Cuando el escritor es un 'sex symbol'
Pierce Brown, autor de una c¨¦lebre saga de ciencia ficci¨®n, es tan famoso por su cuerpo como por sus libros. ?Ser¨¢ su caso la norma en la era de la autopromoci¨®n?
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Dijo J. D. Salinger que lo que amaba de los libros era cerrarlos e imaginar que el autor podr¨ªa ser su amigo. Le gustaba la novela si esa sensaci¨®n le invad¨ªa despu¨¦s de leerla. Pero hay mucha m¨¢s gente que ha dicho lo contrario: cu¨¢nto desear¨ªa un lector tomarse no una cerveza, o dos o tres copas con visita posterior a su casa de un autor, despu¨¦s de ver su foto en la solapa de una novela. Al menos es lo que sucede con Pierce Brown, el he-man de los escritores actuales. Sus continuas fotograf¨ªas en Instagram (con todos los accesorios del seductor de seguidores digitales modernos: un perrito, un gato, las monta?as al fondo, la pose de El pensador de Rodin, la mirada al infinito, la mueca seudobromista pero picarona tocado con corona de cart¨®n en un restaurante de comida r¨¢pida) le han valido al autor de la saga Red Rising un art¨ªculo en el portal Buzzfeed en el que se analiza su cuenta con el esmero detallista con el que se habla de un p¨¢rrafo del Ulises de Joyce.
Este novelista firm¨® un contrato con Random House a los 23 a?os y sus obras para j¨®venes han gozado de un cierto tir¨®n, pero son sus selfies lo que dispara su verdadera popularidad; en las mejores, podr¨ªa pasar por un sustituto de Robert Pattinson en Crep¨²sculo si este pillara una mala gripe en el primer d¨ªa de rodaje. En las peores, ser¨ªa un tipo al que arrimarle en un bar. De ¨¦l se ha dicho que no es justo tener un buen f¨ªsico y ¨¦xito juntando letras. Que la man¨ªa de los medios de comunicaci¨®n de poner tanto inter¨¦s en el f¨ªsico nos llevar¨¢ a todos a la ruina. Si en la cultura r¨¢pida? la imagen es lo principal, la literatura (sobre todo la juvenil) deber¨ªa ser el refugio donde esta no tuviera importancia. El frente del ni?o acomplejado por los otros alumnos de su clase, como el lector de La historia interminable. Una fuente de consuelo. Un fuerte de emoci¨®n pura sin prejuicios.
Pero no por eso la narrativa adulta se libra de este efecto. El autor del momento, el noruego Karl Ove Knausg?rd, fue aupado por la revista Elle de su pa¨ªs como el hombre m¨¢s sexy del a?o. Algo que no tendr¨ªa demasiada importancia si el autor de una biograf¨ªa brutal en seis vol¨²menes (titulada Mi lucha y publicada aqu¨ª por Anagrama) no se hubiera convertido en un ¨¦xito mundial.
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¡°Los escritores han perdido su lugar como h¨¦roes culturales. ?Pero por qu¨¦ no pueden por lo menos competir con las estrellas del pop en su terreno? ?Promovamos a los escritores como sexy y fabulosos!¡± Proclama en la revista Canteen
Infinidad de art¨ªculos se preguntan el porqu¨¦ del ¨¦xito de su propuesta literaria suicida y muchos de ellos dicen que su f¨ªsico ha tenido que ver. De hecho, The Wall Street Journal lleg¨® a proponer una encuesta titulada Brad Pitt y Karl Ove Knausg?rd: ?separados en el nacimiento? para subrayar su parecido y en la que los lectores deb¨ªan votar qui¨¦n preferir¨ªan que les leyera en la cama una historia para dormir.
Incluso alguien que se presenta como recto y honesto como Jonathan Franzen no tuvo problema en subrayar hace dos a?os en The New Yorker, al hilo de la poca simpat¨ªa que despertaba Edith Wharton, que ¡°no era guapa¡±.
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La cuesti¨®n se recrudece si la protagonista es una chica. Sucedi¨® hace unos a?os con Nell Freudenberger. A los 26 a?os The New Yorker public¨® su relato Lucky Girls. Su prosa no pas¨® desapercibida, pero tampoco su f¨ªsico. Entre el comentario cu?ad¨ªstico, el cauto o el machista directamente, fueron muchos los que se animaron a preguntarse las razones para darle tanto protagonismo. Uno de los m¨¢s c¨¦lebres fue el que public¨® el portal Salon.com, con el t¨ªtulo Too Young, too pretty, too succesful, que los un¨ªa todos: desde la suspicacia inicial ante una mujer guapa que escribiera tan bien hasta la rendici¨®n ante su prosa (un grupo de amigos hojeando la revista y buscando, entre cerveza y cerveza, razones, movidos por el deseo, la envidia y la admiraci¨®n genuina).
Las listas de autores m¨¢s guapos y guapas aparecen regularmente en internet e incluso existen Tumblrs espec¨ªficos. En The Washington Post un autor apunta que siempre ha sido as¨ª y en otros se dice que esa guapura puede jugar en contra de que se tome en serio la obra (algo as¨ª como lo que dijo Cristiano Ronaldo: ¡°Me tienen envidia porque soy guapo, rico y un gran jugador¡±; incluso Artur Mas lleg¨® a soltar en una entrevista: ¡°Me ha perjudicado esta pinta de guapo y de primero de la clase").
Hace unos a?os, la revista Canteen fue m¨¢s all¨¢ y formul¨®, incluso, una especie de manifiesto acompa?ado de fotos sensuales de algunos nuevos novelistas, en el que proclamaba: ¡°Los escritores han perdido su lugar como h¨¦roes culturales. ?Pero por qu¨¦ no pueden por lo menos competir con las estrellas del pop en su terreno? ?Promovamos a los escritores como sexy y fabulosos!¡±. Ese rapto euf¨®rico no ser¨ªa muy dif¨ªcil de rebatir y de hecho fue contestado con sa?a en su momento.

Tambi¨¦n, regularmente, se publican ensayos sobre c¨®mo ser guapo puede revertir en un 12% m¨¢s de sueldo (un estudio de la Universidad de California, aunque lo podr¨ªa haber hecho cualquier otra), as¨ª que muchos ven justo que al menos en el terreno literario eso no cuente tanto y que si hay que leer a autores agraciados como Paul Auster o Joan Didion no sea por su fotogenia.
Ninguno de los cr¨ªticos dice en serio que no se pueda ser bello/a y escribir, pero cuestionan su uso con fines comerciales. La ya mencionada articulista de Flovorwire se fija en una de las fotos destacadas por BuzzFeed. Bajo el ep¨ªgrafe ¡°?Y le gusta leer!¡±, Pierce Brown aparece vistiendo una camisa a cuadros, con las gafas de pasta a horjacadas sobre la nariz, la luz tenue, y, efectivamente, leyendo un libro. La periodista Emily Temple anota: ¡°Pero Pierce Brown est¨¢ leyendo su propio libro (en cursiva en el original).? Y en realidad s¨®lo est¨¢ mirando un mapa. Y ha dejado las tapas del libro en la mesa y abiertas para que veamos de forma poco casual lo que tenemos que comprar clar¨ªsimamente. Y encima de esa portada ha dejado un par de gafas por alguna raz¨®n desconocida, ya que lleva unas puestas¡±. El mundo de la imagen es a veces m¨¢s duro que el de las letras.
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