La izquierda ante la elecci¨®n directa de alcaldes
El cambio de reglas puede dejar a la mayor¨ªa progresista sin poder municipal
A no ser que finalmente el Partido Popular acabe rectificando, en los pr¨®ximos meses vamos a asistir a una reforma electoral de un calado tremendo. La elecci¨®n directa de alcaldes no solo supone un cambio en las reglas del juego cuando est¨¢ a punto de sonar la campana, sino que adem¨¢s transforma la idea de democracia que venimos ejerciendo en el ¨¢mbito local. Hasta la fecha, en nuestros ayuntamientos primaba la idea de representaci¨®n. Dado el sistema electoral utilizado (circunscripci¨®n ¨²nica en el espacio municipal con reparto de concejales usando la f¨®rmula d'Hondt), se pretend¨ªa que el pleno de un municipio fuese un fiel reflejo de las opiniones de sus vecinos. Incluso en los pueblos con menos de 100 habitantes se viene empleando la f¨®rmula de concejo abierto, donde la ciudadan¨ªa se re¨²ne en asamblea para tomar decisiones. Por lo tanto, en nuestra democracia local se pone especial ¨¦nfasis en la representatividad de las instituciones municipales.
La elecci¨®n directa de alcaldes es un cambio significativo respecto a esta idea de democracia. La propuesta del PP pretende poner el acento en otro aspecto relevante de los sistemas electorales: facilitar la gobernabilidad. Posibilitar que una mayor¨ªa inferior al 50% se haga con todo el poder municipal supone sacrificar parte de la representaci¨®n en benificio de la estabilidad. No obstante, esto no significa que los sistemas electorales mayoritarios, que es el modelo que quiere instaurar el PP, sean menos democr¨¢ticos, sino que implican una idea de la democracia distinta, que atiende a principios y objetivos diferentes de los modelos m¨¢s proporcionales.
Frente a la reclamaci¨®n de una mayor representatividad, el PP potencia la estabilidad
Ante este debate, la izquierda espa?ola se enfrenta a dos dilemas. El primero de ellos tiene que ver con las preferencias de su base electoral, especialmente los m¨¢s pr¨®ximos al movimiento de los indignados. Los an¨¢lisis emp¨ªricos que se han hecho sobre el 15-M muestran que casi el 80% de sus integrantes se situaba en la izquierda. No obstante, este movimiento ha gozado de amplias simpat¨ªas entre el conjunto de la poblaci¨®n, especialmente la progresista: el 80% de los que se defin¨ªan de izquierdas en las encuestas del CIS admitieron que el 15-M les generaba simpat¨ªa. Pero no solo eso: los datos de Metroscopia (2011) tambi¨¦n revelaron que casi el 80% de los espa?oles cre¨ªa que los indignados ten¨ªan raz¨®n en sus reclamaciones. ?Y qu¨¦ es lo que ha gritado el 15-M y sus posteriores manifestaciones durante mucho tiempo? No nos representan.
Es decir, una parte importante de la izquierda viene reclamando una democracia m¨¢s representativa y participativa. De hecho, muchas de las propuestas ciudadanas que presentaron los movimientos vinculados al 15-M pretend¨ªan aumentar la proporcionalidad de nuestro sistema electoral con el fin de ganar en representaci¨®n. Nadie se manifest¨® pidiendo m¨¢s estabilidad. Es por ello que la izquierda va a tener muy dif¨ªcil llegar a cualquier pacto o entablar negociaciones sobre esta propuesta con el Partido Popular. Significar¨ªa enfrentarse a una parte relevante de sus votantes. Dicho en otras palabras, el consenso entre las principales corrientes ideol¨®gicas es casi imposible.
No obstante, no es descartable que el PP decida aprobar de forma unilateral esta reforma. De ser as¨ª, la izquierda se enfrentar¨¢ a su segundo dilema, esta vez m¨¢s pr¨¢ctico. Las formaciones progresistas pueden tener la tentaci¨®n de crear coaliciones preelectorales imitando los frentes populares. El caso espa?ol revela que los acuerdos de coalici¨®n antes de unas elecciones suelen ser un mal negocio, especialmente para la izquierda. En 1979, PSOE y PSP decidieron unir sus fuerzas y obtuvieron 5.469.813 votos (el 30,4% del electorado). Dos a?os antes, en 1977, cuando concurrieron por separado, el PSOE logr¨® pr¨¢cticamente el mismo resultado en solitario y sin la ayuda del PSP. Algo similar ocurri¨® con la uni¨®n del Partido Socialista de Euskadi y Euskadiko Ezkerra: en 1990, cuando fueron por ¨²ltima vez por separado a las elecciones auton¨®micas, obtuvieron 202.736 y 79.105 votos respectivamente. En 1994 decidieron unir su fuerza electoral y el resultado en las elecciones auton¨®micas fue de 174.682 votos, menos apoyos de los que obtuvo el PSE por separado cuatro a?os antes.
Nunca la izquierda hab¨ªa estado tan fragmentada como ahora en Espa?a
?Por qu¨¦ pueden fracasar las coaliciones preelectorales? Si la uni¨®n de dos partidos no se traduce autom¨¢ticamente en la suma de sus potenciales votantes es porque junto a las lealtades ideol¨®gicas, tambi¨¦n importan las lealtades partidistas. Una parte relevante del electorado no est¨¢ dispuesta a votar cualquier sigla aunque se encuentre en su mismo espacio ideol¨®gico. Este comportamiento se explica por diferentes razones que van desde odios hist¨®ricos hasta debates sobre qui¨¦n representa realmente las esencias de una ideolog¨ªa.
En definitiva, ante la propuesta de elecci¨®n directa de los alcaldes, la izquierda se encuentra en una encrucijada dif¨ªcil. Por un lado, es pr¨¢cticamente imposible cualquier negociaci¨®n. Parte de sus bases vienen reclamando reformas pol¨ªticas que establezcan una democracia m¨¢s representativa, justamente lo contrario que pretende la reforma del PP. Por otro lado, si se aprobara, corren el riesgo de que la mayor¨ªa social de izquierdas que hay ahora mismo en Espa?a, tal y como revelaron las elecciones europeas, no acabe materializ¨¢ndose en poder municipal en mayo de 2015. Las coaliciones preelectorales no parecen una soluci¨®n ¨®ptima. La ¨²nica esperanza de la izquierda es que suceda lo que ocurre en ocasiones cuando un partido decide cambiar las reglas del juego de forma ventajista: que se vuelvan en su contra. Si el oportunismo del PP acaba siendo muy evidente, quiz¨¢s los odios hist¨®ricos y los debates sobre la pureza ideol¨®gica queden en un lugar secundario, aumentando el voto ¨²til. El ¨²nico problema, y no es nada menor, es que nunca la izquierda hab¨ªa estado tan fragmentada en Espa?a.
Ignacio Urquizu es profesor de Sociolog¨ªa en la Universidad Complutense de Madrid y colaborador de la Fundaci¨®n Alternativas.
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