glotona de Neruda
?Pucha! No hay c¨®mo diablos comprender a Parra, f¨¢cilmente. Mejor dar un rodeo, convertir esto en un antiart¨ªculo. Veamos si lo entendemos explorando la ¡°estrategia Beckett¡±.
El joven Samuel Beckett dej¨® su verde Irlanda para ser escritor en Par¨ªs. Pero s¨®lo consigui¨® convertirse en secretario de un escritor: James Joyce. Peor que eso: escrib¨ªa ensayos laudatorios del maestro; investigaba para su novela inacabable (e insoportable) Finnegans Wake; y hasta le le¨ªa en voz alta a Joyce que estaba casi ciego. No contento con tanta servidumbre, el maestro pretendi¨® casar a Beckett con su hija esquizofr¨¦nica. El joven sali¨® huyendo. Pero ni siquiera eso lo liber¨®: ¡°Mis poemas hieden a Joyce¡±, escribi¨® desesperado.
Hasta que tuvo una visi¨®n. Ocurri¨® a mediados de los cuarenta, al final del muelle Este, en el puerto de Dunleary, muy cerca de Dubl¨ªn. Hab¨ªa tormenta, el oleaje reventaba con fuerza. Y de golpe Beckett descubri¨® su estrategia. Todo lo que en Joyce era abundancia ¨¦l deber¨ªa convertirlo en pobreza. En lugar de agregar deber¨ªa quitar. Para empobrecer su lenguaje, Beckett incluso dej¨® el ingl¨¦s y se pas¨® al franc¨¦s, porque en ¨¦ste le ser¨ªa m¨¢s f¨¢cil ¡°escribir sin estilo¡±. De esa voluntaria miseria naci¨® el Beckett de Esperando a Godot.
Ahora imaginemos a un joven poeta chileno, estudiante de cosmolog¨ªa en Oxford casi por esos mismos a?os. Inventemos que comprende el universo de la f¨ªsica, pero que no consigue hallar su huequito en el mundo de la poes¨ªa. Es Parra, agarr¨¢ndose la cabeza a dos manos y lament¨¢ndose: ¡°Ayayay, ?qu¨¦ voy a hacer? ?C¨®mo escribir poes¨ªa, c¨®mo cantar despu¨¦s de que Pablo lo cantara todo? ?D¨®nde voy a levantar mi domicilio po¨¦tico, si ya Neruda fij¨® su residencia en (toda) la tierra?¡±.
Y entonces, de golpe ¡ªoh, maravilla¡ª, Parra tiene una visi¨®n an¨¢loga a la de Beckett. Habr¨¢ que hacer todo lo contrario. Donde Neruda (y otros como ¨¦l) sumaban habr¨¢ que restar. Contra la elocuencia, la parquedad; contra la seguridad, la relatividad; contra la solemnidad, el humor; contra la carne, el esqueleto; contra el oc¨¦ano, una tina; contra la profec¨ªa, un chiste. Menos es m¨¢s. Y a¨²n menos es mucho m¨¢s.
Los expertos dir¨¢n que si Parra descubri¨® esa supuesta estrategia no fue s¨®lo para liberarse de Neruda y que ocurri¨® poco a poco. Sin duda. Del mismo modo que Beckett cay¨® en la cuenta lentamente y, seg¨²n algunos, la revelaci¨®n final la tuvo en el dormitorio de su mam¨¢ y no en el rom¨¢ntico muelle tormentoso donde hoy podemos ver una placa que lo conmemora. ?Pero qu¨¦ importa c¨®mo fue en realidad? Lo importante de una estrategia es que funcione.
La antipoes¨ªa no s¨®lo le permiti¨® a Parra escapar de la sombra glotona de Neruda. Tan importante como eso fue inventar el artificio de un habla precaria e inestable ¡ªcomo el lenguaje coloquial¡ª, que sin embargo logra la permanencia y la estabilidad de la literatura. Dicho de otro modo: Parra cre¨® un lenguaje literario capaz de sobrevivir en la calle. Lo hizo mediante la austeridad y la reducci¨®n al m¨ªnimo de sus necesidades. (?Secreto tambi¨¦n de su longevidad vital y literaria?). Medio siglo de ayunos adelgazaron sus primeros poemas l¨ªricos, hasta convertirlos en los flacos monicacos y chistes de ahora.
¡ª?Ahora s¨ª lo entendimos?, me imagino pregunt¨¢ndole a Parra.
Y supongo que responde:
¡ªM¨¢s o menos nom¨¢s¡
Diablo de Parra este hombre.
Carlos Franz es escritor. Miembro de la Academia Chilena de la Lengua.
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